¡Buenos días! El encuestador Raúl Timerman dice que Massa no puede ganar pero Milei puede perder. Otra manera de explicar que en este ballotage nadie gana realmente: se elige por descarte al que genera menos rechazo. Los equipos de campaña lo saben y trabajan en eso.
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Segunda vuelta. En el ballotage del 19 de noviembre no se enfrentan candidatos. Tampoco ideas ni mucho menos valores: se enfrentan miedos. Unos —los que votan a Sergio Massa— temen que el loco de la motosierra lo cambie todo y perdamos lo poco que todavía nos queda. Otros tienen miedo a que un cínico acomodaticio se haga con el poder y mantenga todo como está. Y que en la Argentina se vuelvan crónicos e irremediables la decadencia y el aislamiento. Son los que prefieren a Javier Milei. Eso es lo que dicen las cualitativas: en unos hay miedo al boleto a mil pesos, las tarifas inalcanzables y el fin de la educación gratuita. En los otros, a los controles de precios, la falta de libertad y la prepotencia del Estado. En el fondo, uno no elige sus temores. Simplemente los sufre.
Por eso los candidatos hacen casi siempre lo mismo: buscan atenuar el rechazo que provocan y exageran la catástrofe que significaría que el adversario se hiciera con el poder. Editan lo que dicen, matizan, revisan sus mensajes. Procuran parecer moderados para que los independientes o los indecisos disipen sus temores. Cambian el lenguaje gestual: si eran leones o tigres, esconden las garras y se vuelven corderos. Sonríen. A la vez, se aseguran de que nadie ignore la catástrofe que se desataría si ganara el otro. No soy tan malo como creen, no tengan miedo. El malo es el otro. Yo los puedo defender.
A pocos días de la segunda vuelta en la Argentina, los estrategas de las campañas afinan la puntería con sus mensajes. Cada uno ensaya su ataque y su defensa:
- Miedo a Milei. Unión por la Patria trabaja con dos mensajes básicos: 1) Milei no tiene estabilidad emocional, y 2) Milei te va a quitar lo que tenés: Aerolíneas, educación gratuita, salud en los hospitales, tarifas bajas, planes sociales. El libertario se defiende como puede. Al primer ataque, responde con retórica: “¿Qué distingue a un loco de un genio?”. Al segundo, con paños fríos: “No se preocupen, son reformas de segunda generación”. Quien quiere creerle, le cree.
- Miedo a Massa. La Libertad Avanza, por su parte, parece enfocarse en tres mensajes: 1) Massa es K, 2) Massa miente, 3) Massa no sabe de economía. Y abunda en detalles: corrupción, casta, traiciones reiteradas, capitalismo de amigos, inflación disparada, falta de plan económico. Los aliados del ministro/candidato lo defienden con una promesa: “Su gobierno va a ser distinto”. Y destacan el pragmatismo como virtud del Príncipe, en palabras de Maquiavelo.
La retórica de las campañas sigue en tensión: el auténtico e inexperto —y quizá loco— contra el sagaz y experimentado pero falso. Milei explicando la macro (la inflación) y Massa enfocado en la micro (el valor del boleto). Uno, cambio. O quizá revolución. El otro, continuidad. O peor: continuismo. Ninguno ganará. Simplemente perderá quien no haya logrado conjurar el miedo que genera. Y habrá tenido razón el viejo Maurice Duverger cuando enseñaba: “El ballotage está para castigar a aquellos que, siendo populares, tienen más enemigos que amigos”.
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Tres preguntas a Amelia Valcárcel. Es una filósofa española, catedrática de Filosofía Moral y Política en la UNED, patrona del Museo del Prado y miembro del Consejo de Estado. Es, además, una de las máximas exponentes del feminismo en España.
—¿Considerás que el momento actual, en el que rebrotan extremismos y nacionalismos, es uno de esos momentos en los que la ética se revitaliza?
—El actual es un momento de globalización. Y esta vez de globalización verdadera, no parcial, como han sido todas las globalizaciones anteriores, incluso todas las llevadas a cabo en el siglo XIX, que asisten al momento en que comunicativamente el planeta se hace más homogéneo. Primero, mediante las nuevas comunicaciones, por el ferrocarril, por la navegación a vapor y después por la señal de radio. Ese fue un momento global fortísimo, pero produjo cataclismos políticos. Por ejemplo, los fascismos. Los momentos fuertes de globalización no suelen ser pacíficos. La idea en que se estaba después de la Declaración del 48 es que llegaríamos a un momento global de derechos humanos universales reconocidos por todo el mundo, además de una extensión progresiva de la democracia. No está siendo así. Tenemos delante un auge de los populismos, pero naturalmente eso solo sucede en las democracias, y las democracias son minoría en el planeta. La mayor parte de sociedades parlamentarias son autocracias, por número de habitantes. China es la mayor de las autocracias. Y algunas son solo democracias de nombre, pero no lo son eficazmente porque no mantienen ninguno de sus valores. No sabemos si están sonando las trompetas del Apocalipsis, porque se suman muchas cosas: la emergencia climática es un desafío de primer orden para el que las democracias tampoco parecen especialmente preparadas, y por el que las autocracias se desinteresan. Si quisiéramos ver el panorama oscuro tendríamos razones para ello, pero así no se consigue nada, entonces más vale que intentemos ver aquello que nos dé cierta esperanza.
