Viento y el mar celeste y profundo como telón de fondo. Casas bajas que se extienden sobre la costa de estepa. Y un desierto de piedra y polvo que se ve salpicado —desde la mirada de un pájaro o de un dron— por chacras verdes. Hace dos años, un grupo de soñadores comenzó a entrelazar cada uno de los patios y fincas donde tenían parras y uvas, generar nuevas cepas y gestar así un proyecto comunitario.
La localidad de Caleta Olivia, ciudad santacruceña del departamento Deseado en la región del golfo San Jorge, tiene historias de NyC (nacidos y criados en el lugar) y de los VyQ (venidos y quedados), como los llaman en Santa Cruz. Entre estos últimos, se mezclan los que llegaron a inicios del 1900 y otros tantos que arribaron de las provincias del norte argentino, con sus valijas e ilusiones de mejores empleos, atraídos por la empresa YPF tras el descubrimiento del petróleo.
Según el censo de 2021, Caleta Olivia cuenta con 75.000 habitantes. Hoy, esta localidad ha desarrollado nuevas actividades económicas. Por un lado, las vinculadas con su oferta turística: cuenta con la Reserva Natural Municipal donde habitan lobos marinos, gaviotas y cormoranes. Por otra parte, la ciudad se lanzó a una producción inusual para la región: el vino más austral del mundo.
La propuesta es mancomunada y sustentable, ya que unificaron las producciones de cepas finas que ya había en la región y otras nuevas. Lo cierto es que muchas chacras caletenses poseen parrales criollos que fueron armados con sarmientos y estacas traídas por los vecinos que llegaron a poblar la localidad. Muchas de las plantas tienen hoy entre 70 a 90 años y logran producir entre 80 a 110 kilos de uvas criollas anuales.
Al respecto, Silvia Pérez, una VyQ llegada de su Salta natal cuando tenía 21 años, cuenta su historia. Hoy tiene 62, 30 de docente y espera su jubilación. Vive con su esposo, que es empleado municipal, y tiene dos hijos y tres nietos. Y descubrió que sus parras, aquellas que sus abuelos habían llevado desde Salta en pequeños plantines o estacas, sirvieron para revalorizar el legado familiar con nuevas oportunidades.
Caleta Olivia es una localidad principalmente dedicada al petróleo y al comercio. Pero luego de que el municipio censara las parras de 80 chacras y revalorizara los 70 parrales urbanos, unas 150 familias descubrieron que podían unirse para aprovechar los frutos de sus plantas. La primera cosecha comunitaria fue en abril de este año: unos 53 vecinos cosecharon 2.500 kilos de uvas.
Capacitarse para crecer
La subsecretaria de Forestación de la localidad, Carmen Almendra, cuenta que “todo surgió desde una capacitación y se agrandó gracias al entusiasmo paulatino de los vecinos que tienen parrales y que se acercaron para ver si podían darle un valor agregado a esa materia prima”.
El municipio ofreció capacitaciones mensuales gratuitas a cargo del ingeniero agrónomo y enólogo Darío González Maldonado, un sanjuanino afincado en la Patagonia. Desde entonces, todo fue avanzando: a mediados del 2021 se armó un vivero vitícola en la chacra municipal, donde obtuvieron alrededor de 2.500 plantas nuevas de vid de uva fina. Usaron un tratamiento de estacas o sarmientos en sistema de barbados que, tal como explica el ingeniero, es un método de multiplicación a raíz desnuda. Después de un año, crecieron las plantas y se las confiaron a chacareros y productores urbanos; les dieron entre 50 y 90 plantas por familia, de acuerdo al espacio físico con el que contaran.
La propuesta prometía. Porque en el plan también se pretendía incluir aquellas vitis que, hasta ese momento, solo manchaban patios y atraían a pájaros glotones, plantas que preservaban la soberanía alimentaria de muchas familias, con mucho de memoria emotiva. Y, al mismo tiempo, fomentar la implantación de las cepas finas y de zonas frías, surgidas de la chacra municipal, para elaborar un vino especial.
Almendra revela con orgullo todo el proceso: “La recuperación de la chacra municipal comenzó en plena pandemia, allá por junio de 2020. Luego de la limpieza, se realizó el armado de los dos primeros invernaderos, donde sembraron verduras”, señala. En el 2021, se armó el tercer invernadero y, a mediados de 2022, el cuarto. “En este último, se generaron barbados de parras de cepas finas con aproximadamente 7.000 plantas para el posterior armado de viñedos en chacras y en zonas urbanas”, describe.
