Quienes nos dedicamos a dar charlas, clases, conferencias o seminarios deberíamos preguntarnos cómo están viendo nuestros alumnos o los asistentes al evento las imágenes o gráficas que les mostramos. Especialmente cuando usamos códigos de colores para subrayar diferencias entre dos ideas o conceptos distintos. Y lo mismo se aplica a los creadores de contenidos audiovisuales, a los ilustradores o a los artistas plásticos.
Porque la realidad es que no todas las personas percibimos los colores de la misma manera. Bien sea porque hay individuos que no pueden percibir algún color de nuestro espectro visible, o porque tienen el superpoder de percibir muchos más colores que los demás.
Bastones y conos
Para entender cómo vemos, lo primero que debemos saber es que en nuestra retina disponemos de unas neuronas especializadas llamadas fotorreceptores que contienen unos sacos llenos de opsinas, unas proteínas sensibles a la luz que reaccionan a distintas longitudes de onda de nuestro espectro visible.
Esto hace que existan dos grandes tipos de fotorreceptores con características bien diferenciadas.
Por un lado están los bastones, cargados de una opsina llamada rodopsina que reacciona ante intensidades bajas de luz, facilitando así la visión durante el crepúsculo y la noche. Los bastones –unos 120 millones en total– tienen poca resolución, se saturan muy rápidamente al incrementar la luminosidad y responden a una franja muy estrecha de nuestro espectro visible. Por eso por la noche no percibimos muy bien los colores.
Por otro lado contamos con los conos, que nos proporcionan la información más precisa sobre los colores y, al tener mayor resolución, son los responsables de nuestra agudeza visual y la visión de la zona central de nuestra retina. Pero como necesitan mucha luminosidad para trabajar correctamente, no funcionan cuando la luz es escasa.
Las personas tenemos unos 7 millones de conos en nuestra retina y son de tres tipos: los que reaccionan a longitudes medias de la luz, que se corresponde con el color verde (conos M); para longitudes más largas, los conos para el rojo (conos L); y los conos especializados en las longitudes más cortas que podemos percibir, que corresponden a la luz azul (conos S). Por eso decimos que los seres humanos somos tricrómatas.
Los fotorreceptores traducen esa luz que perciben en un estímulo eléctrico que transmiten a otras neuronas de la retina y, a través del nervio óptico, llega a los núcleos visuales del cerebro. Es ahí, en el cerebro, donde ese conjunto de estímulos se interpreta finalmente en forma de imágenes, colores, movimiento, profundidad, etc.
Dicho de otro modo, nuestras retinas son solo los sensores que captan la luz que nos llega, pero es el cerebro el que realmente “ve el mundo”.
Más daltónicos entre los hombres, sobre todo para el color verde
Existen diferentes tipos de alteraciones en la visión de color, lo que popularmente se conoce como daltonismo. El término científico es discromatopsia, y las personas que lo padecen son dicrómatas, porque solo disponen de dos tipos de conos funcionales de los tres que tenemos los humanos.
Las personas cuyos conos para el verde no son funcionales presentan deuteranopia, más frecuente, sobre todo en hombres (6 %), que también sufren con más frecuencia daltonismo para el rojo (protanopia, en un 1 %).
¿Por qué estas diferencias entre sexos? La base genética se explica en dos brochazos. Resulta que los genes que codifican las opsinas de los colores rojo y verde se agrupan en el cromosoma X. Los hombres, al tener mayoritariamente un cromosoma X y un cromosoma Y, tienen mayor posibilidad de mostrar daltonismo asociado a alteraciones en opsinas del verde y del rojo, mientras que para que una mujer (mayoritariamente XX) presente daltonismo debe tener afectados los genes heredados de ambos progenitores, algo más excepcional.
Por el contrario, no hay diferencias entre hombres y mujeres en la incidencia del daltonismo del azul (tritanopia), ya que los genes que lo codifican se sitúan en el cromosoma 7: afecta al 0,01 % de la población.
En un aula muy numerosa, de unas 600 personas, asumiendo un 50 % de cada sexo (300 hombres y 300 mujeres), podría haber alrededor de 21 hombres y, quizá, una mujer con daltonismo. Lo suficiente para que les tengamos en cuenta si queremos que la información que compartamos sea inclusiva y respete la diversidad funcional visual.
