Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Una semana antes de que la pandemia de coronavirus provocara la cuarentena obligatoria en la Argentina, Natalia conoció a Daniel en un bar. Esa misma noche se besaron, y estuvo bastante bien. Después, él, de ojos verdes y rulos negros, la invitó a salir, pero ella lo postergó un poco porque estaba yendo y viniendo con otra persona.
Llegó el decreto de encierro y llegaron las llamadas telefónicas. Y Natalia se dio cuenta de que ese chico le gustaba y se arrepintió por haber retrasado la cita. Así que hablaron un par de veces y decidieron concretarla… pero por videollamada de WhatsApp. “Después de varios días de pijama y pantuflas”, me cuenta ella ahora, “volví a maquillarme y destapé un vino para el encuentro. Charlamos mirándonos las caritas por pantalla, quedándonos en silencio muchas veces, sólo mirándonos. Imagino que ese espacio es el que ocuparían los besos”.
No sólo le pasó a ella. En una encuesta que la aplicación de citas happn lanzó el 9 de marzo en Italia, el 54% de los usuarios dijeron que planeaban hacer sus primeros encuentros en video. “Realizaremos pronto otra encuesta para seguir la evolución de los hábitos de citas en un contexto de confinamiento”, me escribe en un mail desde París Marine Ravinet, a cargo de Brand & Trends en happn.
Se dice que la crisis global provocada por la pandemia está trayendo cambios irreversibles en las industrias, la educación, el ambiente, el entretenimiento, el turismo y el trabajo cotidiano.
¿Qué hay con respecto al amor? El distanciamiento social parece haber acabado con la cultura de las citas, pero así como el teletrabajo ha cobrado importancia, quizás también surja el teleamor: las dating apps –Tinder, happn, Bumble– y las plataformas de chat y llamadas –WhatsApp, Telegram, Zoom– están manteniendo encendido el fuego de miles de parejas que quedaron presas del encierro.
Fernanda y Oscar se conocieron hace un año en Ciudad de México y hace tres meses que salen. Solían ir a cenar, al cine y a jugar al bowling hasta que la pandemia empeoró y decidieron pasar los encuentros a casa. Pero como él sigue yendo a trabajar y ella vive con su familia, acordaron, por prevención, que ya no se van a ver por un tiempo. “Tememos que él pueda terminar contagiado en algún momento”, me cuenta ella.
Ahora hablan por teléfono cada noche. La semana pasada, cuando empezaron a distanciarse, el tema de sus conversaciones era el coronavirus y las medidas políticas, pero ella se saturó. Desde el domingo hablan de películas, viajes y planes para hacer cuando esto se termine. “Estamos pensando en usar Telegram para sextear”, dice. Las soluciones están a la orden del día.
La cultura de las citas ya había comenzado a mutar en 2013 con Tinder. Desde ese momento, el swiping (con el que aceptamos o rechazamos gente con una sola inclinación de nuestro dedo gordo) impuso su crudeza, y llevar una relación en el teléfono se volvió de lo más natural.
Las apps crecieron tanto que, si sos gay, hoy son el modo más común de conocer a tu pareja. Y para el año 2040, según un estudio de la Universidad de Stanford, el 70% del total de parejas se habrá conocido así. Sin embargo, todo ese swiping ahora se ve como un largo preámbulo no para 2040… sino para 2020, el año de la pandemia. El año en que el amor a distancia se metió en la casa de mucha gente.
El día en que se declaró el aislamiento obligatorio, Andrea tuvo una cita. “Fue de despedida”, me cuenta. Como no tiene compromisos con nadie, también mantuvo en esta semana citas online con alguien que está en cuarentena porque vino desde España.
“Hay una sensación de que se acaba el mundo y hemos desperdiciado el tiempo”, sigue ella. “Y siento que se despertó eso de decir: ‘Cuando pase esto, nos tomamos una cerveza…’”. Quizás por eso también una chica le ofreció una cita online. Y, por último, está el belga que le escribe desde Mar del Plata, donde quedó varado por la cuarentena. “Nos íbamos a encontrar en Buenos Aires antes de que saliera su vuelo”, me dice Andrea. “Es un poco triste esta historia: nos habíamos enamorado y ahora todo se frustró, y él se siente mal por estar allá y no haberse quedado conmigo”.
“Mirando a Italia podemos decir que al principio de la pandemia hubo una caída en las conexiones”, sigue Marine Ravinet, de happn, “pero una vez que pasó el estado de shock, notamos una recuperación y, especialmente, muchos más mensajes intercambiados en la app, lo cual se explica fácilmente: los usuarios, al no poder encontrarse, amplían sus intercambios por escrito”.
Ahora happn está proponiedo el hashtag #datefromhome (#citasdesdecasa) y ampliando su radio de cruce de 250 metros a 90 kilómetros. “En estos tiempos difíciles, nuestra misión es ayudar a preservar los lazos sociales y las citas”.
