Antes de ser presidente de Estados Unidos, Donald Trump construyó un personaje de telerrealidad cimentado en el slogan “Estás despedido”. Ahora, es él a quien el pueblo estadounidense despidió de su cargo. Y, la derrota de Trump también ha asestado un golpe demoledor a los populistas nacionalistas en Europa y otros lugares. ¿Podría llegar a ser letal este golpe?
Los pantanos que fecundan el nacionalismo populista no han sido drenados. Demasiadas personas siguen frustradas por la pérdida percibida (o esperada) de su condición económica y social, y se sienten ignoradas o difamadas por los políticos de la corriente principal.
El estancamiento salarial, la desindustrialización y la injusticia económica continúan siendo desafíos serios. Muchas personas están convencidas de que la inmigración y el cambio cultural representan una amenaza para su seguridad y forma de vida. La crisis del COVID-19 ha agravado estas ansiedades.
La persistencia de estos temores y frustraciones se reflejó en el resultado de las elecciones estadounidenses. Si bien el presidente electo Joe Biden obtuvo una cifra en las urnas que sobrepasa por más de cinco millones de votos la obtenida por Trump (una ventaja de 3,4 puntos porcentuales), más de 72 millones de estadounidenses aún emitieron su voto a favor del presidente saliente.
No obstante, Biden ha demostrado que se puede derrotar al populismo, y no sólo con más populismo. Lejos de emplear las tácticas de los populistas, es decir, sin tener que rendir pleitesía a los prejuicios, ni respaldar las visiones del mundo que los votantes con tendencias populistas nacionalistas mantienen, Biden construyó una amplia coalición electoral en torno a la promesa de cambio positivo, moderación sobria y gobernanza competente.
Esta es una lección crucial para los partidos políticos de centro-izquierda y centro-derecha de Europa, mismos que en ocasiones sucumbieron a la tentación populista, es decir, hicieron resonar y repitieron los puntos de vista socialmente conservadores y antiinmigrantes de dichos votantes, con el propósito de intentar ganar sus votos.
La derrota de Trump también equivale a una advertencia para otros populistas de extrema derecha, como el presidente brasileño Jair Bolsonaro y el primer ministro húngaro Viktor Orbán. A principios de este año, Orbán proclamó: “Solíamos pensar que Europa era nuestro futuro, hoy sabemos que nosotros somos el futuro de Europa”.
Sin embargo, con la derrota de Trump, sus palabras suenan vacías. Incluso si estos líderes continúan siendo populares por el momento – en el caso de Bolsonaro, gracias a generosos bonos COVID-19 entregados a los ciudadanos – el ascenso o la persistencia del populismo de extrema derecha no es para nada un hecho inexorable.
Más allá de hacer añicos esta narrativa egoísta sobre la inevitabilidad de los hechos, la derrota de Trump desacredita sus políticas profundamente defectuosas, reduciendo de esa manera su atractivo para los demás. A lo largo de los últimos cuatro años, Trump ha seguido un enfoque que pretende, descaradamente, situar a “Estados Unidos primero”, pisoteando los tratados comerciales y haciendo un uso incorrecto de las sanciones para intentar brindar ventajas a las empresas y trabajadores estadounidenses.
Dentro de este contexto, parecía casi ingenuo que otros, incluidos entre ellos los gobiernos europeos, buscaran soluciones multilaterales y cooperativas de mercado abierto. A la par de que los políticos de la corriente principal se inclinaban hacia el proteccionismo, el nacionalismo económico extremo abrazado por el partido francés Agrupación Nacional (anteriormente el Frente Nacional) – cuyos líderes están a favor de situar a “Francia y al pueblo francés primero” – se mostraba, crecientemente, como una alternativa razonable. Además, tal como explico en mi nuevo libro, Them and Us: How Immigrants and Locals Can Thrive Together, la retórica xenófoba de Trump y su inducción hacia el pensamiento nativista abrieron el camino para políticas de inmigración duras, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.
Por supuesto, algunos gobiernos europeos no necesitaban ningún estímulo para demonizar a los musulmanes, erigir vallas fronterizas de alambre de púas o detener a solicitantes de asilo en campamentos miserables; de hecho, comenzaron a hacerlo antes de que Trump fuera elegido, sobre todo durante la crisis de los refugiados del período 2015-2016.
