En 1994, Daniel Pomerantz era un joven contador público que trabajaba en el área administrativa de la AMIA. El 18 de julio de aquel año, “quería arrancar el día tranquilo”, recuerda ahora, 30 años más tardes. No sabía que esa jornada iba a ser un punto de inflexión en su vida personal y profesional. Y que tres décadas después, ya como director Ejecutivo de la mutual israelita, seguiría abocado a exigir justicia por el peor atentado que vivenció la Argentina.
—¿Qué es lo que más te acordás de aquel día?
—De ese día recuerdo toda la secuencia de lo que ocurrió. Ingresé al edificio temprano. Era un lunes de mucho frío, el día posterior a la final del Mundial de fútbol de EE.UU. Recibí un llamado temprano de un compañero de trabajo, habrá sido a las 9:30, una reunión en su oficina, preguntas que van y vienen, una reunión de pie. Y de pronto el atentado y todos los hechos que se desencadenan a partir de ese momento. También me acuerdo de la salida del edificio, desde donde pude ver el horror, a espaldas de las imágenes habituales, porque estaba en el fondo del edificio, sobre una pequeña terraza en el segundo piso del viejo edificio. Me acuerdo en la vereda, el encuentro con personas conocidas, con directivos en aquel momento, los llamados a familiares, el Hospital de Clínicas, la vuelta a mi casa y salir de mi casa a las dos horas para volver a la sede transitoria de la AMIA, que iba a ser transitoria por muchos años.
—¿Cómo te marcó en lo personal y en lo profesional ese 18 de julio?
—Fue un punto de inflexión en mi vida. Implicó cambiar algunas decisiones de orden personal y profesional. En este último aspecto, significó la decisión de trabajar en la comunidad de una manera diferente, es decir, no como un espacio transitorio, sino dedicar mi carrera profesional a la tarea comunitaria. Tomé la decisión también de iniciar un camino diferente académico. Me había recibido hace varios años, me recibí de muy joven de contador público, pero empecé una especialización en administración, luego estudié programas y políticas sociales.
—¿Cómo fueron los días siguientes?
—Yo recuerdo los días posteriores del atentado como días de mucha acción, de mucha actividad. El mismo 18 de julio, luego de algunas curaciones en el hospital de Clínicas, fui a mi casa y después de estar dos o tres horas, me pregunté, ¿qué hago acá?. Me fui a una sede en la calle Ayacucho, que terminó siendo la sede de AMIA, hasta la reinauguración del nuevo edificio. Estuve hasta altas horas de la noche en distintas reuniones. Recuerdo los familiares que ya estaban por montones, sentados en sillones, esperando noticias de sus seres queridos. Eso sucedió durante varios días. El último de los cuerpos se rescató una semana después.
—Y en medio de toda esa oscuridad, ¿cómo intentaban sostener la tarea comunitaria?
—Recuerdo ir a la mañana siguiente, el 19 de julio, en la calle Ayacucho, muy temprano. El tema de la comunicación era una cosa imposible. Nos entregaron celulares para poder estar comunicados: el celular no era como ahora, algo muy habitual; de hecho no había smartphones. Y eso nos permitió estar comunicados en los primeros tiempos. Volver a tener un lugar desde el cual poder realizar la tarea. Y obviamente, en términos profesionales, concentrarnos en la reinstalación de los programas y actividades que AMIA llevaba adelante. Especialmente los programas que tienen destinatarios, los programas sociales, cuestiones que hacen también a la sostenibilidad. Durante unos instantes AMIA no existió. Equipos de trabajos completos de algunas áreas fallecieron, como fue el caso de todo el personal de la vieja bolsa de trabajo y del área de sepelios. Eso es lo que recuerdo de los días posteriores, la velocidad y la pulsión de conectarse con la reconstrucción
—¿Por qué 30 años después seguimos reclamando justicia?
—Porque no la hay. Es decir, uno está satisfecho por lo que tiene y reclama por lo que no hay. ¿Entonces cómo no reclamar justicia? La tradición judía, en ese sentido, es bastante peculiar. En Pésaj las familias se encuentran y conmemoran la salida de Egipto que sucedió hace 3.400 años atrás. ¿Cómo no seguir reclamando por aquello que sucedió hace 30 años? Está en nuestro ADN. Pero, aparte, es un imperativo ético con la historia de la comunidad judía argentina. Un imperativo ético con las familias que perdieron a sus seres queridos. Las 85 familias de las víctimas fatales no deben estar solas en su lucha. Familias que deben ser abrazadas, pero también acompañadas en el reclamo.
—¿Qué fue lo que más entorpeció el esclarecimiento de la causa?
