En 1935 los periodistas escribían en máquina y sus reportajes se imprimían con placas de plomo. La noticia de última hora se cubría con los periódicos vespertinos, pero muchos ya aprendían el formato de esa nueva plataforma llamada “radio”.
En 1935 fue también la última vez que un periodista ganó el Premio Nobel de la Paz.
Aunque un periodista hoy no reconocería el panorama tecnológico de esa época, la mayoría seguramente encontrará la escena política muy familiar a la década de los 30. Regímenes autoritarios en auge reprimiendo el periodismo independiente al perseguir, encarcelar o asesinar a aquellos que exponen corrupción, abuso de poder o conductas criminales, o garantizando la impunidad a cualquiera que ataque a un periodista.
María Ressa de Filipinas y Dmitry Muratov de Rusia trabajan como periodistas en ese ambiente. Esta semana reciben el Premio Nobel de la Paz por su trabajo, que simboliza el trabajo de cientos de periodistas en gran peligro de daño físico, riesgo legal o penuria económica. Como dijo el Comité Nobel, premiar a estos periodistas “intenta subrayar la importancia de proteger y defender” la libertad de expresión y de información.
Desafortunadamente, María y Dmitry son representantes de una tendencia más amplia, que ha crecido a lo largo de los últimos años: la pérdida de respeto al valor de la libertad de prensa, aun en sociedades que alguna vez la dieron por sentada.
Una investigación sólida sobre corrupción de un gobierno puede provocar una persecución. Revelar actividades ilegales de empresas privadas pueden desatar una respuesta de recursos ilimitados para difamar a un periodista. Exponer una red criminal puede costarle la vida a un reportero o editor, que son asesinados una segunda vez cuando las autoridades no persiguen a los criminales.
El Nobel de la Paz de 1935 al periodista alemán Carl von Ossetzky nos recuerda que el periodismo siempre ha enfrentado este peligro, especialmente cuando la verdad afecta a los poderosos. Ossetzky fue encarcelado por el régimen nazi por revelar detalles sobre el rearmamento de Alemania en la década de los 20, en violación a sus compromisos internacionales. También advirtió el creciente antisemitismo y militarismo. Los nazis lo encarcelaron y torturaron.
En 1935 el concepto de periodismo independiente apenas tomaba raíz, dejando atrás el modelo de activismo político del siglo anterior, marchando hacia una función de vigilancia que sería su distintivo en las décadas siguientes. Ese papel de “perro guardián” sobrevive en nuestros días a pesar de que hoy las redes sociales facilitan la construcción de “burbujas informativas”, donde cada persona puede seguir sólo las noticias con las que está de acuerdo y desestimar el resto como falso.
Estas burbujas disminuyen la fe en los datos duros y la prensa libre, mientras políticos populistas explotan estas actitudes en su beneficio. Aun así, los periodistas persistimos, a pesar del acoso, presiones o ataques.
“Nunca realmente sabes quién eres hasta que te ves forzado a pelear para defenderlo”, dijo María Ressa en 2018 cuando recibió la Pluma de Oro que otorga cada año la Asociación Mundial de Editores de Noticias a periodistas que pelean por la libertad de prensa. Ese año María ya enfrentaba una ofensiva legal diseñada para evitar que Rappler, el sitio de noticias que fundó en 2012, expusiera la corrupción y el abuso de poder del presidente Rodrigo Duterte en las Filipinas. También enfrentó acoso cibernético que la llevó a ser una de las primeras periodistas en denunciar a las redes sociales por darles foro a los enemigos de la prensa libre.
Dos años antes, Dmitry Muratov recibió el mismo premio. Para entonces, seis periodistas de Novaya Gazeta, el periódico que fundó en 1993, habían sido asesinados, entre ellos Anna Politkovskaya, una de las críticas más duras del presidente ruso Vladimir Putin.
Dmitry y María han tenido trayectorias improbables. María dejó su carrera en medios globales para lanzar Rappler y reportar sobre su país. Dmitry comenzó como periodista en la era soviética y rápidamente aprendió que sin independencia, el periodismo es impotente.
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Hoy son la expresión contemporánea de una línea de periodistas que, como Carl von Ossetzky antes, están comprometidos con exponer los males sociales y políticos que son obstáculo para la paz. Han denunciado el racismo, dictaduras, represión política, tráfico de drogas, grupos terroristas, abusos contra derechos humanos, impunidad, crímenes de guerra o armamentismo.
Con María y Dmitry, muchos periodistas y emprendedores de medios continúan ese linaje, de Myanmar a Nicaragua, de Etiopía a Turquía, de México a Irán y de Arabia Saudita a China. Sus nombres no serán tan familiares como los próximos premiados con el Nobel, pero sin dignos de mención: Anye Chang Naing, Carlos Joaquín Chamorro, Dawit Kebede, Can Dündar, Marcela Turati, Mohammad Mossaed, Jamal Khashoggi, Jimmy Lai. La lista deja fuera a mucha gente pero es suficiente para saber que la lucha por la libertad de expresión se extiende por todos los rincones.
Carl von Ossetzky recibió su Nobel en 1936, un año antes de que se le otorgó. Ese mismo año, el premio de Literatura fue para el dramaturgo estadounidense Eugene O’Neill, quien después escribiría: “No hay presente ni futuro, sólo el pasado ocurriendo una y otra vez, ahora”.
Todos los días, María Ressa, Dmitry Muratov y sus colegas alrededor del mundo luchan para derrotar esa maldición.
*Javier Garza Ramos es periodista basado en México y miembro del Foro Mundial de Editores.
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Este artículo fue comisionado por el Foro Mundial de Editores / WAN-IFRA para conmemorar la entrega del Premio Nobel de la Paz a dos de sus galardonados con la Pluma de Oro de la Libertad.
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