De deshonestidad, ganancias, toma de decisiones e intuiciones morales - RED/ACCIÓN

De deshonestidad, ganancias, toma de decisiones e intuiciones morales

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En un estudio hipotético, los estudiantes universitarios preferían ganar 300 euros realizando un trabajo rutinario en lugar de recibir una beca inmerecida, a pesar de que ambas opciones ofrecían el mismo beneficio económico. Este comportamiento se mantuvo constante incluso cuando se les informó que la mayoría de los estudiantes anteriores habían optado por la opción deshonesta.

De deshonestidad, ganancias, toma de decisiones e intuiciones morales

Pixel-Shot/Shutterstock

Imagine que es un estudiante al que le piden que elija entre las dos opciones siguientes:

  • Una ganancia de 300 euros al recibir una beca que no le corresponde.
  • Una ganancia de 300 euros por desempeñar un trabajo rutinario ordenando documentos en la secretaría de su facultad.

¿Qué elegiría? ¿Qué piensa que eligen la mayoría de los estudiantes universitarios actuales? ¿Cambiaría su elección dependiendo de si fuese a ser conocida por todo el mundo o por nadie?

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Hipotéticamente honestos

Realizamos este experimento en condiciones controladas y resultó que los participantes –estudiantes universitarios– prefirieron mayoritariamente escoger la alternativa honesta (realizar un trabajo rutinario), a pesar de que la alternativa deshonesta permitía obtener el mismo beneficio económico sin ningún tipo de esfuerzo (obtener una beca inmerecidamente).

¿Cambiaría su elección si le dijesen en el enunciado que una mayoría de estudiantes del curso pasado eligió la alternativa deshonesta? Pues, contrariamente a lo que cabría esperar, los resultados no confirmaron este efecto y se continuó eligiendo mayormente la alternativa honesta.

Puede estar pensando que los resultados están condicionados por el hecho de que se plantea una situación hipotética, no real, y tiene razón. Sin embargo, el uso de escenarios hipotéticos está ampliamente extendido en la investigación en ciencias sociales, y más en concreto en el estudio de la deshonestidad.

Aunque tiene limitaciones, este enfoque puede proporcionar una evaluación aproximada de la intención de actuar deshonestamente. Diferentes investigaciones (esta, por ejemplo) vienen a confirmar que los resultados encontrados en situaciones hipotéticas se pueden utilizar como aproximaciones a la vida real.

Todo el mundo tiene un precio

Se ha planteado que la deshonestidad nace fruto de la competición entre dos motivaciones principales: el beneficio que obtenemos al engañar (interés egoísta a corto plazo) y la necesidad de mantener un autoconcepto positivo propio y ante los otros. Este equilibrio resulta en unos niveles aceptables de tolerancia al engaño.

Esta idea se ha puesto a prueba generalmente determinando la cantidad de dinero extra que las personas están dispuestas a obtener por medio del engaño (en una situación concreta, ¿qué cantidad de dinero compensaría mi falta de ética?).

Sin embargo, esta metodología ha dejado de lado aquellas situaciones donde nuestra deshonestidad económica puede verse motivada principalmente por factores distintos a la obtención de una ganancia económica extra. En nuestro estudio, las personas obtienen el mismo beneficio económico tanto si engañan como si no. Lo que cambia es la forma de conseguirlo: trabajando duro o aceptando un error que les beneficia. De esta manera, pretendemos mostrar que nuestra deshonestidad económica es inmune a las expectativas cuando el factor que motiva el engaño es más ambiguo (la necesidad de esforzarse) en comparación a la obtención de una ganancia monetaria concreta.

¿Dónde va Vicente?

Las teorías que se basan en las expectativas comparten un principio común: la (des)honestidad económica de las personas puede verse afectada por las expectativas que tenemos sobre el comportamiento de los demás. Es lo que se denomina efecto contagio de las expectativas de deshonestidad (simplificando, si, por ejemplo, el resto defrauda a Hacienda, ¿por qué no voy yo a hacerlo?).

Sin embargo, este principio ha sido constatado bajo unas condiciones experimentales que favorecen el efecto de las expectativas. Concretamente, las personas podían fijar la cantidad económica exacta por la que valía la pena arriesgarse a ser deshonestos. En presencia de motivadores más ambiguos –no se fija con precisión el nivel de esfuerzo–, las expectativas podrían no tener el mismo efecto, como así ha resultado.

Escucha lo que sientes

Nosotros, como otros autores, interpretamos que cuando las personas tienen dificultades para establecer un nivel aceptable de deshonestidad, tienden a tomar decisiones guiándose por intuiciones prefijadas acerca de lo que es correcto o no lo es.

Un evento moralmente reprobable desencadena en las personas una reacción intuitiva automática que guía el proceso de decisión. Se trata de reacciones emocionales que sentimos, como la culpa o la vergüenza, que predisponen lo que haremos. Estas reacciones pueden verse atenuadas cuando el beneficio obtenido es suficiente recompensa para justificar una transgresión que valoramos leve.

Sin embargo, nuestros resultados muestran que, tan pronto como nuestras decisiones están influidas por factores que ofrecen una mayor ambigüedad a la hora de poder justificar nuestras decisiones, son nuestros estándares internos de comportamiento los que dictan lo que debe hacerse.

Este planteamiento permite entender por qué algunos juicios morales muestran cierto grado de incondicionalidad ante factores sociales, ya que algunos comportamientos activan el sistema de alarma y son rechazados enérgicamente por nuestras respuestas emocionales automáticas (intuiciones morales).

Más por intuición que por expectativas

Las emociones originadas por causas morales pueden funcionar como marcadores de (des)honestidad que dirigen nuestras decisiones a posiciones éticamente aceptables. Lo que implica necesariamente que, en ocasiones, las personas acaben guiándose por intuiciones propias más que por las expectativas acerca del comportamiento de los demás. Para lograrlo, una posibilidad es generar algún tipo de ambigüedad coste-beneficio que desactive la calculadora que todos llevamos dentro.

En un mundo donde parece que la corrupción campa a sus anchas, este estudio muestra que todavía hay esperanza.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.