El proyecto fue tratado en comisión de Diputados. En 2017 los Bancos de Alimentos argentinos rescataron el equivalente a 28 millones de platos servidos.
Cuesta asimilar que en un mundo iluminado por el brillo de las pantallas (no ya del fuego de las cavernas), todavía hay gente que se despierta cada mañana sin tener la menor idea de si ese día va a conseguir algo para comer. Son cerca de 800 millones, una de cada diez de personas que vive en el planeta, según Naciones Unidas. Es decir, si conformaran un país, sería el tercero más poblado después de China e India.
Posiblemente una de las peores paradojas en la historia de la especie humana sea que esto esté pasando ahora. En una cultura híperconectada cada año se “pierden” (estropean) o se “desperdician” (descartan) 1.300 millones de toneladas de alimentos aptos para ser consumidos, esto es, un tercio de la producción global.
A esto se suma que para obtener esas frutas, hortalizas, legumbres, cereales, carnes y lácteos que nadie va a aprovechar, se utilizan 1.400 millones de hectáreas, se emiten 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero y se genera una huella hídrica de 250 kilómetros cúbicos de agua gastada en actividades agrícolas, ganaderas e industriales inútiles.
El año pasado, una de las conclusiones a las que llegó la tercera edición del congreso Save Food de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) fue que si se evitara solo un cuarto del actual despilfarro de alimentos sería suficiente para darles de comer a todos los hambrientos, subalimentados, malnutridos y desnutridos –o personas en situaciones de inseguridad alimentaria– del mundo.
En esa sobreindustrialización de la cadena alimenticia muchos también detectaron una oportunidad: una parte de la solución, inmediata y sostenible. Lo cual no es poco.
Al rescate de la comida
Durante 2017 los Bancos de Alimentos argentinos rescataron unos 9.5 millones de kilos de comida, que en vez de terminar enterrados en los rellenos sanitarios (con el plástico, metal y demás contaminantes de sus packagings incluidos) se convirtieron en 28 millones de platos servidos en 2.500 comedores y hogares de ancianos o niños de todo el país.
Estas organizaciones sin fines de lucro se dedican a unir las puntas desconectadas del circuito alimentario –el descarte y la falta–, gestionando con empresas, distribuidores o mercados de abasto la donación de productos que todavía son aptos para el consumo, aunque ya no para la comercialización.
La directora ejecutiva de la Red Argentina de Bancos de Alimentos, Natascha Hinsch, ejemplifica: “Porque son alimentos que no tuvieron éxito, o son de venta muy estacional como el pan dulce, o salieron con errores de etiquetado o de peso –el envase dice que contiene 25 gramos y adentro de la bolsita hay 23–, o están próximos a su vencimiento; o frutas y hortalizas que no dan los estándares comerciales por tamaño, por forma, porque hubo sobreproducción y ya no tienen precio de mercado”.
En estos casos, las empresas deben ocuparse de esa mercadería que les es devuelta y por la que tienen que pagar costos para decomisarlo (destruirlo) y luego tirarlo. “Ahí es donde nosotros nos podemos meter en el circuito y decir: 'señores, primero, trabajen ustedes de manera más eficiente, pero cuando no les sale, cuando haya errores, ajustemos todos los procesos necesarios para que ese producto le llegue a alguien y se pueda consumir'. Así, les resultamos una especie de solución”, explica Hinsch.
Los Bancos de Alimentos surgieron en Estados Unidos a fines de la década del 60 con distintos modelos de funcionamiento, y hoy están virtualmente en todo el mundo. A la Argentina llegaron con la crisis de 2001, y en 2003 se agruparon en la Red, que incluye a 20 entidades en nueve provincias.