—¿Qué debates éticos exige el avance tecnológico?
—El problema nunca es el instrumento, son nuestras intenciones. Uno de los grandes etólogos del siglo XX dijo que le daba pánico pensar que si el ser humano, ahora, viviendo en un lugar pequeño, donde la furia y la lucha son constantes, no cambia su estructura emocional, tiene una bomba en la mano. Todo se puede usar de una manera o de otra. El asunto es en parte emocional. Realmente, las emociones humanas básicas, aquellas que el sistema límbico maneja, son muy difíciles de cambiar. La ética lo ha intentado. Las religiones han intentado durante mucho tiempo provocar estados de conciencia que cambien las actitudes emocionales, pero siempre hay un riesgo. Excepto en algunos tramos, nuestra sociedad tiene una educación moral mejor que la que se ha tenido nunca. No tanto porque la gente sepa formulaciones, sino porque sabe cómo aguantarse, callarse o respetar. Respetar a quien no le da miedo; ya no confunden esos dos términos. Pero, aun así, estamos todavía lejos de ser seres angélicos. El nivel emocional es muy fuerte y el nivel racional tampoco llega tan allá. Ese es uno de los problemas fundamentales que tenemos con el desafío del clima. Cualquiera comprende racionalmente que hay que tomar decisiones rápidas y duras, pero nadie quiere enfrentarse a qué le dirán sus votantes. Por lo tanto, estamos en un impasse que tampoco cabe seguir alargando demasiado. No es como para ser optimistas…
—Ante desafíos como el del clima parece clave acudir a la ciencia. Pero ¿puede la ciencia, por sí sola, explicar realidades? ¿Dónde queda la filosofía?
—La ciencia es un nombre demasiado global para un conjunto de saberes que en ocasiones es un conjunto disjunto. No hay una cosa llamada “ciencia”. Sí hay una cosa llamada “filosofía”, pero tampoco es homogénea. La ciencia tiene, sin embargo, características interesantes. Reúne el mejor saber que hemos logrado producir. Cualquiera que se dedique con demasiada fe a desmontar las verdades científicas no merece respeto. De momento, muchas de ellas son simplemente cumbres del pensamiento a las que se ha llegado, y eso es extraordinario. Que los animales hayan desaparecido de las calles (ya no hay caballos ni mulas tirando de los carros), que ya no nos alumbremos con petróleo (la electricidad mueve absolutamente todo) o que tengamos una capacidad de comunicación absolutamente extraordinaria no habría sido posible sin eso que la gente llama “ciencia”. Luego, bienvenida la ciencia. El asunto es si le podés encargar el futuro, y la respuesta es no. Esa llamada “ciencia” es capaz de moverse muy bien persiguiendo objetivos limitados. Siempre habrá un científico que persiga un objetivo limitado que acabe siendo incompatible con el del otro. ¿Cómo garantizamos la supervivencia de una humanidad que merezca tal nombre sobre este planeta hasta que el sol se apague? Nadie lo sabe. La religión siempre ha sido una excelente dadora de respuestas para eso: ¿qué hacemos aquí? Nuestros dioses tienen un plan. Ya está, no hay que preguntarse más.
Las tres preguntas a Amelia Valcárcel se tomaron de la entrevista que le hizo Laura Zamarriego, publicada originalmente en Ethic. Para acceder a la versión completa podés hacer click acá.
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Escuchar. Lo obvio: no hay comunicación sin escucha. Y ese es el problema de lo obvio: que no siempre se le presta suficiente atención. Este artículo destaca el rol de la escucha en el profesional de la comunicación —en su rol corporativo o de consultor— y se enfoca en entender qué quiere o necesita el periodista al que se le está contando la historia, qué quiere comunicar el cliente y cuál es el contexto social y el público al que apuntan los mensajes del cliente. Un cuestionario básico que puede sacar de un apuro a más de un profesional empantanado.
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Academia. Los medios y las redes sociales compiten por la atención de las audiencias. Y la atención no es otra cosa que tiempo dedicado a leer, mirar, escuchar. Este artículo de Alfonso Nieto se centra en el concepto de “mercado de la información”: el lugar en el que se encuentran la oferta y la demanda de productos y servicios de información y entretenimiento. En los últimos años, la intervención de los usuarios en la elaboración de contenidos en los distintos medios aparece como un claro paso en el camino de la participación, lo cual pone en disputa el poder de comunicar. Una interesante radiografía de un mundo en evolución permanente.
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Oportunidades laborales
- Valere inició su búsqueda de un Managing Director.
- S&P abrió la búsqueda de Lead Editor.
Hasta acá llegamos esta semana. ¡Hasta el próximo miércoles!
Juan
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