En sus memorias sobre el campo de exterminio de Auschwitz, Primo Levi cuenta cómo recitaba fragmentos de la Divina Comedia mientras cargaba una marmita de cincuenta kilos a través de las tierras baldías de Polonia. Durante unas horas, los versos de Dante, a través de su humanidad compartida, le salvaron.
Y es que, lo queramos o no, somos seres narrativos. Desde la infancia escuchamos historias, contamos historias, vivimos historias. Nos perdemos en libros de tapa gruesa y capitaneamos barcos desde el sofá. Pero llegamos a la vida adulta y olvidamos esta habilidad, nos amurallamos en la objetividad, el tedio de la cotidianidad y la vida real. Creemos que los cuentos son cosa de niños, que nosotros, los adultos, estamos por encima de dragones, reinas y castillos. Nos equivocamos.
De los fríos datos a la mitología clásica
Podría hablar de un trabajo de investigación en el que analicé la información de todos los partos que tuvieron lugar en España entre 2007 y 2018. Empezaría contando que hubo cinco millones de nacimientos, de los cuales un 25 % fueron por cesárea.
Después diría que dar a luz en fin de semana tiene una odds ratio aproximada de 0,65 respecto al resto de días. Que la regresión logística revela resultados estadísticamente significativos para la relación entre nivel educativo de la madre y las cesáreas, con un valor p inferior al 0,001 en la mayoría de los casos.
Seguiría explicando que la variabilidad entre comunidades autónomas alcanza el 15 %. Acabaría y nos iríamos cada uno por nuestro lado como si nada hubiese pasado. Esta es la ciencia que tenemos, pero quizás no la que necesitamos.
Pero también podría contar una historia. Podría hablar de Apolo, dios griego de la belleza, y de cómo se enamoró de Coronis, una humana. Diría que de este enredo amoroso nació Asclepio, el dios de la medicina. Probablemente se llevaría las manos a la cabeza cuando le contase que Zeus, padre de Apolo y abuelo de Asclepio, ¡acabó matando a su propio nieto! Pero esa es otra historia (y la mitología está llena de historias que llevan a historias que llevan a historias).
Según la mitología griega, el nacimiento de Asclepio fue el primer parto por cesárea de la humanidad. El primer registro escrito lo encontramos en la Roma monárquica: antes de que fuese un imperio, antes incluso de que fuese una república, Roma tuvo siete reyes. El segundo, Numa Pompilio, dictaminó que, si una madre fallecía durante el parto, había que realizar una cesárea para intentar salvar al niño.
Un avance que salva vidas
Siglos más tarde, a principios del XIX, una cirujana de la marina británica llamada Mary Ann Bulkley realizó una de las primeras cesáreas en las que tanto la madre como el niño sobrevivieron. A partir de entonces, el procedimiento empezó a sistematizarse y mejorarse, disminuyendo espectacularmente la mortalidad asociada.
Las cesáreas salvan vidas. No hay discusión posible. Pero quizás habría que matizar esta frase y añadir que las cesáreas bien indicadas salvan vidas. El problema es que muchas veces se decide realizar una cesárea cuando no hace falta.
En medicina, como en la vida en general, la toma de decisiones se basa en un equilibrio entre los riesgos y los beneficios de cualquier alternativa posible. Un ejemplo son los partos de nalgas. En general, los niños suelen nacer en presentación cefálica, es decir, con la cabeza por delante. Sin embargo, algunos se dan la vuelta y adoptan una presentación podálica. Esto es problemático porque podrían atascarse en el canal del parto, quedarse sin oxígeno y sufrir daños cerebrales irreversibles. En estas circunstancias, una cesárea está salvando vidas.
Pero hay que tener en cuenta la otra cara de la moneda. Estas intervenciones se asocian a complicaciones maternas, como infecciones o lesiones de órganos internos, pero también neonatales. De hecho, se ha visto que los niños nacidos mediante cesárea tienen más riesgo de desarrollar problemas de salud como asma u obesidad.
¿Demasiadas cesáreas?
Hoy en día, la situación mundial es muy heterogénea. En Brasil, más de la mitad de los partos son por cesárea, mientras que, en países como Nigeria, el porcentaje no alcanza el 5 %. En España, uno de cada cuatro niños nace por este método. ¡Uno de cada cuatro! Eso es mucho, mucho más de lo que recomiendan las organizaciones internacionales (que hablan de uno de cada diez).
Algunas comunidades autónomas españolas como Valencia doblan el porcentaje recomendado, mientras que otras como el País Vasco consiguen (casi) llegar a la cifra recomendada. Esto podría explicarse porque no hay criterios unificados y parece que, en ocasiones, la decisión de realizar o no una cesárea es un tanto arbitraria.
Pero es que no sólo importa dónde se dé a luz, sino cuándo: parir durante el fin de semana se asocia a un menor riesgo de cesárea que hacerlo entre semana. Esto podría deberse a que los sábados y domingos hay menos personal sanitario disponible y, por lo tanto, se prefiere programar estas intervenciones de lunes a viernes.
Y además del dónde y el cómo, también hay que considerar el quién. El mayor porcentaje de partos por cesárea se da en madres con un mayor nivel educativo y en las de mayor edad.
Múltiples causas, múltiples soluciones
Después de obtener estos resultados, mi conclusión fue que el problema de las cesáreas en España es multifactorial. Para solucionarlo habrá que crear protocolos obstétricos unificados, concienciar a los profesionales sanitarios y promocionar la educación para la salud. Lejos de desanimarnos, esto debería motivarnos a seguir investigando: que un problema tenga múltiples causas significa que también tiene múltiples soluciones.
Inconscientemente, mientras leía estos párrafos se han activado su hipocampo y su amígdala, dos zonas del cerebro relacionadas con el control de las emociones. Los datos del principio se han evaporado de su memoria. Retenemos mejor la información cuando existe una narrativa, un hilo conductor, una emoción. Recordamos porque sentimos. Nos hacemos preguntas y buscamos respuestas porque sentimos. La ciencia, por mucho que se diga lo contrario, pasa por el sentimiento.
Sólo contando historias podremos imaginar soluciones y construir un mundo más seguro, más amable. Un mundo mejor.
Este artículo fue finalista en la III edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.
María Alonso Colón, Médico Interno Residente de Medicina Preventiva y Salud Pública, Instituto de Salud Carlos III
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.