Un grupo de estudiantes pasa al frente a dar una lección sobre hierbas medicinales y remedios naturales en un aula donde se dictan clases de lengua aymara. Llevan consigo ramitas de ruda, de chachacoma y de lampaya, y las muestran hablando en ese idioma, que fue de los collas y de otros pueblos andinos que habitaron las tierras de Bolivia y Perú. Pero como el idioma aymara es mucho más que palabras y sonidos, la clase termina con una degustación de papas y ajíes. “La lengua sin la cultura no es lengua, y la cultura sin la lengua no es cultura”, dice Sonia Siñani, la profesora, que viste una amplia pollera, una mantilla clara y un sombrero al estilo tradicional de las cholas paceñas.
En El Alto, una populosa ciudad satélite de La Paz, Siñani se toma tres autobuses y taxis compartidos para venir todos los días a dar clases en tres turnos: mañana, tarde y noche. El aula está adentro de la radio San Gabriel, que fue fundada por un sacerdote en 1955 para evangelizar y alfabetizar a la población originaria, y que desde 1986 da clases de aymara a distancia y también en presencia. “Aquí en Bolivia, las 36 lenguas originarias han recuperado su importancia”, dice Siñani. “Se trata de revalorizar nuestra cultura y de comunicarnos con los hablantes aymaras de las provincias”.
El renacimiento de la lengua aymara viene desde 2012, cuando Bolivia, reconvertido en un Estado Plurinacional, dictó su Ley General de Derechos y Políticas Lingüísticas. Allí, entre otras cosas, se ordena “recuperar, vitalizar, revitalizar y desarrollar los idiomas oficiales en riesgo de extinción, estableciendo acciones para su uso en todas las instancias del Estado Plurinacional de Bolivia”.
El aymara había sido declarado como un idioma oficial de este país ya en 1977, pero en la actualidad los 360.000 funcionarios públicos deben aprenderlo (o alguna otra lengua originaria), son traducidas las leyes y las disposiciones, y las escuelas enseñan esos idiomas nativos junto al castellano y a los extranjeros (por eso, desde 2013 el gobierno ha capacitado a unos 138.000 profesores de lenguas originarias). Pero todavía no hay una academia de la lengua aymara y su escritura no ha sido homologada. “Nos hace falta”, dice Siñani.
Todo esto ocurre en tiempos de conglomeración lingüística, cuando idiomas colosales como el inglés, el chino mandarín y el español avanzan por sobre los idiomas locales u originarios. Según el Atlas UNESCO de las lenguas del mundo en peligro, unos 3.000 idiomas están en riesgo de desaparecer, de un total de 7.000 existentes en el mundo. El 4% de los idiomas son hablados por el 96% de la población mundial y, por otro lado, el 96% de las lenguas son utilizadas por el 4% de los habitantes. Hay más de 200 idiomas que tienen apenas 10 hablantes.
Tan temprano como en 1584, en un informe titulado Anotaciones generales de la lengua Aymara, producido en el III Concilio de Lima (una asamblea de la provincia eclesiástica del Perú acerca de la cristianización de los indígenas), se lee: “Esta lengua aymara es copiosa y de mucho artificio, y suave de pronunciar; y en frases y modos es tan elegante y pulida como la Quichua en el Cuzco, y en la copia de vocablos, sinónimos, y circunlocuciones mucho más abundante”.
El aymara es un idioma sufijante, aglutinante y algebraico: a una raíz nominal o verbal se pueden sumar hasta 15 sufijos.
Por ejemplo, “Aruskipt’asiñanakasakipunirakispawa” es una sola palabra que significa “Tenemos que conversar, no más, siempre” o “Debemos comunicarnos, no más, siempre”.
“Cuando hablas el idioma, ahí está toda la cultura aglutinada: el llanto, la risa, las bromas”, dice Siñani. “Nuestros ancestros vivían en comunión con la Madre Tierra y con el cosmos. Respetaban a las plantas, a los animales, a las piedras sagradas, a los cerros y a las deidades. Convivían: pareciera que cada objeto tenía vida para ellos. Pero con la invasión de los españoles, todo eso se ha roto”.