Sin embargo, las acciones del gobierno de Trump – que incluyen la separación de los niños de sus padres y su detención en condiciones horribles, la deportación de solicitantes de asilo sin el debido proceso, la prohibición de ingreso a inmigrantes provenientes de países de mayoría musulmana, y la construcción de un muro en la frontera de Estados Unidos con México – dieron un gran impulso a las fuerzas antiinmigrantes de Europa.
Como muestra de lo antedicho, Matteo Salvini, el líder del partido italiano de extrema derecha La Liga y ministro del Interior de su país entre los años 2018-2019, se deleitó del estatus que obtuvo cuando lo llamaron el “Trump de Italia”, por impedir que barcos que transportaban migrantes rescatados atracaran en los puertos italianos.
Cuando en el año 2018 el gobierno de Trump se negó a aceptar el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, nueve gobiernos de la Unión Europea – así como gobiernos de otros países, como el de Australia – siguieron el ejemplo de Trump.
Biden dará un ejemplo muy distinto, que probablemente fortalezca a los internacionalistas y debilite a los nacionalistas en Europa. Sin duda, el presidente electo – tal como actúan, en líneas generales, los miembros del partido Demócrata– no ejerce presión a favor de un libre comercio y una inmigración sin restricciones.
Pero, Biden sí reconoce los beneficios en materia de política exterior que conlleva la cooperación comercial con los aliados europeos de Estados Unidos y se ha comprometido a revertir algunas de las políticas de inmigración más polémicas del gobierno de Trump a los pocos días de asumir el cargo, así como a reformular el sistema de inmigración de los Estados Unidos a más largo plazo. Biden también descartará el enfoque de Trump respecto al cambio climático, comenzando por reincorporar a Estados Unidos al acuerdo climático de París el primer día de su presidencia.
Con la desaparición de Trump del escenario, los políticos populistas no sólo tendrán una menor legitimidad dentro de sus propios países, sino que sus gobiernos se enfrentarán a un precio internacional más alto por sus posturas nacionalistas. Trump fue un poderoso aliado de los gobiernos nacionalistas de Europa, especialmente en Hungría y Polonia.
Cuando el partido gobernante de Polonia, Ley y Justicia, provocó peleas con Alemania y desafió las políticas de la UE en materia de asilo, independencia judicial y en muchos otros ámbitos, se sintió confiado en que, incluso en caso que sus socios europeos le dieran la espalda, Trump iba a protegerlo de otros, como por ejemplo de la Rusia revanchista de Vladimir Putin. Con Biden en la Casa Blanca, el gobierno polaco sentirá mayor presión para ser constructivo.
Lo mismo se aplica al Primer Ministro británico Boris Johnson. Trump defendió el Brexit por considerarlo como una expresión de soberanía y alentó a Johnson para que adopte una línea dura ante la Unión Europea, ofreciéndole la posibilidad de un acuerdo comercial bilateral como premio por ello.
Biden no es admirador del Brexit – o, como uno podría suponer, tampoco lo es de Johnson, ya que es poco probable que Biden haya olvidado el desprecio de tintes racistas sobre la ascendencia “parcialmente keniata” del presidente Barack Obama que Johnson exteriorizó durante la campaña del referéndum.
Además, Biden, quien con frecuencia ha hablado sobre sus ancestros irlandeses, expresó con claridad que no aceptará ninguna amenaza a la paz en Irlanda del Norte. Ahora que se está acabando el tiempo para negociar un acuerdo comercial posterior al Brexit, Johnson está sometido a una presión mucho mayor para concertar dicho convenio.
En resumen, el nacionalismo populista no está muerto. Pero puede ser derrotado, y es probable que la caída de Trump haga que ello sea más fácil. La pregunta final es: ¿tienen los europeos la capacidad necesaria para asumir esta importante tarea?
Philippe Legrain, ex asesor económico del presidente de la Comisión Europea, es miembro sénior visitante del Instituto Europeo de la London School of Economics y es autor de Them and Us: How Immigrants and Locals Can Thrive Together.
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