Así también se generó un viñedo municipal con un total de 500 plantas de cinco variedades, que se desarrollan muy bien en zonas australes, como son el merlot, chardonnay, gewürztraminer, pinot noir y sauvignon blanc. El viñedo es por conducción en espaldera y riego por goteo. También se creó una parcela con frutales de pepitas y de carozo y otra de fruta fina, con frutillas, casis, corinto y grosella.
Viñas comunitarias
Cuando en el 2021 la Subsecretaría de Forestación censó los barrios y chacras hubo resistencia y poca credibilidad en la propuesta. Pero los vecinos, de a poco, se fueron anotando. Una vez por mes, el capacitador González Maldonado visitó sus chacras y fue armando una agenda para hacer un monitoreo y ver el espacio con el que contaban y qué variedad se podía plantar en cada lugar. Como contrapartida, los vecinos asumieron el compromiso de preparar el suelo, cercarlo, armar las espalderas y el sistema de riego en sus chacras.
Silvia Pérez agradece la aparición de este proyecto: “En la actualidad cuento con 70 plantas de uvas. Hay 30 plantas de uvas criollas tintas y blancas que las tengo hace muchos años, ya que algunas las trajeron mis abuelos desde Salta y, otras, los tíos de mi esposo, desde La Rioja. A estas ahora se les suman 25 pinot noir y gewürztraminer, ambas tienen dos años”.
Ubicada en la zona de chacras de Caleta Olivia, Pérez sostiene que producir y ser parte de un proyecto le cambió la perspectiva de muchas cosas. “Principalmente, me sirvió para valorar esas plantas que trajeron nuestros abuelos y tíos hace tantos años. Y darles un valor a esos frutos, no solo económico, sino patrimonial y cultural. Ellos las trajeron para no olvidar su tierra”, asegura.
Esas uvas que solían terminar en las casas de amigos como un alimento fresco, pronto se convirtieron en la materia prima y lograron darles una importancia que no sabían. “Fue valorar el cuidado que les habíamos dado a esas plantas durante tantos años”, sostiene.
Sueños de bodega frente al mar
Más allá de que la materia prima está, el proyecto avanza con el compromiso desde el municipio del armado de una bodega. El Gobierno provincial, por su parte, prometió proveer los artefactos necesarios para el armado.
En este plan, González Maldonado muestra un entusiasmo similar al de los productores: “El programa se inició en mayo de 2021 para promover el cultivo de variedades finas a muy pequeña escala con módulos que van de 50 a 300 plantas por productor”, recuerda.
Mientras tanto, con unas 1.200 parras de uvas criollas —que ya tenían los chacareros y que están en muy buenas condiciones para hacer vinos— más algunas cepas finas que trajeron los inmigrantes, hicieron una prueba piloto de un blend (fusión de distintos tipos de uvas) espumante en una bodega de Chubut, en la zona de Lago Puelo. Hoy ya poseen una marca conjunta que se llama Del Golfo, en la que están vinculados los productores minifundistas.
El producto de ese primer intento fue un espumante de estilo brute nature a través del método tradicional, que es sumamente artesanal y muy valorado entre los amantes del vino, en relación al método denominado champenoise. El 2 de diciembre del 2022, en el salón de usos múltiples del Centro Cultural de Caleta Olivia, dieron a conocer este logro. Se entregaron alrededor de 300 botellas a un total de 20 productores que aportaron la uva para la elaboración del primer espumante de la ciudad. La próxima edición del espumante Del Golfo, que se venderá a fin de año, usará como base uvas criollas que se cosecharon en abril de este año en las chacras de Caleta Olivia. Hoy todos los integrantes de la comunidad son protagonistas de este sueño cumplido. Lidia Mendoza es una de las que se sumó a esta iniciativa: “Por ahora, tengo una producción de 110 plantas de malbec que plantamos el año pasado y que crecerá con otras de las cepas pinot noir y syrah. Estoy recontenta con este proyecto porque se me abrieron las posibilidades de hacer más cosas en la chacra”.
Tanto ella como la mayoría sostienen que esta experiencia los posiciona y los ubica como referentes de un sueño comunitario: tener bodega propia. Este año, no les quedaron botellas para vender. Pero, para la próxima producción, que estará lista para fin de año, ya hay gente haciendo cola.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones, una alianza entre Río Negro y RED/ACCIÓN.