El 14 de noviembre, el Papa Francisco nombró a una mujer, la monja franciscana Raffaella Petrini, como Secretaria General de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano, un cargo que equivale a ser segunda o vicejefa de gobierno del Estado más chico del mundo (uno que tiene 600 habitantes, aproximadamente). El nombramiento de Petrini llamó la atención porque la institución que le dio el cargo es la Iglesia Católica, una institución milenaria con una arraigada tradición machista y poco permeable al cambio. Ante esta noticia, ¿podemos esperar una Iglesia Católica con equidad de género?
Al respecto, Eduardo Mangiarotti, sacerdote y profesor de Teología, explica: “Creo que es importante recordar que este nombramiento no está dentro del orden jerárquico de la Iglesia Católica, sino que tiene que ver con el interior del Estado Vaticano, lo cual le da al nombramiento un tono más político que eclesial. Hecha esta salvedad, creo que podemos ver este gesto como un paso más hacia una mayor visibilización de las mujeres en el mundo del catolicismo. Muy en la línea del estilo de comunicación de Francisco, que conoce muy bien la fuerza simbólica de este tipo de decisiones. Personalmente no creo que venga de una presión externa, sino que va en línea de una reflexión y acción en el pontificado de Francisco que vienen siendo planteadas desde que se comenzó”.
“La Iglesia Católica es una realidad tan vasta que es muy difícil saber hasta dónde llega la influencia de este tipo de gestos. A la hora de interpretarlo, se puede celebrar el avance, por más pequeño que sea, como también lamentar la insuficiencia que puede llegar a tener frente a los pasos que ha dado y que da la cultura occidental en materia de igualdad de derechos. No diría que es un premio de consuelo, pero también hay que reconocer que está lejos de ser una transformación estructural con efectos duraderos”, agrega Mangiarotti.
Por otro lado, Fortunato Mallimaci, sociólogo especializado en religiones —en particular de la sociología histórica del catolicismo— afirma: “Lo importante es ver que no dejan de ser cambios menores, cambios en los espacios que no tienen que ver con lo sagrado en la Iglesia Católica. Sabemos que el mundo evangélico, el mundo protestante y de la reforma, con el correr del tiempo, primero aceptó el casamiento, que las familias formaran parte junto con el pastor, después consagrar pastoras y, en los últimos años, consagrar obispas. En Argentina, hemos visto a la Iglesia Metodista seguir un camino que ese mundo evangélico viene transitando hace tiempo. En el caso del catolicismo, es más complicado porque la presencia varonil y patriarcal es de larga data, y las lecturas que uno podría hacer de esa presencia de las mujeres han sido ignoradas, silenciadas, ninguneadas, sobre todo en algo que tiene que ver muchísimo con el cristianismo que son sus orígenes”.
Una tradición que relega a las mujeres
Pero ¿en qué se basa la lógica de exclusión a las mujeres en la Iglesia Católica?
Andrea Sánchez Ruiz, profesora, licenciada en Teología y docente en distintos espacios de reflexión e investigación sobre género, sexualidades, mujeres y feminismos, explica: “La Iglesia Católica arrastra tras de sí siglos de una antropología que considera a las mujeres de segundo orden. Numerosos textos bíblicos interpretados en el entramado de una sociedad patriarcal han sugerido que la mujer estaba para servir al hombre, al que debía obedecer. Desde las relecturas feministas de la Biblia y de los aportes de muchos compañeros varones, hoy no es posible afirmar la inferioridad de las mujeres ni que ambos sexos sean complementarios; ni siquiera pensar lo humano en términos binarios porque todo ser humano es imagen de Dios, sin exclusiones. Esto lo afirma de manera contundente la primera página de la Biblia”.
Sánchez Ruiz profundiza: “La teología, en la actualidad, se ha enriquecido con los aportes de las teorías de género a la hora de proponer una antropología inclusiva, relacional, que trascienda las asimetrías de los estereotipos de género. Al ponernos esas lentes de género para mirar los vínculos intraeclesiales, se visibiliza la exclusión de las mujeres y los privilegios de amplios sectores. Sigue siendo un signo de estos tiempos la presencia de las mujeres en la vida pública y la Iglesia habrá de asumirlo con todo lo que implique para que no haya injusticias por cuestiones de género. El mismo Francisco reconoce que una Iglesia viva puede reaccionar prestando atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres que piden más justicia e igualdad”.
