Al abrirse, la tierra chaqueña podría dejar al descubierto la prueba de una masacre muchas veces negada. Hace 95 años, en la antigua Napalpí (un sitio que hoy lleva el nombre de Colonia Aborigen), a 147 kilómetros de Resistencia, una multitud de entre 300 y 1.000 personas fue asesinada a mansalva. Eran indígenas qom, wichí y mocoi empleados en la explotación maderera, y pedían mejores condiciones de trabajo.
Su reclamo fue respondido con balas en la mañana del 19 de julio 1924, y durante mucho tiempo la policía y los jueces negaron la masacre. Pero ahora la Fiscalía Federal de la provincia prepara un juicio por la verdad –ya que no hay imputados con vida– y necesita excavar la zona de la matanza y, en caso de hallar restos, identificarlos. Para eso llamó a la única organización que podría afrontar un trabajo así: el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
“Estamos en la búsqueda de una fosa común”, dice desde Napalpí la antropóloga Silvana Turner, que todos los días comienza su tarea a las 7 de la mañana junto a otros tres miembros del EAAF y a colaboradores de la comunidad. En sus dos primeras semanas de exploración ya encontraron algo, pero Turner no quiere dar detalles de esos “mínimos hallazgos”. “Estamos en proceso de trabajo”, dice. “Siguiendo algunos indicios y completando un hallazgo que se había producido en otro momento”.
El EAAF nació en 1984 para identificar los huesos y restos hallados de personas desaparecidas durante la dictadura militar que acababa de terminar. Desde entonces, el Equipo ha devuelto la identidad, con la antropología y otras ciencias relacionadas, a 796 desaparecidos. Y a otros tantos, en otros países.
En 35 años, el EAAF ha trabajado en casos resonantes, como los de Ernesto “Che” Guevara, Santiago Maldonado, Luciano Arruga, los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, el atentado a la AMIA y los soldados NN de la guerra de Malvinas (entre los que identificó a 114). Ha salido de la Argentina a Latinoamérica, y de ahí al mundo, actuando en unos 60 países en América, Asia, África, y Europa. Sus antropólogos fueron vistos en Angola, Bosnia, El Salvador, España, Etiopía, Guatemala, Indonesia, Kosovo, Costa de Marfil y Rumania, entre otros países. El Equipo ha ampliado sus investigaciones a víctimas de narcotráfico, trata de personas, procesos migratorios, guerras, accidentes y catástrofes. Y ha abierto un laboratorio genético en Córdoba, y oficinas en México y en Nueva York. Iniciada por un grupo de muy jóvenes antropólogos, la organización tiene hoy 70 miembros. “Son un héroe colectivo”, dijo de ellos el periodista Felipe Celesia, que acaba de publicar La muerte es el olvido, un libro sobre la historia del Equipo.
“La particularidad de esta investigación es que es la primera vez que el EAAF se involucra en un caso vinculado a pueblos originarios”, dice la antropóloga Turner, que este año también estuvo en El Salvador y que en años anteriores investigó matanzas en sitios tan distantes como Ciudad Juárez o los Balcanes. Turner es miembro fundador del EAAF: ingresó cuando tenía 19 años.
—¿Cómo es el trabajo en Napalpí?
—Hacemos primero un trabajo de investigación histórico y social, y después viene una etapa de trabajo arqueológico, que es la que ahora estamos haciendo. La evidencia que se recupere en el campo involucraría en este caso restos óseos o evidencia asociada: vestimenta, balística o cualquier elemento que pueda aportar al entendimiento de los hechos. La intención es recuperar esos restos para describir a las víctimas y hacer un perfil biológico que indique si eran hombres o mujeres, niños o ancianos, y también, en lo posible, aportar información sobre la causa de la muerte. Una diferencia en relación a otros trabajos del Equipo es que acá la identificación, entendida como la individualización, no es un objetivo porque no se trata de identificar una a una a las personas.
En general, luego de la etapa arqueológica, el material que se recupera (o sea, los huesos) es exhumado, embalado y trasladado al laboratorio del Equipo, que se encuentra en la ex ESMA. Allí se concluyen los estudios y se prepara un informe para una autoridad judicial o una fiscalía. Al final, los restos vuelven a la comunidad, donde se los entierra o se realiza una ceremonia.
