Hace años desaprendemos y aprendemos. Aprendimos que mujeres y varones son categorías socioculturales que cada persona puede llenar como prefiera. Que la genitalidad y el género no son lo mismo ni tienen que estar necesariamente conectados. Que los vínculos deben potenciarnos; que los celos y la manipulación no son amor, son violencia. Que la violencia hay que denunciarla. Que las mujeres no son cosas, ni sus cuerpos propiedad de los varones, ni de nadie. Que cuando una ola verde o una bandera arcoíris toma las calles se pueden lograr metas deseadas y perseguidas desde hace décadas.
Deconstruimos y reconstruimos conceptos, valores, paradigmas, ideas. Luchamos contra un sistema cultural y una idiosincracia que históricamente relegó a las mujeres a la esfera del hogar, a las tareas de cuidado, a los trabajos feminizados. Se ganaron ministerios, se conquistaron derechos, pero el camino hacia la igualdad de género y el vaciamiento entero de estereotipos y roles tiene aún demasiados kilómetros por delante. Por eso, en este Día Internacional de la Mujer queremos destacar a cinco de ellas que conquistaron terrenos que hasta hace muy poco les estaban vedados, los hicieron suyos y hoy empoderan a miles de mujeres con un mensaje claro: no hay límites.
Alejandra Hartman es Lady Fierros
“Llegué a ser CEO de una multinacional, estaba en la cúspide de mi carrera cumpliendo el mandato de muchas mujeres de mi generación: sonreír y ser perfecta. Hoy elijo la valentía, elijo tomar riesgos. Aprendo. Soy Alejandra Hartman, fundadora de Lady Fierros, Clínica de Autos, y soy la artífice de mi propio destino”, se presenta en la publicación que anuncia el próximo workshop que brindará junto a una psicóloga para superar el miedo a manejar.
Hija y sobrina de mecánicos oriundos de Entre Ríos, su familia se mudó a la ciudad de Buenos Aires para “probar suerte en la mecánica automotriz”. La casa en la que nació estaba arriba del taller mecánico de su padre. Llevar su bicicleta al taller era el motivo perfecto para “jugar a arreglarla” y ver a su padre trabajar. “En lugar de Barbies yo jugaba con las herramientas”, cuenta. Su madre y su padre querían para ella la mejor educación: se licenció en Comercialización, hizo un máster en Negocios Internacionales, trabajó en la Argentina, en Estados Unidos y en Colombia. Pasó por puestos de diferentes jerarquías hasta que logró romper el techo de cristal: se convirtió en gerenta general de una multinacional.
Casada y con dos hijos, la carrera en el mundo corporativo la obligaba a estar fuera de casa, la privaba de compartir momentos cotidianos con su familia. Su hija mujer fue quien hizo que de pronto se parara a pensar: “¿Debía impulsarla a buscar la perfección o trabajar sobre su valentía? ¿Debía enseñarle a perseguir lo que se cree ‘correcto’ para ella o a ser feliz?”. Ahí entendió que ella misma no había vuelto a disfrutar como lo hacía cuando estaba en el taller, arreglando la bicicleta con su padre. Y todo fue muy claro.
Hartman comenzó a investigar sobre la relación de las mujeres y los autos y descubrió que, en la Argentina, las mujeres con licencia de conducir no llegan al 30%, que el 50% de las que tienen auto no se animan a llevarlo solas al mecánico porque no confían en que las tomen en serio y les digan la verdad, que el 70% nunca cambió una rueda. Por eso, hace tres años decidió “patear el tablero”: “Puse primera en una ruta que tiene como destino empoderar y educar a la mujer con su auto”, define. En ese camino, se graduó de técnica mecánica (donde eran dos mujeres en un curso de 30 personas) y hoy es una referente de las mujeres en la industria automotriz. Su clínica de autos, que funciona físicamente en el barrio porteño de Devoto, tiene una comunidad de más de 130.000 seguidoras en Instagram. Brinda información y consejos sobre mecánica en redes sociales, atiende a mujeres en el taller familiar, ofrece workshops en los que enseña sobre el auto, acompaña procesos de compra de vehículo y acaba de lanzar la app Lady Fierros THE GAME para aprender jugando.
