70. 83. 92. 95. Ese porcentaje, que amenaza con acercarse a 100 (o que en algunos lugares ya llegó), se anuncia con frecuencia desde hace meses: la ocupación de camas de terapia intensiva es parte del combo de números de cada día (junto con los casos positivos y la cantidad de personas fallecidas) que informan sobre la pandemia. Pero ¿qué implica para quienes trabajan dentro de las terapias que el porcentaje de camas ocupadas se acerque a 100?
“Lo vivimos muy intensamente. Hay mucha incertidumbre en el equipo. Hay una necesidad de que afloje y se termine. Algunos tienen hasta negación: ‘No, otra vez’. Lo que más nos carga es la incertidumbre de hasta cuándo seguimos. Hay un límite claro que es tanto físico como psíquico: estamos todos desbordados”. La que le pone humanidad a las estadísticas es Rosana Gregori, médica intensivista que trabaja desde 2008 en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) del Hospital Muñiz.
Gregori cuenta que esta situación es algo que los profesionales intensivistas (que incluye a médicos pero también a otros profesionales, como enfermeros, kinesiólogos, nutricionistas, asistentes sociales) trabajan con el equipo de salud mental de su hospital. Ella, a su vez, lo trabaja con su terapeuta de siempre.
“Hay poca alarma o hay una negación de las personas. Parece que hace falta mostrar que realmente estamos en una situación límite”, resume Gregori.
Mónica Capalbo también es médica intensivista. Tiene 40 años de experiencia, ya está retirada y es parte del Comité de Bioética de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI). Desde ese lugar, trabaja en el equipo de soporte emocional que busca contener a los intensivistas de distintos puntos del país.
“El contexto es muy desesperante. Nosotras buscamos dar este apoyo desde el año pasado, cuando no había el colapso de hoy en las UTI. Ahora tenés que agregar el agotamiento que vienen acumulando tras casi un año y medio con esta mecánica”, cuenta.
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Intensivistas y pacientes aislados
“Más allá de que a uno le afecta muy cercanamente el tema de la gravedad de los pacientes y la eventual muerte, te sentís muy solo frente a esta situación. Primero desde lo físico. En una terapia solemos encontrar el soporte entre intensivistas. Charlas cotidianas que ahora están limitadas por los cuidados sanitarios. Cuando te relajás, ahora tenés que cuidarte de cómo te sacás las cosas, con quién te juntás. O no podés sentarte a compartir un almuerzo o un café en el pasillo”, describe Capalbo.
La médica, quien se desempeñó principalmente en el Hospital Dr. J.M. Penna porteño, suma otro factor de estrés: “No poder tener contacto presencial con los familiares o que ellos no puedan ver a los pacientes crea una carga afectiva para los trabajadores muchísimo mayor. No estamos acostumbrados. En general, sobre todo en pacientes internados mucho tiempo, conocés a toda la familia, porque todos los días salís a dar informes a la misma gente. Brindar estos informes telefónicamente no puede ser más frío”.
Gregori es una de las que tiene la tarea de dar estos informes. Y coincide: “Es una lejanía importante con la familia: estamos habituados a hablar cara a cara”.
“La familia deja al paciente y se lo aisla y no lo ve más. Nos angustia que el paciente esté aislado, que su familia no pueda verlo, por eso tenemos los protocolos de visita. Eso nos alivia la carga. También nos ayuda que la familia lo vea al menos por videollamada”, añade.
Soporte emocional para intensivistas
Maridel Canteli, psicoanalista, miembro de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis y fundadora del Comité de Bioética de la SATI, cuenta que la idea de ofrecer un servicio de soporte emocional nació en el inicio de la pandemia, al percibir cómo esta afectaría a los intensivistas.
Se trata de un servicio que funciona para los intensivistas miembros del SATI, y que es brindado por Canteli, Mariana Pedace (también psicóloga) y Capalbo. “Aclaramos muy bien que no es una psicoterapia. Es una atención en crisis: se brinda escucha, atención, orientación. Y se deriva a quienes, a nuestro criterio, lo requieren”.
Las personas que buscan esta asistencia emocional se comunican por mail a la dirección que figura en el sitio de la SATI (“se buscó que la consulta tuviera características anónimas”, explica). Entonces, se coordinan entrevistas virtuales: en general, se pautan tres encuentros y luego se ve si son necesarios más.
