Imaginemos una sala con siete potentes amplificadores centralizados a través de un ordenador de última generación. Cada uno reproduce una fuente distinta de sonido. El ordenador viene configurado por defecto con un programa que ejecuta estos comandos de forma aleatoria:
- Dispositivos 2 y 4: activación progresiva del volumen hasta su máxima intensidad y desconexión inmediata.
- Dispositivos 1, 3 y 5: emisión constante a una intensidad baja, aunque suficientemente molesta como para resultar perturbadora al cabo de unos instantes.
- Dispositivos 6 y 7: activación intensa y repentina.
Solamente conocemos un mecanismo de emergencia (ON/OFF) para contener el desbordamiento. ¿Suena a tortura? ¿Se imaginan impartir una lección magistral sobre los Reyes Católicos, el uso del punto y coma o el cálculo de la hipotenusa en este contexto? ¿Y de paso, aclarar dudas o plantear alguna práctica?
Pues es así como a menudo puede sentirse un docente en el aula. Las continuas interrupciones torpedean el desarrollo normal de una clase. España es uno de los países de la OCDE en el que los docentes afirman dedicar un porcentaje más elevado de su tiempo en el aula (el 17,6 %) a mantener el orden. Los docentes afirman que mantener el orden en clase es una fuente de estrés.
El caos en el aula y el estrés docente
Continuando con nuestro símil, no sabemos cómo obtener un rendimiento óptimo del equipo de siete amplificadores porque no nos han enseñado nunca lo más importante: configurarlo correctamente. Esta es la descripción metafórica de lo que ocurre en muchas aulas. El alboroto produce un nivel de estrés que genera tres tipos de respuesta: huida, ataque o parálisis.
Las cifras lo avalan, con un aumento de las bajas por depresión entre los docentes, y un 39,9 % de docentes con menos de 15 años de experiencia con síntomas de depresión moderada a severa.
¿Qué provoca el caos en las aulas?
Existen varios indicadores para analizar la situación del alumnado. La salud mental ha empeorado, con un aumento del 47 % de trastornos a raíz de la pandemia. Desde entonces, y en función de los datos más recientes, los suicidios, los intentos y la ideación siguen en aumento.
Las peculiaridades de las generaciones más jóvenes hacen que sea un público duro y difícil de conquistar sin las herramientas adecuadas. Hemos de asumir que están “programados” para obtener satisfacción inmediata de sus experiencias. Estas deben ser de duración e interés suficientes para permitirles mantener un nivel aceptable de atención y concentración. Más allá de ese margen, se frustrarán terriblemente o desconectarán en el mejor de los casos.
Un docente no autoritario en un aula más diversa
Hoy convergen los métodos de instrucción tradicionales propios de sociedades industriales con los enfoques por competencias que buscan preparar a los ciudadanos para una sociedad global y digitalizada. El docente debe aprender maneras de ejercer su autoridad como guía en un aprendizaje más autónomo, a través de metodologías activas. Las aulas son diversas, con un alumnado que requiere mayor personalización.
Esto añade otro fenómeno de alto impacto en las aulas: el aumento progresivo de la presencia de alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo, actualmente casi un millón de escolares, un 12 % del total. Es un paso deseable que se ha puesto en marcha sin apoyo humano adicional ni formación especializada.
Los docentes con una formación estándar se enfrentan en solitario a situaciones nuevas como las de atender a escolares con trastornos del espectro autista o la hiperactividad.
Un nivel sostenible
¿Se acuerdan de la lección sobre los Reyes Católicos, el punto y coma o la hipotenusa? Se retiran de escena frustrados y humillados tras un fracaso absoluto. Debido a la tensión, encadenaron sucesivas entradas en falso, omitieron partes clave del guión, se bloquearon en los “mejores” momentos…
Este es el retrato de un aula “normal”. Existen infinitas gradaciones, pero lo importante es que el nivel estándar sea sostenible. De lo contrario, el cerebro (tanto del docente como de los estudiantes) se encuentra en modo huida, ataque o parálisis, recordemos. No hay espacio para los mecanismos implicados en los procesos de aprendizaje. Se necesitan condiciones ambientales óptimas para que se produzcan. Es preciso “programar” estos mecanismos.
Observación y reflexión
Los primeros comandos que debe ejecutar un docente antes de “programar” al grupo son dos: la observación y la reflexión. De la profundidad y la calidad de este ejercicio dependerá el éxito de cualquier materia que aborde. “Observar” cuáles son los intereses, las costumbres y las características del grupo. “Reflexionar” sinceramente sobre el “qué”, el “para qué” y el “cómo”.
¿Para qué necesitan aprender algo sobre los Reyes Católicos teniéndolo todo a golpe de clic? Más aún, ¿para qué memorizar? ¿Qué aporta a su día a día? ¿Qué nexo existe con nuestro tiempo y qué puede ser tan importante que sin eso no seríamos lo que somos? ¿Para qué es vital aprenderlo? ¿Para tener cultura? ¿Para entrenar al cerebro? Mientras sigan surgiendo interrogantes, debemos permanecer en esa fase hasta encontrar una buena razón.
Crear y alimentar la necesidad de aprender
El siguiente paso es el “cómo” crear la necesidad, alimentarla y seguir sometiéndola a un juicio severo y honesto. Con todo a golpe de clic, ¿qué puede sorprenderles o llamarles la atención? Paradójicamente, las cosas más sencillas, las más emocionales, son nuestra mejor baza y las que captan la atención y generan el clima que necesitamos.
Aquello que les ayuda a desconectar de sus problemas, que suponga un desafío, que les haga descubrirse y sorprenderse a sí mismos, que despierte su sentido del humor… A esto responden. Y también responden si detectan una intención verdadera del docente que desea que desarrollen sus propios mecanismos mediante los que crecer y desarrollarse libres. Hay afecto, generosidad, respeto, compasión.
Y si no funciona, debemos volver sobre nuestros pasos y reelaborar el plan hasta que atinemos mediante sucesivos ensayos y errores sin desistir. Es duro, pero cesa la guerra, que es mucho más agotadora. Mientras, hasta encontrar la “fórmula mágica”, estaremos construyendo nuestra propia dinámica firme y eficiente.
La competencia emocional
Las continuas alusiones en la LOMLOE a la regulación emocional la sitúan en el foco principal de la acción pedagógica y la sugieren como fórmula para “programar” al grupo. Significa que es preciso regular y controlar su energía y todas las variables adyacentes.
Lo que antes llamábamos “tener psicología” ahora se denomina inteligencia emocional, un elemento clave de la neuroeducación. Es una destreza que puede ser una cualidad innata en el docente. En caso contrario, puede desarrollarse.
Era una de las múltiples habilidades de Steve Jobs, que afirmaba que “no es lo que dices, sino cómo lo dices”. Ha llegado el tiempo de integrarlo sistemáticamente en la educación.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.