“A través de Lady Fierros Clínica de Autos quiero sumar mi granito de arena para que la mujer se anime a ser valiente y abandone esa búsqueda de la perfección. Que se anime a manejar, comprenda cómo funciona su auto y el mantenimiento que requiere. Se anime a ir al mecánico y pueda elegir sola el vehículo que se quiere comprar. Voy a lograr que conozcan mejor su auto, que se empoderen, ya que el auto nos da libertad”, cierra.
Mariana Ferré es la fundadora de guerreros KIDA
Mariana Ferré tiene 27 años, es Licenciada en Seguridad e Higiene e instructora de Krav Maga, al igual que su hermano Matías —que es abogado y tiene 31—. El Krav Maga es un sistema de defensa personal que se utiliza para protegerse o proteger a otra persona frente a una situación de violencia. Tiene la característica de adaptarse a la persona, sin importar su tamaño, edad o género. Su papá aprendió la disciplina y motivó a sus hijos para que hicieran lo mismo. De esta forma, Ferré se convirtió en una de las primeras instructoras mujeres de Krav Maga en Latinoamérica y pasó a integrar un equipo de mujeres designado para capacitar a otras mujeres en todo el mundo en el ámbito de la Defensa Personal.
Además de dar clases, decidió compartir su conocimiento en las redes para que más personas se acercaran al Krav Maga y aprendieran a defenderse. Así creó Guerreros KIDA y, junto a su hermano, se encargan de generar los contenidos que difunden. Ferré apunta a mostrar a las mujeres que pueden defenderse ante un ataque sin importar el peso o tamaño del agresor.
En su cuenta de Instagram ya tienen una comunidad de más de 700.000 seguidores y en YouTube, más de 500.000 suscriptores. Lo que buscan, dicen, es “generar un impacto positivo” y concientizar acerca de que siempre se puede hacer algo para evitar una situación de violencia o ayudar a alguien más. Según Ferré, las personas (principalmente las mujeres) creen que ante una situación de peligro no van a poder defenderse, pero afirma que la mayoría de las veces se puede hacer algo “como aprender a equiparar la diferencia de fuerza con un hombre buscando ciertos puntos débiles del agresor”. Ella y su hermano coinciden en que si se está preparado “técnica y mentalmente para las situaciones de amenaza, se desarrolla determinada actitud para que el cuerpo reaccione como queremos”.
Valeria Kechichian es la creadora de la Longboard Girls Crew
Tenía 28 años cuando se subió a una tabla por primera vez. Buscaba algo que la mantuviera alejada de las adicciones y los desórdenes alimenticios que padecía. Encontró en el longboard un punto de fuga. Y también de propulsión. Y ya no se bajó.
Hija de una familia armenio-argentina, Kechichian se fue a vivir a Madrid para alejarse de una situación familiar compleja. Allí, después de realizar múltiples trabajos, creó la comunidad más grande de Longboard femenino: la Longboard Girls Crew. Empezó en el año 2010 como un movimiento local, en la capital española, cuando mostraba en un video cómo se divertían entre chicas practicando un deporte en el que —una vez más— solo solían verse varones. Después, se volvió fenómeno. Hoy son más de 160.000 las seguidores en Instagram, sus videos son vistos por millones de personas, la comunidad tiene 70 embajadoras y presencia en casi 100 países. Sin proponérselo logró crear un espacio de encuentro y apoyo entre chicas longborders de todo el mundo.
Mientras eso sucedía, Kechichian se propuso romper los estereotipos con los que se mostraba a las mujeres deportistas, sexualizándolas y destacando sus características físicas por sobre la destreza en el deporte. También crearon la ONG Longboard Women United, que promueve iniciativas en áreas de género, salud e inclusión en lugares como Camboya, Brasil, India y Holanda, donde trabajan con mujeres, niños, refugiados, personas con discapacidad, poblaciones vulnerables y adultos mayores. En la tabla encontró una forma de resiliencia.
