Mi hijo, que todavía no cumplió 2 años, es un entusiasta de todo lo que rueda: trenes, autos y, más que nada, motos de alta cilindrada. Cuando vamos por la calle señala todo eso y dice “¡Chu-chú!” una y otra vez. No se lo enseñé yo, no se lo enseñó la madre. Lo aprendió de Luces y colores de la ciudad, un pequeño libro en cartoné que solemos leerle.
¿Cuál es el truco detrás de la literatura para bebés?
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Sofisticada ingeniería. Parece que mi hijo es un bebé “lector” ejemplar porque cuando leemos aprende cosas. Como le encantan esos pequeños libros en cartoné, empecé a leerlos junto a él yo también, y así, en un departamento repleto de libros grandes, serios, dramáticos y sin dibujos, estos otros, coloridos, para lectores de 0 a 2-3 años, despertaron mi curiosidad. ¿Hay una sofisticada ingeniería en estos libritos tan simpáticos?
“A los niños hay que acercarles literatura; es decir, la función poética del lenguaje”, dice Raquel Franco, directora editorial de Pequeño Editor, una de mis (¿nuestras?) editoriales favoritas. “Y hay que acompañarlos en el acceso a formas de lenguaje distintas a las de la vida cotidiana porque eso va enriqueciendo las estructuras de pensamiento y de construcción lingüística”.
Para Joana D’Alessio, de Ralenti, “la literatura es una apertura al mundo, una manera de hacernos preguntas, de conocer y de jugar. El libro forma parte del desarrollo de un chico: aprende a pasar las páginas, a agarrarlo, a reconocerlo”. Ralenti acaba de lanzar, junto al club de libros Lecturita, la colección Miniaturas: cuatro libros en cartoné para niños y niñas de 0 a 4 años, escritos por Laura Wittner.
“Es importante”, retoma Franco, de Pequeño Editor, “que el lenguaje de los libros para la primera infancia tenga rima y musicalidad, y palabras que, por supuesto, en muchos casos los chicos no van a conocer, pero cuyo sentido se va completando a lo largo del texto con el apoyo de las imágenes y sobre todo con la lectura, la voz, la modulación y la entonación del adulto que lee, y que así imprime sentido. Entonces los poemas y las onomatopeyas amplían las estructuras de lenguaje, apuntando al disfrute de la palabra. Una colección de libros para la primera infancia trata de hablarle a esa sensibilidad y de construir ahí sentido con los chicos”.
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La parte de arte. “Pom, pom, pom: un bicho con tambor” es una línea bastante sonora y potente de Música en el jardín, escrito e ilustrado por Mariana Ruiz Johnson. Ya te imaginás de qué va: cada insecto con su melodía, una fiesta entre las plantas, un musical vegano.
Le pregunto a Ruiz Johnson (que tiene un largo recorrido en el segmento) en qué debemos fijarnos cuando elegimos un libro para un bebé. “En que, más allá de la simpleza, haya un criterio autoral y editorial”, dice. “Que las ilustraciones y los textos sean de buena calidad y que no subestimen a los pequeños lectores. Es bueno que haya síntesis en los primeros libros que se acercan al niño, como textos cortos e ilustraciones que ofrezcan contraste. Es fundamental que la materialidad del libro sea segura y perdurable, ya que los bebés suelen llevarse los libros a la boca”.
Para ella, la musicalidad del libro es vital en esta primera etapa: el libro tiene que funcionar a nivel sonoro y poético. “A mí me gustan mucho los libros para bebés que se pueden cantar, creo que la nana o canción de cuna y el libro para bebés están muy vinculados”, dice. “Y también es importante que a nivel ilustración el libro se pueda señalar, por eso es bueno que el bebé pueda reconocer elementos en las imágenes”, dice.
- Una conclusión: “El libro para bebés es uno de los primeros acercamientos al arte que puede tener una persona”.
