Santiago G. tiene 57 años, es dueño de un taller mecánico en Dolores (Buenos Aires) y, desde hace dos años, concurre a un grupo para hombres que ejercen o ejercieron violencia de género.
Santiago llegó a las charlas grupales por decisión propia, a pedir ayuda, luego de esa vez que, en medio de una fuerte discusión con su pareja, respondió a los golpes que ella le daba con otros mucho más fuertes. Se asustó de su reacción: era la primera vez que le pasaba, jamás le había levantado la mano a una mujer.
“Me desconocí”, confiesa sobre aquel incidente. Entonces, decidió buscar una alternativa a la violencia. Él mismo cuenta esa historia: “Yo estaba en una relación con una chica; ella vivía en mi casa. Era muy bonita, muy sexy. Pero también era muy creída, con un ego muy alto. Se enojaba, buscaba problemas por tonterías, me hablaba mal, criticaba a todo el mundo, sobre todo a mis hijos. Nos empezamos a llevar mal, nos dejamos y volvimos varias veces”.
“Cada vez las discusiones y peleas eran más violentas. Me rompía cosas. Me hizo un raspón en el auto. Me rompió dos celulares. Alguna vez llegué a pegarle. Cosa que me llevó a averiguar en la Comisaría de la Mujer y Familia cómo hacer una denuncia y cómo pedir restricción de acercamiento”, sigue.
El relato continúa, pero en este punto, cabe intercalar una concepción teórica para iluminar una confusión muy común: por definición, la violencia de género no es “de un género hacia otro género”. Como observa Aníbal Muzzin, licenciado en psicología especializado en violencia familiar: “Si bien existen mujeres que actúan agresivamente, estas suelen hacerlo en el contexto de una relación donde el hombre responde al estereotipo masculino hegemónico patriarcal y, en el intento de oponerse a la violencia de él, responde defensivamente con una agresión”.
Entonces, amplía Muzzin, “cuando hablamos de violencia —desde una perspectiva de género— nos referimos a que, por acción u omisión, dentro de una relación asimétrica, donde hay un arriba y un abajo, un hombre abusa de ese poder en contra de una mujer o una persona del colectivo LGTBQ+, y ocasiona un daño”.
En la Argentina, entre enero y julio de 2020, cifras del Ministerio Público Fiscal acreditan 5.181 denuncias por violencia de género. Y, según el Observatorio Ahora que sí nos ven, en los primeros nueve meses de este año hubo 223 femicidios. En 2019 el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina había contabilizado 252 femicidios directos en total.
En el caso de Santiago, no hubo que lamentar víctimas fatales. Él pudo observar la situación y decir: “No quiero esto, no quiero llegar a hacer más daño” y parar para poder cambiar.
Por amor o por temor
La Ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, fue promulgada en abril de 2009 y es en el marco de esta ley, así como en tratados internacionales de derechos humanos, que se desarrolla el trabajo de los grupos.
Si bien los varones que piden participar por deseo propio son los menos, la mayoría de los profesionales estiman que esa sería la situación ideal. Afirma Daniela Viña, coordinadora de la dirección de Políticas de Género, Fortalecimiento y Autonomía para la salida de las violencias de Lomas de Zamora: “El trabajo no arranca en el mismo lugar con un hombre que vino denunciado y con una causa judicial abierta que con el que viene por motus propio; este último está dos escalones más arriba porque ya tiene incorporado cierto registro o la responsabilidad sobre el ejercicio de las propias conductas que generan daño”.
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Veamos cómo sigue la historia de Santiago G.: “En la comisaría me dijeron que podía asistir a charlas grupales para hombres. Me anoté, empecé a ir y me gustó. Encontré gente muy agradable; me sentí cómodo”.
Santiago continúa: “Había una abogada, Mariana, que preguntaba por la situación de cada uno y daba asesoramiento legal; un psicólogo, Roberto, que preguntaba cómo estaba cada uno de nosotros y proponía algún tema o ejercicio grupal. Él me hizo entender muchas cosas, aprendí a reconocer una relación tóxica, a dejarla ir, a manejar y controlar la ira y el enojo y a saber detenerse a tiempo. A los grupos como este, los veo muy oportunos y valiosos en estos momentos. Ojalá haya algo así en cada ciudad”.
Qué son y cómo funcionan los grupos
Roberto Battaglia es coordinador del grupo para hombres que ejercen violencias en el área de Género del Municipio de Dolores, el mismo que refiere Santiago G. El psicólogo es especialista en salud social y comunitaria y es miembro de la ONG Generación Igualdad. “Estos grupos son el primer eslabón en la cadena asistencial y preventiva.”, sostiene Battaglia. “La participación de varones en estos grupos puede hacer la diferencia entre la repetición del ciclo de la violencia o su interrupción”, amplía.