María Gabriela “MaGa” Tomassoni es Mamá construye
Periodista especializada en tecnología devenida en influencer de la construcción, la historia de María Gabriela “MaGa” Tomassoni cambió, como sucede muchas veces, después de una crisis, en este caso personal. Madre de cinco y abuela de una, los días de Tomassoni comenzaban muy temprano por la mañana y nunca sabía cuándo terminaban, ya que cumplir con todas sus obligaciones laborales, de sus hijos y de su vida la obligaba a un malabarismo sin fin. Hasta que en 2015 su cuerpo dijo basta. Ante un pico de estrés debió frenar la vorágine. El estrés trajo frustración y la frustración, depresión. Durante un año no pudo salir de su casa.
La que logró que se levantara de la cama, como también suele suceder, fue una amiga, que se acababa de mudar a San Martín de los Andes y necesitaba ayuda con los arreglos de la casa. Tomassoni viajó por 15 días y terminó quedándose 6 meses. Cuando volvió, era otra. Renunció a todos sus trabajos y comenzó a dedicarse a remodelar y refaccionar. El boca a boca hizo lo suyo y entre amigos, amigas y familiares los pedidos de arreglos y trabajos coparon su tiempo.
A los 45 años dio un giro y entendió que cuando algo no está bien, siempre se puede cambiar. Hubo mucho de intuición pero también se formó en cursos sobre materiales y técnicas. Y otro tanto que traía con ella. A revocar y cambiar persianas, cuenta, le había enseñado su abuelo. Ella jamás pensó que ese conocimiento le serviría para vivir.
Además de trabajar en la construcción decidió difundir lo que hace, tips y consejos, a través de las redes sociales, donde es “Mamá construye” y tiene miles de seguidores. Su popularidad se disparó cuando, a fines del año pasado, tuiteó una idea que se le había ocurrido: sugirió que algún dueño de una casa que necesitara arreglos la pusiera a disposición para que ella enseñara el oficio a quienes quisieran aprender. Recibió una gran cantidad de respuestas de personas que ofrecían sus casas y otras tantas de interesados en aprender. En diferentes sitios dijo que no sabe cómo va a terminar eso pero que le interesa enseñar el oficio, principalmente, a mujeres en situación de vulnerabilidad, víctimas de violencia de género, que necesitan trabajar para mantener a sus familias. Que siempre que puede las contrata para trabajar con ella.
Luly Dietrich es la creadora de Mujeres al volante
Creció entre volantes, ruedas y motores. La primera hija mujer de la familia Dietrich tenía 13 años cuando su papá le cedió por primera vez el asiento del conductor y aprendió las primeras maniobras (aunque, por su edad, aún no manejaba en las calles, claro).
Al haber nacido en una familia con una empresa ya asentada en la industria automotriz —Grupo Dietrich— cualquiera diría que el camino era recto. Sin embargo, aunque inició su carrera en la empresa familiar y pasó por diversos puestos y tareas (desde hacer avisos y vender planes de ahorro, hasta armar el departamento de RR.HH. y de Marketing) en 2008 también tuvo una crisis personal. Comenzó a cuestionarse qué deseaba hacer y se dio cuenta de que no estaba cómoda en su lugar de trabajo. Publicista de profesión, quería continuar en la empresa pero desde un lugar que la llenara.
Fue entonces cuando, en 2009, nació Mujeres al volante. Primero como una campaña de marketing con las clientas de la empresa que consistió en crear un mailing y una newsletter mensual con las novedades de los modelos y la seguridad vial. La respuesta fue tan buena y el lugar que se le daba a las mujeres tan celebrado y agradecido, que continuó. Adaptaron espacios comerciales a las necesidades de las mujeres, planificó, junto al área de Recursos Humanos, un sistema para que las mujeres ocuparan puestos en la empresa que habían estado siempre a manos de varones. Luego, con el apoyo de diferentes marcas, comenzaron a realizar eventos para dar a conocer la iniciativa y a brindar charlas de temas que convocaban principalmente a mujeres. Poco a poco, eso se transformó en la primera comunidad multiplataforma de mujeres que conducen.
Hoy, Dietrich, desde su sitio web y las redes sociales (tiene más de 100.000 seguidoras en Instagram) comparte información, brinda consejos e intenta derribar paradigmas para que cada vez más mujeres se animen a manejar. Para armar de confianza y seguridad a las que ya manejan. Para que sean cada vez más las que estén “al volante de sus vidas”.