¡Hola! Nuestros vecinos de la Patagonia sufren con los incendios. Y, aunque no podamos controlar las llamas, está en nuestras manos abrazarlos a la distancia y evitarles otra enorme catástrofe: la de la soledad.
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Siempre tenemos el deseo de escribir algo mejor que lo que escribimos antes; expresarnos bien, ser precisos, plasmarlo en forma maravillosa, que represente lo que pensamos. Este deseo está incluso también frente a una catástrofe. Pero tal vez lo más honesto es mantener el pudor y el respeto: cuando uno habla de una catástrofe primero debe pensar en quienes la sufrieron.
Desgraciadamente, los incendios son recurrentes en nuestro país y mundo. En estos incendios de la Patagonia, algunas personas tienen quemaduras graves, algo no común. Se prendieron fuego los hogares, que tampoco es común que ocurra. Se hablan de decenas y hasta de 200 casas destruidas. Y, además, la tragedia ambiental: el bosque y la naturaleza prendidos fuego.
Lo que nos brota es decir de una manera prístina simplemente: “No están solos. Estamos con ustedes”. Es poco decir pero a la vez mucho. Y muy preciso. Creemos que somos parte de una gran comunidad nacional. Y aunque para muchos es lejos, son nuestros vecinos: compatriotas que se quedaron sin nada o que están graves por sus quemaduras. Más simple que agregar poesía a este momento de horror, basta transmitir que 44 millones de otros, de nosotros, estamos con quienes sufren por los incendios.
No es menor esta consciencia del nosotros en estos momentos. Aprendimos en más de 40 catástrofes que pudimos participar de cerca (incendio, inundación, terremoto): tras el dolor viene una sensación de tremenda soledad. El mundo sigue andando: todos tenemos que seguir produciendo, trabajando, estudiando. Pareciera que aunque alrededor hay mucho apoyo, los demás vuelven a su vida normal y los que tenemos casa y no se incendió hacemos lo que tenemos que hacer: seguir viviendo.
Este mensaje, que quisiera que tuviera magia, vuelve a la simpleza: “No están solos”. Vendrá la reconstrucción y ojalá la recuperación de quienes sufrieron quemaduras. Pero nos queda esto: reflexionar y abrazar a la distancia. Y decir, una vez más, que el dolor de otros es nuestro dolor. Que el cuerpo social es uno, que, si un miembro sufre, todos sufren. Hace falta, en estos primeros momentos, un abrazo, la ayuda y sobre todo hacer cuanto se pueda para que a esta catástrofe que vivieron no se le agregue esa tremenda soledad.
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Son tiempos en los cuales estamos invitados a reflexionar sobre injusticias, desigualdades y situaciones que muchas veces se ignoran. Muchas de ellas tienen como víctimas a las mujeres, y por eso es destacable la campaña #AlguienCuida.
En el marco de esta iniciativa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se han difundido en redes sociales cifras que reflejan la enorme brecha de género que existe en las tareas domésticas o de cuidado. Tareas que recaen mucho más en mujeres que en varones, pero esta disparidad suele pasar inadvertida y, menos todavía, es revisada.
Va un ejemplo: en Argentina, las mujeres dedican el doble de tiempo que los varones a este tipo de tareas. Este breve video es un buen recurso para hablar de esas desigualdades.
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¡Qué fantástico el poder que tienen las redes sociales para convocar y ayudar! La última semana tuvimos una buena prueba de ello.
Santiago Maratea es un influencer que suele hacer colectas con fines solidarios. Y el último lunes sorprendió: en solo 24 horas logró recolectar ocho millones de pesos. ¿Para qué? Con ese dinero, la Asociación Madres Víctima de Trata (que además de combatir la trata cocina para 600 personas en situación de vulnerabilidad cada día) no solo pudo evitar el desalojo de la propiedad que alquilaban para funcionar, sino también comprarla.
Fantástica historia: el pequeño aporte de muchos alcanza resultados extraordinarios.
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Vamos con otra historia emotiva y con final feliz. Y que habla de un corazón inmenso (bueno, de dos, de un matrimonio).
Néstor y Miriam se conocieron, se casaron y desearon formar una familia con hijos e hijas. Pero, tras consultas médicas en las que se les dijo que cualquier embarazo sería de riesgo para ella, decidieron adoptar: en 2017 conocieron a sus hijos, de 7 y 8 años, Ian y Lolo.
La adopción de ambos hermanos fue premeditada, buscada. Pero la posibilidad de sumar a una nueva integrante llegó de forma espontánea, como una respuesta natural al conocer a Camila y su necesidad de contención: Camila, entonces con 17 años, era parte del curso donde Miriam enseñaba. Cuando se enteró de que la adolescente vivía en un hogar de menores, pensó en agrandar la familia. “A los nenes más grandes no los adopta nadie, si no la ayudamos nosotros se va a quedar en el hogar”, pensó. En esta nota podés conocer más detalles de su historia.
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Un par de breves reflexiones sobre dos contenidos de RED/ACCIÓN de la última semana (que son muy muy recomendables).
Uno de ellos tiene que ver con una nueva cátedra de la carrera de Derecho de la UBA, que busca exponer un triste proceso que hemos transitado como país: la invisibilización de la comunidad de afrodescendientes. La nota de Javier Sinay explica que esta comunidad, pese a ser significativa (¡más de 2 millones de personas!) suele excluirse de censos y, lo que es peor, de nuestras mentes. Sin embargo, son vecinos, compañeros, personas con las que podemos cruzarnos a diario. Ellos, ellas, o sus padres o sus madres, vinieron a nuestro país en busca de un futuro mejor. Y es responsabilidad de todos no ignorarlos, sino incluirlos.
El otro texto para destacar de la semana que pasó es una crónica superemotiva: la periodista Verónica Sukaczer cuenta lo difícil que fue estar aislada y padeciendo, además del coronavirus, las secuelas de un tratamiento oncológico y el hecho de que, siendo hipoacúsica, no pudiera leer los labios de sus interlocutores en la internación. Su historia nos habla del valor de perseverar, de aguantar y buscar formas de comunicarse ante los obstáculos, y nos enseña que, muchas veces, somos más fuertes de lo que pensamos.
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Cuidate mucho, cuidalas mucho, cuidalos mucho.
Te mandamos un abrazo.
Juan.