Frescas, sanas, de estación y de cercanía. Las verduras que producen los huerteros y quinteros del Programa de Agricultura Urbana que desde hace 20 años existe en Rosario tienen todos los atributos que garantizan su calidad y llegan sin intermediarios a los consumidores. Con varios premios a nivel internacional (el último, en julio pasado, fue el Premio a las Ciudades 2020/2021 del Centro Ross para las Ciudades Sostenibles del Instituto de Recursos Mundiales), esta política pública nacida como respuesta a la explosión social y económica del 2001 ―que dejó a más de la mitad de los habitantes de la ciudad bajo la línea de pobreza― se fue convirtiendo, con el paso de los años, en una marca registrada y en una aliada para la gran crisis de este tiempo: la socioambiental.
A sus objetivos iniciales de funcionar como una palanca para impulsar la seguridad alimentaria y la inclusión social mediante la generación de puestos de trabajo y de la producción local de verduras, el programa sumó otras virtudes que son urgencias: mejorar la resiliencia climática de la ciudad y reducir su huella ambiental, al disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Esto se explica, en gran parte, por el método elegido para llevar adelante la producción: el agroecológico, que se apoya en el manejo del suelo y no en el uso de insumos químicos y que pondera de igual manera la sustentabilidad económica, la social y la ambiental.
Pero además de lo técnico existe un factor determinante: el humano, expresado en forma de trabajo colectivo. “Cuando pensamos este programa con Antonio (Lattuca, ingeniero agrónomo y precursor de la iniciativa) y algunos capacitadores surgió una alianza interesante con el Gobierno local que supo plantear una política pública, con el ProHuerta del INTA a nivel nacional y con una ONG local como el Cepar (Centro de Estudios de Producciones Agroecológicas de Rosario) con trabajo en el terreno. En esa alianza estuvo nuestra fortaleza, más que en las personas individuales”, dice con claridad Raúl Terrile, ingeniero agrónomo y parte del equipo municipal que, desde el principio, vio que este proyecto era urgente e importante, por partes iguales.
En 2016, el PAU se complementó con otro proyecto para el periurbano, llamado Cinturón Verde (a cargo de Terrile), que redobló la apuesta al pasar de la escala de la huerta (pequeña superficie) a la de la quinta (mayor superficie). A grandes rasgos, los huerteros trabajan en terrenos fiscales, tanto municipales como nacionales, mientras que los quinteros en general arriendan a privados. En la mayoría de los casos, se trata de personas que ya tenían experiencia con cultivos o con las labores agrícolas y que encontraron, en estos dos programas, una nueva oportunidad.
El desafío de escalar
Una primera rareza de esta política pública municipal rosarina es su continuidad. Así resume Terrile la historia: “Hace 25 años que estamos con esto, que empezó con el ProHuerta y luego tuvo el desafío de ir un poco más allá y saltar de los parques huertas, que tienen tres hectáreas, al cinturón verde de la ciudad, para demostrar que el sistema podía pasar de la huerta a la quinta, hacia un sistema hortícola más grande”.
Si bien el grueso de la experiencia es a pequeña escala, el desafío de la producción agroecológica de alimentos es llevar ese paradigma a los cultivos extensivos, con grandes dimensiones de terreno.
“Sabemos que funciona, pero han faltado políticas estatales de promoción para dar ese salto de escala. Hay que tener en cuenta que el suelo está tan degradado que, para que la agroecología se exprese, primero tenemos que reconstruir un paisaje productivo sano con políticas de apoyo”, puntualiza el agrónomo, que en la actualidad es el coordinador del Programa Alimentario de la Secretaría de Desarrollo Económico y Empleo municipal, así como el coordinador del proyecto Cinturón Verde.
En la actualidad, el PAU rosarino cuenta con 7 parques huerta e incluye a más de 300 huerteros y huerteras (el 60 % son mujeres) que producen mediante técnicas agroecológicas alimentos saludables. La superficie total destinada al programa, según el Gobierno local, es de unas 30 hectáreas para la agricultura urbana y de casi 120 hectáreas en lo que se denomina el cinturón verde, ya en el periurbano rosarino.
De estas huertas y quintas salen, cada año, miles de toneladas de hortalizas y verduras producidas bajo un paradigma agroecológico, que se comercializan en 39 puntos de venta (ferias, verdulerías y entrega de bolsones) en diferentes lugares de la ciudad, con lo que se evitan los costos y la contaminación del transporte y se garantiza la frescura de los alimentos a los consumidores.
