En un cuartucho oscuro, un hombre con una enorme cruz cristiana tatuada en la espalda se hace a sí mismo un corte en la mano con un puñal, un puñal cuya hoja afilada se desenvaina de una cruz de madera. La mano sangra, pero es como si él no le doliera. Está en trance; de hecho se pasa un dedo ensangrentado por la cabeza casi calva. Y sale.
Llega a un gran acto político en el que se presentan ante una multitud un candidato a presidente y su compañero de fórmula, que es un pastor evangélico. El hombre con el puñal se mezcla entre la gente, se abre paso codo a codo con una expresión acechante que es como la de un tigre o quizás la de un perro salvaje. Mientras los dos políticos sonríen y saludan a decenas de fans, él logra acercarse, engañar a los custodios, por fin treparse a esa pasarela. Un instante después llega el ataque, que es un poco caótico pero resulta, y el puñal termina hundido en la espalda del candidato. Imagínense: la conmoción es total.
Esta es una de las primeras escenas de El Reino, la serie del momento, que está en Netflix y cuenta la historia del pastor Emilio Vázquez Pena, aquel candidato a vicepresidente. Luego del crimen viene la oportunidad: el pastor puede convertirse en el próximo presidente, pero entre intrigas y traiciones —y mientras se prepara para ser el nuevo líder del país— debe descifrar quién es el asesino y cuáles son sus causas. La trama es adictiva y la realización es de calidad.
Los responsables del guión son Marcelo Piñeyro (que dirigió la serie) y Claudia Piñeiro. Él dirigió Tango feroz, Caballos salvajes, Plata quemada y Kamchatka, entre otras películas. Ella es autora de Betibú, Las maldiciones y muchos otros libros. Con Catedrales viene de ganar el Premio Dashiell Hammett, el más importante del gran festival de la novela negra en español: la Semana Negra de Gijón. Piñeyro y Piñeiro se conocieron cuando él adaptó y dirigió el best-seller de ella Las viudas de los jueves, en 2009, y ahora es la primera vez que hacen un guión juntos. “Charlando de ficciones que nos encantan, o de los problemas del mundo que vemos, llegamos más o menos a construir la base de lo que después fue El Reino”, dice Marcelo Piñeyro.
“En lo que coincidíamos era en una mirada de lo contemporáneo”, sigue el director. “Esta contemporaneidad que tiene cosas muy específicas que la diferencian del producto anterior del siglo XXI. Veíamos que había unos niveles de manipulación de la sociedad muy potentes y bastante nuevos. La postverdad, las fake news, la falta de racionalidad en el debate público, la discusión absolutamente emocional y el regreso de las religiones como herramienta política fueron los ejes sobre los cuales construimos El Reino". A la trama la actúan Diego Peretti, Mercedes Morán, Chino Darín, Nancy Dupláa, Joaquín Furriel, Peter Lanzani y Vera Spinetta. Cazzu interpretó la canción original para la apertura de la serie, “Sobre mi tumba”. Y todo se hizo en un formato muy ambicioso:
- Rodar El Reino llevó más de 1.319 horas.
- Más de 90 personas trabajaron en el detrás de escena.
- Hubo alrededor de 3.300 extras.
- Los sets principales tardaron dos meses en ser armados. Se utilizaron más de 50 locaciones y decorados en exteriores como en interiores, y se grabaron escenas en las provincias de Buenos Aires y Jujuy.
- Varias escenas tuvieron lugar en locaciones reales: el Centro Cultural Kirchner, el Movistar Arena, la Legislatura Porteña, el Hotel Alvear y la cárcel de Caseros.
- Se utilizaron más de 100 prendas para los personajes. Trabajaron para esto una docena de sastres, camiseros y modistas guiados por un equipo de vestuario de diez integrantes. Tardaron tres meses y medio para darle vida a todos los personajes de la serie y diseñar sus estilos.
- El vestuario del pastor fue un 90% realización: sus trajes, chaquetas y camisas se hicieron especialmente para la serie, incluso sus pijamas. A su esposa se le hicieron chaquetas, vestidos, camisas y ropa de cama; y a la fiscal, tailleurs.
“Empezamos a trabajar en 2018”, sigue Marcelo Piñeyro, “y veíamos cómo en las tres Américas estas nuevas iglesias evangélicas, que surgen a partir de los predicadores, eran el ariete de una nueva derecha que tiene un objetivo clarísimo de restauración conservadora”.
—¿Consideran que la política argentina está tan corrompida como para recibir a este tipo de personajes?
