¡Hola! Durante la pandemia hemos vislumbrado un aluvión de solidaridad en distintos ámbitos. Hoy quiero invitarte a reflexionar sobre un dato que habla sobre una entrega voluntaria sin precedentes.
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Permanentemente llegan más y más datos de lo que fue la respuesta del pueblo, de ciudadanas y ciudadanos, en la pandemia. Así como llegan cifras complejas, que tienen que ver con pacientes, con fallecimientos por el COVID-19, llegan las otras cifras. Las que llenan de esperanza y nos conmueven. Una vez dijimos que se baten récords de donantes en casi cada rubro de la cultura solidaria: los medicamentos, acompañar a personas mayores, los comedores comunitarios que reciben cada vez más voluntarios.
La esencia de esto que ocurre la podemos traslucir en un dato que nos contaron desde un centro de extracción de sangre. Pero, primero, algo de contexto.
Al hablar de donación de sangre suele hablarse del ejemplo de Francia. Allí, hasta el 60-70% de los donantes son voluntarios. Personas que van a donar y no saben a quién. En Argentina y América Latina el valor es mucho menor. Las donaciones suelen llegar de familiares, amigos, afectos. Cuando alguien se enferma o necesita una cirugía, se hace una movida entre afectos.
En nuestro país históricamente entre el 5 y 7% de los donantes son voluntarios. Es posible que 650.000 personas donen por año. Podríamos decir que unas 40.000 personas por año donan sangre voluntariamente. Esta cifra se duplicó en pandemia: llegó a 15%. Unas 80.000 personas que donaron sangre para cualquiera.
Y como una suerte de broche de oro que simboliza la entrega conmovedora: apareció la donación de plasma. La donación de plasma tiene dos características. La primera es que se trata de alguien que padeció una enfermedad que da mucho miedo, cuesta llevarla, es impredecible. La persona se asustó, igual que su familia, su entorno. Y aún con el dolor y las heridas psicológicas, deciden donar. Es una figura maravillosa. Pero hay algo más: así como se duplicó el número de donantes voluntarios de sangre, el 100% de los donantes de plasma fueron voluntarios. Ninguno supo para quien era ese plasma. Ninguno preguntó ni fue llamado por un familiar o amigo. Es un récord tremendo, conmovedor. Que habla de la reserva solidaria que tiene nuestra gente, que tiene nuestro pueblo.
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Como mencionaba al principio de esta edición, es conmovedora la expresión de solidaridad y de sentido de comunidad en pandemia. En todo el país, organizaciones de la sociedad civil han ayudado de múltiples maneras a quienes sufren consecuencias económicas, sanitarias o sociales del COVID-19.
Para visibilizar el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil en la pandemia surgió una iniciativa: Territorios en Acción. Se trata de un mapa colaborativo sobre iniciativas de todo el país. Una herramienta muy útil para localizar rápidamente a quienes están buscando ayudar a otros. Además, se busca crear una red con distintas experiencias que se enriquecen mutuamente.
El mapa ya cuenta con más de 1.300 organizaciones que trabajan en distintos rubros, como la asistencia a personas mayores, asistencia social o derechos humanos. Pero la lista está abierta: cada organización de la sociedad civil puede anotarse completando un breve formulario.
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Cuatro preguntas a Adriana Rofman [Por David Flier]. Adriana es profesora e investigadora de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Junto con las también investigadoras Paula Rosa y Agustina Gradin comenzaron con Territorios en Acción, iniciativa a la que luego sumaron el apoyo de distintas organizaciones.
—¿Por qué surge este proyecto?
—Lo comenzamos el año pasado. Un problema que tenemos en el país es que no contamos con un directorio de organizaciones de la sociedad civil ni nada parecido. Yo trabajaba en un mapa de organizaciones del conurbano cuando llegó la pandemia. Nos juntamos con Paula y Agustina y pensamos en cómo podíamos ayudar como respuesta a la pandemia. Nos pareció una colaboración valiosa: así como no hay directorio de organizaciones, no hay un registro de lo que están aportando a partir de la crisis que genera la pandemia.
—¿Se sorprendieron por el número de organizaciones encontradas?
—No nos sorprendió tanto encontrarnos con las organizaciones porque es un mundo que conocemos y sabemos que en Argentina las organizaciones se activan mucho en momentos de crisis. Pero nos sorprendió lo rápido que nos llegaron respuestas para sumarse al mapa. Esto no es un relevamiento. Es una iniciativa compartida con las organizaciones: son ellas quienes deciden completar un cuestionario y enviarnos sus datos. Ellas son partícipes del proceso.
—Además, la red no queda solo en un mapeo…
—Lo que hicimos fue incorporar tareas que no sean solo el mapeo, sino espacios de circulación de los resultados. Que tengan visibilidad y reflexión y que estén dirigidos al conjunto de las organizaciones. Hemos producido informes de devolución sobre el trabajo en ciertos campos y territorios. Luego organizamos conversatorios para difundir estos informes. También enviamos un boletín a las distintas organizaciones.