Canteli cuenta que se reciben tres niveles de consulta: urgencia, situaciones medianamente manejables y situaciones azarosas/esporádicas. Y que, como complemento a este servicio, el comité también ha desarrollado distintos ateneos con personal que atiende a pacientes con COVID, terapistas, pacientes recuperados o quienes han estado en unidades de cuidados intensivos. Estos ateneos (virtuales) pueden verse en el canal de YouTube de la SATI.
Según cuenta Canteli, las características de las consultas mutaron a medida que avanzaba la pandemia. “Primero eran personas a cargo de equipos o directivos, con mucha ansiedad e incertidumbre por lo que podía venir. Con los recursos de cada unidad, no se sabía si se iba a poder dar respuesta a lo que se avecinaba. Luego, a mediados del año pasado, las consultas iban en torno al daño que empezaba a producirse por el aislamiento, las características de la asistencia, el agotamiento de los profesionales y el manejo de familiares. A partir de fines del año pasado hasta ahora, las consultas tienen más que ver con lo quemado y agotado que está el personal y la sensación de incomprensión que atraviesa a los terapistas”.
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Asisten, pero no buscan ser asistidos
De todas maneras, tanto Canteli como Capalbo coinciden en que la demanda de consultas ha sido baja, pese a que esperaban no dar abasto.
Según explica Canteli, pese al agotamiento, los intensivistas “posponen atenderse a sí mismos. Como si la urgencia no les permitiera pasar de asistir a ser asistidos. Muy pocos lo registran como una necesidad, y, a pesar de notar el desaliento, esperan que la situación pase”.
La psicoanalista cree que también “hay un poco de resistencia a recibir apoyo de equipos de salud mental de hospitales, a que la ayuda venga del ámbito institucional”. En general, dice que los residentes son más proclives a buscar este tipo de ayudas, mientras que los médicos más experimentados, los más reticentes.
Capalbo agrega: “Cuando los intensivistas salen de la guardia lo que menos quieren es escuchar hablar de lo mismo”.
Pocos recursos: la última cama y profesionales que escasean
“A todo esto se ha sumado las angustias de que los recursos no alcancen y haya que tomar resoluciones en orden de la bioética: la última cama, ¿a quien elegir para atender?”, analiza Canteli.
“Cualquier persona de UTI sabe que la última cama ya es una realidad para nosotros. Si no llega a la masividad de las comunicaciones es por los esfuerzos sobrehumanos para sacar camas de donde no hay o derivar pacientes. Hay situaciones en donde, por ejemplo, atienden en salas de pediatría a pacientes adultos. Incluso médicos no intensivistas se ven en este dilema: tienen que elegir a qué paciente derivar”, señaló Analía Occhiuzzi, directora del Comité de Bioética de la SATI, en una reciente entrevista con C5N.
Capalbo contextualiza: “Esta situación es inédita. Antes, si no tenías más camas, derivabas al paciente. Hoy la derivación es una utopía, porque todos están colapsados, y además son graves, no pueden ir demasiado lejos. Y para estos casos hay guías internacionales, pero siguen siendo guías”.
“¿A quién elijo si solo tengo una cama? ¿Al joven o al viejo? ¿A la embarazada o a la mujer de 50 años con buena salud? No pueden darse respuestas de blanco o negro, sino usar criterios amplios, encabezados por factores clínicos de cada caso”, resume Canteli. Ella cuenta: “He atendido a intensivistas con altos niveles de conducción. Transmiten mucha angustia y agotamiento. La toma de decisiones bioéticas desgasta. Estar todo el día resolviendo dilemas (que no son tu trabajo, porque vos viniste a luchar contra el COVID, salvar vidas, poner respiradores). Nadie te preparó para tomar tres de estas decisiones por día ¿Cómo volvés a tu casa así?”.
¿Qué mensaje transmiten desde el equipo de soporte emocional? “Buscamos hacerle entender a quien toma decisiones que en este momento es parte de su rol. Que piense que no ha perdido el criterio. Que se escuche a sí mismo, y se sienta adecuado para las decisiones que toma, sin inseguridad”, dice la psicoanalista.
Gregori cuenta que, en su equipo, no han tenido que elegir a quién asignar una última cama. “Es una situación que uno ya lo piensa, vivirla debe ser tremendo”.