CP: —La política puede recibirlos, de hecho ya los está recibiendo. Lo que pasa es que no sé si lo que está corrompida es la sociedad, o no. Pero personajes que trabajan con la emocionalidad y que apuntan a insultar al otro, eso ya está en la política. El tema es si la sociedad lo va a aceptar y lo va a promover. Ya sabemos que hay una parte de la sociedad que le gusta ese tipo de personajes. Me da la sensación de que la sociedad todavía no los abraza de la manera que sea necesaria para que se impongan. Pero yo no me aventuro a decir si eso puede pasar o no.
MP: —Es un problema que en estos momentos es global. Lo ves en Europa, por ejemplo, donde las iglesias evangélicas no tienen este arraigo, y no quiere decir que no exista la intención. Se agarran otros personajes de ultras. Algunos del integrismo católico, lo más reaccionario del catolicismo, y otros ni siquiera tienen que ver con la religión. Pero lo que tienen en común es que la apuesta es a los más bajos instintos del ser humano. A los odios, a los rencores, a los temores, a los resentimientos, la apuesta está por allí.
CP:– Yo corregiría, no sé si solamente a los bajos instintos. A los instintos y a lo primitivo, directamente, porque también puede apelar a cosas que no sean negativas. Mucho puede ir desde la bronca, pero también tiene que ver con otras emociones que pueden ser positivas y que está muy bien que uno las tenga. Pero a lo mejor, en el momento de decidir quién querés que gobierne tu país no debería estar eso en cuestión. No me gusta cuando los políticos te hacen odiar, pero tampoco me gusta cuando exageran en el amor, no se los creo. Prefiero que me digan qué van a hacer con la educación y la salud.
—¿Qué podemos hacer como sociedad para evitar que la política continúe degradándose?
MP:— Yo no soy político ni sociólogo ni quiero serlo. Somos gente que contamos historias. Historias que en todo caso parten de reflexiones que tenemos, de dudas, de preguntas que nos hacemos, de inquietudes y temores. Sucede, a veces, como con El Reino, que evidentemente terminan funcionando como un disparador de un debate mucho más amplio del que nosotros soñábamos, inclusive cuando escribíamos. Yo no me quiero poner en un tipo que la tiene clara, lo mío es hacer películas, contar historias y reflexionar como un ciudadano más. Lo que pasa es que en vez de charlar en la esquina del bar, lo hablamos con Claudia y hacemos una serie.
CP:— A mí me interesa pensar, a través de nuestro trabajo, cuál es el aporte que se hace, más allá de contar una historia. Nosotros contamos una historia y eso está claro, y esa historia dio la casualidad de que la gente quería que se la contará y eso generó debate, que no siempre sucede. De todos modos, así como el médico tiene ciertos saberes que aporta, la industria tendrá otros y el maestro tendrá otros, nosotros, como sabemos contar historias, conocemos el manejo de los discursos. Entonces, muchas veces al contar estas historias también mostramos discursos de otros de un modo que puedan resultar más fáciles de entender a la gente. Eso fue lo que sucedió con El Reino. Se toma una ficción como algo que es real, pero no lo es, aunque sí te puede llevar a leer cosas de la realidad que a lo mejor si querés profundizar.
TAMBIÉN PODÉS LEER
—¿Los escritores y directores de cine son intérpretes (o traductores) de lo que está pasando?
CP:— Antonio Tabucchi dice que tenemos antenas, que detectamos lo que está pasando. Tenemos la posibilidad de pasarlo rápidamente a palabras. Hay una rapidez de detectar, pasar la palabra y mostrar muy rápido. Lo único que es importante es contarle al otro que esto no es la realidad, sino una representación.
—La Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), una organización conservadora y ligada a sectores políticos, lanzó el 19 de agosto una carta abierta contra El Reino y especialmente contra Claudia Piñeiro. La acusó de “comportamiento fascista”, “contaminación ideológica” y de atacar la cultura evangélica. Pero el apoyo a Piñeiro fue masivo. ¿Cómo les cayó esa carta?
MP:— Cayó muy mal, muy mal. Primero porque todo intento de censura, todo intento de recortar la libertad de expresión por más disfrazado que esté, me suena tan regresivo y tan en el centro de lo que, de alguna manera, la serie reflexiona, que me cae mal y me asusta. Segundo, claramente no habían visto la serie porque decían, por ejemplo, que la serie no contaba el importante trabajo social que hacen las iglesias en cárceles o en barrios carenciados, y la serie específicamente cuenta eso. Por otro lado, se la agarraron específicamente con Claudia: fue un misil contra Claudia porque es mujer, porque es feminista, porque ha luchado por la incorporación de derechos para las mujeres y la sociedad. Creo que de alguna manera, representaba para ellos todo lo que no debería ser. Pero por otro lado, también me enojaba mucho porque creo que trataban de poner como que, de alguna manera, la serie señala sobre ciertas iglesias evangélicas era hacia todo el mundo evangélico. La serie señala a las grandes corporaciones económicas evangélicas. A esas familias que tienen el negocio de la religión y que no tienen ningún límite y que deciden entrelazarse con el poder político para hacer una herramienta de ese poder. Entonces, del que tiene un templo en un barrio carenciado, que tiene un contacto absoluto con sus vecinos, la serie no habla de él. O, en todo caso, habla positivamente de él.