Siñani, que además de dar clases en el aula también las da por radio, nació en la provincia de Los Andes, al oeste de La Paz. Trabajó como maestra de escuela en los valles y en el altiplano por una década antes de mudarse a El Alto, adonde ya vivían sus tres hijos. Llegó a la radio para dar clases de alfabetización en castellano, pero terminó enseñando aymara. Su padre, Juan, era un profesor de escuela, como ella. Su madre, Valentina, en cambio, fue una campesina que sólo sabía hablar en aymara.
El aymara viaja a todo el mundo con los migrantes. “Algunos ya no quieren hablarlo, pero es difícil que olviden su identidad”, dice Siñani. “Pueden pensar: ‘Allá seré otro pero cuando vuelva, volveré a ser yo mismo’”.
En los primeros días de noviembre de 2016, Fabiola Acarapi Álvarez, una estudiante de Ingeniería en Sistemas de la Universidad Católica Boliviana que por entonces tenía 18 años, decidió crear una app para aprender aymara. Estaba terminando su segundo curso de Programación y se entusiasmaba haciendo aplicaciones básicas. Algunos de sus amigos cursaban una materia de aymara en la universidad y no les resultaba fácil, así que ella (que además aprendía inglés por su cuenta con Duolingo) les dijo: “¿Por qué no buscan una aplicación?”. Pero no había ninguna demasiado buena. “Me dije: ‘¿Por qué no hacerlo? Tengo las habilidades y el tiempo. Lo hago’. Y lo hice”, cuenta ahora.
Usó Android Studio. Le llevó un mes. Cuando la tuvo, se la pasó a sus amigos y ellos, a los suyos. Luego le agregó más palabras, más frases y más verbos, y decidió invertir 29 dólares para subirla a Play Store con el nombre de “Aprende Aymara”. En marzo de 2017 ya tenía 5.000 descargas. Se expandió hacia Chile y Perú. Y un año y medio después tiene 17.000 descargas, algunas desde sitios tan alejados como los Estados Unidos y el Reino Unido. Ahora Acarapi Álvarez está desarrollando una nueva versión para niños: su hermanita de 13 años es la tester principal.
Acarapi Álvarez es hija de un profesor de Matemáticas en colegios alejados de El Alto y de una vendedora de instrumentos musicales. Todo lo hace sola, de modo independiente y gratis. “Dar un nivel básico de aymara no debe ser monetizado”, dice. “No gano dinero, pero aprendo haciendo y además logro un impacto social con chicos a los que les gusta el aymara. Estoy enfocada a crear un impacto social, a ver soluciones con la tecnología”.
Su tío, que vive lejos de La Paz, y su abuelo, que tiene 92 años y que nació a orillas del lago Titicaca, son sus dos ayudantes principales y quienes ponen voz a las grabaciones de la app. “El Ministerio de Educación ha editado muchos diccionarios, pero ¿por qué no hacerlos en digital y públicos, abiertos a todo el mundo?”, dice.
Mucha gente le escribe. Hace poco, un hombre le preguntó cómo se dice “guerrero” en aymara: quería llamar así a su hijo.
De las lenguas autóctonas de Sudamérica, el aymara es la tercera más extendida luego del quechua y el guaraní. Es hablada también en Perú, en Chile y escasamente en Argentina, y se calcula que es el primer idioma del 18% de los bolivianos, que son casi 2 millones de personas, y que otro millón también lo conoce. En esta nueva edad dorada del aymara, Álvaro García Linera (el vicepresidente de Evo Morales, el líder que impulsó la creación del Estado Plurinacional en 2010) dijo que “en el futuro, el que no sepa una lengua indígena estará perdido, será considerado un ignorante”.
Si, como pensaba el filósofo y lingüista Ludwig Wittgenstein, la experiencia de hablar un idioma conduce a una percepción determinada del mundo, entonces el mundo no es el mismo para el aymara que para el castellano. “El idioma aymara es de una riqueza muy dulce para la comunicación y la conversación; mucho más que el castellano”, dice la profesora Sonia Siñani. “En aymara te hablan muy ‘suavito’ y con sentimiento, por eso es ameno y cariñoso”.