El circo social fue para Franco Ortiz una escuela de vida. Encontró una mirada distinta del mundo y una vocación. Este joven nació en la villa 21-24, de Barracas, tiene 11 hermanos y desde niño trabajó como albañil con su papá. Cuando tenía 13 años, una persona pasó por el lugar donde él se encontraba con sus amigos y lo invitó a tomar una clase en la escuela circense Circo Social del Sur. Se acercó de curioso y desde ese día no dejó de hacer circo.
Ahí aprendió a hacer malabares, acrobacia y prácticas aéreas. “Con el circo social aprendí sobre la superación, el autocuidado, el autoconocimiento y las formas de trabajar con otro. Me doy cuenta de que esas son herramientas que me sirven para la vida”, dice Ortiz.
Franco estudiaba a la mañana, a la tarde trabajaba unas horas y a la noche iba a las clases. A los 16 años comenzó la formación avanzada y así pasó de jugar a pensar en el arte del circo como profesión. Luego, encontró su lugar como artista en diversas compañías circenses y como profesor en organizaciones sociales.
Considera que tuvo suerte de formarse en el circo social porque le dio herramientas que no aprendió en la escuela primaria, ni en la secundaria ni en la universidad. “Yo fui autodidacta. Fui descubriendo técnicas y las fui moldeando con práctica y entrenamiento. Hoy, soy profesional de las artes acrobáticas aéreas”, define.
“El arte me sacó de la pobreza y me ayudó a romper con visiones culturales. Fue una oportunidad para no caer en los monstruos del barrio: las adicciones o la violencia callejera e intrafamiliar. En el circo todos esos problemas se exponen y se debaten porque de ahí puede salir una producción artística. El artista es un representante social. Mucha de la inspiración viene de esas experiencias y del territorio”, cuenta el joven de 25 años, que logró su independencia económica trabajando de lo que le gusta y hoy vive solo en un departamento en Barracas.
En junio de 2019, Ortiz contó su historia de vida en el ciclo internacional de charlas TEDx que se organizó en la Universidad Nacional de La Matanza. Ahí contó las trabas con las que se encontró en el mundo del trabajo. “Cuando decidí dedicarme al arte, me encontré con un problema para sacar el monotributo. Me pedían presentar una factura y no tenía. La alternativa era hacer un trámite en la policía, pedirle que fuera hasta mi casa y corroborara la dirección. Eso tardó un año. Cuando logré tener el monotributo, me encontré con un problema similar para abrir la caja de ahorros”, relata.
Ahora Franco está sentado en un bar, viene de una noche sin dormir porque tuvo que preparar unos trabajos para la facultad. Estudia Ciencia Política en la Universidad Nacional de San Martín.
—¿Qué significa para vos el circo?
—Siempre digo que el arte circense me ayudó a ir limpiando el ser. Como crecí en un barrio vulnerable, recibía muchos comentarios despectivos. Cuando hacía una técnica acrobática me daba cuenta de que tenía esas etiquetas sociales incorporadas. En realidad, yo mismo me las terminé creyendo. Me sentía inferior. En el circo uno va desarmando todas esas etiquetas y va teniendo otra visión. Un profesor de acrobacia me decía que era mejor mirar el mundo al revés. Ver la vida de otra manera. El circo tiene mucha diversidad de técnicas. Están los malabares, las acrobacias, el clown, el equilibrio con cuerda tensa o los zancos. Lo bueno es que cada uno puede encontrar su lugar y su proceso de aprendizaje. Se descubren muchas cosas internas en el camino y eso lo aplico en otros ámbitos. El circo es una cachetada de experiencia y aprendizajes. Con 25 años sigo aprendiendo cosas. Es un proceso infinito.
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Circo del Sur trabaja con jóvenes en un espacio de empatía y cuidado. El circo los atrae, les genera mucha expectativa por aprender y potencia lo creativo. Pone en juego lo simbólico, lo que piensan y lo que sienten. “De este modo, en el circo social a través de la expresión artística los y las jóvenes participan activa y responsablemente en la construcción de una realidad que permite romper con el estigma social con el que habitualmente se les ha etiquetado. Creemos que el arte es motor de cambios en la construcción de una sociedad más equitativa y justa, y por ello es que hace más de 22 años trabajamos en programas de artes circenses con jóvenes de sectores vulnerables para generar nuevas formas de participación ciudadana, educación y producción artística, así como para brindar oportunidades más igualitarias de acceso a la formación de calidad, a la producción artística y a la educación”, dice Mariana Rúfolo, directora general de la organización.
En 2020 y 2021 las actividades de la organización dejaron de recibir inversión pública. “Las dos escuelas de circo social tuvieron que cerrar y otros programas que realizábamos en el noroeste del país y en el Gran Buenos Aires se redujeron al contacto virtual. Quienes no tienen buena conexión a internet quedaron afuera y no llegamos a darles seguimiento. Y esto es muy preocupante: la situación en la que se encuentra la juventud es lo que más nos inquieta, el impacto negativo es enorme”, lamenta Rúfolo.
También Franco habla de la crisis cultural: “Como sociedad tenemos la responsabilidad de cuidar a estos seres sensibles, que son los artistas. Ellos buscan un impacto emocional en el otro. Es importante cuidarlos y seguir dándoles las herramientas para que puedan seguir haciendo reír y llorar”.