En las ciudades grandes los dispositivos no dan abasto, y en algunos lugares existe una lista de espera. Pero, además, todavía son pocos los dispositivos que existen. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, de 135 municipios solo hay algún tipo de dispositivo donde puedan concurrir los hombres que se encuentran en situación de ejercer violencia en aproximadamente 30, según cifras oficiales, y 20 según la Red de equipos de trabajo y estudio en masculinidades (RETEM).
Las siguientes preguntas y respuestas ayudan a entender mejor el funcionamiento de estos grupos.
- ¿Cómo llegan? Actualmente asisten mayoría de hombres derivados de la justicia Civil y Penal, y en menores cantidades, hombres que se presentan espontáneamente, sin denuncias.
- ¿Cómo son los encuentros? Suelen tener distintas características de acuerdo al modelo de trabajo de cada organización. Las de mayor eficacia —según coinciden los entrevistados— son grupos que están coordinados por un hombre y una mujer, profesionales de distintas disciplinas, bajo un marco teórico y un modelo integral multidimensional o modelo ecológico, desde una perspectiva de derechos humanos. Cada grupo funciona con un máximo promedio de 10 varones que asisten a un encuentro semanal de dos horas; allí las dinámicas apuntan a trabajar desde el emergente (lo que relatan los participantes de acuerdo a sus circunstancias y emociones particulares), pero teniendo en cuenta técnicas que se usan para trabajar temas específicos que responden a los objetivos del trabajo.
- ¿Quiénes van? Varones de distintas edades, a partir de 18 años, procedentes de diferentes estratos sociales, oficios, ocupaciones y profesiones posibles, de varias nacionalidades y diversas religiones.
- ¿Cuánto tiempo pueden asistir a los grupos? Los jueces suelen “recomendar” a los denunciados que acudan a algún tipo de dispositivo grupal por una cantidad de encuentros que suele promediar entre seis y ocho durante un plazo de tiempo que no excede los dos meses. “Nuestros plazos son más largos que los que recomienda la justicia”, sostiene Viña, coordinadora de la Dirección de Género en Lomas de Zamora. En los grupos que funcionan bajo su órbita los participantes son invitados a acudir durante un año, en una primera instancia, y luego a continuar durante otro año. Muzzin, señala: “Como mínimo tienen que tener un año de duración, 50 encuentros, cien horas con cada participante”.
- ¿Puede participar cualquier varón en estos espacios? Según explica Muzzin, quien además de coordinar estos grupos es suplente de guardia en el Hospital General de Agudos Doctor Teodoro Álvarez, en Capital Federal, hay un proceso de admisión que contempla varios criterios de exclusión: “No recibimos a hombres que estén en situaciones abusivas de consumo de sustancias o de alcohol; en esos casos primero tienen que ingresar a un grupo de tratamiento para esa situación específica y luego, si se encuentra en tratamiento y en situación de abstinencia, evaluamos si está en condiciones de ingresar al grupo”. Otros criterios que impiden el ingreso son: desórdenes mentales, ya que el trabajo grupal podría perjudicar la patología de base; varones con trastorno antisocial; y agresores sexuales a niños, niñas y adolescentes.
¿A quiénes ayudan los grupos para varones?
Pablo D. se separó de su tercera pareja en malos términos, con una denuncia por violencia de género, luego de tres años de convivencia y un hijo en común. Al violar una medida judicial de restricción perimetral y después de un mes en la comisaría, el juez que atiende su causa le recomendó acudir a un grupo de hombres que ejercen violencia. “Me hizo abrir mucho la cabeza y he aprendido mucho, ahora sé escuchar, tengo amigas y amigos… me hizo muy bien, voy a seguir yendo cuando arranquen otra vez [las reuniones presenciales, en la pandemia algunos grupos continuaron por WhatsApp]”.
Podés escucharlo mientras cuenta alguna de las cosas sobre las cuales reflexionó gracias al trabajo en el grupo:
En los últimos 10 años, en la Argentina cobró mayor visibilidad el tema de las masculinidades y sus modos de ejercerla, un proceso que según advierte Muzzin facilitó la llegada a las órbitas gubernamentales de los espacios de trabajo para hombres que ejercen violencia. “Estas iniciativas fueron constituidas previamente en organizaciones no gubernamentales, como la asociación civil Decidir, fundada hace 18 años por el trabajador social Marcelo Romano en Moreno, y actualmente se brindan en hospitales e instituciones del ámbito público”, resume.
