“La tecnología nos salvó en la cuarentena”. Seguramente escuchaste alguna frase parecida en el transcurso del último año. Porque la llegada del COVID-19 y las medidas de aislamiento resaltaron más que nunca el rol de la educación a distancia, los trámites web o las compras online.
Pero imaginemos que, en plena cuarentena, con los negocios cerrados, la aplicación o el sitio web para comprar no nos permitiera dar el último clic. O que el anuncio sobre nuevas restricciones sanitarias sobre las que informa el gobierno local fuese emitido de una forma que nos resulte incomprensible. O que una web de trámites también nos pusiera barreras antes de completarlo.
La situación que vivimos a raíz de la pandemia echó luz sobre un fenómeno que no es nuevo: la falta de accesibilidad en muchos desarrollos tecnológicos, que no están diseñados contemplando a las personas con discapacidad.
“Para anunciar que había que usar barbijos, en Rosario difundían un video con música de fondo sin una voz humana que interpretara el texto para que fuera accesible a alguien con discapacidad visual”, grafica Natalia Pelillo, analista programadora y especialista en accesibilidad web.
Ella tiene una discapacidad motriz y es una de las fundadoras de Recapacitando, una organización que audita y crea sitios web accesibles. Para que fuera accesible, explica Natalia, el mensaje debió haber contado con una descripción en audio.
[Un ejemplo de lo que quiso decir Natalia Pelillo]
Pelillo agrega: “Si bien las tecnologías abren muchas puertas, como por ejemplo al teletrabajo, la información y la educación de personas con discapacidad, las personas con discapacidad a veces usamos tecnologías de asistencia. A veces en los trabajos, facultades, Estados no conocen o contemplan esto y nos vemos afectados en cuestión de barreras digitales que nos impiden acceder al trabajo, la educación y la información”.
Mauro Soto es un investigador del CONICET especializado en accesibilidad digital. También es ciego, por lo que habla tanto desde sus estudios como desde su experiencia. “En la web de la ANSeS, como en muchas otras, en el último paso piden CAPTCHA, códigos de verificación visual, que una persona ciega no puede completar. Necesitás pedirle ayuda a alguien para que te lea el código”.
También cuenta que en sitios como Mercado Libre, el paso final no es compatible con lectores de pantalla, un software que reproduce en voz el texto que aparece en el monitor. O que tampoco puede acceder a cotizaciones en sitios web de muchas aerolíneas.
“Se suele encontrar el modo —sigue Soto—. A veces no te quedás con la mejor aplicación, sino con la que es accesible. O buscás variantes, como hacer una transferencia, que para mí es más fácil que comprar en una plataforma. Pero para alguien con discapacidad que no maneja opciones, es muy complicado navegar y usar aplicaciones de manera autónoma”.
La falta de accesibilidad se da tanto cuando las plataformas digitales o aplicaciones carecen de la misma o cuando, pese a estar disponible una tecnología inclusiva, esta no se usa. Es el caso de Twitter, que cuenta con una función para describir las imágenes y videos y permitir así que sea legible por lectores de pantalla. La periodista uruguaya Milagros Costabel se dedica a generar conciencia sobre esto en su cuenta de Twitter.
Por supuesto, la accesibilidad digital no solo es un anhelo de personas ciegas, sino también de quienes tienen otras discapacidades. Por ejemplo, cuando un video no tiene subtítulos o interpretación en Lengua de Señas Argentina (LSA).
O alguien con disminución visual (podría ser una persona adulta mayor) y requiere un sitio con un tamaño de letra grande o buenos contrastes entre la letra y el fondo.
O alguien que por su discapacidad motriz no usa mouse y necesita que el sitio web sea navegable a través del teclado.
O que quien no tiene motricidad fina pueda detener animaciones sobre las que debería hacer clic pero se mueven muy rápido.
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Según la W3C, un consorcio mundial formado por entidades públicas y privadas que es referente en la materia, los criterios de accesibilidad web se basan en cuatro principios: un sitio debe ser perceptible (todos los usuarios deben poder percibir lo que hay en la pantalla, lo que implica, por ejemplo, que haya alternativa de texto para las imágenes que no pueden verse), operable (por ejemplo usando atajos de teclado en lugar de mouse), comprensible (se debe usar o brindar una alternativa de lenguaje simple, emplear una estructura predecible) y robusto (el contenido tiene que poder interpretarse por distintos tipos de aplicaciones o no ser demasiado pesado).
