Es viernes, la temperatura es de 29 grados y en el Campo Municipal de Deportes N° 1 de Beccar, en el partido de San Isidro, decenas de chicos y chicas, con sus mochilas, comienzan a amontonarse en la entrada para empezar su tarde en la colonia de vacaciones.
Entre las 13.30 y las 13.45, los niños despiden a sus padres o acompañantes, que volverán a retirarlos a las 17.45. Buscan a sus profes y saludan a sus compañeros. La regente del campo de deportes, Roxana Simcic llama la atención a una madre, que espía a su hija, y le dice: “Si no te llamó en el momento y no te fue a buscar es que ya arrancó. Andá tranquila. No te preocupes”.
El campo de deportes está a tres cuadras de La Cava, la villa en el que viven 3015 familias. De los 1000 chicos que asisten a la colonia, la mitad son vecinos de este barrio. Para llegar a más niños en condiciones socioeconómicas vulnerables y lograr una mayor inclusión, la municipalidad realizó alianzas con organizaciones sociales que trabajan en la zona para que ayuden en la convocatoria y a realizar los trámites de inscripción de los chicos.
La colonia dura dos meses, enero y febrero, y tiene dos turnos. Cada profe coordina grupos de alrededor de 30 chicos.
Recrearse, jugar y hacer deporte es un derecho del que todos los niños, niñas y adolescentes deberían gozar. Esas tres actividades son pilares de las colonias de vacaciones. Sin embargo, los niños y adolescentes, entre los 5 y 17 años, que tienen oportunidad de asistir a espacios extraescolares, de deporte o cultura, son pocos.
Veamos las estadísticas: más del 60% de los chicos no realiza actividad física fuera de la escuela y más del 80% no realiza actividades artísticas o culturales, como teatro, música, murga o idiomas, por ejemplo. Además, el 23,8% de los chicos no visitaron a sus amigos ni sus amigos vinieron a su casa. Esos datos son de un informe sobre infancias del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica Argentina.
Las colonias de vacaciones de verano son una oportunidad para socializar, hacer deporte o aproximarse a una actividad artística. Sin embargo, en las villas y asentamientos, sólo 1 de cada 10 chicos tiene acceso a una.
“La mayor parte de los niños en la Argentina no saben nadar y una colonia de vacaciones es una oportunidad para tomar contacto con el agua. Aprender a nadar no es un lujo. Es una capacidad que permite la supervivencia en determinadas circunstancias”, opina Ianina Tuñon, investigadora responsable del ODSA.
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A las 14, un primer grupo de niños pasa a la zona de la pileta, mientras saludan a Viviana, que es la encargada de registrar a aquellos que entran a la piscina. Pedro Martínez es uno de los profes. Tiene 23 chicos de 12 años a su cargo. Tanto los niños como las niñas tienen sus antiparras puestas y gorras multicolores de natación. “Nadie corre. Todos caminando”, advierte Martínez.
En las barandas y en el suelo dejan las ojotas y las toallas, con los escudos de sus equipos de fútbol o los personajes de sus dibujos animados favoritos. Por los parlantes se escucha la canción Bailando, de Enrique Iglesias.
Martínez, que también vive en La Cava, ahora es profe, pero de niño fue a esta misma colonia. Este es el cuarto año que trabaja como líder de un grupo de niños. Estudió el profesorado de educación física y ahora está estudiando la Licenciatura en la Universidad Nacional de Lujan.
“Campo N° 1 se caracteriza por trabajar con chicos que vienen de situaciones muy vulnerables. Además de contenerlos y brindarles un espacio donde puedan desarrollarse físicamente, también transmitimos valores. Tratamos de complementar la necesidad que tienen en las casas. Trabajamos en las normas de convivencia, el sentido de pertenencia, la cooperación y hábitos de higiene" , cuenta Martínez.
Al principio, los chicos se rehúsan un poco a las reglas. Martínez comenta que es muy común que los primeros días haya choques con los niños porque en la colonia se ponen límites y ellos están acostumbrados a no tenerlos. "Con paciencia, uno se gana el respeto del grupo y empiezan a aceptar las actividades y pautas que se proponen. Se forma un collage de vivencias. Llega un momento que no se diferencia cuál es el chico que proviene de un barrio más vulnerable. Se da una inclusión genial”, agrega.
La pileta es uno de los espacios que más se disfrutan de la colonia. La del Campo N° 1 es olímpica y profunda. Siempre hay profesores de natación, acompañando, sobre todo a los chicos que no saben nadar. El primer día se hace una evaluación y se los divide en iniciales y avanzados para ingresar al agua. “Hay chicos que ni siquiera cuentan con pelopincho en la casa. Si llegan sin saber nadar, en febrero ya aprenden”, señala Martínez.
Para convocar a más chicos, Martínez lleva folletos sobre las actividades del Campo N° 1 y los deja en los almacenes del barrio La Cava. Explica: “Muchas veces pasa que los niños quieren venir, pero dependen de que los padres se acerquen y los anoten. Hay que hacer un trabajo social con los padres porque muchos no toman la responsabilidad de que sus hijos accedan a esto”.
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En la pileta hay dos propuestas para jugar, separadas por andariveles. De un lado se juega al beach vóley con una pelota inflable roja. Cada uno de los niños debe sostenerse sobre un flota flota.
