El lenguaje en la batalla cultural - RED/ACCIÓN

El lenguaje en la batalla cultural

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La celebración del Día del niño fue el pretexto para un nuevo choque en la batalla cultural que libra el Gobierno de Javier Milei. Hace casi cien años, Antonio Gramsci dejó las bases teóricas de una lucha que se juega, sobre todo, en el uso del lenguaje.

El lenguaje en la batalla cultural

La celebración del Día del niño fue el pretexto para un nuevo choque en la batalla cultural que libra el Gobierno de Javier Milei. Hace casi cien años, Antonio Gramsci dejó las bases teóricas de una lucha que se juega, sobre todo, en el uso del lenguaje.


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Palabras. Milei lo tiene claro: quien domina el lenguaje, domina la política. Por eso no pierde ocasión de marcar la cancha. Esta vez el pretexto fue el “Día del niño”, que toda la vida se llamó así, durante el kirchnerismo pasó a ser el “Día de las infancias”, y que ahora parece volver a su denominación original. Hace unos días, el Gobierno celebraba la fecha y hacía explícito con un video en qué terreno está parado: “Nuestro propósito es que todos los niños crezcan en un ambiente sano y seguro, lejos de quienes promueven la ideología de género, atentando contra su integridad”. Más grieta no se consigue.

Les enfants en francés. The children en inglés. En otras latitudes no entran en este tipo de debates pero el castellano tiene esas cosas: que, desde hace siglos, cuando decimos “niños” nos referimos a los chicos de ambos sexos, igual que cuando decimos “el perro es un animal doméstico” nos referimos a los canes machos y hembras, sin distinciones. Pero tenía razón Gramsci: el lenguaje no es inocente. Hoy, quien dice “Día del niño” se planta en el conservadurismo de derecha y quien prefiere “Día de las infancias” opta por la izquierda woke, defensora de cuanta minoría pise el planeta. Y no parece haber términos medios.

Más allá del ejemplo del niño y las infancias, el uso del llamado “lenguaje inclusivo” interpela a las empresas y otras organizaciones que se plantean dónde pararse para entenderse mejor con sus stakeholders. Algunos criterios pueden servir como guías para decidir qué hacer con eso:

  • Qué piensan y cómo actúan los líderes de la organización. Dejando de lado lo que digan las encuestas o los expertos, la primera pregunta es sobre la identidad: qué piensan, de verdad, los que dirigen la empresa. Y cómo obran cada día. Hay un solo mandamiento innegociable: la autenticidad. 
  • Qué piensan los principales stakeholders. Primero, los empleados. Después, los clientes. Más atrás, el resto: aliados, proveedores, gobierno, comunidad. Si no hay claridad o consenso, no hay otra opción que establecer jerarquías y enfocarse en los públicos más relevantes. Imposible contentar a todos.
  • Qué hace la organización. Walk the talk, dicen los anglosajones: predicar con el ejemplo, hacer lo que se declama. Un uso del lenguaje sin conexión con la cultura organizacional no se perdona. Es una de las inconsistencias que le reclaman a Alberto Fernández con su Ministerio de la Mujer. Respeto a hombres y mujeres por igual primero, elección del lenguaje después.
  • Cómo luce el contexto. Cambia, todo cambia, cantaba Mercedes Sosa. En términos culturales, las Argentinas de 2004, 2014 y 2024 se parecen poco entre sí: la promoción del llamado “lenguaje inclusivo” hace veinte años era una rareza, hace diez parecía un mandato ineludible y hoy implica una posición ideológica en un contexto polarizado.  

Se puede elegir hablar y escribir como se viene haciendo desde hace siglos o se pueden preferir formas que distinguen los géneros. Más tradicionales o más progresistas: hay para todos los gustos. Existen también diagonales lingüísticas que tienden a la neutralidad sin necesidad de que los empleados se conviertan en empleades. Con algo de creatividad, están al alcance de la mano. Y —todo hay que decirlo—, en un mundo polarizado, no hay opción que sea del gusto de todos (ni de todas). Hay que acostumbrarse a vivir con eso.

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Tres preguntas a José María Lassalle. Es un consultor, escritor y profesor universitario español, ex funcionario del Partido Popular. Ha desarrollado su trayectoria académica en varias universidades públicas y privadas españolas. Es autor del libro “Civilización artificial”.

—¿Cuál es el principal reto que nos plantea la inteligencia artificial (IA)?

