Hace poco más de un mes el oftalmólogo Gustavo Goldman volvía a Buenos Aires desde Conakri, la capital de Guinea. Al país africano había viajado con la expectativa de devolverle la vista a personas que sufrían cataratas en los ojos, pero no imaginaba el impacto que iba a tener su visita: operó alrededor de 200 personas en cinco días.
En el consultorio del oftalmólogo de 52 años, ubicado en el barrio porteño de Belgrano, hay fotos enmarcadas de un viaje anterior a Salta. Allí se ven rostros de alivio y sorpresa de personas que tras una cirugía de diez minutos pudieron recuperar la visión.
Ansiedad y nervios fueron los sentimientos que habitaron a Goldman los meses previos a viajar al país africano. Entre los preparativos, tuvo que ir varias veces al centro médico para darse todas las vacunas necesarias: fiebre amarilla, neumococo, fiebre tifoidea, tétanos y difteria, entre otras.
La reconocida oftalmóloga española Elena Barraquer fue quien lo convocó a participar de la misión, luego de conocerlo en agosto de 2018 en una jornada en Salta, donde operaron 450 personas en el hospital Materno Infantil de esta ciudad. De aquel viaje participaron 12 médicos especializados en cirugía oftalmológica. Barraquer lleva adelante distintas misiones humanitarias y viaja seis veces al año a África para operar cataratas, la primera causa de ceguera en el mundo.
“Cuando Elena me escribió para preguntarme si estaba dispuesto a viajar a Guinea. Le dije que sí, sin saber a dónde iba”, cuenta Goldman.
Desde Argentina, Goldman viajó hasta Barcelona con una instrumentadora. Allí se reunió con el resto del equipo: Elena, como cirujana; una instrumentadora más; una oftalmóloga; un anestesista; dos ópticas que llevaban anteojos; cinco personas que ayudaron a preparar a los pacientes y esterilizar los materiales; y dos referentes de la empresa Coca Cola, que sponsoreaba la misión. En relación al equipo de 14 personas con el que viajó, Goldman dice que los unía un objetivo en común muy fuerte: mejorar el mundo.
Goldman se hizo cargo del costo del pasaje hasta Barcelona y la Fundación Elena Barraquer le proveyó el resto. “Algunos me cuestionan: ‘cómo vas a poner plata para ser voluntario’. Yo les digo que la alegría que siento cuando logro que uno de mis pacientes vuelva a ver es tan grande, que pago con gusto. Si uno puede hacerlo, ¿por qué te lo vas a privar?”, enfatiza el oftalmólogo argentino.
El sábado 13 de abril, el equipo llegó a Conakri. Al día siguiente, fueron al centro médico Les Flamboyants para preparar el quirófano. El recorrido del hotel al centro de salud era de alrededor de 30 minutos. “Por la ventana se veía todo tan pobre y eso que yo me moví solo dentro de la capital”, describe Goldman.
En el centro de salud no había luz constantemente. Al llegar, prendían el generador, pero de todas formas se cortaba dos o tres veces por día. Advertido, el equipo, contaba con un generador propio que dura cinco minutos, tiempo que les permitía terminar una cirugía, que ya se había comenzado. El centro de salud estaba formado por cinco habitaciones y solo dos tenían aire acondicionado. Esa semana el promedio de la temperatura fue 35 grados.
El espacio, que estaba estipulado para operar, lo encontraron con cosas tiradas por todos lados. Hubo que limpiar todo. “Allí, había cortinas y lo quirófanos no pueden tenerlas porque juntan mugre. Incluso, las camillas se movían. De todas formas, la esterilidad del instrumental era impecable y los elementos que usamos eran de lo mejor, los mismos que hay en la mejor clínica. Tecnológicamente lo que se usaba para operar estaba bárbaro. Todo se llevó desde España”, cuenta Goldman.
