Diabetes: crónica de una cura anunciada - RED/ACCIÓN

Diabetes: crónica de una cura anunciada

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La diabetes es, sin duda, uno de los mayores desafíos sanitarios del siglo XXI. A pesar de que pueda sonar exagerado, esta enfermedad crónica afecta a un número de pacientes tan elevado como las infecciones registradas de covid-19 hasta mediados de 2022, es decir, dos años y medio después de la aparición del primer caso.

Diabetes: crónica de una cura anunciada

Lukasz Pawel Szczepanski/Shutterstock

En 2010, las previsiones más pesimistas estimaban que para 2030 habría cerca de 400 millones de personas con diabetes en todo el mundo. Sin embargo, en 2021 las cifras superaron ya los 500 millones. Para ponerlo en perspectiva, esto significa que hay tantos diabéticos como habitantes en toda América del Norte, incluyendo México, Estados Unidos y Canadá. Como podemos imaginar, las predicciones a diez años vista son todavía más preocupantes.

Sin embargo, se vislumbra una nueva esperanza en el horizonte. Desde hace poco más de un año podemos decir que hay dos pacientes que parecen haberse curado de diabetes tipo 1. Los resultados son todavía provisionales, ya que no sabemos si en el futuro seguirán sin necesitar insulina. Aún así, los científicos han encontrado un camino que merece la pena explorar.

¿A quién le amarga un dulce?

Pero antes de entrar en detalles, conozcamos un poco mejor a esta patología.

Le invito a que cierre los ojos e imagine a una persona afectada. ¿Ha visualizado a un anciano? ¿A alguien con sobrepeso? Es cierto que estos atributos pueden encajar con algunos casos, pero no explican la prevalencia exorbitante de la diabetes.

En la actualidad, ya no consideramos el cáncer como una sola enfermedad, sino como una familia de patologías con rasgos en común. Con la diabetes ocurre algo similar: bajo el paraguas de la “marca” se agrupan diversas afecciones que comparten el rasgo de la hiperglucemia, niveles elevados de glucosa en sangre. Esto significa que se incluyen patologías con distinta causa pero que convergen en el mismo desorden.

Para diferenciarlas, se han clasificado en dos modalidades principales, aunque existen otras. La diabetes tipo 1 surge a causa de una reacción autoinmunitaria que destruye las células productoras de insulina en el páncreas, aunque esta forma solo representa el 10% de los casos. El resto, alrededor del 90 %, corresponde a la diabetes tipo 2, donde las células beta productoras de insulina no son destruidas, sino que el cuerpo desarrolla resistencia a esa hormona.

Cien años de soledad

La diabetes tipo 1 y tipo 2 son enfermedades crónicas que carecen de cura. En el caso de la primera, es necesaria la administración exógena de insulina; mientras que en la diabetes tipo 2, los pacientes pueden tratarse con fármacos que reducen la resistencia a la hormona, conocidos como antidiabéticos.

En 1922, los científicos Frederick Banting y Charles Herbert Best descubrieron la insulina, sustancia con la que lograron normalizar los niveles de glucosa en perros diabéticos. Esto supuso un gran avance en el tratamiento de la enfermedad. Durante medio siglo, se obtenía a partir de páncreas de cerdo o humano de donantes fallecidos, lo que podía provocar reacciones alérgicas en pacientes.

En la década de los 70, se logró un hito en la ingeniería genética con la creación de insulina recombinante a partir de bacterias E. coli modificadas con el gen humano de la insulina. Esto permitió obtener una forma más pura y segura de la hormona. El problema era que los pacientes experimentaban episodios de desregulación debido a la dificultad para ajustar la dosis en cada momento.

Durante los últimos años se han desarrollado sensores de glucosa que miden continuamente los niveles de glucemia y se conectan a bombas de insulina para administrar la cantidad adecuada. Esta tecnología mejora la precisión del tratamiento y la calidad de vida de los afectados, pero no deja de ser una versión moderna de la insulina inyectable.

Aunque la administración y la fuente de la insulina han evolucionado drásticamente en el último siglo, el concepto subyacente sigue siendo el mismo. El parche de la insulina aún es insuficiente para el descosido de la diabetes. No ha aparecido ninguna terapia alternativa en estos cien años. Sin embargo, la historia podría estar a punto de dar un giro.

El paciente ya tiene quien le cure

En los últimos tiempos se han ensayado varias estrategias para curar la diabetes, siendo la más prometedora el trasplante de islotes de Langerhans, que contiene células beta productoras de insulina. Lamentablemente, este método ha fracasado debido al rechazo del trasplante por incompatibilidad entre donante y receptor.

Ahora, el avance en el campo de las células madre ofrece una nueva esperanza. La reprogramación celular permite obtenerlas de cualquier paciente adulto y científicos han demostrado que se pueden diferenciar en células productoras de insulina, que son efectivas en ratones de laboratorio.

Además, la terapia génica ofrece la posibilidad de modificar estas células para evitar su rechazo por el organismo receptor. La combinación de ambas técnicas, células madre y terapia génica, podrían ser la baza ganadora contra la diabetes.

Los primeros ensayos en personas no se han hecho esperar. Aunque aún no se han publicado resultados oficiales, la compañía Vertex ha anunciado que los dos primeros pacientes que recibieron su tratamiento ya no necesitan insulina. Por añadidura, otro ensayo pretende mejorar esta terapia utilizando biomateriales para reducir el riesgo de rechazo.

Aún es pronto para lanzar las campanas al vuelo, pero todo parece indicar que el matrimonio entre las células madre y la terapia génica pondrán el punto final algún día a esta crónica de una cura anunciada.

Adrián Villalba Felipe, Postdoc, Inserm

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.