El cambio climático amenaza el futuro mismo de la humanidad. El mar está engullendo aldeas completas y los conflictos por la escasez de recursos en todo el mundo son cada vez más intensos. Cada año son más las familias que se ven obligadas a desplazarse por eventos climáticos extremos, lo que crea un ciclo vicioso de pobreza extrema, hambre aguda e inseguridad.
Con la celebración del Día de la Tierra 2021 debemos ampliar nuestro foco para reconocer y profundizar los vínculos entre la crisis climática y la educación, un área en la que estamos desesperadamente obligados a traducir las buenas intenciones y compromisos financieros en acción significativa.
La educación de las poblaciones más vulnerables del mundo —especialmente de los jóvenes desplazados por desastres vinculados con el clima, conflictos armados y crisis política prolongadas— debe convertirse en una de las prioridades de nuestra especie para proteger a la humanidad y crear un futuro más viable para las generaciones venideras.
Enfrentamos un desafío sin precedentes, se prevé que durante los próximos 30 años más de 140 millones de personas serán desplazadas por el cambio climático en el sur de Asia, el África subsahariana y Latinoamérica, con un costo de aproximadamente US$ 7.900 millones.
Esta ola de migración masiva y desplazamientos afectará las acciones en todo el mundo que procuran ampliar los gobiernos democráticos y responsables, y cumplir las metas señaladas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el acuerdo climático de París.
A la injusticia que enfrentan los niños marginados y vulnerables, que no hicieron nada para crear el problema, se suma que las niñas —especialmente las adolescentes— suelen ser las primeras en tener que dejar la escuela cuando hay sequías, desprendimientos de tierras, inundaciones y otros desastres (y son las últimas en volver, si es que alguna vez lo hacen). Sin acceso a la educación, estas niñas enfrentan un mayor riesgo de explotación sexual, matrimonio temprano, embarazos no deseados y trabajo infantil.
Esto representa una pérdida trágica de capital humano. El Fondo Malala estima que en 2021 los efectos relacionados con el clima impedirán que al menos 4 millones de niños en los países en vías de desarrollo completen su educación (y esa cantidad podría llegar a los 12 millones en 2025).
Tenemos que empezar a vincular estos problemas para encontrar soluciones: con la incorporación de ayuda educativa en los programas más amplios de acción climática, los gobiernos pueden reemplazar el círculo vicioso de desplazamiento, pobreza e inseguridad por un nuevo círculo virtuoso. Las jóvenes educadas son poderosos agentes de cambio, con la educación adecuada, los jóvenes marginados y vulnerables de hoy pueden construir economías y comunidades más sólidas y resilientes en el futuro.
Los números no mienten, hay estudios recientes que señalan que, en el caso de las niñas, un año adicional de escolarización primaria puede aumentar su ingreso per cápita entre un 10 y un 20 %. A la inversa, se estima que el costo asociado con la falta de educación secundaria de las niñas es de entre 15 y 30 mil millones de dólares en pérdidas de productividad. Esas pérdidas de beneficios podrían significar una enorme diferencia para solucionar el cambio climático y construir sociedades más fuertes.
Las investigaciones también muestran que educar a las niñas salva vidas. Un estudio realizado en 2013 que analizó los vínculos entre la educación de las niñas y la reducción del riesgo por desastres, halló que si el 70 % de las mujeres de entre 20 y 39 años de edad recibiera al menos una educación secundaria inicial, se podría reducir la cantidad de muertes relacionadas con los desastres en un 60 % para 2050.
Hay destellos de esperanza detrás de estas sombrías estadísticas. Pensemos en Afganistán, donde el aumento de las sequías, las inundaciones y el clima extremo está desplazando a familias y desatando conflictos. Aunque desde hace mucho los derechos básicos de las niñas y mujeres afganas son violados sistemáticamente, las mujeres están enseñando ciencia y biología, y empoderando a la próxima generación de niñas. En las zonas rurales, las niñas que no pudieron estudiar pueden acceder a entornos de aprendizaje seguros y centros educativos comunitarios. Y las políticas educativas nacionales tienen ahora un enfoque más proactivo para lograr que más niñas vayan a la escuela.
En el Sahel, donde aumentaron las luchas por los recursos escasos y cada vez más gente escapa de temperaturas y sequías récord, los niños son quienes más relegados quedan. Sin embargo, en países como Chad, la comunidad internacional se unió para apoyar programas educativos multianuales que fomentan la resiliencia con fondos globales como La Educación No Puede Esperar (Education Cannot Wait), patrocinado por la ONU. Gracias a esas inversiones colectivas, las niñas adquieren nuevas habilidades en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática, que ampliarán sus oportunidades para prosperar (y, tal vez, convertirse en poderosas defensoras del desarrollo sostenible y la resiliencia climática).
En Mozambique los niños enfrentan hoy la triple amenaza del cambio climático, la inseguridad violenta y la COVID-19; pero con un apoyo continuo, los jóvenes pueden acceder ahora a servicios educativos en forma remota y aprender a través de la televisión, la radio y las tabletas. Esos niños habrán qué hacer en el próximo ciclón cataclísmico. Gracias a la educación, tienen una mayor capacidad de recuperación, son más conscientes y cuentan con una mayor capacidad de acción.
Para atender a los múltiples riesgos que enfrentan los niños en los países en vías de desarrollo —especialmente en contextos de crisis— debemos actuar de manera urgente, holística y colectiva para vincular la educación y el cambio climático. Para los donantes, gobiernos y líderes del sector privado, esto implica asignar fondos para la educación en los aportes al acuerdo de París, los paquetes de respuesta a la COVID-19 y las estrategias generales para el desarrollo con bajas emisiones de dióxido de carbono y el desarrollo resiliente en términos climáticos.
Y, con vistas a la conferencia sobre el cambio climático COP26 en Glasgow en noviembre y otros encuentros mundiales, debemos priorizar el financiamiento educativo, especialmente para la educación de las niñas vulnerables.
No alcanza con albergar esperanzas, debemos incorporar medidas proactivas para garantizar la supervivencia de la humanidad a largo plazo. La decisión es nuestra, invertir en la educación de las niñas es invertir en la humanidad, la economía y el futuro del planeta.
Traducción al español por Ant-Translation
Yasmine Sherif es la directora de La Educación No Puede Esperar.
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