—Yo diría que dos elementos que juntos son tremendamente nocivos. Por supuesto, las complicidades. Las complicidades de quienes ayudaron a que se oculten pistas, que se oculten medios de prueba. Me refiero a las complicidades del Estado argentino en sus diferentes niveles. Es muy llamativo. En el año 92 había habido un atentado contra la Embajada de Israel. El atentado a la AMIA no toma a la Argentina de manera sorpresiva. La segunda, el terrible nivel de ineficiencia para abordar las diferentes dimensiones que tiene un hecho de estas características. La investigación posterior, la falta de apoyo a las víctimas que fallecieron, a las familias que perdieron un familiar, a las víctimas sobrevivientes. Muchas personas no pudieron volver a trabajar o quedaron afectadas física o psicológicamente para siempre. No hubo ningún tipo de apoyo en los años posteriores. Así que esos son dos elementos tremendos, que combinados generan una situación difícil de sobrellevar. Ineficiencia y complicidad.
—¿Creés que la conciencia social se sostuvo a lo largo de este tiempo? ¿O que los reclamos se diluyen a medida que pasan los años?
—Argentina atravesó durante 30 años una cantidad de situaciones críticas desde lo económico, lo social, tragedias individuales y colectivas. El mantener en la conciencia social y en la agenda pública la necesidad de honrar a las víctimas y seguir exigiendo justicia no es un hecho casual, es una tarea.
La AMIA ha tenido un rol importante en el mantenimiento en la agenda pública del reclamo de justicia, y de las consecuencias de la impunidad para toda la sociedad. Para sostener el tema en la agenda pública, son necesarios diferentes lenguajes, porque el paso del tiempo también va generando acostumbramiento.
—¿A qué te referís con diferentes lenguajes?
—Diferentes palabras, diferentes formas de apelar a la conciencia pública. En nuestro caso, una herramienta tremendamente contundente a la que apelamos es la utilización del arte, del hecho artístico en sus diferentes formas y dimensiones. Hablamos de videos, hablamos de representaciones artísticas, hablamos de obras de arte, hablamos de publicaciones, hablamos de presentaciones públicas, hablamos de historietas, hablamos de cine, hablamos de canto. Y por supuesto, mantenemos todo lo que corresponde a la esfera judicial, lo cual es el hecho más referenciado en cada aniversario.
—El atentado, ¿cambió la manera en la que la sociedad concibe la tarea de la mutual?
—Sí claro. La AMIA es una organización muy conocida hoy en la sociedad argentina. Lo sabemos por percepción, por conversaciones, y porque lo hemos consultado. Muchas personas conocen la AMIA por el atentado. Pero, en estos 30 años han pasado muchas cosas en la Argentina, entonces empieza a jugar también el rol de AMIA como organización de la sociedad civil. Nos referimos a las crisis recurrentes, muy en particular la de fines de los años 90 a principios de los 2000, un momento muy crítico, en el que las organizaciones de la sociedad civil tuvieron un rol muy importante en sostener necesidades, y dar respuestas a los colectivos más vulnerados.
—¿Y qué rol desempeñó la AMIA en ese contexto?
—En ese momento la AMIA constituyó mesas, coordinó enlaces y coaliciones con otras organizaciones argentinas. También se constituyó como socio fundador de espacios asociativos del sector. Hoy AMIA es una voz reconocida y toda vez que se requiere la opinión de la sociedad civil, es consultada. Es decir, hay un entrelazamiento del atentado, efectivamente, como un hecho desvelador de la existencia de una organización llamada AMIA, que hasta el 94 era muy conocida en la comunidad judía, y mucho menos en la sociedad en general. Pero hoy hay una percepción de la AMIA por parte de la sociedad generada por múltiples factores, entre los cuales el atentado ha sido uno de ellos.
—¿Temen por brotes de antisemitismo y por el contexto actual?
—Todo el tiempo estamos atentos a esta cuestión. El 7 de octubre y sus consecuencias posteriores horrorosas las estamos viendo en diferentes lugares del mundo, en Europa, en EE.UU. Los índices que dan cuenta de acciones antisemitas han crecido vertiginosamente. Ese es un hecho que seguramente debe develar algo que estaba latente en esas sociedades, algo que no ha sido erradicado. Ha sido mitigado, silenciado, pero que estaba presente.
—¿Se ve también en América Latina?
—Sí, también en nuestra región. Lo vemos en Brasil, lo vemos en Colombia, y en Chile. En Argentina es menor, pero eso no nos debe confundir. Nos debe tener alertas, nos debe tener permanentemente monitoreando, pero también haciendo una actividad proactiva en este punto que tiene que ver con darnos a conocer, dar a conocer los puntos de vista de la comunidad en relación a temas de agenda que puedan ser relevantes. El concepto de integración es un elemento que ayuda a despejar el odio, la discriminación y los discursos asociados con esto.
—¿Que significaría el avance de la causa?
—La causa AMIA es una de las causas judiciales más complejas que ha tenido la Argentina. Es una de las causas judiciales más larga, con más variantes, que involucra no solamente cuestiones locales, sino también cuestiones internacionales. Un sistema judicial que no provee justicia es un sistema fallido. Justicia que no reemplaza el dolor, que no reemplaza la pérdida, pero que permite que las víctimas, los fallecidos, los familiares, los sobrevivientes, tengan una respuesta por parte del Estado del tremendo crimen que han sufrido.