Usar naranja y morado, una regla básica para mejorar la experiencia de los daltónicos
Una opción que puede resultar útil recurrir a alguna aplicación o filtro que simule las alteraciones de visión en colores.
La peculiaridad de las personas deuteranopes y protanopes más popular es que tienden a confundir el rojo y el verde, porque los ven con una tonalidad muy similar. Se debe a que las longitudes de onda a las que responden las opsinas para el rojo y el verde tienen zonas de solapamiento, por lo que, cuando los conos para el verde no funcionan correctamente, los conos para el rojo hacen esa función. Y viceversa.
Pero no basta con evitar el rojo y el verde para respetar a los daltónicos. Con los simuladores de daltonismo también podemos comprobar que el morado (o violeta) y el naranja (o amarillo) son los colores que mejor se perciben como distintos sin importar el tipo de daltonismo que tenga una persona. Están prácticamente en ambos extremos del espectro y transmiten un contraste máximo que se mantiene cuando se altera la percepción de los colores, incluso en la acromatopsia, en la que no se percibe ningún color. Por eso es recomendable usar estos dos rangos de colores –morado y naranja– para ilustrar ideas o conceptos que queramos presentar como diferentes.
También podemos complementar la información de color con formas, trazos o texturas, ofreciendo una información multicanal que no solo dependa del color. Esta ha sido la propuesta pionera de la iniciativa Coloradd, que ha desarrollado un código particular para informar sobre colores sin necesidad de que estos se perciban.
Una recomendación adicional a la hora de impartir charlas a personas que pueden tener algún tipo de daltonismo es evitar el uso de punteros láser de color rojo y reemplazarlos por un puntero láser verde, que además se encuentra dentro del espectro visible que pueden percibir nuestros bastones.
En cualquier caso, cuando hablemos de daltonismo hay que tener presente que no se trata simplemente de “ser o no ser” daltónicos. Existe una enorme diversidad entre las personas con algún tipo de alteración de visión de los colores, y no todas ven lo mismo ni perciben los colores de la misma manera, aunque para simplificar las cataloguemos dentro de cuatro categorías.
¿Tiene cura el daltonismo?
Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿hay alguna forma de corregir el daltonismo?
De momento existen ensayos clínicos en marcha para desarrollar tratamientos por terapia génica para tratar los tipos más frecuentes de acromatopsia, que es la ceguera de color más grave. Sin embargo, no disponemos de terapias para el tratamiento del resto de tipos de daltonismo, cuya mutación genética causal puede ser muy difícil de establecer y el trastorno de visión asociado se considera leve.
Por otro lado, ya hay alguna empresa que diseña gafas con filtros que asegura que “alivian el daltonismo rojo-verde, mejorando la visión de los colores”, aunque advierten que podrían no ser efectivas para un daltonismo severo del tipo rojo-verde. Pero lo cierto es que, conociendo que estos trastornos están producidos por mutaciones genéticas, es complicado que una persona que convive con uno de ellos pueda “corregir” esta anomalía solamente empleando filtros en sus gafas, ya que no cuenta con algunos fotorreceptores funcionales.
En realidad, estos filtros no pueden hacer que estas personas “vean” más colores. Si bien es cierto que pueden mover el espectro lumínico y conseguir que los colores problemáticos puedan ser más fácilmente diferenciados, lo hacen siempre dentro de la gama de colores que sus fotorreceptores funcionales son capaces de captar.
Es más, hace unos años, un grupo de investigación de la Universidad de Granada consiguió demostrar que, a pesar de que estos filtros sí conseguían diferenciar algunas tonalidades que los daltónicos no eran capaces de detectar, lo hacían en detrimento de otros colores. Por otro lado, usando los filtros estas personas perciben demasiada información de colores que no están habituadas a procesar, y eso les puede suponer una frustración.
La empresa que las fabrica, al conocer los datos, se replanteó sus campañas de marketing. Y optó por cambiar su eslogan de “están diseñadas para mejorar la experiencia diaria de la visión del color” por “las gafas son un dispositivo óptico de ayuda para mejorar la discriminación de color en personas daltónicas, pero no son una cura”.
Lluís Montoliu, Investigador científico del CSIC, Centro Nacional de Biotecnología (CNB - CSIC) and Conchi Lillo, Profesora titular de la Facultad de Biología, investigadora de patologías visuales, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.