El Pacto Verde de Europa es una fuerte señal de que la social democracia no está muerta- RED/ACCIÓN

El Pacto Verde de Europa es una fuerte señal de que la social democracia no está muerta

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El acuerdo anunciado por la Comisión Europea en el marco de la COP25 tiene como objetivos fundamentales alcanzar una “neutralidad climática” (emisiones netas de gases de efecto invernadero cero) en 2050. El acuerdo es una demostración de que una economía mixta, que combina mercados, regulación, el sector público y la sociedad civil es una buena receta para diseñar e implementar políticas públicas.

Europa lo ha hecho. El Pacto Verde Europeo anunciado por la Comisión Europea es el primer plan integral para alcanzar un desarrollo sostenible en cualquier región mundial importante. Como tal, se convierte en un hito global –una guía de “cómo proceder” para planificar la transformación hacia una economía próspera, socialmente inclusiva y sustentable desde un punto de vista ambiental.

Sin duda, las tareas que enfrenta la Unión Europea son abrumadoras. Hasta leer el nuevo documento resulta abrumador: un aparente maremagno de planes, consultas, marcos, leyes, presupuestos y diplomacia, y muchos temas interconectados, que van de la energía y el transporte a los alimentos y la industria.

Los críticos se burlarán de la burocracia europea. Pero esto es burocracia en el mejor sentido weberiano: es racional. Los objetivos de desarrollo sostenible están detallados claramente; las metas están basadas en objetivos sujetos a plazos determinados; y los procesos y procedimientos están establecidos en línea con las metas. Los objetivos fundamentales son alcanzar una “neutralidad climática” (emisiones netas de gases de efecto invernadero cero) en 2050; una economía circular que ponga fin a la contaminación destructiva causada por los plásticos y otros petroquímicos, pesticidas, desperdicios y sustancias tóxicas; y un sistema alimentario “de la granja al tenedor” que ni mate a la gente con una dieta excesivamente procesada ni mate a la tierra con prácticas agrícolas insostenibles.

Y la Comisión Europea entiende que ésta debe ser una estrategia basada en los ciudadanos. Una vez más, los críticos considerarán que las conversaciones sobre consultas públicas son una banalidad ingenua. Pero díganselo al presidente francés, Emmanuel Macron, que ha enfrentado disturbios callejeros durante más de un año; o al presidente chileno, Sebastián Piñera, cuyo país de repente estalló en protestas este año después de la introducción de un pequeño incremento en las tarifas del metro. Tanto Macron como Piñera son ambientalistas ejemplares. Ambos han comprometido a sus países a una neutralidad climática en 2050. Ambos buscan con urgencia un camino hacia las consultas públicas, pero a posteriori.

Los neoliberales norteamericanos también se burlarán y dirán que el “mercado” se ocupará del cambio climático. Sin embargo, miren a los Estados Unidos hoy. Si el neoliberalismo hace por el planeta lo que ha hecho por la infraestructura de Estados Unidos, todos estamos en grandes problemas. Llegar a un aeropuerto norteamericano implica enfrentarse a ascensores, escaleras mecánicas y transportes hectométricos que no funcionan, taxis que no llegan, líneas ferroviarias que no existen y autopistas con carriles y pasos elevados rotos.

La razón para esta disfunción es obvia: corrupción. Cada ciclo electoral en Estados Unidos hoy cuesta 8.000 millones de dólares o más, financiados por multimillonarios, las Grandes Petroleras, el complejo militar-industrial, el lobby de la atención médica privada e intereses particulares decididos a defender las exenciones impositivas y proteger el status quo. Las soluciones basadas en el mercado son una farsa cuando la política está subordinada al lobby, como en Estados Unidos. El Pacto Verde Europeo muestra al gobierno tal como debería ser, no al gobierno subordinado a los intereses corporativos.

El Pacto Verde de Europa es, en verdad, una demostración de democracia social europea exitosa (en un sentido operativo más que partidario y estrecho). Una economía mixta, que combine mercados, regulación gubernamental, sector público y sociedad civil, buscará una estrategia mixta: objetivos públicos, inversiones públicas en infraestructura, inversiones privadas en transformación industrial, misiones de investigación y desarrollo público-privadas, y una población informada. De hecho, es política industrial en su grado más sofisticado. (Recientemente esbocé una estrategia de Nuevo Trato Verde socialdemócrata para Estados Unidos).

Hay motivos para ser optimistas. Más importante, las tecnologías avanzadas existen, comercial o pre-comercialmente, para crear una economía avanzada de carbono cero, de ahorro de recursos y ambientalmente sustentable. Al combinar energía renovable, tecnologías digitales, materiales avanzados y un consumo colaborativo en transporte y otro tipo de infraestructura, podemos descarbonizar el sistema energético, pasar a una economía circular y reducir drásticamente el flujo de recursos primarios.

Ahora bien, deben abordarse tres grandes desafíos. El primero es superar los intereses del status quo. Las Grandes Petroleras tendrán que absorber las pérdidas, pero los trabajadores y las regiones carboníferas deberían ser compensados, a través de ayuda económica, reentrenamiento y otros servicios públicos. Los planes de Europa hablan precisamente de una “transición justa”.

El segundo desafío es financiero. Europa, y por cierto cada región del mundo, tendrá que destinar un 1-2% adicional de la producción anual a la economía verde, incluidos nueva infraestructura, contratación pública, I&D, reequipamiento industrial y otras necesidades. Gran parte de todo esto estará financiado por el sector privado, pero gran parte debe pasar por los presupuestos gubernamentales. Europa necesitará enfrentarse con los ideólogos que se oponen a un mayor gasto de la UE. Los hechos tendrán que imponerse.

El último gran desafío es diplomático. Europa responde por alrededor del 9,1% de las emisiones de dióxido de carbono globales, comparado con el 30% de China y el 14% de Estados Unidos. Si Europa implementa plenamente el Pacto Verde, será en vano si China, Estados Unidos y otras regiones no igualan sus esfuerzos. Los líderes europeos, por lo tanto, consideran y con razón que la diplomacia es crucial para el éxito del Pacto Verde.

Consideremos a China. Después de décadas de rápido crecimiento que ha eliminado la pobreza masiva, China se ha convertido en el principal emisor de CO2 del mundo (aunque sólo la mitad de las emisiones de Estados Unidos por persona). China en sí misma determinará el futuro climático del mundo. Por un lado, los líderes chinos saben que su país es extremadamente vulnerable al cambio climático y que corre el riesgo de quedar diplomáticamente aislado si no se descarboniza. Por otro lado, están enfrentando los peligros de la guerra fría equivocada de Estados Unidos. Los representantes de línea dura del gobierno y el lobby del carbón de China se resisten a la descarbonización en medio de presiones de Estados Unidos, especialmente porque el propio Trump se resiste a la descarbonización.

La diplomacia europea puede marcar una diferencia si se niega a aceptar los esfuerzos insidiosos de Estados Unidos por contener a China y, en cambio, le ofrece a China una alianza clara y positiva: trabajar juntos en infraestructura, desarrollo y tecnología euroasiáticos sostenibles, en el contexto de un Pacto Verde chino en las líneas del de Europa. Una alianza de esas características beneficiaría enormemente a Europa, a China y a las decenas de países euroasiáticos en el medio, y por cierto a todo el mundo.

Europa ha dado un paso histórico con su plan ambicioso, desafiante y viable. El Pacto Verde es una poderosa luz de esperanza en un mundo de confusión e inestabilidad.

Jeffrey D. Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible y profesor de Políticas y Gestión de Salud en la Universidad de Columbia.

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