El escritor chileno Rafael Gumucio visitó la Argentina para presentar El galán imperfecto, su última novela. En ella reflexiona sobre la sexualidad y explora la relación de los hombres con su cuerpo. Aunque se define como feminista, aclara: “tengo problemas con todos los movimientos que quieran mejorar al ser humano”.
Rafael Gumucio es un tipo generoso cuando da entrevistas. Al contrario de esos personajes que se esconden, astutos, en respuestas elusivas, Gumucio siempre da más de lo que uno espera. Es que para algunos escritores como él las entrevistas son una forma paralela de la literatura.
Nació en 1970 en Santiago de Chile en una familia política de izquierda. Tras la caída de Allende por el golpe de estado de Pinochet en 1973, se fue a vivir a Francia. Conoció, aunque sin darse cuenta, la vida en el exilio. Allí convivió con su abuela, Marta Rivas González, profesora de la Universidad de la Sorbona, que fue quien lo introdujo en el mundo de la literatura.
Luego volvió a Chile ya convertido en un muchacho ilustrado, tímido y sin amigos, y ahí comenzó su conversión a escritor. Halló lugar entre los intelectuales de The Clinic, una de la revistas literaria más interesantes de Chile, y con el tiempo terminó frecuentando a Nicanor Parra, el gran poeta -antipoeta- chileno.
Publicó, entre tanto, artículos, reseñas, prólogos, un libro sobre su abuela y varias novelas: Comedia Nupcial, La deuda, Milagro en Haití y ahora El galán imperfecto (Literatura Random House), para cuya presentación visitó Buenos Aires y charló con RED/ACCIÓN.
En esta novela Gumucio trata un tema tan sencillo como incómodo: la relación de un hombre con su pene. Es allí donde aparece ese primer diagnóstico: el médico le dice al paciente que su cuerpo rechaza a su miembro, que no es una cosa metafísica sino más bien médica, por lo cual debe someterlo a una pequeña intervención. Antonio, el personaje “escindido” (por decirlo de algún modo), comienza entonces un monólogo delirante.
-¿Qué es, en términos literarios o metafóricos, que un cuerpo rechace a su pene? ¿Qué es ese muro de Berlín que dice el personaje que hay entre ellos?
-Fue un diagnóstico que me dio a mi una vez un doctor. Y me pareció tan espectacular que dije: esto tengo que escribirlo. Era justamente lo que venía hablando con el psicólogo durante muchísimos años: que de repente la presencia del pene para el hombre es una sorpresa. Y mucho del horror y del humor de la cultura se basa en tratar de entender la llegada de este señor que todo lo cambia y todo lo pide, que a veces se transforma en un amigo o en un enemigo.
-No hay mucha exploración en la literatura sobre la relación del hombre con su pene desde una mirada honesta. Pareciera ser eso que muchas veces determina si somos o no hombres. O al menos nos han hecho creer esa farsa.
-Se supone que uno tiene control sobre él y que uno es dueño, que es un instrumento de poder. De exploración, de penetración… pero no es del todo así. Yo creo más bien que cuando uno penetra lo hace en cierto punto para perder ese pene, para no verlo. Claudio Bertone, un gran poeta chileno, dice que es una espada que está enterrada en nosotros. Que nos está atravesando. No sé… esta versión victoriosa del pene como instrumento de dominación seguro que existe, pero no me tocó a mí.
-¿Qué te tocó a vos?
-Yo pienso que el pene tiene algo esencial: estar antes de las cosas, antes de las personas, tenemos una especie de adelantado. Como esos conquistadores españoles que mandaban dos o tres soldados en avanzada. Sí, el pene es una avanzada ante la realidad.
-Arrancamos el día con un pene por delante…
-Exacto. Que te dice: hace frío, hace calor; la gente te quiere, no te quiere… Es una especie de espía. Y eso sí constituye una forma de aproximarse al mundo, pero es más bien una forma cuidadosa. Es una forma de fragilidad.
-¿Es hora de tener una nueva literatura de la masculinidad, más madura?
-Sí, yo lo pensé así pero no me resultó porque la novela está llena de mujeres al final. Hay solo un hombre metido entre ellas. La gran base del personaje y una de sus magias es que no tiene amigos hombres. Y un hombre sin amigos no es un hombre.
-¿Por qué?
-Porque con amigos todo tiene una solución más simple. Yo creo que los hombres son como los lobos: solos no sirven para nada. Necesitan trabajar en manada, en grupos. Y a mí me pasó con el sexo. Yo viví la adolescencia muy solo y muchas cosas que eran muy simples no las comprendía porque me faltó alguien que me dijera. No me interesaban los demás chicos, me parecían todos unos imbéciles. No tenía amigos porque creía que no entendían nada.
-¿Hablabas más con mujeres?
-Tampoco entendía a las mujeres porque con ellas hablaba pero eran conversaciones entre individuos. De un individuo a otro individuo. Y el sexo no es así. Yo pensaba que era eso: el encuentro de dos individuos, de dos particularidades, de dos personas… pero no.
-¿Y qué es?
-Es una función tribal. El amor sí que es individual, pero el sexo no. El sexo es tribal, el sexo es política. Argentina o Chile decidiendo cuánta gente van a tener, cuánta población. Y ahí se mete todo el mundo, y legislan.
-¿Seguiste el debate que hubo en nuestro país al respecto del aborto?
-Sí, claro. Tiene que ver con eso. Es una pelea muy interesante de dar. Pero es cierto que el sexo no es una elección individual.
-Se suele decir que el sexo es algo más animal que tribal.
