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Hay cosas que no pueden descubrirse dos veces.
No puede volver a descubrirse un nuevo continente queriendo llegar a la India.
No puede volver a descubrirse la penicilina.
Pero cada mujer vuelve a descubrir la maternidad, tal vez como el amor y el dolor, cuando le llega el momento.
¿Cómo que nadie me había dicho que era así? ¿Cómo que estoy tan cansada? ¿Cómo que le pasa esto a mi cuerpo? ¿Cómo que quisiera un segundo de paz pero no puedo estar un instante sin el bebé?
Esto le pasó a Mey cuando el deseo del hijo se convirtió en la realidad del embarazo, y ella en la mamá detrás de la mamá ilustrada de Mujer Piñata (@mujerpiniata), la cuenta de Instagram, hoy con 22.000 seguidores, que abrió el 1 de septiembre de 2018, con 70 días de panza.
Pero empecemos por las presentaciones:
mEy (eme minúscula, e mayúscula, ye minúscula) es el nombre elegido por la ilustradora argentina Mayra Lorena Clerici (1985) para su trabajo, pero también para la vida cotidiana. Todos la conocen como Mey (simplifiquemos) y saben de ella que es mamá de Camilo, que su pareja es Ivanke, el ilustrador Iván Kerner, y que antes del hijo ambos viajaron por el mundo con su proyecto de arte "Pequeños grandes mundos", que también fue libro y derivó, con el nombre de "El mapa de mi mundo", en serie en el canal Paka Paka.
Un poco más sobre Mey: se recibió de maestra de plástica, enseña, y encontró su lugar en la ilustración de libros para chicos. En este momento está presentando Ríe chinito, el libro que ilustró basado en la canción de Perotá Chingó, la que le cantaba a la panza, la que le canta al hijo.
"Ríe, chinito,
se ríe y yo lloro porque el chino se ríe sin mí.
Ríe en la noche y achina los ojos morochos más lindos que vi".
A su ritmo, entonces, Mey va a preguntarse lo que se preguntaron todas las mujeres antes que ella, solo que no lo compartieron, o no lo dibujaron, o no pudieron hacerlo de un modo tan directo, tan honesto, tan transparente y gracioso como lo hace Mey.
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“Mujer piñata nació de la ansiedad por contar, y yo soy de contar mucho”, dice Mey. Y habla de ese momento de incertidumbre en el que todavía no se quiere decir nada por temor a que el embarazo no avance, pero a la vez se instala el deseo de que lo sepa el mundo entero. “Empecé a dibujar con el sentimiento a flor de piel, cuando todavía nadie sabía que yo era Mujer Piñata”.
Allí comienza, entonces, una búsqueda de cómo contar, desde lo íntimo pero también desde lo artístico. “Pocos trazos, tenía que dibujar rápido con lápiz, en papelitos”, aclara Mey, “como salía pero poniéndolo todo”.
Esa línea va a hacerse cada vez más sencilla y, al mismo tiempo, más expresiva y profunda. Cuando la panza crece y luego, cuando llega el bebé, ya no queda tiempo para el color ni la corrección. Literalmente, cuenta Mey en sus ilustraciones, está ilustrando en tetas. O entre teta y teta. Cansada, sin bañarse, sin dormir, desequilibrada, puérpera. Con el hijo como una extensión del propio cuerpo.
La búsqueda de Mey es la búsqueda que, en definitiva, hacemos todos: quitar lo superfluo, apartar lo que nos distrae, enfocarse en lo que se quiere decir y decirlo con las palabras o los trazos necesarios. Ir de lo general a lo particular, atrapar el momento, sentirlo, ilustrarlo.
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Día a día, como en un diario (es un diario, pero público), Mey comienza a poner afuera lo que siente adentro: que el cuerpo le cambia, que le crecen los pechos, que tiene hambre, que está cansada, emocional, tiene gases, que tiene miedos y pesadillas nuevas.
Pasan las semanas, la panza se hace visible, y al dibujo que era mudo le crece texto. “Para mí son dos canales paralelos”, explica Mey, “texto e ilustración. Nada fue planificado, solo que de pronto podía terminar o profundizar una idea ilustrada con el texto. Mujer Piñata es desestructurado, cuando me organizo, no me sale”.
Si uno de los descubrimientos de Mey es el de simplificar el trazo para poder dibujar ya, ahora, otro es que su público tiene voz y quiere usarla: cuando los números de seguidores crecen, comienzan a llegar los tan temidos consejos no solicitados.
“No siempre hablaba sobre mí misma”, dice Mey, “a veces era sobre otras mujeres. Pero me llegaban mensajes privados con muchas historias, me preguntaban sobre sus partos, y ese no era mi rol. Me empezó a angustiar el tema, también la posibilidad de no responder los mensajes”.
Que cómo va a parir. Qué dónde. Qué cómo hacer tal cosa o la otra.
Que “ah, pero todavía falta lo difícil”.
Que “ah, pero todavía no camina”.
Y a quienes se pasan con los consejos, un poco un broma, bastante en serio, Mey les marca el límite, les dice que va a dibujarlas, que las va a hacer sátira: “Te vas a encontrar en Mujer Piñata”.