—El reto principal es determinar qué rol asignaremos al ser humano cuando se relacione sistémicamente con ella en un futuro que está a la vuelta de la esquina. La razón de la importancia de la IA está en que, así como la máquina de vapor que trajo la Revolución Industrial liberó al ser humano del trabajo físico al introducir masivamente el trabajo intelectual, la IA que promueve la revolución digital le arrebata el dominio exclusivo de este último sin ofrecerle nada a cambio. Si las previsiones se cumplen y, en 2030, se alcanza una IA “general” que desborde las capacidades cognitivas del ser humano y, en 2050, otra “fuerte” que, además, desarrolle estados mentales propios, estaremos instaurando un nuevo modelo civilizatorio basado en sistemas de IA. Será una civilización artificial en la que convivirán máquinas y humanos, aunque no sabemos de qué manera. Se fundará en un capitalismo cognitivo que habrá extinguido el capitalismo posindustrial. En él las máquinas gestionadas mediante IA serán el nutriente material de la prosperidad colectiva.

—¿Cuál es el potencial impacto de la IA en la geopolítica?

—La IA es el soporte que sustentará de facto tanto el poder político como el poder militar. Hablamos, por tanto, de una civilización que pivotará alrededor de una IA que puede convertirse en la medida de todas las cosas. Al menos si el papel que ejercerá en ella el ser humano es relegado por la vía de los hechos debido a la centralidad estructural que ocupará aquella en la gestión de la inmensa mayoría de los asuntos del mundo. Este desenlace hipotético está siendo promovido en la actualidad por la competencia geopolítica que Estados Unidos y China libran alrededor de la IA. De hecho, se comportan ya como imperios digitales, por hacer propia la expresión de Anu Bradford. Luchan por la hegemonía global a través de una carrera tecnológica sin cuartel. Quieren llegar el primero a la consecución de una IA fuerte. Piensan que quien lo haga primero tendrá una ventaja civilizatoria que le atribuirá el liderazgo planetario, pues tendrá empresas más competitivas, ejércitos provistos de armas letales autónomas más destructivas y un gobierno con mayor capacidad de control social sobre su pueblo.

—¿Qué riesgos para el ser humano trae consigo esta evolución de la IA?

—La toxicidad geopolítica que arrastra este conflicto alrededor de la IA es el motor del crecimiento exponencial que experimenta en sus capacidades en los últimos años. Esta circunstancia no solo provoca un calentamiento geopolítico global, sino que agrava y explica los conflictos que padecemos como consecuencia del acceso a las materias primas críticas o tierras raras que se producen en los últimos años. Un dato relevante para la estabilidad de las democracias liberales, pues no solo explica por qué se reduce su número sino por qué decrece la calidad de sus instituciones debido al impacto que tiene sobre ellas el aumento de la polarización, la desinformación o el populismo. Fenómenos que se adueñan paulatinamente de ellas y las conducen hacia conflictos irresolubles para los que no sirven los mecanismos clásicos de deliberación humana defendidos por el liberalismo. Convertida en una herramienta fundamental para el desarrollo de la guerra híbrida que mantienen Estados Unidos y China, la IA progresa conforme a los patrones utópicos, utilitarios y nihilistas que han acompañado su diseño desde que fue puesta en marcha hace siete décadas. Se trata de un diseño que, de no alterarse, conduce a la especie humana hacia un riesgo sistémico de sustitución por las máquinas. No olvidemos que la IA nació como una tecnología que perseguía replicar el cerebro humano sin sus limitaciones e imperfecciones. Algo que ha ido escalando en capacidades mediante diversas estrategias innovadoras, pero que siempre ha mantenido constante e inalterado el vector utópico de superar la actividad cognitiva de los seres humanos al tratar de erradicar de ella su inclinación al error y la equivocación.

Las tres preguntas a José María Lassalle se tomaron del artículo titulado “Inteligencia artificial y sabiduría humana”, publicado originalmente en Ethic. Para acceder al texto completo, podés hacer click acá.

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Blog. El ciberespacio es casi infinito. Puede ser difícil encontrar contenido valioso que ayude a pensar en profundidad la realidad de los medios. Press Think es un sitio escrito por Ray Rosen que cada semana propone temas de análisis relacionados con el cada vez más cambiante mundo de los medios de comunicación. Un espacio recomendado para ser visitado con frecuencia, sobre todo por los periodistas y profesionales de la comunicación corporativa y los asuntos públicos.

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Academia. A la vez que se habla de las extraordinarias oportunidades y riesgos de la IA, falta todavía reflexión filosófica sobre lo que supone para la humanidad el impulso del desarrollo de “algo” que está siendo programado para convertirse en “alguien” sintético, dotado de capacidades cognitivas inimaginables, aunque sin conciencia moral. Este libro analiza con lucidez el desafío ético y político que plantea la carrera tecnológica en la que compiten los Estados Unidos y China, y en la que Europa procura cumplir un rol más humanista: una IA amigable, que reserve a los seres humanos un rol decisorio y decisivo dentro de la civilización artificial hacia la que nos dirigimos.

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Oportunidades laborales

¡Hasta el próximo miércoles!

Juan

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