En la semana que pasó, Luis Pereyra estuvo de festejo: llegó a los 100 mil seguidores en Facebook, la red social donde empezó a publicar casi a diario tras dejar de trabajar en un canal de cable en Puerto Madryn, el empleo que le permitió radicarse en la costa de Chubut hace 40 años, cuando buscaba su lugar en el mundo y lo halló en el sur. Su vocación profunda era la fotografía y desde que tiene más tiempo libre lo dedica a lo que le apasiona: salir a fotear, como le gusta decirlo. El objetivo: que los que no están ahí cuando él capta una imagen puedan ver lo mismo que él, como escribió en su declaración de principios. Lo encontrás en las redes como Fotero Patagónico.
Un pulgar levantado trajo otros, un corazoncito trajo cientos más, un mensaje de felicitación fue el anticipo de los miles que siguieron. Y ahí anda él, explorando la Patagonia con la cámara al hombro y una enorme sonrisa.
“Siempre digo que hacer fotos lindas en Puerto Madryn es fácil, es demasiado linda”, dice, aunque sus seguidores no le aceptan la modestia. Él, fiel a su estilo, cuenta un ejemplo que lo explica todo.
Fue así: esta semana caminaba por la costanera, día cerrado, sin sol, gris. De repente, a unos 30 metros, una chica empezó a bailar a orillas del mar, parecía seguir el ritmo de una canción que salía de su celular. Detrás, las gaviotas remontaron vuelo mientras un rayo de sol se abría paso en el cielo espero para iluminarla. La escena era tan linda que le recordó a la de Héctor Alterio en el cerro Avanzado, 17 km al sur, cuando bailó el vals de Strauss en la épica escena de Caballos salvajes que entró en la historia del cine nacional coronada con esta frase de ese gigante de la actuación: “¡La puta que vale la pena estar vivo!”.
Publicó el video de la chica que bailaba en la arena y como siempre llovieron los pulgares levantados, los corazoncitos, los comentarios admirados. Y le sirve de ejemplo por esto: “¿Ves? Las escenas me buscan a mi, aparecen”, dice.
El zorrito y la ballena
Este otoño tiene otro personaje que causa sensación: el zorrito curioso que se sienta a ver a las ballenas en Las Canteras, la playa a 15 kilómetros de Puerto Madryn donde las francas australes llegan cada otoño para reproducirse y parir a sus crías. Por la abrupta pendiente, están a metros de la orilla. Es posible verlas tan cerca, escucharlas respirar, contemplar como bailan a su modo, los saltos, las piruetas, la cola como un monumento que se congela durante un segundo en el horizonte cuando se sumergen. A Luis lo deslumbra eso y cada vez que puede se va para allá con su reposera, el termo y unos sandwichitos por si le cuesta abandonar el espectáculo y se queda hasta el atardecer.
Por estos días anda un cachorrito de zorro que se acostumbró a la presencia humana y se queda cerca, a veces de cara al mar, a veces a la espera de algo de comida. Luis siempre le dice a todos que no le den, que le puede hacer mal, que debe procurarse su propio alimento. No siempre le hacen caso.
Como están pavimentando el acceso a Las Canteras desde Puerto Madryn, no le queda otra que dar un rodeo como yendo a Puerto Pirámides, desde donde salen los botes para hacer avistaje embarcado de ballenas, pero doblando antes hacia el mar. O sea que recorre 55 km en vez de 15, en total 110 ida y vuelta en vez de 30, más consumo de combustible. “Se hace más caro ir”, dice.
Entonces, hace poco se le ocurrió poner un alias para las colaboraciones, Fotero Patagónico, como lo encontrás en las redes. Para su sorpresa, desde Cutral Co le llegó una de 50.000 pesos y después otra de 5.000 desde un pueblo de Chubut, un señor de Trelew le propuso vender sus fotografías en el local, otro le hablo de remeras, otros le proponen canjes.
Nada más impensado para aquel chico de 22 años que llegó con su bolsito y su esperanza en 1985 y que hoy anda por la vida con su ojo para captar momentos mágicos y su alegría de poder hacer al fin lo que más le gusta.
De Entre Ríos a la Patagonia
Aun recuerda cada detalle de la primera vez que vio la costa de Puerto Madryn, la inmensidad del mar después de tanta meseta, las piruetas de las ballenas tan cerca de la orilla, esa luna llena que lo encandiló y los amaneceres y atardeceres que descubría con el correr de los días y lo atraparían para siempre en la Patagonia.
“Quedé impactado, después de una curva apareció el golfo, la ciudad. Me quedó en la memoria”, relata con algo de nostalgia. Y cuenta su historia: nació en Viale, un pequeño pueblo de Entre Ríos a 50 km de Paraná. Eran ocho hermanos, padres separados, la comida no sobraba. Después de terminar la colimba, como se le decía al servicio militar obligatorio, en 1982 lo reincorporaron al Ejército por la Guerra de las Malvinas.
No le tocó ir a combatir y cuando le dieron la baja volvió a su pago chico, de 8.000 habitantes, pero pronto pensó que debía irse para ganarse la vida. Vendió huevos en Rosario, hizo changas, fue peón y un día se fue a vivir con su hermana recién casada a Buenos Aires. Pero la casa era chiquita, no conseguía trabajo, se sintió una molestia y decidió irse otra vez. Una mañana le comentó a una vecina que quería probar suerte en el sur. Ella le dijo que conocía a alguien en Puerto Madryn y le escribió una carta. Así, hace 40 años, llegó con su bolsito y sus ganas de construirse un futuro. Las vueltas de la vida; de una frase en la calle, todo lo que pasaría después.