En general, la atención de la salud pública en Guinea es insuficiente, la falta de financiación, la falta de equipos modernos, la falta de instalaciones es lo habitual. “Con este proyecto llegamos a personas que no tienen ningún tipo de acceso a la medicina y mucho menos a la oftalmología”, enfatiza Goldman
De lunes a viernes, el equipo repetía una rutina muy intensa. Se levantaban a las 6.30, una hora después salían y a las 9 Gustavo y Elena comenzaban a operar. “Parábamos solo para comer e ir al baño. Durante doce horas todo era operar, operar y operar. Incluso, me paspé las piernas de estar sentado durante tanto tiempo. Lo primero que hacía cuando terminaba una jornada era abrazarla a Elena, la felicitaba y ella a mí. Abrazaba a las instrumentadoras y enseguida nos subíamos al auto para volver al hotel. Así como estábamos comíamos y nos íbamos a dormir”, recuerda Goldman.
El 30% de los pacientes no hablaba francés. Se comunicaban con su dialecto y tuvieron que ir acompañados por un intérprete. Por el grado de abandono, eran todas cirugías que son consideradas complicadas. No eran personas que veían poco, en la mayoría de los casos estaban casi ciegas. Entre Elena y Gustavo operaron 400 personas en cinco días.
“Trabajé tanto que no pude intercambiar mucho con los pacientes, pero cada día cuando llegábamos, la gente nos demostraba su agradecimiento”, comenta.
Los pacientes que operó Gustavo tenían de 25 años para arriba. Recuerda que atendió a una señora de 92 años, que pasó de depender de su bastón a ser autoválida. Además, tras la operación pudo conocer las caras de las personas que la rodeaban.
El viaje transcurrió durante las pascuas judías y a Gustavo eso le generó cierto remordimiento. “Es la primera vez que no compartía esta festividad con mis tres hijos y con Marcela, mi mujer. Les pedí perdón por no pasar Pesaj con ellos. Los chicos me dijeron que les parecía mucho más importante lo que estaba haciendo en África, que me quedara allí sentado”, relata.
Como Gustavo es hincha de River quiso llevar su pasión al viaje. Pidió camisetas en el club y a la gente joven que operaba le regalaba una.
El sábado 20 de abril se desmontó la sala que habían preparado para operar y esa noche se volvieron a Barcelona. Luego, Gustavo voló a Buenos Aires. Al pensar en toda la experiencia, Goldman siente que se volvió a recibir de médico oftalmólogo.
“A lo largo de mi carrera, operé muchos casos complicados, pero nunca tantos juntos en tan poco tiempo. En mi consultorio, me puede tocar uno al mes. En Guinea eran 40 en un día”, reflexiona.
Al comparar la experiencia en Conakri con su última experiencia de voluntariado en Salta, Goldman señala que mientras en Argentina eran 12 cirujanos, en Guinea eran solo dos. Además en Salta pudo interactuar más con la gente porque había cuatro camillas, con lo cual se turnaban para operar y tenían más tiempo para descansar.
Los últimos siete años, Goldman realizó entre uno y dos viajes al año a nivel local. En 2012, a través de Fundación Judaica, se armó un equipo de profesionales de la salud para atender en forma gratuita en distintos pueblos de Entre Ríos y Santa Fe. En esos lugares, la asistente social conoce a todas las personas y te cuenta la historia de cada uno. Recuerdo el caso de una chica que hablaba muy poco y el comentario en el pueblo era que no le daba la cabeza. Cuando la pude atender y le mostré las letras, no contestaba nada. Enseguida me di cuenta de que su problema era que no veía. Con un anteojo sencillo a esa chica le cambió la vida”, relata Goldman.
La intención de Goldman es seguir replicando la experiencia en Argentina y volver a algún país africano el año que viene. Después de la experiencia en Salta, el oftalmólogo trató de operar cataratas en otras provincias, pero no siempre encuentra predisposición para poder llevar adelante la misión.
“Está buenísimo viajar a África y dejar un granito de arena, pero es fundamental seguir acercando a las comunidades más vulnerables de mi país la posibilidad de operarse. Quiero motivar a más gente en el ámbito de la oftalmología para que me acompañe”, reflexiona. Goldman cita a Barraquer para transmitir su idea: “Si cada oftalmólogo del mundo pudiera cooperar una semana en el año acabaría la ceguera evitable. Podríamos erradicarla”.