La pandemia de COVID-19 trajo consigo desempleo en toda la región. Ante la coyuntura, muchos vieron en las aplicaciones de delivery una solución, sobre todo los grupos más vulnerables. Una gran cantidad de personas migrantes optaron, entonces, por un trabajo que ofrecía beneficios y flexibilidad, pero, ¿a qué costo?
Ser repartidor y migrante representa una doble vulnerabilidad en un trabajo que ya trae consigo claros perjuicios. Sin embargo, para muchos ha sido la mejor (o única) opción.
En Argentina y Chile, por ejemplo, más del 70 por ciento de trabajadores en el sector de la entrega basada en aplicaciones son migrantes, de acuerdo con un informe de la Organización Internacional del Trabajo, basado en encuestas y entrevistas con 12.000 trabajadores en 100 países. Este estudio afirma que estas y otras naciones “han visto una gran afluencia de refugiados y migrantes venezolanos en sus mercados laborales nacionales, que enfrentan perspectivas de empleo inciertas, aunque muchos tienen altos niveles de educación”.
¿Cuál es la razón de que tanto migrantes opten por este empleo con alta precariedad laboral? “Trabajar en el sector de la entrega basada en aplicaciones surge como una opción para muchos debido a la falta de otros trabajos disponibles correspondientes a su educación, las bajas barreras de entrada y la facilidad de acceso a este sector, así como la discriminación en el acceso a trabajos en otros lugares”, señala el mismo informe.
Alfredo, Lorena y Frazi son una clara muestra de esto.
Recorrer la ciudad en medio de la peste
Las calles de Lima, una ciudad con más de 10 millones de personas, quedaron vacías cuando el Gobierno peruano hizo obligatorio el aislamiento social con la llegada del COVID-19 al país en marzo de 2020. Esas mismas calles eran recorridas por repartidores, que transportaban desde alimentos hasta medicamentos a las casas, principalmente en lugares de ingresos altos.
Alfredo recuerda esos días. Él todavía no trabajaba como repartidor de aplicativo. Laboraba entonces para una empresa de reparto que brindaba servicios al Seguro Social de Salud. Su función era ir a las casas de los asegurados que tenían prescripciones médicas para entregarles sus medicamentos. En abril de ese año, dos semanas después del inicio de la cuarentena nacional, perdió el trabajo y, poco después, decidió unirse a PedidosYa.
El delivery era una de las pocas actividades permitidas. A diferencia de las millones de personas que se quedaban en casa, ellos tenían que entregar pedidos, comprar sus propias mascarillas, trajes de protección, alcohol. Se requería de sus servicios incluso en medio del toque de queda.
Para Alfredo, migrante venezolano, este trabajo era muy sacrificado y peligroso porque, al igual que el personal de salud y los policías, ellos eran de las pocas personas que seguían moviéndose en la ciudad. Alfredo temía contagiarse. Estaba solo en el país; toda su familia vive en Venezuela. Tampoco tenía seguro ni manera de acceder a atención médica en algún hospital público si enfermaba: todos estaban colapsados.
Esos días fueron especialmente difíciles para él. Aunque nunca se hizo una prueba para descartar covid-19, cree que sí tuvo la enfermedad por el constante contacto con los usuarios de la ‘app’. Estuvo varios días en cama, enfermo con lo que describe como una “fuerte gripe”, y le tocó afrontar ese trance solo.
“Las personas nos trataban mal mientras nosotros estábamos moviendo todo en medio de la pandemia”, dice sobre su experiencia como repartidor durante la primera ola de contagios en Perú.
TAMBIÉN PODÉS LEER
Un diagnóstico sobre las condiciones laborales en las plataformas digitales en Lima realizado durante la pandemia concluye que quienes hacen delivery en la ciudad son, en su mayoría, jóvenes y migrantes. Alfredo Chacón es migrante, pero ya no es tan joven. Y es que no se planteó que a los 40 años y luego de haber estudiado una carrera universitaria en su país, estaría trabajando en un empleo de ‘muchachos’, como llama a sus compañeros repartidores mucho menores que él. Habla de ellos en un tono de hermano mayor, casi paternal: “Yo los asesoro en lo que puedo”.
Las condiciones laborales de las y los trabajadores de delivery son precarias, sobre todo cuando son migrantes.
