Fue quien diseñó Darwin y, 25 años después, les acercó un informe a veteranos argentinos con todos los datos que había recolectado sobre los soldados no identificados. Ese fue el puntapié inicial para que las tumbas “sólo conocidas por Dios” se reencuentren con sus nombres.
Después de 33 días de trabajar casi sin parar, el 19 de febrero de 1983 el capitán inglés Geoffrey Cardozo concluyó su tarea: con ayuda de un equipo de civiles enterró a 220 soldados argentinos cuyos cuerpos habían quedado dispersos después del combate por la intrincada geografía de las islas Malvinas. La ceremonia de entierro fue breve, aunque solemne: monseñor Spaggon, de la Iglesia Santa María, de Puerto Argentino, hizo una oración por esos cuerpos, se descargaron disparos militares sobre las tumbas y se tocaron dos marchas.
Antes de envolverlos en tres capas de bolsas mortuorias y depositar los cuerpos en ataúdes para darles un descanso final en el cementerio de Darwin, Cardozo había revisado las chapas identificatorias de aquellos cuerpos que las tenían. Y los anotó en su libreta con nombre y apellido. De los que no, dio vuelta los bolsillos y miró con cuidado las características de los uniformes, las pocas pertenencias que tenían encima. También anotó esto en su libreta con la esperanza de que alguna vez los familiares pudieran identificar a sus caídos. “Yo fui el último que había tocado a esos chicos y no pude identificarlos a todos. Tenía mucha ira y sentía una responsabilidad hacia esas familias”, contó en una charla con RED/ACCIÓN en Buenos Aires, durante su última visita al país en marzo, para el viaje de los familiares a Malvinas.
Redactó un informe final, envió una copia a las autoridades británicas, otra a las argentinas y una última a la Cruz Roja. Después de eso volvió a su casa, en Inglaterra, continuó su carrera militar y no volvió a pensar en el entierro. Hasta 25 años después.
Ya jubilado Cardozo se enteró que su informe nunca había llegado a las familias argentinas; que los soldados “sólo conocidos por Dios” no habían tenido siquiera la chance de reencontrarse con sus nombres. Así, en 2008 aprovechó un encuentro entre veteranos argentinos e ingleses y le dejó una copia de su informe a Julio Aro, un ex combatiente. Con esa información, Aro creó la fundación “No me olvides” y emprendió una campaña para identificar a los soldados. Llegó, gracias a la mediación de la periodista Gabriela Cociffi, hasta Roger Waters quien, en una visita a la Argentina, le entregó el pedido de indentificación y una copia del informe a la presidenta Cristina Kirchner.
Así, la rueda que inició el “Informe Cardozo” comenzó a girar y culminó este año con la identificación de 92 soldados en el cementerio de Darwin. Intervinieron profesionales locales y de la Cruz Roja, representantes de ambos gobiernos y cientos de familiares que dieron sus muestras de ADN. Fue uno de los momentos históricos más significativos para nuestro país y todo comenzó con una libreta.
RED/ACCIÓN habló con Cardozo luego de estos eventos para compartir sus impresiones sobre este momento histórico y contar qué queda por delante.
¿Quedó trabajo por hacer en la identificación de los cuerpos?
Hay un trabajo que todavía tenemos que hacer porque aún quedaron soldados sin identificar (33). Hay familias que sufren un enorme dolor y deben saber dónde están sus hijos. Quedan familias que no dieron sus muestras y esperemos que cambien de opinión. También hay muestras que no eran lo suficientemente fuertes (con un grado de parentesco alejado) y hay que tratar de conseguir muestras de familiares directos. Ya quedó hecha la base de datos de los soldados.
¿Vas a seguir involucrado en este proceso?
No lo sé. No es mi papel. El proyecto de identificación fue una idea totalmente argentina. Yo he dado los detalles con mi informe y ciertamente puedo aportar ayuda técnica. Tengo alguna responsabilidad hacia los familiares porque fui el último que tocó a sus chicos. Es una responsabilidad.
¿Qué representó para vos haber visto la culminación de este trabajo?
Es un enorme alivio, un enorme alivio para las familias. Yo tenía un sentimiento de culpa de haber cometido un error profesional porque no pude identificarlos. No pude identificar a todos los chicos. No había registros dentales o de ADN en ese momento. Tenía mucha ira porque nosotros habíamos hecho un trabajo y las familias no lo sabían. Ahora ya tengo algo de alivio.
Apenas se conoció tu labor muchas personas querían que te nominen, junto a Julio Aro, para el Nobel de la Paz ¿Qué sentiste?
(Se ríe). Fue muy emocionante pero creo que sencillamente fue una idea. El mejor premio para mí fue secar una lágrima de los ojos de una madre y ver una sonrisa aparecer. Ese es el premio más bonito para mi.
Cardozo habla en un castellano pausado y casi sin errores. Antes de completar una oración en inglés prefiere pensar y encontrar la palabra correcta en español. Incluso pronuncia la doble ele en buen porteño y no dice “tu” sino “vos”.
No es un improvisado: cuando supo que iba a venir a la Argentina tomó lecciones de castellano con Agustina, una porteña que vivía en Francia, donde tiene su trabajo actual. Agustina lo ayudó además a grabar un video para los familiares, en donde se intercalan imágenes de la ceremonia en Darwin en el ‘83 con un relato en perfecto español de Geoffrey contando la tarea que había realizado a la hora de enterrar a sus hijos.
¿A qué te dedicás ahora?
Trabajé por 15 años con veteranos que vivían en la calle en Londres y tenían problemas psicológicos. Ahora, desde hace dos años y medio soy el patrón de una fundación en París que se ocupa de personas con problemas psicológicos.
¿Por qué lo hacés?
Hay una necesidad. Son palabras tontas pero hay un privilegio, un honor…. no, una satisfacción enorme en hacerlo. Ahora que estoy retirado pude hallar la energía para dedicarme a esto.
¿Ese día en Darwin, en 1983, pensaste: “Estoy frente a un momento histórico”?
No, en ese momento era mi trabajo como soldado. Era algo lógico, si se puede decir que la guerra es lógica aunque nunca lo es. Hay muchas personas que echan la culpa a Margaret Thatcher de lo que pasó pero esa decisión no se hubiera tomado si la población no hubiera estado de acuerdo. Es fácil echarle la culpa a una mujer. Esto no hubiera ocurrido sin el apoyo de todos mis compatriotas.
¿Cómo se sintió venir a la Argentina durante el proceso de identificación y ser una especie de celebrity para la prensa?
Yo viene solamente por las familias. Luego me di cuenta de que las entrevistas conmigo eran más buscadas de lo que yo pensaba. Me di cuenta de que el dolor no era solamente de las familias, sino un dolor nacional. Y dije, yo tengo que ayudar. Por eso siempre que tuve un pedido de entrevista nunca dije que no. Siempre con cuidado. Ahora ya creo que está bien
¿Creés que esta identificación es una forma de empezar a sanar la herida que dejó la guerra?
Si, de sanar el dolor nacional. Pero hay una ironía en todo esto. Yo siempre pensé que era bueno, que era bueno para la relación de nuestros países pero veo que se removió de nuevo la cuestión Malvinas ¿Era esto lo que quería? Tal vez no.
¿Qué pesa más en ese caso?
No tengo dudas. Las familias.