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Experimento con bebés. Lisa S. Scott es una investigadora en Psicología de la Universidad de Florida, donde dirigió un experimento de bebés “lectores” de entre 6 y 12 meses. Primero, Scott llevó a bebés de 6 meses al laboratorio, los puso frente a imágenes en la pantalla de una computadora y les colocó un aparato de electroencefalografía: un gorro con 128 sensores que registra la electricidad emitida por el cuero cabelludo mientras funciona el cerebro.
Scott y compañía midieron las respuestas neuronales mientras los bebés miraban y prestaban atención a imágenes. “Estas medidas cerebrales pueden decirnos qué saben los bebés y si pueden distinguir entre los personajes que les mostramos”, escribió Scott en una nota en The Conversation.
También rastrearon la mirada de los bebés con tecnología de seguimiento ocular. “Descubrimos”, anotó Scott, “que cuando los padres les muestran a los bebés libros con caras u objetos que son nombrados, ellos aprenden más, generalizan lo que aprenden hacia situaciones nuevas y muestran respuestas cerebrales más especializadas”.
“Estos hallazgos sugieren que los bebés muy pequeños pueden usar etiquetas para aprender sobre el mundo que los rodea y que la lectura compartida de libros [con un adulto] es una herramienta eficaz para apoyar el desarrollo en el primer año de vida”.
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Pum Pum para principiantes. Seguro que conocés el arte de Pum Pum. Niñas de cabellos largos, plantas y naturalezas de colores, planetas, corazones, coronas. Alrededor de 2004, cuando el street art y el stencil tuvieron su auge en Buenos Aires, Pum Pum hizo muchísimos murales y con su trazo dulce se convirtió en una de las referentes de aquella generación de diseñadores e ilustradores que salían a la calle. Ahora Pum Pum presenta Luna y la luna (con textos de Laura Wittner), su primer libro, editado por Periplo.
“Cuando leí el texto original, me pareció que ya estaba ilustrado, o sea, que yo ya tenía esas ilustraciones en mi cabeza”, dice. Luna y la luna es sobre una niña y su relación con —obvio— la luna, y el ida y vuelta entre el día y la noche. “Yo también hago murales gigantes en una grúa, ilustraciones en tablero o en la compu, sketchbooks, prints, serigrafías; y en todo eso había bocetos que se conectaban con este personaje femenino y la luna. Todo fluía en el mismo universo”, dice. Para Pum Pum, los niños son un público preferencial frente a sus murales y sus ilustraciones. “Interpretan mi trabajo de una manera muy natural y a mí me encanta escuchar sus opiniones”, dice. “El público infantil es genial”.
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El festival y el mercado. Hace once años nació Filbita, un festival de literatura infantil ligado al Filba, un festival de literatura adulta. “Hoy, como siempre, se cuentan todo tipo de historias; eso no significa que los libros para bebés tengan que enseñarles cómo dejar el chupete o los pañales, sino que la vida se cuela en los libros y en la literatura”, me dicen en un email conjunto Larisa Chausovsky y María Luján Picabea, del equipo de dirección. “El aprendizaje en los primeros años de vida está en todos lados. El secreto es que cuando leemos con bebés, tengamos toda nuestra entrega, hay un tiempo otro que se abre, una dimensión del encuentro que tiene un espesor muy profundo”.
“Los libros para bebés son modos de entrar en el mundo y de participar de la gran conversación de la cultura en la que nacen”, dicen. “Muy tempranamente los chicos y las chicas descubren que las palabras, frases y dibujos de los libros no son la realidad. Eso que parece tan complejo se aprende en los primeros meses de vida, cuando un bebé tiene acceso a los libros; la literatura se incorpora como una simulación de un mundo y permite jugar con el mundo entero”.
- Pero a los bebés y a los niños les gusta repetir y repetir la lectura de un mismo pequeño libro. ¿No es una paradoja? ¿No atenta esto contra el mercado? “No creemos que el mercado pueda intervenir en esa necesidad”, dicen ellas. “O más bien que no tenemos que preocuparnos por el mercado, sino ocuparnos de los bebés como lectores plenos. El mercado sobrevivirá”.