En Estados Unidos, Bumble anunció que sus usuarios aumentaron un 8% durante la segunda semana de marzo de 2020, pero no todo es buenas noticias en esta industria: un analista consultado por Bloomberg ve que el crecimiento anual de ingresos de Match Group Inc. (dueño de Tinder) bajará del 16% al 9% y, de hecho, las acciones cayeron un 30% en el último mes a causa de la pandemia. La prostitución también está en crisis: en España, por ejemplo, las mujeres abandonaron las calles y cobran 1 euro por minuto en WhatsApp.
Laura volvió a usar Tinder en febrero. Es venezolana, vive en Buenos Aires y la app le parece algo superficial, pero a fin de cuentas, y luego de terminar una relación, le resulta útil para ver qué hay por ahí. Así fue como se encontró chateando con un venezolano que llevaba 16 años en la Argentina. “Yo le recordaba esa venezolanidad que a él le hacía falta”, me cuenta. Al poco tiempo pasaban juntos varios días. Y entonces llegó la semana de la cuarentena no obligatoria. “No sabíamos qué íbamos a hacer si continuaba… Mi monoambiente es muy pequeño y nos acabábamos de conocer”.
No habían encontrado una respuesta aún cuando la cuarentena se volvió obligatoria. Por un tiempo que se les hizo muy largo estuvieron lejos y por fin, al decidir violar la restricción para encontrarse (“está todo a flor de piel”), un policía lo detuvo a él en su camino. “Le dijo que se regresara a su casa porque estaba muy lejos”, dice ella, amargada. “Ya no sé cuándo nos vamos a ver”.
La fría seguridad de una cama sin compartir es un símbolo que, como en la década de 1980, ha vuelto a imponerse. Es recomendado incluso por el gobierno de la ciudad de Nueva York –muy golpeada por el virus– en su guía para la práctica del sexo ante la pandemia: “Tú eres tu pareja sexual más segura”, se indica ahí. “La masturbación no propagará COVID-19, especialmente si te lavas las manos (y cualquier juguete sexual) con agua y jabón durante al menos 20 segundos antes y después del sexo”.
Muchas parejas esperan en medio de la incertidumbre sanitaria y emocional:
Matías y Ana ven películas juntos, cada cual en su casa. Después de conocerla por una amiga en común, él la iba a invitar a salir. “Ya nos vimos más veces en citas virtuales que en persona”, dice. El hoyo fue la película que más les gustó.
Alejandra y Angello probaron demasiadas apps de videollamadas, incluida una que simula walkie-talkies. “Curioso, estamos aprendiendo a comunicarnos mejor”, me cuenta ella.
Luciana y Fernando viven a más de 3.000 kilómetros, ella en Luján y él en Ushuaia, pero alimentan su relación con viajes que ahora se interrumpieron. “Teníamos todo cronometrado para aguantar 13 días sin vernos, no más”, dice ella. Mientras tanto, hacen yoga en simultáneo con clases de Instagram.
Alejandra, en su aislamiento, piensa en replantear su relación con su novio. “No lo extraño tanto”, me dice.
Con el chico que atendía en la barra del parador (y a quien rastreó en Instagram ya terminadas las vacaciones), Guadalupe chateó algunas veces. “Una noche me insistió bastante en ir a su casa con planes copaditos de vino, peli y tabaco”, dice, “pero no fui porque ya era tarde, y ahora quedamos en este loop de suspenso”.
Un apasionado beso de 10 segundos puede transmitir, además del coronavirus, 80 millones de bacterias, según la Organización de Investigación Científica Aplicada (TNO), de Holanda. Mononucleosis, herpes, estreptococo del grupo A, citomegalovirus: estar enamorado nunca fue una actividad sencilla. Ahora además, como escribió el periodista Iñigo Domínguez en El País, “añoraremos los besos del montón, los que dábamos sin darnos cuenta, al encontrarnos, al separarnos, al darnos las buenas noches o al contemplar a la persona amada de perfil, distraída, cuando un gesto que es solo suyo recuerda por qué uno se enamoró de ella”.
Mientras tanto, Natalia y Daniel, que en el inicio de esta nota se conocieron en un bar y tuvieron su primera cita por WhatsApp, ya hablan cada noche. “El cuerpo y el contacto pasan a un segundo plano, pero el deseo sigue ahí, cada vez más vivo”, me cuenta ella.
“Falta menos para vernos”, le repite él una y otra vez, como para convencerse. “Cuando fantaseábamos en qué iba a ser lo primero que haríamos al vernos, al principio primaba el fervor sexual, pero con el correr de los días morimos apenas por un abrazote”, sigue Natalia. Ella está un poco sorprendida por el peso que cobró todo esto. Sin presencia, el deseo puede crear a un gigante. “Es la relación más intensa y corta que tuve en mi vida”, me confiesa, al final. “En tres días de chat ya nos dijimos ‘Te quiero’… y más”.