Sobre el paradigma productivo, dice Terrile: “La agricultura convencional se apoya en los químicos, mientras que la agroecología propone el camino inverso: reconocer que se trata de un sistema complejo y manejarlo como tal, empezando a ver las relaciones entre el suelo, las plantas, los animales y las personas”. Una vez que se empieza a recrear un paisaje productivo sano, agrega, el productor empieza a ver que cada vez es menos necesario el uso de agroquímicos.
“El modelo convencional se identifica con todo lo que es ‘-cida’: biocidas, insecticidas, pesticidas, y eso significa muerte. En cambio, la agroecología es ‘bio-’: vida. Expresa la biodiversidad y las relaciones naturales más que la competencia, hay una regulación biótica”, sostiene el especialista, para quien existe una diferencia clave en el rol que tienen los ingenieros agrónomos en los dos sistemas: mientras que en la agroecología se busca que todo el sistema funcione, en la agricultura convencional el foco está puesto en una planta determinada.
Productores en transición
Javier Tolaba es productor hortícola y lleva toda una vida trabajando la tierra, primero bajo la forma convencional y en los últimos años, ya volcado a la agroecología. “Soy de origen boliviano pero hace muchos años que vivo y trabajo acá, donde nacieron mis 6 hijos. Siempre trabajé la tierra, de chico con mi papá, que me enseñó el oficio”. Javier es uno de los productores de las quintas que componen el llamado cinturón verde rosarino y conoció el modelo agroecológico hace seis años, a través de capacitadores de la municipalidad.
“Muchos no se animaban, pero mi hermano y yo empezamos con esto con media hectárea y ahora tenemos 3 hectáreas”, explica y agrega que ahora producen casi 10 variedades de verduras que comercializan en bolsones y también en las ferias de venta directa, así como en algunas verdulerías.
Para Javier, cambiar la forma de trabajo fue casi una sanación: “En ese momento no lo sentíamos así, pero ahora me doy cuenta de que los químicos me hacían mal, yo fumigaba con la mochila al hombro y me dolía la cabeza”, recuerda.
Tras el contacto con los promotores municipales, comenzó a trabajar el suelo y los cultivos de otra forma: “Los primeros años no se veía mucha diferencia en la calidad de las verduras porque el suelo estaba infértil. Pero ahora el cambio es notable: usamos abonos naturales y hay microorganismos en la tierra. Antes no había lombrices y ahora hay por todos lados”, describe. Y agrega que la verdura “cambió un montón y la tierra también”.
TAMBIÉN PODÉS LEER
Agenda 2030
A la par de los parques huertas y el cinturón verde, la ciudad desarrolló un banco de semillas en el Centro Agroecológico de Rosario (CAR), donde se almacenan alrededor de 400 especies y variedades de plantas, en su gran mayoría comestibles. El banco funciona gracias a un programa de padrinazgo que, dos veces por año, reparte semillas a voluntarios que bajo la supervisión de los coordinadores del CAR pueden aprender cómo se cultivan. Una vez que la planta prospera, esos voluntarios regalan partes de las nuevas semillas al banco, que así garantiza su continuidad.
En los últimos años, mientras crecía la conciencia sobre la necesidad de cuidar el ambiente a la luz del calentamiento del planeta y de la aceleración de la crisis climática, el Programa de Agricultura Urbana mostró que no solo era una estrategia de contención social y de producción de alimentos saludables, también se convirtió en un aliado para avanzar hacia una ciudad más resiliente y mejor adaptada a las consecuencias del nuevo clima.
En ese punto, su filosofía productiva se alineó con la Agenda 2030, un programa respaldado por Naciones Unidas que busca mejorar la sustentabilidad de las actividades humanas en el corto plazo, con la participación de los Estados y organizaciones de la sociedad civil.
Entre los varios objetivos de esa agenda que la agricultura urbana ayuda a cumplir, están el de “Hambre cero”, gracias a las mejoras en seguridad alimentaria y alimentación saludable desde una agricultura sostenible, y el de “Trabajo decente y crecimiento económico”.
Desde un registro estrictamente ecológico, que haya tierras dentro de la ciudad y en su periurbano destinadas a la agricultura ayuda a reducir el riesgo de inundaciones y a bajar la temperatura atmosférica. Hoy, producir y consumir alimentos agroecológicos son prácticas cotidianas en Rosario.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 16 de noviembre de 2022.
Podés leer este contenido gracias a cientos de lectores que con su apoyo mensual sostienen nuestro periodismo humano ✊. Bancá un periodismo abierto, participativo y constructivo: sumate como miembro co-responsable.