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Tres preguntas a Celina Alonso. Fundó Lecturita, un club de libros infantiles para niños y niñas de 0 a 10 años, que tiene más de 5.000 socios. Cada mes envía a la casa de ellos dos títulos especialmente seleccionados (de unas 40 editoriales) y otras sorpresas.
- ¿Cómo se te ocurrió la idea de armar un club de lectura infantil?
Lecturita nace hace casi 3 años, luego de varios meses de planificación y armado. En ese momento, faltaba en el país una propuesta de club de libros infantiles por suscripción. Viví algunos años fuera y conocí otros clubes de lectura. Tuvimos una muy buena repercusión y a la semana teníamos más de 100 suscriptores, a los 3 meses, 600; y continuamos creciendo, lo cual generó exigencias a distintos niveles. Actualmente Lecturita cuenta con 5.000 familias que mes a mes reciben los libros en todo el país. De Salta a Tierra del Fuego. Algunas están anotadas desde que lanzamos el proyecto y van por la entrega número 28. Tenemos desde mamás embarazadas que se asocian para comenzar a armar las bibliotecas de sus bebés, hasta niños de más de 10 años. Pero nuestro público más fuerte son los más chiquitos, de 0 a 4 años.
- ¿Cómo hacen la selección de libros?
Cuando lanzamos el club trabajamos con profesionales del ambiente, que realizaron pequeñas curadurías que hoy forman parte de nuestra selección (Natalia Blanc, Marianela López, Verónica Lichtmann y Mercedes Colombo). Es un proceso dinámico por el que siempre estamos incorporando nuevos títulos y tenemos en cuenta la calidad narrativa, el contenido, el diseño y las ilustraciones de cada libro. Nos interesa incluir libros que hagan pensar a los pequeños lectores más que darles soluciones, libros alegres, que los entretengan, diviertan y que los incentiven a seguir incursionando en la lectura. No incluimos libros que reflejen estereotipos de género o que pongan sobre la mesa temas que cada familia debe decidir cuándo tratar. Siempre intentamos incorporar las novedades de la industria editorial y también consideramos mucho el feedback que nos dan nuestros suscriptores.
- ¿A qué se debe el boom de los libros argentinos en cartoné?
Creemos que hay una mayor toma de conciencia sobre los beneficios que tiene el contacto con los libros desde una edad temprana y eso se ve reflejado en el crecimiento que tuvo la industria editorial. Nuestro sello, Lecturita Ediciones, nace a partir de la necesidad de contar con más opciones en el mercado local de libros en cartoné y de industria nacional.
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La literatura tiene más perros que bebés. Y antes de irme, te dejo una mirada lateral, muy afilada, sobre el universo de la literatura y los bebés. Escribe Rivka Galchen: “La literatura tiene más perros que bebés, y también más abortos. La mayoría de los bebés que aparecen en la literatura son, hacia el párrafo tres, ya niños, si no directamente adultos” 😲
Galchen es una novelista canadiense que escribe en The New Yorker y que publicó Pequeñas labores, un libro —según la revista Letras libres— “lleno de erudición, ingenio y humor [donde] caben relatos, ensayos, y aforismos sobre el universo de la procreación y la crianza”.
Dos citas de Pequeñas labores:
Nunca antes
Nunca antes me importaron especialmente los bebés. Cuando escuchaba de la muerte de algún bebé una parte de mí pensaba: ¡Al menos no era un niño! Un niño es alguien que la gente conoce y que conoce gente; la pérdida de un bebé, en cambio, ¿sería tan diferente de la pérdida de un potencial bebé que sucede cada mes? Una vez, en la primaria, en un campamento de verano, nos llevaron al cementerio a hacer frottage de lápidas. Mi amiga eligió varias lápidas de bebés, con la fecha de nacimiento y muerte a veces en el mismo mes. Luego escribió poemas a la William Blake, cortos y tristes, sobre los bebés. Después de eso pensé que era una chica rara, melodramática. Ya no pienso eso.
Los bebés de otras personas
No son tan interesantes.
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