El 15 de marzo es el Día Nacional de la Accesibilidad. Esa fecha, pero de 1994, se aprobó la Ley de Accesibilidad de personas con Movilidad Reducida (24.314), que busca garantizar la supresión de barreras físicas en espacios públicos y transporte para personas con movilidad reducida. Sin embargo, con el tiempo, el concepto se amplió y hoy hablamos de accesibilidad no solo física.
Aunque la primera imagen que se nos suele venir a la cabeza al pensar en accesibilidad es la de una rampa para alguien en silla de ruedas, suelen distinguirse tres formas de accesibilidad, tal como describe el sitio especializado Plena Inclusión:
- Física. Es la cual solemos advertir con más facilidad. Implica, por ejemplo, puertas suficientemente amplias para que pasen usuarios de sillas de ruedas, rampas y ascensores en el caso de edificios. Pero también, por ejemplo, que un dispositivo electrónico pueda usarse si una persona no puede mover el mouse. O puede ser una puerta no requiera de una gran fuerza para abrirse.
- Cognitiva. Tiene que ver con que todas las personas puedan comprender mensajes. En este caso, por ejemplo, resulta accesible la lectura fácil: piezas de comunicación, tanto texto como imágenes, pensadas para que quienes tienen dificultades lectoras (por una discapacidad o por ejemplo por ser migrantes y no estar familiarizados con el idioma).
- Sensorial. Es el tipo de accesibilidad vinculado con limitaciones en los sentidos. Por ejemplo, el uso de intérpretes de lengua de señas argentina (LSA) en caso de personas sordas o audiodescripciones para personas con discapacidad visual.
Cuando un entorno o servicio cumple todas las condiciones de accesibilidad suele hablarse de accesibilidad universal.
“La accesibilidad es la condición que deben cumplir los entornos físicos, la información, las comunicaciones, los productos y servicios para permitir el acceso a ellos en igualdad de condiciones para todos”, define la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDis).
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