Pronto consiguió trabajo en el canal de Cable, único empleado a cargo de treparse a los postes para instalar el servicio y también de poner en la casetera los videos de la programación. Conoció a Claudia, que había llegado desde Maquinchao, en la Línea Sur de Río Negro, también con la ilusión de construir un futuro en ese destino que empezaba a despegar. Llegaron los cuatro hijos: la mayor, el varón, las mellizas.
Ahora sale con esa, como un lobo solitario cazador de imágenes perfectas. “Debe ser como los locos por la pesca, no les importa el frío, no comen, se quedan horas y horas. Me pasa eso con las fotos. Lo disfruto mucho”, dice. A veces, ya conoce las costumbres de los vecinos, como el señor que siempre sale a dar una vuelta con su perro, se sienta en la costanera y lo abraza.
Ahora sale con esa, como un lobo solitario cazador de imágenes perfectas. “Debe ser como los locos por la pesca, no les importa el frío, no comen, se quedan horas y horas. Me pasa eso con las fotos. Lo disfruto mucho”, dice. A veces, ya conoce las costumbres de los vecinos, como el señor que siempre sale a dar una vuelta con su perro, se sienta en la costanera y lo abraza.
Cada vez que capta escenas de pura naturaleza se lo comparte a su mamá que sigue en Viale, en Entre Ríos. Ella no usa redes pero si WhatsApp y es bien de campo, le encantan los animales.
Luis le manda los videos del zorrito curioso, de las ballenas y sus piruetas, de las lechuzas cariñosas, las fotos de los pingüinos en Punta Tombo, las maras, las martinetas, los flamencos, los loros y después la llama para contarle cada historia, esas que ya disfrutan más de 100 mil seguidores, la audiencia que supo conseguir.
Mensajes que emocionan
Sabe que las redes son eso, redes. Que si un día necesita sangre, se la van dar sus amigos, sus familia, los vecinos. Y también que a veces le llegan mensajes que lo emocionan, como el de la mujer que estaba con su hijo internado en Buenos Aires y le contaba que a él le gustaba mucho mirar sus videos de ballenas.
Otro lo recibió en vivo y en directo un mes atrás, en la playa Bañuls de Puerto Madryn, que tiene un sector habilitado para hacer asaditos. Estaba con Claudia y una pareja amiga. Preparaban todo para un almuerzo bajo el sol de otoño cuando Gisella, que estaba de frente al mar, notó un salto gigante en el horizonte. Entonces, dijo la palabra clave.
-¡Ballenas! –exclamó.
Entonces, Luis y Roberto Listro largaron la picada y reaccionaron como se debe sin lamentos por el fernetcito que se volcó: no les daban las manos para agarrar las cámaras y meter un pique de aquellos hasta la orilla. A la carrera se dividieron roles: Fotero filmaría, Robert haría fotos. ¿
«Uno siempre tiene la esperanza de verlas y por eso fuimos al asadito con las cámaras. Y ahí estaban, metieron unos saltos y nos regalaron este gran momento. Y siguieron viaje y nosotros volvimos al asadito. Siempre es lindo que vuelvan a Puerto Madryn para la temporada, uno se pone contento. Me gusta fotografiarlas o filmarlas, pero también disfrutar de mirarlas», dice Luis.
Por si le faltara un detalle a ese día tan lindo, cuando vio que filmaba un muchacho se acercó a Luis.
-Disculpe, ¿usted no será Fotero no? -le preguntó
Otro lo recibió en vivo y en directo, cuando filmaba a una ballena en la playa Bañuls.
-Sí, si -respondió Luis.
-Mi mamá lo sigue en las redes, le gusta mucho lo que hace, ¿No le mandaría un saludo en un video? -dijo el muchacho.
-Claro amigo -dijo Luis, mandó el saludos y se fue a disfrutar del asadito con su gente.
El foco en la luna llena
Cada vez que sale a recorrer la costa de Chubut, Luis se fija en el pronóstico para elegir la hora y el lugar de la recorrida. En especial, está atento a las noches con luna llena. Siempre busca una referencia para componen la imagen: la baliza, un crucero, la fragata Libertad, una gaviota, el Monumento al Indio Tehuelche. Y si además hay ballenas, la fiesta es completa.
Pero si la luna es una de las grandes protagonistas de sus postales. el mar tiene el otro papel principal. “Nunca es el mismo, siempre te da otra escena, el viento, las olas, los barcos que pasan, siempre es diferente”, dice.
En cambio, cada vez que va a la cordillera a los tres o cuatro días se quiere volver. “Las montañas son hermosas, pero están quietas, a mi me gusta el movimiento del mar”, explica con una sonrisa. Entre sus pendientes, está el viaje al norte del país. “Me gustan mucho los colores. Creo que este año voy a poder ir”, dice. Ya es tiempo de preparar la mochila para la próxima aventura.
Podés ver más fotos y videos de Luis en este enlace.
Este contenido fue originalmente publicado en RÍO NEGRO y se republica como parte del programa «Periodismo Humano», una alianza por el periodismo de calidad entre RÍO NEGRO y RED/ACCIÓN.