CONTACTOS ÚTILES SOBRE TRABAJO CON MASCULINIDADES
Pareciera, entonces, que los espacios grupales son lugares valiosos para la sociedad. Pero, ante la ola de femicidios que no cesa ni en pandemia, a un ritmo de una mujer asesinada cada 25 horas según estimaciones oficiales y extraoficiales procedentes de distintos observatorios —como el Observatorio de violencia patriarcal “Lucía Pérez”, de la cooperativa La Vaca y Revista Mu, fundadas por la periodista Claudia Acuña— la eficacia de este tipo de instancias se vuelve un interrogante legítimo: ¿ayudan los grupos a reducir el problema de las relaciones violentas?
Acuña no los ve como la solución definitiva porque estos grupos no se pueden medir en términos de eficacia. Sin embargo, observa que “no se puede no hacer algo. Lo importante es que se está trabajando y abriendo caminos que son inéditos. Estamos todo el tiempo evaluando prácticas y sacando conclusiones y revisando los impactos”.
En este contexto, aclara: “Lo que es seguro es que pese a que son parte de la misma dinámica del problema, no se puede trabajar a la vez con víctimas y victimarios, como proponen algunos teóricos: hoy lo más urgente es trabajar con las mujeres y niños que son víctimas. Por eso hubo que ampliar y complejizar la cantidad de recursos que hay que poner para pensar el problema”.
Para Battaglia la respuesta sobre la eficacia de los grupos es “sí”, porque en su experiencia es baja la tasa de reincidencias de conductas violentas de los hombres que han pasado por estos espacios (menos del 7 %). La forma de corroborar es haciendo un seguimiento particular de cada varón y sus familias, incluyendo entrevistas a las mujeres convivientes.
Muzzin admite una deuda en la falta de sistematización de las estadísticas —lo que dificulta contextualizar ese 7%—. Pero, aun así, cree que aunque no sea ostensible su efectividad en términos cuantitativos, sí lo es en términos cualitativos.
Él explica que se trata de un trabajo a largo plazo: “Creemos que cuanto más tiempo permanezca el hombre en un espacio que permanentemente considera las cuestiones puntuales de ese sujeto en un espacio social, comprendiendo cuáles son las causales de su ejercicio de violencia, que normalmente está implicado con el ejercicio abusivo del poder, más va a ser el grado de efectividad de la deconstrucción de esa masculinidad hegemónica, machista y patriarcal”.
“Por eso desaconsejamos los espacios de poca cantidad de encuentros: se transforman más en cursos, en escuelas, en que ellos son alumnos que vienen aprender desde un lugar pasivo. Nosotros buscamos interpelarlos en su masculinidad desde aspectos cognitivos, interaccionales, psicodinámicos (emocionales) y conductuales: cómo piensan, qué es lo que hacen, cómo se sienten y cómo se relacionan con los otros”, agrega.
Por otro lado, Muzzin considera que “la erradicación de todo tipo de violencia es un objetivo inalcanzable por eso hablamos de disminución de conductas violentas. Hasta el momento no hemos conocido ningún femicidio realizado por ningún hombre que haya pasado por nuestros dispositivos”.
La misma línea sostiene Daniela Viña. Ella también destaca que el trabajo con hombres que ejercen violencia es necesario, pese a las dudas sobre la tarea o a los reclamos de castigo a quienes ejercen violencia. “Lo punitivo es el límite necesario para frenar la violencia de género, pero no debe considerarse como la única solución al problema. Si no nos metemos con los varones seguimos sosteniendo el patriarcado”, defiende Viña.
Empoderar a mujeres, deconstruir a varones. ¿Es esa la fórmula para evitar la violencia?
Quizás lo es, siempre que se tenga presente que no es una lucha de unos contra otros, sino todo lo contrario, es ver las relaciones humanas en toda su complejidad. Es clave, entonces, repensar las masculinidades como una construcción sociohistórica que puede modificarse para que ser varón ya no sea sinónimo de ser dominante.
En este caso, Muzzin aclara: “Trabajar en buenas paternidades, en reflexionar sobre el rol hombre en el área doméstica, sobre la conexión de los hombres con sus emocionalidades y poder experimentarlas de una forma asertiva es parte de lo que conversamos en nuestros encuentros, pero son vicisitudes secundarias. El eje de nuestro trabajo es el abuso de poder”.
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