CP:— También la carta es muy interesante para analizarla en términos de desarmado de discursos. Habla de que el arte tiene que ser algo puro o algo por el estilo. Uno al leer eso tendría que preguntarse a qué se refiere, quién es el puro, porque el señor éste que escribió la carta dijo que yo era una resentida feminista. ¿Quién determina la pureza? ¿Por qué un artista tiene que hacer arte puro? ¿Qué significa el arte puro en el siglo XXI? Podrías tomar renglón por renglón de la carta, hacer un análisis de ese discurso y creo que te lleva a lugares de una oscuridad que asusta realmente. Y otra cosa para mí y para destacar es que si yo tuviera que hacer un análisis de discurso de esa carta, le mostraría a mis alumnos cómo podés ir sin ánimo de censura… y lo que estás haciendo es un intento de censura. Por supuesto que es una censura indirecta. Busca amedrentar, asustar, hostigar, generar un disciplinamiento: es lo que se utiliza ahora muy especialmente contra las mujeres. Yo tuve un montón de apoyo de Argentores, la Unión de Escritores, distintas organizaciones y personas. Pero hay otras guionistas que a lo mejor no logran generar tanto conocimiento de su causa como para que salga todo el mundo tan rápido para apoyar… Y te digo, cuando recibí la carta de ACIERA me puse a llorar del miedo porque yo le tengo miedo a ACIERA. Yo le tengo miedo porque es una organización muy poderosa y con mucho vínculo con el poder político de Argentina, y a mí me da miedo. Primero me asusté, me asusté muchísimo y pensé en no escribir más. Es lo primero que pensé. Después, cuando sentís el apoyo de todos los demás, decís: “Bueno, no. ¿Por qué no voy a escribir?”. Ahora, estos aprietes no son para que escribas o no escribas. Son para que cuando escribas, pienses: “¿Digo esto? De nuevo me van a mandar una carta. ¿Y qué hago?”.
—¿Toda política es novela negra?
MP: —Yo creo que eso es como la historia de la humanidad. Siempre ha habido zonas de corrupción en el poder, siempre.
CP: —No. Por supuesto que hay gente que no hace todo con corrupción, pero eso no da pie para contar una historia. Las historias tienen conflictos y para que haya un conflicto tiene que haber algo del género negro o de algún otro género. Vos tenés que encontrar esos lugares y me parece no es solamente acá. Borgen en Dinamarca, o House of Cards: está lleno de historias donde hay cosas que tienen que ver con la política y donde hay corrupción. Y la corrupción, la mentira, la manipulación son conflictos interesantes para trabajar.
MP: —Y, aparte una cosa, yo creo que la política sigue siendo la única herramienta que tiene la sociedad para transformarse y hacerse mejor. Por lo cual, señalar sus zonas de corrupción no es estar en contra la política; por el contrario, es estar a favor de la política para que se limpie y pueda ejercer su rol de transformar la sociedad a una sociedad mejor. Entonces, en todo caso, señalar esa corrupción nunca es condena. No tiene por qué serlo, al menos.
—Y por último, ¿qué puede ofrecerle Argentina al mundo con sus producciones audiovisuales?
MP: —Yo creo que aquí tenemos una gran industria audiovisual. La serie El Reino, más allá de que te guste o no te guste, de que artísticamente te parezca interesante o no, demuestra un estándar de producción en lo audiovisual competitivo con el mejor del mundo. Los efectos digitales fueron hechos acá, todo fue acá. Yo creo honestamente en lo local para contar y a partir de allí, viajar. El Reino es una gran demostración. Me ha pasado como en Kamchatka, que tenía una temática hiperlocal y funcionó mejor fuera de Argentina que en Argentina. Eso no te pone un límite.
CP: —Yo creo que lo que tiene Argentina es mucho talento actoral, técnico, de escritores, guiones, etcétera. Y, a veces, con algunos inconvenientes operativos prácticos, porque grandes streamings deciden hacer las cosas en Brasil o en México porque les resulta mucho más sencillo desde el punto de vista de la operación de la empresa. Permanentemente está ese tire y afloje. “Me gustaría hacerlo en Argentina con esta gente que busca estas locaciones, que hace esto técnico, que me da estándares de calidad… pero me resulta mucho más fácil hacerlo en este otro país que me da ciertas cuestiones”. Yo no sé cuáles son esas cuestiones porque yo no soy la empresa, pero sí creo que ahí habría que, a lo mejor, incentivar un poco más esas producciones locales para que tanto talento se pueda exportar.