—La actividad viene de hace varios años. ¿Qué cambió al hacerla en plena pandemia?
—Antes quizás estábamos más tiempo hablando. Ahora, en general, [las personas en situación de calle] se sientan más lejos a comer, no se puede hablar tanto. Y para nosotros no es algo menor, es superimportante hablar. La comida es reimportante, claro, pero hay gente en la calle que en todo el día no habló con nadie, todo el mundo le pasó por al lado y nadie lo registró. Eso te tira abajo. Nosotros queremos charlar con ellos, saber cómo se sienten y alentarlos espiritualmente también. La necesidad de las personas siempre es de hablar, de alguien que escuche.
—¿En algún momento de la pandemia cambiaron la dinámica?
—En momentos muy duros en lugar de convocar en la plaza íbamos en auto con los voluntarios a recorrer zonas cercanas y dejarles comida. Ahí podíamos hablar un poquito. La gente nos decía que ya casi no pasaba nadie por ahí y eso les dificultaba pedir ayuda, que era algo que los preocupaba.
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—¿Qué aprendiste en los años que llevás como voluntario?
—Aprendí a no juzgar más a nadie. Aprendí que nadie que esté ahí quiso estar ahí: adicción, abuso, violencia. Siempre algo hay que lo empujó a estar ahí. Nadie dice hoy me quiero ir a bañar a la calle. Todos quisieran dormir en otro lugar.
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