El post de Martín Ferreira en Facebook fue el disparador para comenzar esta nota. Él es referente de SonRisas, una organización que trabaja con familias cuyos derechos fueron vulnerados como consecuencia de la pobreza y la exclusión.
Cuando escribió el mensaje, a fines de abril, Martín, licenciado en Administración, acompañaba a su esposa a transitar el embarazo. En junio se convirtieron en padres por primera vez. Su experiencia le permitió tomar dimensión de lo difícil que es para aquellas mujeres que no cuentan con prepaga atravesar esta etapa. A través de dos historias reflejamos cómo se vive el embarazo cuando se tiene un verdadero acceso a la salud y cómo es cuando el derecho se ve limitado.
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Tomar la decisión de ser madres
A los 36 años, María Soledad Tibault quedó embarazada por quinta vez. Ella es la mamá de Sebastián, de 13 años; Sofía, de 11; y ahora de Miqueas Benjamin, que nació el 18 de junio. “Perdí dos embarazos: la primera vez antes de tenerlo a Sebastián y la segunda vez el año pasado. El último, nos afectó a todos, fue algo inesperado, una muerte súbita en el vientre. Por eso, con mi esposo, decidimos buscarlo de nuevo”, cuenta Tibault.
El 30 de noviembre, el marido de Soledad se quedó sin trabajo y tuvieron que mudarse de Lanús a la localidad de Monte Grande, en Esteban Echeverría. Por el fondo de desempleo, mantuvieron la obra social, pero en el plan más bajo. “Yo ya estaba embarazada. Se complicó todo”, señala Tibault.
Después de casarse con Martín, Magali Greisoris tenía el plan de recibirse de psicóloga y luego, buscar un bebé. La pareja, que tiene una prepaga, no sabía cuánto tiempo podía pasar hasta que ella pudiera quedar embarazada. Conocían historias de mujeres que quedaban enseguida y otras que tardaban años. Ella fue al ginecólogo y le comentó su deseo. Se hizo todos los estudios de rutina y el médico le sugirió tomar ácido fólico. A los poquitos meses, Indiana ya comenzaba a gestarse.
“Con un atraso de pocos días, me hice un Evatest y no creí que fuera verdad. Hice el segundo test y cuando dio positivo de nuevo quería salir corriendo a la guardia a hacerme un análisis de sangre”, relata Greisoris, publicista y psicóloga de 31 años.
La relación con los especialistas
(Tibault) Por el plan de la obra social, Soledad pudo ir a la Clínica Materno Infantil Lomas, a una hora en colectivo de su casa. Se atendió con una obstetra que le tocó aleatoriamente. “Por suerte, a la partera ya me la había cruzado en la clínica. Así que cuando llegó el momento del nacimiento de Miqueas, ya me conocía. La obstetra que me tocó no me gustaba mucho, pero era la que había”, cuenta Tibault.
(Greisoris) Magalí le pidió entrevista a tres obstetras para ver con cual se sentía más cómoda. “Quería ver como me caían y escuchar distintas posturas”, recuerda. Finalmente, se decidió por un obstetra pro parto natural. El médico trabaja siempre con la misma partera y puericultora, y se las presenta a las mamás y a los papás en el curso de preparto.
“Ahí nos explicaron cómo íbamos a sentir las contracciones, que teníamos que hacer si rompíamos bolsa”, cuenta. Magalí tenía el celular del médico para hacerle todas las consultas que necesitara y él siempre le daba información. Eso la tranquilizaba mucho. Otra sugerencia del obstetra fue hacer una visita por la clínica. “Fue un recurso que ayudó a bajar la ansiedad. Nos mostraron la sala de preparto, la de parto y el quirófano por si se llegaba a complicar”. Para Magalí, el vínculo que se fue formando con el obstetra fue fundamental para el momento del parto. “Sentirme controlada, me calmaba mucho los miedos y me daba fuerza”.
Los controles durante el embarazo
(Tibault) Como recientemente había perdido un embarazo, Soledad tenía angustia y miedo de que le volviera a pasar. Controlarse regularmente le hubiese dado tranquilidad, pero por el mal momento económico que estaba atravesando, muchos de los estudios no se los pudo hacer. No le alcanzaba el dinero para pagar los copagos de los estudios ni los pasajes hasta la clínica. Para reducir los gastos, cuando podía, iba sola. Además, tenía que dejar a sus chicos solos en su casa o tenía que buscar un turno cuando ellos estaban en la escuela.
Soledad relata: "Hay controles que se hacen para evitar riesgos como el análisis de estreptococos. Es decisivo porque si tenés la bacteria y no lo sabés puede tener consecuencias para el bebé. Durante dos meses no fui a la clínica y justo en ese momento me tenía que hacer el estudio. Finalmente, no lo pude hacer. Otra cosa que me pasó es que no conseguía las vacunas. Recorrí un montón de salitas hasta que me las pude dar. Una vez, fui a hacerme un monitoreo y la médica me pidió que comiese algo dulce para que el bebé se moviera. No tenía plata ni para comprar una gaseosa y no sabía cómo decírselo. Al momento del parto había muchos estudios que me faltaban".