Además, la Red es miembro certificado –y uno de los fundadores– de La Global Foodbanking Network (GFN), que agrupa y audita en todos sus procesos a 800 Bancos y Redes en más de 30 países. Examina: conservación, almacenamiento, distribución, logística, relevamiento de las organizaciones beneficiarias y de los servicios que brindan, implementación de programas de educación nutricional para el personal de cocina y/o las comunidades, y, por supuesto, capacitación de los propios voluntarios.
El modelo es tan cuidado que la mayoría de las grandes empresas de la industria y una miríada de productores más chicos trabajan en alianza con ellos, a pesar de que la normativa vigente en el país, al menos hasta hoy, no les ofrece incentivos ni resguardo alguno en su eventual responsabilidad por cualquier daño o perjuicio que pudiera ocasionarse. Aunque sí les exige claramente donar alimentos en buen estado, no vencidos, y que cumplan con los parámetros del Código Alimentario. La ley es la 25.989 o Donal, cuyo artículo 9 –que es el que debe alentar la donación– fue vetado poco después de su sanción, en 2004, y continúa trabado. Por ahora, porque eso puede cambiar muy pronto.
Comida que se desperdicia
Con 16 millones de toneladas de pérdidas y desperdicios anuales, o el 12% de la producción, una estimación de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca publicada en marzo de 2015, el derroche alimenticio argentino no es ninguna excepción. Antes de pensar que esas cifras están por debajo del promedio global hay que ponderar que la información fue obtenida de las cadenas de valor más competitivas, las del Área Metropolitana de Buenos Aires, y en un país donde la pobreza ronda el 32%, según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, con un 4,4% de familias indigentes.
Desde el sector público también se está trabajando en este tema. “El Programa Nacional de Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos tiene dos ejes: uno vinculado con los desperdicios, que son los que se producen en nuestras casas, en los restaurantes, en los caterings, y otro que tiene que ver con las pérdidas, en las primeras etapas de la cadena, como la cosecha, lo que implica trabajar directamente con los sectores productivos para mejorar procesos y tecnologías. Si sos más eficiente podés tener menores costos, y por qué no, un menor precio de los alimentos”, dice Mercedes Nimo, directora nacional de Alimentos y Bebidas del Ministerio de Agroindustria.
“El caso quizá más crítico es el de las frutas y hortalizas: el 45% de la producción se pierde o desperdicia. Por eso hace menos de un mes se incorporaron las buenas prácticas agrícolas para frutas y hortalizas al Código Alimentario. Los productores van a tener un acompañamiento, van a estar capacitados, va a ser un proceso de varios años, pero si empiezan a implementar esto realmente va a cambiar la ecuación”, detalla Nimo.
Para acompañar este programa, en diciembre pasado fue creada una Red Nacional, un espacio multisectorial del que participan cadenas de supermercados, empresas alimenticias, ministerios nacionales y provinciales, municipios, la misma Red de Bancos de Alimentos, asociaciones de consumidores.
La ley que falta
De este espacio surgió el nuevo proyecto de la Ley Donal, que se trató en comisiones de Diputados el martes y volverá a ser tratado hoy: “La modificación del artículo 9 que proponemos no es de forma sino de fondo, y busca un punto intermedio entre deslindar de toda responsabilidad al donante y asignarle el 100%, como sucede hoy”, explica Nimo.
Resulta que el artículo que fue vetado, continúa la funcionaria, “era una eximición de responsabilidad importante. Ahora, lo que se propone es que si el producto genera un daño al destinatario de la donación, y se demuestra que efectivamente el problema fue el producto donado (no se originó en la manipulación posterior por parte de quien lo recibe, por ejemplo), ahí sí hay una responsabilidad que le compete al donante”.
Lo que se espera de esta modificación es muy concreto: que los números de donación de alimentos sean mucho más importantes que los actuales, que haya un derrame hacia ONGs más chicas, que más empresas se animen. Y que, cuando en un par de años vuelvan a hacerse las estimaciones de pérdidas y desperdicios, esos números también sean otros. El martes pasado, los legisladores decidieron tomarse 48 horas más para presentar un dictamen. Si es positivo, en el mejor de los casos el proyecto puede ser tratado en el recinto la semana que viene, y convertirse en ley.