Sobre esta misma línea, Mallimaci señala: “La exclusión de las mujeres dentro de la Iglesia Católica es una exclusión que se basa en ese poder varonil y patriarcal, que considera que los únicos que pueden consagrar o estar vinculados con lo sagrado son los varones. Esto ha hecho que numerosos grupos, sobre todo de religiosas a nivel mundial, se hayan organizado, protesten muy fuerte en Estados Unidos y Europa, especialmente en la Iglesia alemana, donde piden ser tratadas por igual”.
“Uno podría comparar el mundo evangélico o la Reforma primero luterana, luego metodista, calvinista en la Europa de los 1500 con la Iglesia Católica. Aunque si uno sigue analizando ese mundo de la Reforma, la presencia de las mujeres está, pero sigue siendo minoritaria y tratada a veces de una manera subalterna. Es decir, el problema de las mujeres no es solo un problema religioso, es un problema de las sociedades capitalistas o precapitalistas que hicieron del patriarcado la forma central de dominar, explotar, organizar la producción, la vida sexual y cotidiana”, sostiene el sociólogo.
“Con respecto al espacio de lo sagrado —sigue Mallimaci—, esta situación ha sido muy fuerte en el siglo XX. Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco, en esa idea de que el espacio sagrado es solo para varones, para los machos, y no hay espacio para las mujeres. Esto se pondrá en tela de juicio. Es algo muy fuerte, es una cultura machista que ha impregnado a la institución y hay que ver con el tiempo cómo se irá transformando”. En dicha transformación, dice, será importante que haya cada vez más presencia y organización de mujeres exigiendo que haya una democratización, que haya cargos en ese espacio y discutiendo que no haya nada que diga que lo sagrado es solo de varones”. Y anhela este avance: “Esas transformaciones religiosas para dejar de lado la cultura patriarcal inciden mucho en la democratización de la ciudad, de nuestros países, de nuestras sociedades, de todos los ámbitos en los que estamos presentes”.
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Por su parte, Mangiarotti dice: “Creo que es importante distinguir la cuestión de la ordenación sacerdotal de las mujeres de la cuestión de una participación de las mujeres en el ejercicio de autoridad y la toma de decisiones dentro de la Iglesia, porque aunque las cosas se entrecruzan y yuxtaponen, no son exactamente lo mismo”.
Además, Mangiarotti aclara: “Por eso mismo, no podemos hablar como si fueran bloques homogéneos que se oponen entre sí sino que hay una enorme variedad de matices que hay que tener en cuenta”.
De todas maneras, el teólogo admite: “Esto no quita que la Iglesia esté atravesada por el machismo, que está muy presente en nuestra cultura occidental y que en estos debates, el machismo aparezca muchas veces y dificulte no solamente a la discusión en torno a la ordenación sacerdotal de las mujeres sino también otras formas de presencia de las mujeres en la Iglesia. Creo que esta discusión tiene que llevar a una reflexión”.
Diaconisas y sacerdotisas
En Alemania, una congregación de hermanas franciscanas ofrece a las mujeres de la Iglesia un “curso para diaconisas”, a la espera de que el Vaticano apruebe la existencia de diaconisas. Una diaconisa sería el equivalente femenino a un diácono. ¿Qué es un diácono? Es un servidor, un clérigo, un ministro eclesiástico. Se ubican en el grado inferior de la jerarquía de la Iglesia. Según una de las cuatro constituciones redactadas en el Concilio Vaticano II, pueden administrar el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, leer la Sagrada Escritura, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura, entre otras cosas.
Hasta ahora, las mujeres no podían hacer nada de esto. En estos momentos, la cosa podría cambiar. Eso sí, nada de sacerdotisas por ahora. El sacerdocio implica tener potestades sacramentales, esto es, poder celebrar la mayoría de los sacramentos, entre ellos, la eucaristía, penitencia y unción de los enfermos.
“Hace poco se formó una segunda comisión, luego de la primera, que se había hecho hace un tiempo para retomar el tema de la ordenación diaconal de las mujeres. El tema se viene estudiando. De hecho, así como la cuestión es más compleja y difícil con la ordenación sacerdotal, en el caso de las diaconisas, la cuestión ha quedado abierta. Parece sugerente que en el contexto del sínodo de obispos, la reunión de obispos representando todas las regiones del mundo, que se va a hacer el año que viene y que gira en torno entre otras cosas a los procesos de decisión y las figuras de autoridad de la Iglesia, que se replantee este tema y se esté estudiando”, informa Mangiarotti.
Este año, el Papa Francisco tuvo un gesto que dio nuevas libertades a las mujeres de la Iglesia. En un nuevo documento, autorizó a las mujeres a leer la Palabra de Dios, a ayudar en el altar durante las misas y distribuir la comunión.