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Sin darse cuenta, sin buscarlo, que es como se logran las mejores cosas, Mey se convierte en faro. Esa gente que enciende una luz que muchos otros necesitan para dejar de perderse por el camino.
Por eso las mujeres compran libros sobre embarazo y, luego, sobre crianza.
Por eso se juntan con otras mujeres que están teniendo hijos al mismo tiempo.
Porque solas es muy difícil. Y aunque parezca un juego de palabras, solas es muy solitario.
Por eso Mey y su línea y su mirada son tan necesarias. Porque ella dibuja lo que no es tan fácil de decir. “Dibujar”, dice, “es pararse en un instante, detenerlo. Asir lo sutil. Por ejemplo, el segundo de silencio antes de que el bebé llore; la soledad del posparto”.
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“Tomá la fuerza de todas las mujeres”.
Eso le dice a Mey la partera que la acompaña el día que llega Camilo. Y con esa fuerza Camilo se convierte en todo su mundo.
Hijo a la vista.
Por tres meses la ilustradora desaparece de las redes y, como corresponde a todo descubrimiento, cuando regresa lo hace distinta. Su estilo cambia radicalmente, ahora el trazo es un lápiz tembloroso que le escapa a las proporciones correctas. Mey lo escribe así: “Doy teta derecha. Mano izquierda libre esta vez. Se dibuja como se puede. Como en el día a día. Dibujo imperfecto, como la maternidad misma. Como sentarse a comer, tan solo un sueño”.
Mujer Piñata, que contaba el embarazo, muda a Dibujo en tetas, que cuenta el puerperio. Esta nueva etapa tiene varios temas centrales: la lactancia, el cansancio, el sueño del bebé, el llanto del bebé, el tiempo propio, los miedos de todas las madres.
Hay viñetas que Mey ni se acuerda cuándo o cómo las dibujó.
“Sacar todo afuera”, dice, “fue excelente para enfrentar los retos de la maternidad”. Como sentirse, a veces, una “mamá caca”.
Los días de “mamá caca” son los días en que una no es la madre que pretende ser. Los días en que lo que se puede no coincide con lo que se aspira.
Por decir las cosas así, tan de golpe, tan ciertas, como todas quisieran decirlo, es que la Mujer Piñata de Mey se transformó en ese faro. Porque no tiene pretensiones, no da consejos, no comparte secretos para dormir al bebé, no juzga al resto de las madres agotadas, sino que las contiene y las pone frente a un espejo.
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En el 2019, nacieron 625.441 niños y niñas en Argentina. Más varones que mujeres. Más hijos de mujeres de entre 25 a 29 años con secundario completo. Más bebés de entre 3 y 3.499 kilos. 232.482 primogénitos, como Camilo.
La tasa de natalidad del 2019 es apenas 17,02% menos que en 2018. Se sabe, aunque aún no están los datos oficiales, que habrá una caída desde la pandemia.
Lo que se mantiene en cada madre, en cambio, es la necesidad de ser escuchada y comprendida. Por eso las lectoras de Mujer Piñata comentan en cada viñeta:
“Qué lindo poder decir cómo te sentís y mucho mejor leerte y saber que hay otras en la misma que una”.
“Ya van casi dos años con hijo... ¿se deja en algún momento de vivir en la confusión eterna?”.
“Describís mis días, Mey, duro y hermoso puerperio”.
“Pudiste plasmar en palabras tal cual lo que siento y no podría describir mejor”.
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Por supuesto, para llegar a Mujer Piñata, Mey hizo un largo viaje. Como sucede en todos los descubrimientos. Y por eso gran parte de este ahora le debe mucho a la aventura que fue el proyecto que inició Ivanke, Pequeños Grandes Mundos, al que Mey se sumó cuando entre ellos nació la historia de amor.
Pequeños Grandes Mundos fue un viaje de dos años y 32 países, conectando a chicos a través del dibujo en escuelas, orfanatos, campos de refugiados, la calle. O sea: viajar y buscar grupos que quisieran pintar, aun los que nunca lo habían hecho (sobre todo esos). Sin mensajes, sin más propuesta que la del arte.
“En lo personal fue un sueño absolutamente”, cuenta Mey. “Al principio yo miraba desde afuera el proyecto y me daban ganas de formar parte. Parece un cliché pero para mí fue un gran aprendizaje mirar dibujar a tantos chicos durante tanto tiempo, mientras yo hacía una pausa de mi propio dibujar”.
Y ya sabía: “De esto voy a egresar mucho más empática, mucho más amplia en mi mirada y en las posibilidades de ver el mundo, porque son muchas puertas que se abren a micromundos que nosotros sabemos que están ahí pero no los integramos en nuestro día a día. Después eso —la experiencia— es trasladable a cualquier situación, no hay que irse a África o a Asia para entenderlo, sino que sucede en el propio lugar donde vivís, en el propio pueblo donde vivís, en el propio barrio donde vivís, entonces para mí fue un momento bisagra en mi vida, definitivamente”.
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“Después con la maternidad”, cierra Mey, “aparece Mujer Piñata como una necesidad de bucear hacia adentro, lo que me pasaba como persona individual más allá de pareja e hijo”.
Esta es Mey y esta es Mujer Piñata. Una línea que dibuja la realidad de muchas otras mamás que se miran en ese espejo, se ríen de ellas mismas y se abrazan en la virtualidad.
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