Por Joan Tahull Fort, Universitat de Lleida
La adolescencia, etapa en la que construimos y definimos nuestra identidad, estaba marcada en décadas anteriores por la presencia de ritos de paso y referentes culturales sólidos que ayudaban a los jóvenes a encontrar su lugar en el mundo. En algunas culturas, un joven debía pasar una noche solo en el bosque, enfrentando sus miedos, antes de ser reconocido como adulto; también se organizaban ceremonias que marcaban su transición a la vida adulta.
Esos rituales no solo les daban un lugar en la comunidad, sino que les ayudaban a entender quiénes eran y cuál era su papel en el mundo. En nuestro entorno, el servicio militar obligatorio en España fue un rito de paso que marcaba el final de la infancia y el comienzo de la vida adulta para muchos varones jóvenes; también, en diversos municipios del Pirineo de Lleida, Huesca, Andorra y Francia se bajaban las “falles”, que servían de transición a la vida adulta.
Hoy estos referentes han sido reemplazados por modelos más fragmentados y cambiantes (extensión de la educación, incertidumbre laboral, dependencia económica prolongada y relaciones personales y familiares en constante transformación), lo que complica la tarea de construir una identidad sólida. Por si fuera poco, las tecnologías digitales ofrecen a los adolescentes nuevos canales de expresión y conexión, pero también introducen una serie de desafíos y riesgos que no se pueden ignorar.
Cinco horas al día conectados
El uso excesivo de tecnologías digitales tiene varias consecuencias negativas para los adolescentes, que van desde problemas en el rendimiento académico hasta dificultades en la interacción social. Una proporción significativa de adolescentes pasa más de cinco horas al día conectada a dispositivos digitales, tanto durante la semana como los fines de semana. Son horas que no dedican a actividades más tradicionales y presenciales, como pasar tiempo con amigos, practicar deportes o disfrutar de la naturaleza.
El mismo informe señala que el 65,1 % de las chicas y el 54,1 % de los chicos duermen con el móvil en su habitación, y un número significativo de ellos continúa conectado a internet después de la medianoche. Esta conducta no solo afecta su rendimiento académico, sino también su bienestar emocional y sus relaciones familiares.
Aunque menos novedosa, la adicción a los videojuegos también afecta al bienestar emocional y a la satisfacción con la vida.
Encontrar momentos y lugares para desconectar
Una de las estrategias más efectivas consiste en establecer límites claros sobre el tiempo de uso de los dispositivos y encontrar tiempo para la práctica de deportes, la lectura de libros o la participación en actividades artísticas.
Se trata de asumir la idea de “desconectar para reconectar” como una parte importante de la rutina diaria: definir momentos específicos durante el día en los que nos desconectemos por completo de los dispositivos digitales. Esto no solo nos permite descansar de la constante estimulación que proviene de las pantallas, sino que también nos brinda la oportunidad de reconectar con nosotros mismos y con las personas que nos rodean.
En familia, los adultos pueden hablar abiertamente sobre los efectos negativos que el abuso de las redes sociales y los videojuegos pueden tener en su salud mental y bienestar general. Los adolescentes necesitan entender que, aunque la tecnología puede ofrecer muchas oportunidades, también es necesario utilizarla de manera consciente y equilibrada para evitar sus efectos adversos.
Alcanzar un uso equilibrado
La clave para minimizar los riesgos y maximizar los beneficios radica en promover un uso equilibrado y consciente de la tecnología. Esto implica no solo establecer límites claros sobre el uso de dispositivos, sino también fomentar la reflexión, la pausa y la desconexión en la vida diaria de adolescentes y los adultos que viven con ellos. Estos segundos son, al fin y al cabo, la referencia para consolidar pautas equilibradas de uso y disfrute de las tecnologías digitales.
Los padres y educadores juegan un papel crucial en este proceso. Deben crear las condiciones adecuadas para fomentar el diálogo, la tranquilidad y el desarrollo personal de los adolescentes. Esto puede incluir la creación de espacios para el silencio y la contemplación: en muchas escuelas se determina un horario dedicado a la lectura, y en casa se pueden consensuar actividades analógicas para todos los miembros de la familia, como jugar a un juego de mesa o preparar una receta.
Estos tiempos de desconexión, a solas o en grupo, son fundamentales para desarrollar una identidad sólida y saludable en la era digital, que trascienda la imagen y las interacciones virtuales. No se trata de rechazar los avances tecnológicos y las enormes ventajas de comunicación y crecimiento que ofrecen, sino de equilibrar nuestra exposición a ellas para lograr un desarrollo integral.
Joan Tahull Fort, Profesor de sociología de la educación, Universitat de Lleida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.