“Acá, Acá”, gritan los chicos para que sus compañeros les pasen la pelota. Del otro lado del andarivel, un profe tiene un canasto con pelotitas de pelotero y los chicos, formados en dos filas, fuera de la pileta, compiten para ver quién trae más pelotitas al borde. Para buscarlas se tiran de cabeza y nadan ida y vuelta. A los 20 minutos rotan, para jugar al otro juego. Un guardavidas observa a los chicos y les llama la atención si los ve correr.
Para la regente del campo de deportes, Roxana Simcic, las organizaciones sociales son un nexo muy importante porque los ayudan a que los chicos de los barrios vulnerables no se queden en la calle y puedan aprovechar el espacio. “De a poco se va haciendo la inclusión. Es un laburo de hormiga”, comenta.
Los vecinos de San Isidro, que quieren asistir a la colonia municipal deben pagar un bono contribución muy accesible. Los chicos que llegan a través de las organizaciones sociales, son becados y no deben pagarlo. En un club privado el precio promedio de una colonia de medio turno es de $8300.
Por ejemplo, la organización social Manos de La Cava convocó a 150 chicos del barrio para que se asistan al Campo N° 1. Algunos referentes de la organización tienen autorización para quedarse en la colonia como observadores. Suelen ir dos por turno y se quedan para acompañar la inclusión de los chicos.
“El proceso de inscripción es un poco problemático. Se pide que los niños tengan un control de salud y un apto físico. Es importante acompañar a las familias para que saquen los turnos y lleven a sus hijos al pediatra. Hay que generar interés en las familias por estos espacios y facilitar el proceso burocrático de acceso a las colonias. Algunos chicos quedan afuera por tema de papeles. Una posibilidad para facilitar el proceso podría ser que los visitadores médicos se acerquen a las casas para que hagan los aptos”, opina Tobias Blaksley, referente de Manos de La Cava.
Para Blaksley, hay diferencia entre el chico que tuvo acceso a una colonia y el que no. Explica: “En verano, cierran muchas de las instituciones a las que asisten los chicos: gran parte de las organizaciones sociales no abren en enero y no hay escuela. Muchos chicos quedan expuestos a los riesgos de la calle por no tener un espacio de contención en esos meses. La colonia previene esos riesgos. Allí los chicos socializan con mucha gente y aprenden un montón de cosas, como a nadar”.
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A las 14.45, llegan otros grupos para disfrutar del agua. Al dejar los vestuarios, pasan por el mismo ritual: saludan a Viviana y en fila, van dejando sus toallas y ojotas para meterse en la pile. Una de las coordinadoras de la pileta toca un silbato y con el micrófono avisa que los chicos que ahora están en el agua tienen que salir para que puedan ingresar los otros. El grupo de Pedro Martínez sale y cada uno de los chicos se va envuelto en su toalla.
Estefanía Lazo es la mamá de Malena, de 7 años, y Adriel, de 12 años. Ellos viven en La Cava. Adriel va a la colonia desde los seis años y Malena empezó el año pasado. En noviembre, los dos ya estaban anotados y en diciembre Estefanía acercó los papeles y el apto que le entregó el pediatra.
“Con el calor uno necesita salir a algún lado, pero hoy por hoy, no alcanza la plata. Acá ellos encuentran un lugar donde se divierten. Tienen pileta y están cuidados. Incluso los días de lluvia me piden que los traiga”, comenta Lazo, que es mamá soltera y actualmente está desocupada. Cuando sus hijos están en la colonia ella tiene la posibilidad de ir a hacer trámites o buscar trabajo.
Malena y Adriel se levantan temprano, desayunan, se bañan, acomodan sus cosas y se preparan para ir a la colonia. Ya tienen una rutina de todos los días. “Yo los acompañó caminando y los vengo a buscar. Incluso, hay mamás que me piden que traiga a sus hijos. Adriel ya no quiere que lo busque, pero todavía lo busco igual”, dice Lazo.
Hace unos años Adriel no se animaba a meterse a la pileta porque le daba miedo. “Le enseñaron a nadar y ahora se mete tranquilo. Malena recién está aprendiendo, pero es más arriesgada y se mete igual. Apenas llegan les dan una clase para que disfruten de la pile”, comenta la mamá de Adriel y Malena.
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Una vez secos, los chicos van hacia un polideportivo para jugar con una pelota. En el camino, se encuentran con un grupo de niños más chicos que está jugando con un semáforo. Dos empleados del municipio vinieron a explicar, de manera lúdica las reglas de tránsito. “Cuando el semáforo se pone en rojo, podemos cruzar, pero ¿qué tenemos que hacer antes?”, pregunta uno de los instructores. Una niña responde: “Miramos hacia los dos lados”.
En la colonia, antes de irse, los niños reciben una vianda, elaborada por nutricionistas. “No damos más hamburguesas, panchos o alfajores. Apuntamos a las frutas, barritas de cereal y sandwiches de jamón y queso”, cuenta Mario Scuderi, subsecretario de Deportes del Municipio de San Isidro.
Malena Lazo vuelve, junto a su mamá y su hermano, a su casa y cuenta que lo que más le divirtió fue jugar a la mancha. A ella, lo que más le gusta de la colonia es jugar todos los días y meterse a la pileta. El año pasado se hizo tres amigas, Juana, Morena y Martina y este año se las reencontró. “Estoy aprendiendo a nadar y ya aprendí a flotar”, cuenta la niña de siete años.
Cuando llega a su casa, Malena, se encuentra con dos vecinas, que viven enfrente y se ponen a jugar. Dice: “En febrero, ellas también se van a anotar en la colonia”.