El currículo que se enseña en un colegio se planifica teniendo en cuenta los espacios y los tiempos. Esta disposición nos da una idea de las prioridades y de la importancia que otorgamos a algunos temas y actividades formativas.
La organización espacio-temporal del centro escolar, tanto externa como interna, nos habla del tipo de relaciones personales, sociales y culturales que mantenemos con la comunidad. Los espacios se convierten en mediadores entre el currículo y la formación mediante las vías de comunicación que crean los colegios en colaboración con las familias y la comunidad, a través de los consejos escolares.
Rediseñar los espacios para desarrollar más competencias
El diseño de estos espacios se convierte en una necesidad urgente para que se puedan desarrollar las competencias afectivas, sociales y motoras.
Ahora bien, el espacio por sí solo no es capaz de transformar la realidad, necesita del tiempo, que es el valor más preciado en la formación de la persona a lo largo de la vida, unido a otras realidades del día a día.
Aquellos que estamos convencidos de la importancia que tiene el “tiempo emocional” en la formación integral de la persona lo incluimos dentro de los contenidos que hay que aprender. Es decir, hay que enseñar a nuestros estudiantes a gestionar y administrar el curriculum vitae.
No es suficiente con la mera planificación de lo que hay que enseñar, sino que debemos tener en cuenta dónde lo vamos a trabajar, en qué condiciones lo enseñamos y lo planificamos. Por supuesto, debemos buscar espacios abiertos e interactivos para que podamos trabajar las capacidades que hacen más humanas a las nuevas generaciones e incorporen en sus esquemas de acción otros valores que les permitan aprender a organizar un tiempo para sí mismos.
Los centros escolares deben ser espacios de comunicación e información verbal, visual, gestual y simbólica. Por ello, la organización del centro debe estar al servicio de la comunicación en sus diferentes modalidades y facetas a través de los códigos culturales y sociales creados en los propios centros educativos.
Así, la organización espacio temporal está formada por un código que permite comunicarse, hablar y transmitir información, valores, actitudes y comportamientos que nos informan e iluminan sobre lo que los alumnos están haciendo, cómo lo están haciendo y lo que los profesores queremos seguir haciendo.
El lugar idóneo para desarrollar “otras” destrezas
Los espacios abiertos en los colegios están cargados de signos y símbolos que nos ayudan a comunicarnos y a desarrollar otro tipo de contenidos relacionados con las actitudes. Además, en estos espacios abiertos se desarrollan valores, habilidades y destrezas muy ricos para la formación integral de nuestros estudiantes, pero que en muchos casos pasan desapercibidas por una falta de planificación y de claridad sobre el perfil de personas que queremos formar en la sociedad del conocimiento del siglo XXI.
Este tipo de aprendizajes no se pueden trabajar en espacios cerrados, como es el aula tradicional. Para ello, se necesitan espacios abiertos y versátiles, de forma que permitan la realización de actividades interactivas y participativas en los colegios con un enfoque inclusivo.
Si los espacios son importantes para los padres, educadores y comunidad en general, se supone que debemos diseñarlos para que sean flexibles, polivalentes y abiertos a la comunidad, de manera que la formación se pueda desarrollar en diferentes escenarios de aprendizaje y en diferentes tiempos.
Pensamos que el aula como espacio cerrado debemos dejarla solo para aquellas situaciones de aprendizaje en las que los alumnos necesiten trabajar capacidades relacionadas con la conducta que precisan de un ambiente más individualizado.
La actitud hay que trabajarla en espacios abiertos
Es importante tener muy claro que la forma en la que diseñamos los espacios nos condiciona el tipo de aprendizaje que podemos desarrollar. Así, los contenidos que tienen que ver con la actitud y las relaciones sociales deben trabajarse en espacios abiertos y flexibles. De lo contrario, estos quedarán ocultos en el currículo, inhibiendo y restando potencialidades y posibilidades a nuestros alumnos.
Por ello, es urgente la reflexión y reorganización de las actividades escolares externas al aula, como los juegos que se practican en el patio del colegio, a veces sin ningún tipo de planificación previa. Sin ninguna dirección ni sentido, quedan vacíos de contenido y relegados a la actividad por la actividad para consumir un tiempo en un espacio determinado, pero no contribuyen a la realización, a la ayuda y a la transformación de algunas actitudes y conductas de la persona.
Esta reflexión nos lleva a plantearnos como educadores que gran parte de la información la iniciamos en los espacios cerrados (aulas) para que puedan desarrollarse como aprendizajes significativos, pero que nuestros objetivos solo podrán alcanzarse si somos capaces de diseñar actividades formativas a través del juego en espacios más versátiles y abiertos, de forma que se puedan desarrollar metodologías colaborativas y cooperativas a través de diferentes herramientas, tanto espaciales como virtuales. Esta actitud de apertura ayudará a una elasticidad mental, a una capacidad para interactuar con otros alumnos compartiendo la autonomía y la plasticidad mental.
Planificación del patio
Las actividades que se desarrollan en el patio del colegio u otros espacios abiertos deben planificarse previamente como una continuación del currículo que se inició en el aula.
Para ello, buscamos otros espacios para desarrollar algunas capacidades motoras, sociales y afectivas que son fundamentales para el desarrollo integral de cualquier persona equilibrada y que no se pueden aplicar y complementar en el aula ordinaria.
Los diseños de estas actividades deben cumplir con los mismos criterios de rigor científico que el resto de las capacidades, así como la aplicación de los criterios técnicos para valorar, evaluar y finalmente calificar.
Para ello, es imprescindible que padres y profesores tengamos bien interiorizado que para el equilibrio emocional de la persona son igualmente importantes los objetivos y actividades de carácter más académico que los de carácter expresivo-formativo. Si no damos un paso al frente en estas dos dimensiones de forma equilibrada y proporcional, según la edad y los intereses de los alumnos, seguiremos repitiendo las mismas rutinas algorítmicas de siempre sin ninguna meta.
De cómo hagamos las cosas depende que podamos desarrollar ciertas potencialidades en nuestros alumnos, como pueden ser las habilidades para comunicarse con los demás y las capacidades para empatizar, que les facilitan las relaciones personales y lúdicas, así como incorporar valores, quizá inhibidos en una sociedad que corre mucho, y a veces pierde el sentido.
Todo esto me lleva a preguntarme: ¿Es posible instrumentalizar a una persona sin una adecuada planificación de los espacios y los tiempos?
José María Ruiz Ruiz, Profesor titular de Organización y Evaluación Curricular en la Facultad de Educación, Universidad Complutense de Madrid