En Argentina, en 2010 se sancionó la ley 26.653, la ley de la accesibilidad de la información en las páginas web. Esta exige a los sitios web del Estado (y de sus empresas, proveedores y organizaciones de la sociedad civil asociadas) cumplir con los criterios de accesibilidad web de la W3C “para evitar discriminación” de personas con discapacidad.
Claro que, en la práctica, esto no suele ocurrir. “No hay estudios generalistas de accesibilidad web, pero se puede estimar que apenas un 10 % o un 15 % de los sitios del Estado cumplen la ley”, dice Soto.
¿Por qué no hay más accesibilidad?
Entre las personas con discapacidad es recurrente la frase: “Nada sobre nosotros sin nosotros”. En otras palabras, se suelen tomar decisiones que supuestamente tienden a incluirlas, pero en realidad no se las consulta. Y eso ocurre a menudo cuando se habla de desarrollar accesibilidad en el mundo tecnológico.
"Las tecnologías pueden ser un medio para equiparar oportunidades, pero es según cómo fueron diseñadas, en quien pensaron. La misma tecnología, artefacto o software también puede ser herramienta de exclusión”, dice Nahuel González, docente universitario, ingeniero electrónico y creador de Innovar para Incluir, espacio desde el cual busca capacitar en tecnologías que ayuden a la inclusión de personas con discapacidad.
Pelillo señala que es necesario que se escuche a las personas con discapacidad, que se consulte cuáles son las necesidades o barreras que enfrentan.
En esa línea, los tres expertos consultados en esta nota coinciden en un punto: el gran problema para hacer accesibles los sitios web o aplicaciones es que no se contempla la accesibilidad desde el principio, sino que se busca hacer adaptaciones luego. Y esto dificulta el proceso y el margen para hacerlo más accesible.
“Si uno desarrolla con criterios de accesibilidad desde el inicio, los ajustes van a ser menores”, explica Soto. Y agrega que muchas personas con discapacidad tienen que conformarse con una aplicación que no necesariamente es la mejor, sino la única accesible.
O, como detalla González, “el usuario se adapta a lo que puede conseguir, pagar o que la obra social le consiga”.
Además, el ingeniero destaca que “hay mucha prescripción de soluciones universales, no de las que mejor se adaptan a las necesidades de una persona. Entre los profesionales hay desconocimiento. Entonces, por ejemplo, la terapista ocupacional no va a señalar que hay muchas opciones de pulsadores adaptados, sino que va a prescribir el que conoce”.
Para González, no es un tema menor: “La prescripción es una herramienta de exclusión. Por ejemplo, hay software gratuito para procesar imágenes, pero se prescriben productos de Dinamarca o España con costos de miles de euros. Hay que cambiar de paradigma. Pasar de prescribir una tecnología específica a escuchar las voces del usuario y su familia”.
Inclusión tecnológica: del apoyo del Estado a un cambio cultural
“Falta una participación comunitaria real, con compromiso. Y también políticas públicas coordinadas entre los distintos organismos del Estado y las universidades. Porque si no es un trabajo de hormiga”, reflexiona González.
Pelillo, por su parte, dice que, así como en la carrera de Arquitectura de la UNR la accesibilidad es una materia optativa, pasa con muchos cursos de programación, en los que la accesibilidad web debería estar contemplada desde el inicio. “Creo que hay que arrancar con que sea obligatorio”.
A su vez, Soto considera que, aunque existe una ley que exige accesibilidad a las web del Estado, aún hay mucho por hacer en materia jurídica: dice que se necesita una ley que regule al mercado y también a los dispositivos de hardware.
En cuanto al hardware, Soto destaca que también incide la brecha económica. “En cualquier tipo de discapacidad, lo más costoso es el acceso material al hardware. Porque para acceder a un lector de pantalla, por ejemplo, primero tenés que tener una computadora que cuesta al menos 70.000 pesos. Y muchas personas con discapacidad solo tienen celulares o tablets”.