Aunque sin dudas representa un avance, desde varios sectores feministas de la Iglesia y la teología calificaron este gesto — así como los nombramientos de mujeres en cargos políticos del Vaticano— como medidas cosméticas que no resuelven ningún problema de fondo. El sacerdocio femenino sigue explícitamente descartado. Y las mujeres en la política del Vaticano son elegidas por líderes eclesiásticos, ofrecen garantías de obediencia y son minoría.
La deuda con las mujeres es solamente una de las tantas que tiene la Iglesia en materia de género.
Mallimaci sostiene: “El actual papa en la medida en que ha pedido una Iglesia de los pobres, una Iglesia en salida y que deje el clericalismo, bueno, eso ayuda y promueve ciertos espacios para que los movimientos de mujeres al interior de la Iglesia Católica puedan aprovecharlos. Ahí hay una tensión interesante entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se promete y lo que se puede realizar. Lo hemos visto en el encuentro sobre familias, cuando los que estaban presentes pidieron que sea aceptado que el matrimonio no necesariamente es para toda la vida, que el amor puede ser transformado y que uno puede cambiar la mirada sobre ese amor con nuevas parejas. Hay Iglesias en Europa que lo aceptan, al igual que otras concepciones sobre la diversidad sexual. Esto está produciendo transformaciones y reformas en la propia institución eclesial”.
Por otra parte, al analizar las consecuencias traería una mayor presencia de mujeres en roles de poder en la Iglesia Católica, Sánchez Ruiz explica: “Una mayor presencia de las mujeres en puestos laborales significativos en el Vaticano de alto impacto seguramente va a traer renovación y va a ofrecer a los varones, sobre todo a los varones célibes, que trabajan en equipo, la oportunidad de valorar las iniciativas, la fuerza de trabajo y creatividad que podemos ofrecer”. De todos modos, no ve el camino allanado: “Creo que hay cierta reticencia a la presencia femenina en los ámbitos masculinos de la institución. Hay que seguir avanzando en ampliar la presencia femenina más allá del Vaticano porque también se deciden cosas importantes en las parroquias, los movimientos, las capillas, los servicios eclesiales de los más variados donde las mujeres son mayoría, pero a la hora de tomar un rumbo o no son consultadas o si lo son, pocas veces es reconocido su aporte y menos es tenido en cuenta”.
¿Qué debería pasar para que la Iglesia Católica decida hacer movimientos más ambiciosos hacia una mayor igualdad de género?
“El movimiento de mujeres tiene bastante importancia en el mundo cristiano y católico, y ha venido acompañando a las tradiciones. En el caso del catolicismo, con las reformas que hubo en el Concilio Vaticano II, allá en la década del 60 y 70 del siglo pasado. Lo importante de esas reformas es, y esto lo ha pedido el Papa Francisco, ir a los orígenes. Hay un fuerte trabajo de relectura de la Biblia y el evangelio, y mostrar a las mujeres acompañando el movimiento de Jesús, de los apóstoles y las primeras comunidades cristianas que con el correr de los siglos han quedado ninguneadas. Ahora hay una importante lectura en universidades y espacios académicos; que muestran que no es como se dijo o reprodujo sino que las mujeres eran activas tanto en la profecía, el diaconado y en el acompañamiento de las comunidades equiparadas con los varones”, señala Mallimaci.
Y agrega: “En instituciones como la Iglesia Católica, el espacio público, es decir la utilización de los medios de comunicación, sacarla del pequeño lugar en el que está y la organización de las propias personas son lo que tarde o temprano producen las reformas. Y ahí el movimiento de mujeres aparece con una fuerza que tiene la sociedad y en los Estados, que también tendrá de convencido a largo plazo a la propia institución eclesial”.
Por último, Mangiarotti enfatiza: “Creo que los próximos años tienen que ver con qué pasos la Iglesia, como un todo, siga tomando. Los cambios en la Iglesia rara vez son de arriba hacia abajo. Más bien, se van dando a través de largos procesos que brotan de las bases, de las posturas y planteos de las personas, de las pequeñas comunidades que van impulsando cambios. Así ha pasado en un montón de frentes, en el diálogo con otras iglesias cristianas, en planteos de cuestiones de moral. Creo que puede ser así con todo lo que hace a una mayor igualdad entre varones y mujeres, más allá de los planteos de fondo sino pensando más en las prácticas concretas. Creo que por ese lado hay motivos para tener esperanza y confiar en que sigamos creciendo, pero también hay mucho trabajo por hacer”.
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