Jessica Eise es la autora del influyente libro Cómo alimentar el mundo y Kenneth Foster es experto en la economía de producción agrícola
El número total de personas que se enfrentan a la escasez crónica de alimentos ha aumentado en quince millones desde 2016 y el gran culpable es el calentamiento global.
Actualmente, alrededor de 821 millones de personas se enfrentan a la inseguridad alimentaria, cifras que alcanzan el mismo nivel que hace casi una década. El informe indica que la situación está empeorando en América del Sur, en Asia Central y en la mayoría de las regiones de África.
También destaca un preocupante aumento de casos de anemia entre las mujeres en edad reproductiva. Esta condición afecta a una de cada tres mujeres del mundo, con consecuencias para su salud y desarrollo, así como para el de sus hijos.
Entre 2005 y 2014, la desnutrición mundial disminuyó, pero el ritmo de descenso fue cayendo de forma continuada. Hace varios años se detuvo por completo, y el hambre en el mundo empezó a ascender de nuevo.
Entre los factores que llevaron a este retorno se encuentra el cambio climático.
Si bien la malnutrición y la inseguridad alimentaria empiezan en el ámbito familiar, el hambre es un problema de todos. El daño provocado por la hambruna en las comunidades puede generar inestabilidad local y conflictos que se extienden más allá de las zonas afectadas.
Por ejemplo, la sequía y las malas cosechas en Centroamérica son algunas de las causas de la inmigración en la frontera con EEUU.
Clima, tiempo y cosechas
Las causas de la inseguridad alimentaria son complejas y están interrelacionadas. En nuestro libro, How to Feed the World (Cómo alimentar al mundo) –una colección de ensayos de investigadores destacados–, analizamos los desafíos más urgentes.
Entre ellos, el cambio climático aparece como un problema preocupante que influye en todos los demás.
El clima de la Tierra ha pasado por períodos glaciales desde el origen de los tiempos. Sin embargo, en los últimos cincuenta años, las cosas han cambiado. Las temperaturas globales medias han aumentado de forma cada vez más rápida, con nuevas máximas registradas en 2014, luego superadas en 2015 y de nuevo en 2016.
El cambio climático también está aumentando la gravedad y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, como fuertes tormentas y sequías.
En consecuencia, algunas regiones del mundo se están volviendo más húmedas, como el norte de EEUU y Canadá, mientras que otras se están volviendo más secas, como el suroeste de EEUU. En el Medio Oeste del país los episodios de fuertes lluvias aumentaron en más de un tercio entre 1958 y 2012.
La agricultura es una de las industrias más expuestas y vulnerables al cambio climático. Los cultivos y el ganado son extremadamente sensibles a las temperaturas y a las precipitaciones. Una helada tardía en primavera puede ser devastadora y una ola de calor en la época de floración puede provocar que las cosechas se reduzcan bruscamente.
En resumen, la agricultura es la industria de “ricitos de oro”. El clima no debe ser ni demasiado cálido ni demasiado frío, y las precipitaciones deben ser “solo las adecuadas”.
Producir alimentos suficientes para todos los habitantes del planeta depende en gran medida del clima. Esto significa que no será posible frenar la hambruna sin adaptarse al cambio.
La importancia de la investigación agrícola
El cambio climático provoca que la información generacional e histórica sobre la agricultura sea menos valiosa. Lo que antes funcionaba quizás ya no se pueda poner en práctica en un clima alterado.
Cuando el conocimiento histórico ya no funciona, los agricultores tienen que confiar en otras fuentes de información, como meteorólogos, agrónomos y otros científicos, así como en el desarrollo de nuevas tecnologías sostenibles.
Los agricultores de las economías más avanzadas ya dependen totalmente del conocimiento científico, en el que muchas veces intercede el sector privado o los servicios de extensión locales.
Sin embargo, los agricultores de los países más pobres, que en muchos casos sufrirán los impactos más graves, casi nunca tienen acceso a este conocimiento y solo representan el 3% del gasto mundial en investigación agrícola.
Sin inversiones para compartir los descubrimientos de las investigaciones, muchos avances de los países más ricos no se trasladarán a los países pobres.
La influencia generalizada del cambio climático
El cambio climático también agudiza otras necesidades de la producción global de alimentos.
Pongamos como ejemplo el papel crucial del agua: solo el consumo de carne representa aproximadamente un 22% del uso global de agua, y esta necesidad aumentará en un planeta más cálido.
El cambio climático también altera los patrones de lluvias: en algunos lugares no tendrán agua suficiente para cultivar, mientras que en otros quizás llueva en un mal momento, con poca frecuencia, o en episodios de fuertes lluvias más prolongados.
Incluso los factores aparentemente dispares, como el comercio internacional, se ven afectados, con repercusiones importantes para la seguridad alimentaria. A medida que el cambio climático genera cambios permanentes en la geografía de las zonas de producción agrícola de todo el mundo, el comercio internacional surge como un importante mecanismo de resiliencia para reducir el hambre y mejorar el acceso equitativo a los alimentos.
Por ejemplo, en 2012, una ola de calor y una sequía causaron importantes pérdidas en las cosechas de maíz de EEUU. Los productores del hemisferio sur se adaptaron a este déficit, lo que permitió controlar la subida de los precios en Estados Unidos. Esto solo fue posible gracias al comercio internacional.
Una respuesta efectiva al cambio climático también será clave para avanzar en muchos otros retos relacionados con la seguridad alimentaria, como frenar la pérdida de alimentos, mejorar la nutrición o promover sistemas de producción sostenibles.
Los países productores de alimentos necesitarán políticas creativas y nuevas tecnologías para enfrentarse a estos retos con éxito.
Adaptarse a las nuevas condiciones
Se prevé que en 2030 el cambio climático llevará a más de cien millones de personas a una situación de extrema pobreza. Adaptarse al cambio climático es una de las claves para combatirlo, y la tecnología puede ayudar.
Por ejemplo, la agricultura de precisión puede aprovechar los ordenadores, los sistemas de posicionamiento global, los sistemas de información geográfica y los sensores para proporcionar los datos necesarios para darle a cada pequeña parcela de terreno exactamente lo que necesita.
También se está generando interés en el uso de la tecnología tradicional del cultivo de cobertura para mitigar el impacto del cambio climático.
Con la aparición de la nanotecnología, podemos hacer mediciones a una escala menor, incluso “nano”, como mejorar el uso de los fertilizantes y pesticidas.
Al colocar productos químicos en pequeñas cápsulas o en geles, se puede controlar cuándo y cómo utilizar esos productos para que sean más efectivos, al tiempo que se reducen las emisiones de sustancias químicas y los vertidos.
Pero al final, todo depende de cada uno. Las personas deben ejercer su poder social para mitigar el cambio climático pues a todo el mundo le importa la seguridad alimentaria del futuro.