De acuerdo con el reportaje Millonarias compañías de delivery operan en un marco laboral y tributario difuso, de OjoPúblico, un informe del Ministerio de Trabajo confirma que “los repartidores asumen el costo de combustible, del SOAT, la reparación de sus vehículos y el equipo celular e Internet con que la empresa realiza la geolocalización. Además, deben comprar la mochila o indumentaria con el logo de la aplicación y cumplir determinados horarios para acceder a más entregas. La mayoría de ellos, indica el documento, no están afiliados a un sistema de pensiones”, indica la publicación, que agrega “los datos de monitoreo realizados por ACNUR en Perú, al cierre de 2020, muestran que cerca del 90% del millón de venezolanos que vive en el país se encuentra desarrollando empleos precarios o está sin trabajo, y el 70% de ellos comen menos de tres veces al día.
En julio de 2021, cuando Alfredo atravesaba el duelo por la reciente muerte de su padre en Venezuela, PedidosYa le suspendió la cuenta luego de que un grupo llamado Unión Rider Perú convocara dos paros, de las pocas protestas de ‘riders’ que se han registrado en el país hasta el momento. Para la empresa él era “la cara más visible” del movimiento que pedía mejoras en la plataforma, entonces “pensaron que quien estaba motivando todo eso era yo [aunque no era así]. Entonces, como los inquisidores, juez y verdugo, fueron detrás de mi cabeza directamente y me suspendieron [la cuenta]”, asegura Alfredo.
En la práctica, dice, le quitaron el trabajo, el único ingreso fijo que tiene. Pensó en presentar alguna queja, pero la empresa no tenía una sede física para recibir la queja de los repartidores y descartó hacerlo en el Ministerio de Trabajo porque no tiene condición de trabajador. Organizaciones como Ni un repartidor menos, a la cual pertenece, expresaron su molestia por su caso a través de redes sociales y lograron que le hicieran los pagos que faltaban, pero no su reposición.
Hoy hace repartos con Rappi, aunque no sabe hasta cuándo. Muchas veces, cuenta, ha buscado otros empleos, pero ninguno es una alternativa mejor que esta: las opciones para un migrante no suelen incluir seguros, ni contratos fijos, ni salarios importantes. El Perú tiene más del 70 % de empleo informal, y se considera que este incluso se ha incrementado.
Siendo ‘rider’, aunque trabaje hasta 14 horas al día, Alfredo puede ganar más de lo que le ofrecen en otros trabajos que ha tenido en el Perú. Además, está asociado a gremios regionales. No se siente solo.
Falta de oportunidades laborales: ser repartidores como única opción
Lorena tiene 27 años y vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Es migrante colombiana. Como muchos, se quedó sin trabajo durante la pandemia. “Los primeros días estaba muy angustiada. Sabía que no iba a conseguir otro trabajo, y siendo migrante, eso implicaba el riesgo de quedar en la calle”, relata.
Como estudiante de medicina, necesitaba un empleo que le ayudara a mantenerse, pero que, a la vez, le permitiera ajustar sus horarios para estudiar. Trabaja en bicicleta, seis horas, seis días a la semana, en los que hace en promedio 12 entregas. Por cada una gana $ 120. “Realmente no entiendo la relación entre kilómetros recorridos y paga”, dice, y afirma que no le parece una retribución apropiada para el trabajo que hace. “Es difícil. Los clientes no se cuidan, el ritmo de trabajo es muy exigente, y los primeros días no podía levantarme de la cama por el dolor de piernas”.
Lorena es una de las miles de personas migrantes que trabajan en aplicaciones de delivery en Argentina. De acuerdo con El proceso de trabajo y la experiencia de los trabajadores en las plataformas de delivery en la Argentina, “en la plataforma de Rappi los inmigrantes representan alrededor del 83 % de los sus repartidores”, asevera el estudio, que agrega que la mayoría son venezolanos.
Sin embargo, Lorena, como el 56 % de los y las repartidoras encuestados para esta investigación, prefirió no especificar en cuál plataforma trabaja, quizá por temor a ser inhabilitada como Alfredo.
El mismo informe asegura que “la precariedad no se comporta de la misma manera en todo el mundo y está particularmente relacionada con la dinámica de la migración (…). El estatus de residencia y el capital social de los migrantes pueden afectar sus posibilidades de participar en el mercado laboral formal, obligándolos a condiciones de trabajo precarias”, explica.
Los repartidores, sobre todo migrantes, no tienen entonces más opción que trabajar todo el tiempo que puedan, pese a la baja retribución, para garantizar no quedarse sin trabajo. ¿La razón? “Una vez que aparece el pedido en la aplicación de Soy Rappi, hay 30 segundos para decidir si se acepta o no el viaje. Cuanto menos pedidos se acepten, más baja será la tasa de aceptabilidad. Y cuanto más baja sea la tasa, menos pedidos aparecerán”, explica Emiliano Gullo, en un trabajo de inmersión que hizo para Revista Anfibia.
