La sociedad estadounidense está dividida en dos. En la elección presidencial de 2020, 81 millones de personas votaron por Joe Biden, mientras que otros 74 millones votaron por Donald Trump. Muchas personas fueron a las urnas a votar en contra del adversario en vez de apoyar con entusiasmo a su propio candidato.
Aunque esta intensa polarización es distintiva de Estados Unidos, pues nace de un fuerte sistema bipartidista, las emociones antagónicas detrás de ella no lo son.
Gran parte del atractivo de Trump se basaba en un mensaje clásicamente populista –una forma de política que está presente en todo el mundo– que critica a las élites dominantes en nombre de la gente común.
La resonancia que tiene ese discurso implica que el tejido social en Estados Unidos se está deshilachando en sus bordes. Los sociólogos se refieren a esto como un problema de integración social. Algunos académicos argumentan que las sociedades están bien integradas solamente cuando la mayoría de sus miembros tienen vínculos cercanos con otras personas, creen que son respetados por otros y comparten un conjunto común de normas e ideales sociales.
Aunque la gente votó por Donald Trump por varias razones, existe evidencia creciente de que mucho de su atractivo se basa en problemas de integración social. Al parecer, Trump aseguró un fuerte apoyo por parte de aquellos estadounidenses que sienten que han sido empujados a los márgenes de la sociedad dominante y quienes han perdido la fe en los políticos.
Esta perspectiva es relevante para entender por qué el apoyo a los políticos populistas ha ido aumentando en todo el mundo. Este desarrollo es objeto de un amplio debate entre quienes dicen que el populismo se deriva de las dificultades económicas y otros que enfatizan el conflicto cultural como la fuente del populismo.
Comprender la base del populismo es esencial para abordar su alza y amenaza a la democracia. Creemos que entender el populismo, no como el producto de problemas económicos o culturales, sino como resultado de que la gente se siente desconectada, no respetada y siente que su pertenencia a la sociedad es negada, dará lugar a respuestas más útiles sobre cómo detener su crecimiento y fortalecer la democracia.
No solo en los Estados Unidos
Un investigador y encuestador del partido Demócrata descubrió que el apoyo a Trump en 2016 abundaba entre las personas con poca confianza en los demás. En 2020, una encuesta encontró que “votantes socialmente desconectados eran más propensos a ver a Trump de manera positiva y apoyar su reelección que aquellos con redes personales más sólidas”.
Nuestro análisis de datos de encuestas de 25 países europeos sugiere que este no es un fenómeno puramente estadounidense.
Estos sentimientos de marginación social y la correspondiente desilusión con la democracia brindan a los políticos populistas de todos los matices y de diferentes países la oportunidad de afirmar que las élites dominantes han traicionado los intereses de sus ciudadanos trabajadores.
En todos estos países, las personas que participan en menos actividades sociales, desconfían de quienes les rodean y sienten que sus contribuciones a la sociedad pasan desapercibidas en gran medida, tienen mas probabilidades de tener menos confianza en políticos y baja satisfacción con la democracia.
La marginación afecta a la votación
Sentimientos de marginación social –reflejados en bajos niveles de confianza social, compromiso social limitado y la sensación de que uno no es respetado socialmente– están también relacionados con la decisión de la gente de acudir a votar y con la manera en que lo hace.
La gente que está socialmente desconectada tiene menos probabilidades de votar. Pero, si decide hacerlo, es mucho más probable que apoye candidatos populistas o partidos radicales, en cualquier lado del espectro político. Ese comportamiento es más infrecuente en personas que están bien integradas en la sociedad.
Esta relación permanece fuerte incluso después de otros factores, como el género o la educación, que quizás expliquen también el voto por políticos populistas.
Existe una correspondencia sorprendente entre estos resultados y las historias contadas por personas que encuentran atractivos a los políticos populistas. Desde votantes de Trump en el sur de Estados Unidos hasta partidarios de la derecha radical en Francia, una serie de etnógrafos han escuchado historias sobre fallas en la integración social.
Mensajes populistas como “recuperar el control” o “haz que América sea grandiosa de nuevo” encuentran una audiencia receptiva entre las personas que se sienten empujadas a los márgenes de su comunidad nacional y privadas del respeto que se les otorga a sus miembros.
Intersección de economía y cultura
Una vez que el populismo es visto como un problema de integración social, se vuelve evidente que posee raíces económicas y culturales que están profundamente entrelazadas.
La dislocación económica que priva a las personas de trabajos decentes las empuja a los márgenes de la sociedad. Pero también lo hace la alienación cultural nacida cuando las personas, especialmente fuera de las grandes ciudades, sienten que las élites dominantes ya no comparten sus valores y, lo que es peor, ya no respetan los valores por los que han vivido sus vidas.
Estos desarrollos económicos y culturales han formado la política occidental por mucho tiempo. Por lo tanto, los fracasos electorales de abanderados populistas como Trump no necesariamente presagian la desaparición del populismo.
La suerte de cualquier político populista puede fluir y refluir, pero agotar la reserva de marginación social de la que dependen los populistas requiere un esfuerzo concertado de reforma dirigida a fomentar la integración social.
Noam Gidron, es profesor asociado de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalem. Peter A. Hall es profesor de estudios europeos de Harvard.
© The Conversation. Republicado con permiso.