La puesta en vigencia de una ley que aclare las responsabilidades de los donantes, estima Hinsch, aumentará en un primer momento un 10% la cantidad de alimentos recibidos. Es decir, unos 2.800 platos de comida por año para luego seguir creciendo de manera gradual.
Podemos hacer mucho
¿Por qué no se resuelve el problema del hambre mundial, un drama tan grave que está entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible del Milenio y, al mismo tiempo, está tan invisibilizado? Nimo explica: “Si bien no se trata directamente de la distribución de la riqueza, todo esto sí en algún punto tiene que ver con la acumulación de unos y no de otros, y también con la voluntad política, las leyes de mercado y con la logística. Porque, en realidad, es un tema de dónde está el alimento y dónde las personas que lo necesitan, y cómo hacemos la conexión".
Más adelante aclara que "también se trata de que el que tiene posibilidades no se da cuenta de la importancia que puede tener su aporte, su pequeño accionar, y cuanto puede repercutir en el planeta. Es como que funciona en su mundito. Tira al tacho lo que le quedó en la heladera porque se le pudrió y no se dio cuenta, y dice ´bueno, 125 gramos de yogurt y un potecito de plástico, ¿qué van a cambiar?´. Somos poco conscientes del impacto cotidiano que generamos. Todos. Nos cuesta un montón, porque vamos generalmente en automático”.
Entonces, ¿cómo hacemos para desnaturalizar el problema humanitario del hambre –el que antecede a la educación, la salud, la igualdad de género– que sigue quemando, o más bien pudriéndose, en nuestras narices? Por lo pronto, a la sobreabundancia y el descontrol del sistema alimentario hay muchos que les están respondiendo con estrategia. Así están funcionando últimamente los cambios de mentalidad y de mundo, uno a uno, como por contagio. Y es muy posible que esa, con un poco de suerte y si no perdemos más tiempo, resulte ser la disrupción más importante que nuestra cultura jamás haya producido.
Actuar e incidir
- Cada uno, desde su lugar, puede luchar contra el desperdicio de alimentos. Puede leer el texto completo de la ley y sumar su firma para exigir la modificación de la misma. Vale tener en cuenta que si se reúne el 1.5% de firmas de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral se puede exigir la modificación de la ley. Eso requiere unas 500.000 firmas.
- Otra opción es donar dinero, transporte, servicios, por supuesto alimentos si sos productor, o tiempo de voluntariado a la Red de Bancos de Alimentos.
- “En el comercio minorista se desperdician grandes cantidades de alimentos debido a estándares de calidad que sobrevaloran la apariencia”, fue otra de las conclusiones del congreso Save Food. El antídoto contra esto es comprar comida con el menor envasado posible, suelta, en ferias, directamente de los productores, o en frascos de vidrio reusables. El café en vasos descartables, los saquitos de té y las bolsas de papas fritas son algunos de los que más plásticos tóxicos para el medioambiente contienen. Las papas en tubo, peor: metal, plástico y cartón forrado en aluminio, muy difíciles de degradar.
- En “La guía de los vagos para salvar al mundo” de la ONU se enumeran muchas ideas simplísimas con las que cualquiera puede ayudar hasta desde su sofá. No hay excusas.
- En www.zerohungerchallenge.org pueden unirse al movimiento mundial para el #HambreCero, que propone formas concretas para terminar con el hambre mundial en una generación. La nuestra.
Al 28 de mayo de 2018, no se registran avances en este proyecto. La última vez que se trató en la Cámara de Diputados fue el 17 de abril pasado, como consta en este link.
Sumate a la campaña para la modificación de la ley o clickeá este link para donar a la Red de Bancos de Alimentos
Fotografía: Red Argentina de Banco de Alimentos