Estamos en un aula universitaria con estudiantes de posgrado que acuden a una clase sobre educación inclusiva y discapacidad. Además del profesor académico, participan en la clase dos educadoras con discapacidad intelectual. No tienen una trayectoria académica o profesional amplia y reconocida, pero aportan conocimientos de gran valor asociados a sus condiciones y experiencias de vida: conocen de primera mano el impacto de tener una discapacidad intelectual en su escolaridad, han reflexionado sobre ello y han construido un conocimiento potencialmente útil para los demás.
El profesor académico explica teoría de la educación inclusiva. Las educadoras con discapacidad intelectual sugieren cómo pueden los estudiantes, como futuros maestros y profesores, ser más inclusivos y atender mejor a los apoyos que requiere un alumno con discapacidad, desde su propia experiencia.
También participan en la evaluación de la accesibilidad de los trabajos que realizan los estudiantes en la asignatura. El estudiante aprende contenidos teóricos y orientaciones prácticas, y tiene la oportunidad de ser más consciente de sus posibles prejuicios o estereotipos.
Esta experiencia real se ha llevado a cabo en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) durante dos cursos académicos, gracias a un proyecto de investigación sobre el modelo de ‘codocencia inclusiva’. Es la primera vez que se aplica en el ámbito de la formación de profesorado y tiene como antecedente otra experiencia similar desarrollada en la Trinity College of Dublin (Irlanda), en este caso en la formación de estudiantes universitarios de Trabajo Social.
Aprender, pero también desaprender
Si bien esta experiencia se ha aplicado con educadoras con discapacidad intelectual, el modelo de codocencia inclusiva, tal y como lo ha conceptuado el Grupo de Investigación ‘Universidad, Innovación e Inclusión Social y Educativa’ de la UAM en el proyecto realizado en España, se abre a la participación docente de otros perfiles expertos por experiencia de vida. Eso incluye otros tipos de discapacidad, culturas indígenas, etnias minoritarias, personas con experiencias de condiciones socioeconómicas desfavorables, personas con experiencias previas de privación de libertad, personas con experiencias largas de hospitalización, etc.
También es susceptible de aplicarse en distintas ramas de conocimiento, disciplinas y titulaciones universitarias, especialmente en Ciencias Sociales y Humanidades, o en Ciencias de la Salud, en asignaturas que traten de vincular la teoría con la práctica y que incluyan en sus contenidos las relaciones humanas con colectivos en situación de vulnerabilidad.
Así, nos podemos preguntar, por ejemplo: ¿pueden las personas que han pasado por hospitalizaciones largas participar en el diseño de contenidos, impartición y evaluación de estudiantes en asignaturas de Medicina y Enfermería que traten sobre la relación con el paciente? ¿Tiene sentido que personas que han pasado por experiencias de privación de libertad puedan colaborar en asignaturas sobre educación carcelaria?
La participación docente de personas expertas por experiencia de vida puede ayudar no solo al aprendizaje, sino también al necesario desaprendizaje de ideas o creencias previas erróneas con respecto a la diversidad.
Vinculación de la academia con la sociedad
Además de asegurar la adquisición de los conocimientos propios de las disciplinas y titulaciones correspondientes, la universidad tiene la responsabilidad de formar ciudadanos conscientes y críticos, que desarrollen actitudes y valores para saber vivir con sensibilidad y madurez individual y social.
Uno de los desafíos es la vinculación de la academia con la sociedad y la comunidad. La codocencia inclusiva desarrolla una colaboración entre los profesores tradicionales universitarios con colectivos sociales y vulnerables. Se trata de tomar conciencia de la posible parcialidad de los enfoques, paradigmas o contenidos que enseñamos y, por tanto, completar la formación que podemos ofrecer desde la incorporación del conocimiento de otras personas asociado a sus experiencias de vida.
Como recogen estas dos investigaciones realizadas hasta la fecha, la codocencia inclusiva puede contribuir a reducir la brecha entre teoría y práctica y a formar ciudadanos más empáticos y compasivos, conscientes de los prejuicios o estereotipos que se pueden tener hacia algunos colectivos.
La codocencia inclusiva reconoce la importancia de la formación teórica y académica en la universidad y, por tanto, no trata de relegarla o excluirla. Pretende complementar esta formación a partir de la aportación y colaboración de distintos colectivos sociales, conectando así la universidad con la comunidad y reconociendo el valor de su conocimiento para la educación universitaria.
*Pablo Rodríguez Herrero, Profesor del Departamento de Pedagogía, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.