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Articulación y difusión de tecnologías de la inclusión
“Hay falta de comunicación entre tres patas: una es la de ingenieros y diseñadores industriales; otra la de los usuarios; y la tercera la de profesionales de otras disciplinas como educación, salud, trabajo y cultura”, analiza González.
Y en ese marco, la primera pata, la de quienes desarrollan tecnologías inclusivas, trabaja en forma desarticulada: “Si bien hoy hay más recursos, por los que la tecnología incluye más que lo que excluye, suele pasar que los diseñadores o ingenieros de software reinventan la rueda a cada rato, hay poca recapitulación de lo que existe”.
“Es necesario conformar redes de trabajo. Yo conozco varias movidas porque estoy en el tema. Pero una persona con discapacidad que necesita algún dispositivo o aplicación puntual no cuenta con una red que nuclee todas las iniciativas o las opciones”, coincide Soto, luego de citar los trabajos de distintas universidades nacionales, como la de San Juan o la de La Plata, que trabajan de manera independiente. O del trabajo de la UBA para desarrollar una impresora braille con plaquetas electrónicas.
“Hay que pensar a la Argentina como un país muy grande en territorio y brechas muy grandes. No es lo mismo nacer con discapacidad en el AMBA que en Salta o Jujuy. El desafío es articular las iniciativas de universidades públicas y trasladarlas a la ciudadanía”, reflexiona. Y enfatiza que estos desarrollos, deben mantenerse siempre cerca de las personas con discapacidad.
Muchas iniciativas de inclusión y un desafío para todos
A esta altura está claro que, para incluir en la tecnología, hay tarea pendiente para distintos actores: el Estado, las universidades, los diseñadores de tecnología. Pero también la sociedad. O sea, nosotros.
A eso apuntan iniciativas como Recapacitando. “Somos dos mujeres con discapacidad que acompañamos a desarrolladores, docentes, recursos humanos, diseñadores en el proceso de planificación para remediar o crear productos accesibles”, se presentan desde Recapacitando, la organización de Pelillo. Marina Piemonte, la otra integrante del binomio, es una persona ciega a punto de recibirse de psicóloga. Además de auditorías y diseño de sitios web accesibles, brindan talleres sobre accesibilidad web.
Pelillo destaca que no requiere ningún esfuerzo adicional tener un sitio web accesible. “Un sitio accesible no es aburrido ni sin personalidad”, añade Soto.
Existen, además, numerosas herramientas digitales disponibles que ayudan a evaluar la accesibilidad de un sitio, como por ejemplo Examinator o TawDis. “No resuelven el problema, pero orientan”, explica González.
Como Recapacitando, hay otras iniciativas que también buscan generar conciencia. Como Desarrollar Inclusión, de CILSA, un proyecto que se define como una plataforma educativa accesible de divulgación y aprendizaje de contenidos sobre discapacidad, accesibilidad y tecnología inclusiva que tiene por objetivo lograr la plena inclusión de las personas con discapacidad en nuestra sociedad”.
Y, en búsqueda de difundir herramientas para accesibilidad web, está el trabajo del propio Nahuel González en la UTN e Innovar para Incluir. “Buscamos generar una red de referentes comunitarios locales. Nos preguntamos qué pasaría si muchas personas conociesen de tecnologías de apoyo y software gratuito. Pensando en recursos que más se adecúen, no porque sean terapistas ocupacionales o algo así, sino porque hay que acercarse a la tecnología como un medio democratizador del conocimiento, que vos puedas ayudar a otros y ese otro pueda ayudar a otro”, explica González.
Así, desde Innovar para Incluir han hecho numerosas capacitaciones. Enseñando, por ejemplo, a configurar el teclado para personas que no tienen motricidad fina o falta de coordinación. “O —cita otro caso— que un vecino pueda configurarle al otro con discapacidad visual una pantalla con alto contraste o botones más grandes”. En otras palabras, poner un granito de arena para incluir a quienes tenemos cerca.
González cierra con esta idea: “Hay que incorporar esto en la agenda cotidiana, lograr trascender los círculos de la discapacidad. Cada uno puede formar parte de una ‘cadena de accesibilidad’. Si todos hablamos de inclusión y generamos acciones reales, se genera esa red que necesitamos”.