Según el Comité para la Protección de los Periodistas, la guerra entre Gaza e Israel ha sido el conflicto más mortífero para los trabajadores de los medios de comunicación desde que la organización empezó a contabilizar este dato en 1992.
En el momento de redactar este artículo, al menos 39 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación habían muerto en el mes transcurrido desde el comienzo de la guerra. Según Reporteros sin Fronteras, la cifra es ligeramente superior: 41 periodistas muertos. Pero el ritmo de víctimas mortales es tan elevado –más de una al día– que es probable que haya más muertos cuando usted lea esto.
Las víctimas son en su mayoría periodistas palestinos y trabajadores de los medios de comunicación muertos en los ataques de Israel contra Gaza, pero incluyen a cuatro israelíes, a los que Hamás asesinó en su primera incursión transfronteriza el 7 de octubre, y a un videógrafo residente en Beirut muerto en el sur de Líbano. Falleció en un bombardeo que también hirió a otros seis periodistas. Según los testigos, los proyectiles procedían de Israel y alcanzaron a un grupo de reporteros que viajaban en vehículos claramente identificados y con chalecos antibalas.
Merece la pena detenerse un momento para recordar que no se trata de simples cifras. Cada una de las víctimas tiene un nombre, familiares, seres queridos y una historia. El Comité dispone de una sombría lista de todos los muertos, heridos y desaparecidos.
Entre los muertos hay periodistas palestinos independientes que trabajan para servicios de noticias internacionales, y otros que trabajan para medios de noticias locales cruciales para la comprensión local de lo que está ocurriendo. Muchos han muerto en ataques aéreos contra sus hogares, algunos junto a sus hijos y familiares.
Las Fuerzas de Defensa israelíes insisten en que no atacan a los periodistas, pero Reporteros sin Fronteras afirma que al menos diez han muerto mientras estaban claramente haciendo cobertura del conflicto.
Por supuesto, la vida de un periodista no vale más que la de cualquier otro civil, y en una crisis tan terriblemente violenta, que ya ha matado a más de 10 000 personas, no es de extrañar que algunos de ellos sean periodistas.
Pero cada vez hay más pruebas de que los periodistas han sido objeto de ataques, acoso, palizas y amenazas. Una lista del Comité para la Protección de los Periodistas culpa a las autoridades israelíes de la inmensa mayoría de los incidentes.
El 12 de octubre, la policía israelí agredió a un grupo de periodistas de la BBC en Tel Aviv y los retuvo a punta de pistola. Según la BBC, los reporteros Muhannad Tutunji, Haitham Abudiab y su equipo de la BBC árabe conducían un vehículo en el que se leía claramente “TV”, con una cinta roja, y tanto Tutunji como Abudaib presentaron sus carnés de prensa.
El 16 de octubre, el periodista y columnista israelí Israel Frey se escondió después de que una turba de israelíes de extrema derecha atacara su domicilio el día anterior. Al parecer, la turba estaba enfadada por una columna que escribió expresando simpatía por los palestinos de Gaza.
El 5 de noviembre, la policía israelí detuvo en Nablus, al norte de Cisjordania, a Somaya Jawabra, periodista palestina independiente de 30 años. Fue citada, junto con su marido, el periodista Tariq Al-Sarkaji, para una investigación. Su marido fue puesto en libertad más tarde, pero Jawabra, embarazada de siete meses, sigue detenida.
La Federación Internacional de Periodistas ha pedido al gobierno israelí que respete rigurosamente el derecho internacional, que exige a los combatientes tomar todas las medidas razonables para tratar a los periodistas como civiles y salvaguardar sus vidas. El ejército israelí ha comunicado al menos a dos agencias internacionales de noticias que no puede garantizar la seguridad de su personal mientras cubre la crisis de Gaza.
Guerra de propaganda
Esto es importante, y no sólo para los reporteros que se juegan la vida o sufren agresiones y abusos.
En nuestro mundo conectado digitalmente, las distorsiones, la desinformación y las mentiras descaradas recorren el mundo a mayor velocidad que un misil balístico. El relato que se transmite en línea es al menos tan importante como la lucha sobre el terreno, ya que cada bando trabaja para presentarse como la víctima, aprovechando las cifras y las narrativas para apoyar sus argumentos y ganar apoyos.
Esto tiene consecuencias reales. En la guerra propagandística, el apoyo público se traduce en ayuda política, financiera e incluso militar.
Esa parece ser una de las razones por las que Israel ha impuesto repetidamente cortes de comunicaciones en Gaza. A medida que avanza la crisis, las dolorosas historias sobre las consecuencias de los ataques de Israel erosionan el apoyo público; controlar la narrativa se vuelve cada vez más importante.
Cuantos más periodistas sean asesinados o intimidados para que se alejen de su trabajo, más espacio queda para que los propagandistas de ambos bandos trabajen sin trabas. Sin buenos periodistas, nos vemos obligados a confiar en declaraciones de los protagonistas sin contrastar ni cuestionar, o en publicaciones sin filtrar en las redes sociales que crean más confusión que claridad. Ni lo uno ni lo otro nos proporcionan una base sólida para comprender lo que realmente está ocurriendo.
Por eso el buen periodismo es más importante que nunca. Los periodistas no son perfectos, por supuesto, pero la mayoría de ellos viven de su credibilidad. Se basan en protocolos profesionales bien establecidos que les comprometen a respetar la veracidad de los hechos, la independencia, el derecho de réplica, etcétera. De este modo, otorgan a su trabajo un grado de confianza que hace que sus lectores y su público vuelvan a por más.
En conjunto, el objetivo es crear un núcleo de información que sea fiable, independiente y –en la medida de lo posible en una crisis tan confusa como la actual– ampliamente precisa. Sin ese compromiso, los periodistas pierden su autoridad y, por tanto, su valor.
La cuestión es tan crucial que las Naciones Unidas han creado un Plan especial de Acción para la Seguridad de los Periodistas. El plan tiene ya una década, y es evidente que no funciona todo lo bien que debería. Las guerras de Ucrania y Gaza han elevado las muertes de periodistas a niveles casi récord, mientras que alrededor de ocho de cada diez asesinatos de periodistas en todo el mundo siguen sin resolverse.
La Federación Internacional de Periodistas advierte de que si Israel tiene una política de atacar a periodistas, como han alegado algunos medios de comunicación, constituiría un crimen de guerra. En ese caso, la mejor estrategia puede ser que los periodistas hagan lo que mejor saben hacer: reunir pruebas y denunciar los abusos.
Es una débil esperanza, dada la magnitud del derramamiento de sangre, pero a menos que se ponga fin a la matanza de reporteros y trabajadores de los medios de comunicación, todos seremos más ignorantes y el mundo más pobre.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.