(Greisoris) Magalí tenía todos los controles incluidos en su prepaga. No tuvo que preocuparse por pagar ningún extra. El primer control que se hizo fue una ecografía para ver si era un embrión, dos o tres. “Fui con Martín y fue muy emocionante para los dos. Ahí, nos prepararon para que estemos alerta los primeros tres meses”, cuenta Magalí. Al principio, la pareja iba al obstetra una vez por mes, después cada 15 días y el último mes, un día a la semana. Además, se hacía las ecografías, análisis de sangre y monitoreo.
“Cuando ya estaba con la panzota, empecé a tomar más taxi porque me daba más seguridad. Tener la posibilidad de poder tomar un taxi me relajaba. A las 20, trataba de estar en casa. Me cuidada con la alimentación e intentaba no tomar ninguna medicación extra”, relata Magalí.
La oportunidad de seguir trabajando
(Tibault) “En enero mi marido se acercó a SonRisas para pedir ayuda. Él vendía ensalada de fruta y con ese pequeño ingreso podíamos comer, pero no nos alcanzaba. La organización nos ayudó con alimentos, actividades para los chicos y un espacio de contención. A cambio, mi marido realiza tareas de contraprestación”, cuenta Soledad.
(Greisoris) Finalmente, Magalí se recibió de psicóloga después del nacimiento de Indiana. Ella siguió trabajando durante el embarazo en una fundación. Se tomó unas vacaciones que tenía pendientes y enseguida pegó su licencia por maternidad, que arrancó el 21 de mayo. Ahora está transitando su licencia por tres meses con goce de sueldo y está pensando cuándo vuelve a su trabajo.
La internación y el parto
(Tibault) Miqueas Benjamin nació el 18 de junio a las 16.30, pero Soledad empezó a sentir las contracciones a la madrugada. “Yo soy asmática y en el parto ya me estaba quedando sin aire. Cuando estaba pujando le dije a la partera que no podía más. Las enfermeras me comentaron que en el suero me pusieron la peridural, pero yo sé que se pone en la columna. Así que no sé qué me pusieron en el suero. Cuando lo sacaron a Miqueas, me desgarraron y me tuvieron que coser. No tengo idea cuántos puntos me dieron”, cuenta.
Soledad permaneció en una habitación compartida. De acuerdo con las reglas del hospital, solo se podía quedar una mujer para acompañarla durante la noche. Ella con su madre no se habla y no pudo coordinar con ninguna amiga. Esa noche la pasó sola. Su marido, a la tardecita se fue a su casa para quedarse con los chicos. Soledad recuerda: “La primera noche es mejor estar con alguien porque te cuesta hasta levantarte de la cama. Me tuvo que ayudar la enfermera. La chica con la que compartí el cuarto me dio algunas cosas porque yo no pude comprar todo lo que necesitaba. Algunas familias de la iglesia a la que vamos juntaron dinero para que podamos comprar los apósitos, el alcohol y la gasita para limpiar el ombligo de Miqueas. Tener obra social no me garantizó buena atención”.
(Greisoris) Indiana nació el 2 de junio por parto natural. A la 1 de la mañana, Magalí rompió bolsa y empezó con las contracciones. Como le habían indicado, llamó a la partera. Como el líquido estaba bien, pudo esperar en su casa durante algunas horas para ver si arrancaban las contracciones. A las 7 fue a la clínica y le pusieron oxitocina para inducir las contracciones. “Al momento de la anestesia me tenía que quedar quieta porque es en la médula. Como estaba con mucho dolor, me movía involuntariamente. En ese momento fue clave que la partera me abrazó fuerte para sostenerme. Esos detalles son fundamentales en esos momentos de vulnerabilidad. La contención la agradezco un montón y también que lo hicieron partícipe a Martín”, recuerda Greisoris.
Magali e Indiana estuvieron en una habitación muy cómoda para ellas sola. Incluso, tenía una antesala para aquellos que venían a visitarlos. “La clínica me dio todo. Desde la gasita con alcohol para limpiar el cordón hasta todo lo que era para mi”, resalta.
El día después
(Tibault) Tras el parto, Soledad todavía no se pudo hacer ningún control. Como tiene que ir en tren y colectivo a la clínica, no quiso sacar al bebé con el frío. “Los turnos se sacan telefónicamente y como yo no tengo celular, tengo que pedir prestado a un vecino o conseguir dinero para llamar”, comenta. El documento de Miqueas ya lo pudo tramitar porque hubo un operativo del Estado en su barrio.
(Greisoris) “Estuve en la clínica dos días, después nos mandaron a casa. Nos fuimos un martes y el jueves teníamos que volver para pesarla, medirla y escuchar el corazón a Indiana. A los dos días de nuevo. Esos primeros días son de muchas dudas y tenía mucha contención de los profesionales. Mi obstetra me explicaba todo. Me mandó un mail que se llamaba regreso a casa con todos los puntos que tenía que prestar atención”, relata Magalí. Para mantener el peso adecuado de la bebé, se complementa la leche materna con leche de fórmula (cada cartón sale $60 y toma dos por día). En un mes y medio a Indiana la controlaron 9 veces. Sus padres ya le eligieron una pediatra.
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NdR: Hoy Soledad tiene un ingreso mínimo como tallerista de bijouterie para madres que se capacitan en la asociación SonRisas. Esa oportunidad surgió a partir de que Soledad le contara a RED/ACCIÓN que estaba desempleada, pero tenía experiencia en producción de bijou.