Es el caso de Lorena: “Si no salgo a trabajar bajo en el ranking de la empresa y cobro menos”.
No obstante, aunque su trabajo le provoca malestar físico y emocional, su posibilidad de exigir una mejora en sus condiciones laborales es escasa, casi nula, de acuerdo con Roberto Cruz Peña, abogado especialista en materia laboral de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “El problema viene con las apps porque el bicimensajero no trabaja para la app, no son trabajadores técnicamente. La ley dice que para que tú puedas decir que una persona es trabajadora tiene que haber una relación de subordinación, es decir, un deber de obediencia frente a un poder de mando. Con los bicimensajeros de la app, el chico o chica abre su programa, se conecta y recibe la primera notificación. Si quiere la toma y si no, no la toma, es cuestión de él y ahí ya no hay subordinación”, explica. “Ahí se pierde el elemento esencial de una relación de trabajo”.
TAMBIÉN PODÉS LEER
Redes de apoyo para paliar la soledad y la xenofobia
La Plata es la capital de la Provincia de Buenos Aires, una región que en términos poblacionales representa casi el 40 % del padrón electoral en Argentina. Conocida por sus calles diagonales que solo llevan de nombre un número, La Plata vio mermar su tráfico cotidiano durante la pandemia de COVID-19, que comenzó a hacerse presente en el país a mediados de marzo de 2020.
Para Frazi, un haitiano que llegó al país hace solo tres años, acostumbrarse a trabajar con una pandemia de fondo fue un desafío enorme: “Durante el primer mes y medio no salí a trabajar porque era la primera vez que veía y vivía algo así. Tenía mucho miedo. Pero después comencé a trabajar tomando todas las medidas sanitarias, que mantengo al día de hoy: barbijo, alcohol en gel, distanciamiento”. El joven de 30 años destaca que, además de la exigencia propia de tener un sustento para él, su hijo de 2 y su novia, “había muchas personas que no podían salir por indicación médica, y entonces ahí aparecemos nosotros, llevando remedios, comida o lo que haga falta”, cuenta.
“Trabajo de repartidor porque es un trabajo libre, simple y sin complejos, que no tiene jefe y con un celular, una moto o bicicleta ya está”, explica Frazi, que llegó al país hacia finales del gobierno del expresidente Mauricio Macri, cuando la pandemia todavía no era una realidad pero la crisis económica y social eran moneda corriente. “Inscribirme para trabajar de delivery fue mi primera y última opción porque cuando llegué no tenía el documento argentino, sino que vine con mi novia y mi hijo con visa de turista por tres meses”, recuerda el joven oriundo de los suburbios de Puerto Príncipe, que en sus comienzos trabajó con Glovo —absorbida por PedidosYa— y luego de forma directa para PedidosYa, que mantiene hasta ahora.
De acuerdo con El proceso de trabajo y la experiencia de los trabajadores en las plataformas de delivery en la Argentina, la segunda plataforma con mayor proporción de inmigrantes en Argentina es Glovo, que representa el 65,7%.
A pesar de rescatar las mieles de su trabajo —no patrón, no horarios— Frazi sostiene: “trabajamos de forma muy difícil, porque no tenemos un seguro que nos respalde si tenemos algún accidente, ni cobertura ni nada por el estilo”. Y, a pesar de que existen algunas organizaciones sindicales, para Frazi resulta paradigmático: “Si están ahí, ¿por qué la situación sigue siendo tan mala? Es como si no estuvieran”. Sin embargo, destaca: “hay como una hermandad entre los repartidores, y somos nosotros los que creamos las redes de contención todos los días en la calle”.
Ser negro en un país que siempre ha negado su raíz afro como Argentina es por demás difícil. El impacto, para Frazi, fue ver las miradas de las personas: “Ya sea en la calle o cuando llevaba un pedido, siempre me sentí muy observado. Hablando con otros amigos, algunos haitianos y otros senegaleses, entendí que es porque la gente es ignorante, y no está acostumbrada”. La solidaridad también excede el trabajo, y eso se ve en la parada que eligen muchos repartidores haitianos: el puesto de jugos de su amigo Clyford —de Puerto Príncipe, como Frazi— ubicado en una de las plazas de La Plata, es epicentro de reuniones y descansos en las jornadas laborales.
***
Esta nota fue publicada originalmente en "RepartosLATAM: entregar en pandemia", una investigación colaborativa y transnacional de la 5ta generación de la #RedLATAM de Jóvenes Periodistas de Distintas Latitudes.
Podés leer este contenido gracias a cientos de lectores que con su apoyo mensual sostienen nuestro periodismo humano ✊. Bancá un periodismo abierto, participativo y constructivo: sumate como miembro co-responsable.