Las universidades con carreras de arte suelen tener un modelo de audición para admitir estudiantes que Franco considera un filtro social. “El que tiene un nivel artístico es porque contó con la oportunidad de estudiar antes. Si el sistema no te permite desarrollar lo que te apasiona, hay que formarse uno mismo y crear un sistema propio. Yo fui por ese camino. Fui creando mis producciones y transmitiendo a otros lo que me enseñaron mis maestros”, dice el joven.
Durante la pandemia, solo se entrenó en su casa. “Ahora estoy en un proceso de recuperación física. Si bien mantenía el cuerpo, el entrenamiento con los elementos es importante”, dice. En este momento, está armando producciones con un elenco. “Hay que prepararlas con bastante anticipación, es un proceso largo y la inversión viene de nuestros ahorros. Esperamos empezar con las funciones en seis meses”, expresa.
A los 19 años, fue seleccionado para hacer un intercambio en la Escuela Carampa en Madrid. “Fue una gran experiencia, viajé solo en avión, me alojé en una casa increíble y conocí otras realidades”, cuenta. Antes de ese viaje, participó de festivales internacionales en otros países de Latinoamérica. “Mi primer viaje fue a Brasil. Salir de la villa y estar en una cartelera en otro país me cambió la visión de la vida completamente”, expresa.
—¿Qué te aportó el intercambio en Madrid?
—Fue un choque cultural y social. Para empezar, fui a una casa donde había agua potable todos los días y electricidad todo el tiempo. A la vez, en ese grupo me sentía uno más, como parte de la familia. En el circo las etiquetas desaparecen, es un ámbito familiar de mucho acompañamiento. Se arman vínculos muy fuertes. Cuando yo contaba que era de una villa, ahí nadie sabía bien qué era. Les mostraba fotos y les cocinaba lo que comía en mi casa. Era todo un intercambio. La experiencia duró un mes, pero al tiempo volví a trabajar y me quedé cinco meses más.
—¿Cómo fue trabajar allá?
— Se armó un elenco y un espectáculo. Con una casa rodante recorríamos pueblo por pueblo para hacer las funciones. Tenía la posibilidad de quedarme en Europa, pero me volví porque descubrí ese choque social y quería volver a cambiar mi país, y no de país. Me interesa que la Argentina avance y dejar una huella acá.
—¿Qué huella te gustaría dejar?
—Ahora estoy en esa búsqueda. Tratando de unir mis conocimientos artísticos con mis estudios en ciencia política. Quiero fusionar eso. Cuando el cuerpo no me permita seguir con la acrobacia, me voy a dedicar a las políticas culturales. Apunto a trabajar para las comunidades villeras de la Ciudad de Buenos Aires.
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Durante la pandemia, Franco trabajó para el Gobierno de la Ciudad en la coordinación de operativos de testeo y vacunación en barrios vulnerables. Fue un puente entre el operativo DetectAR y el territorio. Trabajó en las villas 21-21, 1-11-14 y 31. Hace dos meses renunció y ahora se está dedicando a recuperar el estado físico para seguir dando espectáculos, a estudiar, a investigar y a trabajar para una plataforma de cursos virtuales que le deja el tiempo para hacer sus otras actividades.
También lleva la técnica del circo social a jóvenes de un centro de día en la villa 21-24. Considera que el arte puede ser parte del tratamiento de recuperación de adicciones. “Si un día tienen mucha ansiedad pueden descargar esa energía en la tela, en los días más tranquilos hacemos prácticas de yoga. Y cuando solo necesitan hablar, hablamos de lo que ellos quieren”, dice.
El año pasado, Franco también fundó el Proyecto De tu casa al barrio para ayudar ante la urgencia alimentaria. Con su bicicleta iba de casa en casa para ayudar con lo que tuviera a su alcance a sus alumnos de la villa 21-24. Cuando se decretó el aislamiento social y al ver que las necesidades crecían y eran más urgentes, comenzó a pedir ayuda a su entorno más cercano. El proyecto hoy colabora con más de 17 comedores y merenderos del barrio, con 18 voluntarios que realizan actividades de difusión, administración, comunicación y logística.
Esta semana se enteró de que fue uno de los 20 jóvenes nominados para los Premios TOYP (Ten Outstanding Young Persons) de la JCI (Cámara Junior Internacional) que destaca a jóvenes que mostraron ser sobresalientes en sus áreas de conocimiento y han aportado nuevos valores a su comunidad, a través del esfuerzo y la dedicación. Los premiados serán diez.
Franco también está trabajando, con un grupo de siete personas, en la producción del Festival Internacional Escalera Caracol, que se realizará dentro de dos años y que busca generar impacto artístico y social. “Queremos llevarlo a poblaciones vulnerables de distintas provincias. Se haría simultáneamente en varios puntos. La idea es armar las estructuras y que ya queden fijas para que se puedan dar talleres todo el año. En esta etapa estamos buscando sponsors y generando contacto con los municipios”, cuenta.
—¿Cómo te sentís al ver tu recorrido?
—Cuando estás en el barrio pensás que la vida es trabajar y sobrevivir, y que nunca vas a llegar a nada. El arte fue una forma de romper con esa visión cultural. A través de una organización social, el arte circense fue un puente para conocer mis capacidades personales y sociales. El circo me mostró un mundo diferente y eso me sirvió para crecer. Me ayudó a confiar en mí mismo. Hoy me siento con la responsabilidad de compartir esto, de motivar a los que están a mi alrededor y darles herramientas a otros jóvenes.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 20 de agosto de 2021.
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