—¿Qué resultados positivos creen que trae este trabajo?
—Nos parece que un aporte importante de este proyecto para el campo de la sociedad civil es que visibiliza la magnitud del trabajo que están haciendo. Creemos que es muy útil para cuando las organizaciones se vinculan con políticas públicas o potenciales donantes. Por otro lado, aparecer en el mapa ayuda especialmente a que las organizaciones con menos recursos, que no cuentan por ejemplo con un sitio web, puedan ganar visibilidad. También les permite tener información de otros espacios que hacen algo parecido en otros puntos del país. En Argentina no está muy jerarquizado este conocimiento para la construcción de redes entre organizaciones sociales. El conocimiento es una herramienta de construcción política, incidencia pública, la base para la formación de redes e intercambio de experiencias. A su vez, este trabajo pone en evidencia información valiosa para políticas públicas.
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Quiero hacerte una invitación. Una que requiere una introducción histórica.
El 13 de octubre de 1972 un avión partió desde Montevideo, Uruguay, rumbo a Santiago de Chile. Sin embargo, nunca llegó a destino. Chocó contra una montaña. Este accidente es famoso: se lo conoce como la tragedia de los Andes. En ese avión viajaban 45 pasajeros: 19 miembros de un equipo de rugby uruguayo y la tripulación. Una tragedia, sin dudas. Pero incluso en ese escenario desolador, se puede vislumbrar algo esperanzador: luego de 72 días en la montaña, fueron rescatados 16 sobrevivientes. Personas que pudieron sostenerse por algo de lo cual hablamos mucho en OXÍGENO: el sentido de comunidad, el trabajo en equipo.
Uno de ellos, uno de esos 16 milagros, es José Luis Inciarte. Y con él vamos a charlar desde RED/ACCIÓN.
José Luis es el invitado a la cuarta edición del espacio “Un Café con”, una entrevista virtual a la que acceden, en exclusiva, nuestros miembros co-responsables. En este caso, la invitación también está abierta para quienes son suscriptores de esta newsletter. El periodista David Flier va a ser quien entreviste a José Luis, pero todos los participantes van a poder hacer sus preguntas.
☕ Acá, los detalles del próximo “Café con...”:
- 📅 Cuándo. El encuentro se hará el jueves 29 de julio a las 17.
- 💻 Cómo. Nos reuniremos virtualmente por Zoom.
- 🤔 Sobre qué vamos a hablar. Sobre vínculos, compañerismo y trabajo en equipo.
- 🤝 Para participar de “Un Café con José Luis Inciarte” escribinos a [email protected].
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Seguimos buscando a Guadalupe Lucero, la niña de cinco años que fue vista por última vez en San Luis hace más de un mes. Y en este contexto difícil, se pudo ver hace poco un gesto solidario conmovedor. Uno que vino de otra niña de cinco años.
Rubí Giménez también es sanluiseña. Va a la Escuela de Nivel Inicial “Senderitos Del Valle”, donde docentes contaron a los estudiantes de la desaparición de Guadalupe. Rubí decidió que ella también podía hacer algo. Entonces, les pidió a su papá y a su mamá usar unos ahorros que tenía para sacar fotocopias de unos carteles con el pedido de paradero de Guadalupe.
Y no solo eso: salió por su localidad, junto con sus familiares, a pegar los afiches.
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Hablando de la búsqueda de personas perdidas, acá va una noticia reciente que alimenta esperanzas: un hombre en china se reencontró con su hijo secuestrado hace 24 años.
Guo Gangtang tuvo una larga búsqueda desde 1997, cuando su hijo de dos años fue secuestrado por traficantes de personas. El hombre recorrió en moto más de 500.000 kilómetros por todo el país mientras seguía pistas sobre el paradero de su hijo. En el medio, debió cambiar varias veces de moto, debió dormir bajo puentes y se gastó los ahorros de su vida.
"Ahora que han encontrado a mi niño, todo será felicidad", dijo el padre. Emocionante. Esperanzador.
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Entre tanto dolor, tantas muertes, tanto sufrimiento, elegimos despedirnos con un gesto que ayuda a mirar al futuro con algo de esperanza. De a poco, aunque en la vorágine diaria no nos demos cuenta, vamos avanzando en busca de una salida a este difícil contexto de pandemia.
En Mar de Ajó, un hospital, por primera vez en un año y medio, no tuvo camas ocupadas por pacientes de COVID-19. Entonces, enfermeras y otros empleados del hospital creyeron que era algo digno de festejarse. Se filmaron bailando en los pasillos del lugar y publicaron el video en TikTok, donde tuvo miles de reproducciones.
Mientras nos seguimos cuidando, no perdamos el optimismo.
Cuidate mucho, cuidalas mucho, cuidalos mucho.
Te mandamos un abrazo.
Juan.