¿Están preparados los intensivistas para tomar decisiones como las de la “última cama”?
“Nadie está preparado para decir quién entra a la terapia intensiva y quién no. Pero hay que aclarar que dar la última cama no implica elegir que la otra persona se muera: va a ser atendida con la mejor disponibilidad posible”, destaca Capalbo.
Canteli, por su parte, analiza: “En la formación del médico en general casi no hay preparación en la asistencia emocional. En la especialización en terapia intensiva, la SATI sí tiene un módulo de aspectos bioéticos y de comunicación. Pero ese primer contacto tiene que ver con formarlos en la comunicación con el paciente y familiares y entre miembros del equipo de salud. Pero eso es un módulo de la carrera de la especialidad. Esa es toda la preparación previa de un intensivista: nadie les exige ser experto en algún tema de estos. Por eso, es difícil saber quién está preparado y quién no. Es algo que se ve en el campo de operación”.
Desde su experiencia actual, Gregori coincide: “El tema es que la medicina crítica de la terapia intensiva ni siquiera se estudia en la facultad de Medicina. El vínculo con la terapia intensiva es formándote en el hospital. Es el vínculo que tenés con la muerte y los pacientes graves. Hay un déficit muy grande emocional en la formación. No creo que nadie esté preparado para una situación así”.
Al mismo tiempo, no solo escasean las camas: también los profesionales. Según Rosa Reina, presidente de la SATI, en el país hay alrededor de entre 1800 y 2000 médicos, 400 enfermeros y 400 kinesiólogos especialistas en Terapia Intensiva. Canteli cuenta que, en este contexto, han atendido a intensivistas que amenazan con abandonar la especialidad por estar desanimados. “Es una especialidad que antes despertaba entusiasmo, pero que hoy escasea”, explica la terapeuta.
Comités de bioética y trabajo en equipo
“Cuando un paciente ingresa a la terapia no solo lo evalúa el intensivista. Si uno tiene muchos pacientes para un respirador, no es una persona la que decide, sino un equipo: se repartirá la carga si hay que elegir la última cama”, aclara Gregori. En el hospital en el que trabaja, cuenta, suelen hablar de “la familia del Muñiz”.
Las fuentes de esta nota coinciden en que el trabajo en equipo hace más llevadera la carga. “La terapia intensiva es un trabajo en equipo”, dicen.
“Si hay discrepancias y dilemas bioéticos, se puede recurrir a los comités de bioética que funcionan desde siempre en muchísimos hospitales y que están integrados por equipos multidisciplinarios (con médicos, sociólogos, filósofos, religiosos). Estos comités asesoran y recomiendan. En última instancia, el equipo no puede evadir la responsabilidad, pero estar acompañados en la decisión es un soporte emocional fundamental”, analiza Canteli.
Capalbo opina en la misma línea: “La decisión siempre está en el médico o el equipo, pero una decisión compartida o con apoyo aliviana totalmente la carga. Y que haya ciertos criterios establecidos para orientar hace que no te sientas solo si tenés que tomar una decisión a las 3 de la mañana y no podés hablar con nadie”. Además, acota que en la provincia de Buenos Aires funcionan comisiones de pronta respuesta, que están de guardia para atender estas cuestiones.
Receta médica: apoyos entre colegas y distracciones
Más allá de que en algunos casos el equipo de soporte emocional de la SATI deriva a los intensivistas a un tratamiento de psicoterapia con profesionales, hay acciones más inmediatas que pueden tomarse para atravesar tiempos tan duros.
“La idea del soporte emocional es ‘te escuchamos y en lo que podemos te damos una mano, una idea’”, señala Capalbo.
Aunque admite que es difícil aconsejar en este contexto, sugiere “a quienes trabajan incansablemente” que, al finalizar su jornada de trabajo, puedan “desconectarse y pensar en otra cosa, no seguir masticando y rumiando lo mismo”. Actividades recreativas o tiempo en familia son opciones.
Y, finalmente, vuelve a la importancia de estar unidos entre colegas, incluso pese a las medidas de prevención. “Lo que plantearía es recuperar esto que se ha perdido: la relación entre nosotros; mantener el contacto al menos desde un mensaje por celular. En una situación difícil lo que más fuerza te da es sentarte al lado del otro y pensar juntos. Y, no sé, contagiarse la esperanza”.