—¿Cómo trabajan la excavación en Chaco?
—Las estrategias de búsqueda se ajustan a las características del terreno, a las extensiones, y a los recursos de equipamiento y personas que excavan manualmente. Con supervisión de un arqueólogo, coordinamos un equipo de gente que va haciendo fondeos con palas: trincheras planificadas en áreas que se van diagramando y mapeando. En áreas extensas se puede hacer excavaciones con una máquina retroexcavadora, para ubicar el área buscada.
—¿Pero cómo se hace para que esa máquina retroexcavadora no dañe lo que podría estar ahí abajo?
—Justamente, la supervisión del profesional es la garantía. No voy a negar que no es lo mismo que hacerlo a mano, pero no buscamos los restos, sino verificar la estratigrafía de ese suelo. Es decir, los suelos están compuestos por capas horizontales que cambian a medida que se profundizan y que, por su coloración y su compactación, dejan observar si hubo alteraciones cuando se hace una trinchera. Cuando uno hace un pozo y vuelve a poner la tierra que sacó de ese pozo, nunca puede ponerla de la misma manera que estaba en las capas naturales del subsuelo: se mezcla y pierde la compactación que tenía. No es que con la máquina queremos encontrar los restos, sino la alteración que después nos va a llevar al hallazgo de los restos.
En Napalpí la presencia del Equipo despierta entusiasmo. “Que ellos estén, tiene una importancia vital”, dice Juan Chico, investigador independiente de la masacre, impulsor de la causa judicial y creador de la Fundación Napalpí. “Porque el Equipo es reconocido en el mundo por la trayectoria y la seriedad de su trabajo. Y porque ellos vienen trabajando en la Argentina la cuestión de los desaparecidos de la última dictadura militar, y nosotros venimos diciendo que lo que Estado argentino hizo en ese momento, con desapariciones y robo de bebés, lo hizo primero con nuestros pueblos indígenas: masacres como la de Napalpí fueron el hecho fundacional de ese terrorismo de Estado”.
En Resistencia también hay interés. “La investigación del Equipo Argentino de Antropología Forense es una medida importante de prueba, que se sumaría a todo lo que ya se vino produciendo”, dice el fiscal Diego Vigay, de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía Federal de Chaco, que desde 2014 investiga la masacre. “Se ha podido reconstruir con bastante veracidad todo lo que pasó y la información que pueda surgir ahora va a sumarse a toda la otra que ya existe”.
En caso de un hallazgo, los restos serán llevados por la Gendarmería hasta el laboratorio del EAAF en Buenos Aires. “Es un laboratorio montado para el trabajo con restos óseos”, dice Silvana Turner. Cuando los huesos entren a ese laboratorio, se los lavará y se los articulará, ordenándolos para hacer observaciones y mediciones. “Eso nos van a permitir establecer la edad del individuo, el sexo, la estatura y una serie de elementos que nos van a dar el perfil biológico”, dice Turner. “Luego observaremos otras particularidades: rasgos odontológicos, y cualquier patología que la persona haya sufrido en vida y que deje una huella a nivel óseo. Observaremos lesiones perimortem; o sea, alrededor del momento de la muerte, que podrán aportar a establecer cómo murió esa persona”.
—¿Cómo es que un equipo argentino se convirtió en un referente mundial?
—Creo que el Equipo, que ha cumplido 35 años de trabajo, tomó, cuando se inició, una herramienta no disponible en muchos de nuestros países. Y había una necesidad de aplicarla. En esa coyuntura, una experiencia que se inició vinculada a los casos de desaparición forzada en la Argentina, que no preveía necesariamente la posibilidad de una proyección como la que ha tenido, ha llegado a más de 50 países. Fue una experiencia temprana. Y otros países con estas mismas problemáticas vieron esa experiencia, y empezó a haber una transferencia de parte del Equipo a otras regiones y contextos. Además fue importante apostar a la formación de recursos locales porque, desde ya, la dimensión de los fenómenos a investigar supera la capacidad de un grupo de personas reducido. Y, por último, hemos sostenido criterios claros en cuanto a los objetivos y a las formas de trabajar, y siempre apostamos a este crecimiento y a la formalización de la antropología forense.