-Es que toda nuestra cultura está orientada a establecer fronteras, y eso significa población o no población. Cualquier debate que se instrumentalice en este asunto es falso. La iglesia católica no prohíbe el aborto por una razón moral, sino por una razón de números. Necesitan tener fieles para mantener su poder. ¿Por qué a otras religiones no les importa? Porque tienen fieles ricos. Pocos pero ricos. Y así es todo. Los debates son muy falsos. Le ponemos sentimiento, moral o ética cuando es otra cosa. Por eso el pueblo judío me parece muy sabio al establecer la circuncisión como rito de paso, como diciendo: tu cuerpo es tuyo pero tu pene no, tu pene es de nosotros. Es decir, de la tribu. Y cada vez que quieras usar tu pene vas a recordar que eres uno de nosotros. Los católicos en cambio hemos establecido una circuncisión mental.
-¿Vos estás circuncidado?
-Sí, pero no por judío.
-Por compromiso con tu obra.
-Es que el libro nació de esa experiencia más bien. El sexo es el lugar donde nosotros nos expandimos hacia el mundo, por eso es tan problemático y tan complejo.
-¿Cómo te llevás con el movimiento de mujeres? Hubo una fuerte polémica en Chile por una opinión tuya.
-Hubo un malentendido. Si tu lees mis novelas verás que no pueden ser más feministas. Mis libros en general son feministas porque me interesa, me importa, me convocan las mujeres. Quizás por eso tengo problemas. Bah… en realidad tengo problemas con cualquier movimiento que quiera mejorar a los seres humanos en general. Que quiera arreglarlos.
-¿Por qué?
-Porque creo que el ser humano es inmejorable. A mi me gusta cómo es, con todos sus defectos y sus problemas. Me parece que mejorar nuestros comportamientos, nuestras leyes, nuestras injusticias, está muy bien. ¿Pero un movimiento que quiera mejorar al ser humano todo…? La idea de la evolución me parece muy peligrosa. Y por supuesto lo primero que se cargan es el humor y la literatura, es lo primero que queda afuera.
-Hay ciertos temas para los que pareciera que está clausurado el humor.
-Es que el humor te va a recordar siempre que no eres tan bueno, o tan santo… El humor está siempre para ensuciar tu récord. Por eso digo que cualquier persona que se dedique al humor no puede estar a favor de nada revolucionario. Básicamente el Che Guevara fue el hombre más carente de humor de la historia de la humanidad. Si hubiera tenido sentido del humor estaría vivo. Castro tenía un poco más de humor… por eso gobernó.
-La tuya es una novela muy llena de humor, por otro lado.
-Siempre se ha esperado mucho que yo escribiera algo cómico. Y ésta, más allá de tener un lado serio y un lado patético, es absolutamente cómica.
-¿No es ése el rol social de los escritores, si es que hubiera uno? Hacer que la sociedad deje de escandalizarse con ciertos temas por medio de escandalizarla primero en la literatura.
-Es que yo creo que los libros no escandalizan a nadie porque ya nadie los lee. Mi novela es una novela muy escandalizadora pero tiene una característica: hay sexo pero no hay sexualidad. Hay un pene que no funciona nomás.
-¿Hablando del humor: por qué una biografía sobre Nicanor Parra?
-Él se acercó a un grupo de personas en el que yo estaba. Nunca entendí por qué hasta ahora: fue justamente por el humor. Era esa visión desacralizadora. Él también creía que mejorar a los seres humanos era una barbaridad. Tuvo todo tipo de problemas con la izquierda por esa misma razón. Conocerlo fue conocer un pedazo de historia, un pedazo de país. Y pensé que después de todo era la mejor manera de explicarme en qué país vivía y con qué país me quedo, porque Nicanor es el Chile que yo más rescato.
-¿Representa en algo a Chile Nicanor?
-Sí, en todo. En un país que lleva 200 años, él vivió 104… Eso es ineludible. Y su hermana fue la cantora popular por excelencia, hoy estamos en una fiesta patria en Chile y todas las canciones son de la Violeta Parra…
-Sin embargo, para el mundo Chile todavía es más Neruda que Parra, ¿o no?
-No. Neruda es un poeta argentino.
-¿Por qué?
-Porque es grande, oceánico, gigantesco. Argentina habría merecido tener a Neruda. Lo tuvo a Borges, que es un poeta chileno. Fue una inversión. Pero yo creo que Chile a sido siempre mucho más Nicanor Parra que Neruda. Neruda es algo que nos queda grande. A mí me gusta mucho pero no tiene nada que ver con nuestra visión de las cosas.
-¿Cómo fue la relación con Nicanor?
-Iba una vez cada un par de meses a su casa. Todo mi entorno empezó a girar alrededor de Nicanor. Era un macho alfa que construyó un imperio. Además hay escritores que te ayudan a leer a otros escritores. Yo a la poesía la leo desde Parra.Y me di cuenta después de conocerlo de que es algo que hacía incluso desde antes.
-¿Cómo viviste su resurgimiento, quizás a partir de su longevidad?
-Cuando fueron sus cien años y el país se llenó de afiches y homenajes yo pensé: pucha, este viejo lo logró, consiguió que el país fuera Parriano. Y esa odisea cuento un poco en mi libro. Un verano fui a visitarlo muy seguido y quedé alucinado, porque sus shows de conocimiento y lucidez no eran esporádicos, eran todos los días. Era un tipo que vivía en su obra, y su obra no era su poesía, era esa lucidez, esa manera de generar tareas que te dejaban pensando todo el tiempo.