Cómo (y cómo no) recuperar la confianza en los medios- RED/ACCIÓN

Cómo (y cómo no) recuperar la confianza en los medios

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

En una era de acceso sin precedentes a la información, sea esta verdadera o no verdadera, las personas de todas las edades deben mejorar su alfabetismo mediático, pero eso no quita la responsabilidad a las organizaciones noticiosas. Como lo han hecho en el pasado, deben monitorizarse a sí mismas y entre ellas, con la ayuda de un público consciente y crítico.

En la mayoría de los sectores, es fácil identificar un producto de calidad gracias a marcadores como precio, marca y opiniones. Pero en el periodismo cada vez cuesta más distinguir la calidad en la era digital, marcas de confianza como la BBC o The New York Times, de los que cabe esperar que sigan estándares periodísticos ya arraigados, se enfrentan a una gran cantidad de publicaciones emergentes, blogs e informes comunitarios.

En consecuencia, no es de sorprender que, a medida que proliferan las acusaciones de que las noticias son “falsas”, haya caído en picada la confianza en los medios informativos, sean estos tradicionales o nuevos. Según el Digital News Report 2017 del Reuters Institute, quienes consumen noticias con regularidad lo hacen con un creciente escepticismo. Apenas cerca del 50% de los usuarios confían en los medios que eligen, y muchos menos confían en los que no utilizan. Con tantas opciones y tan poca confianza en los medios, cerca de un tercio de la gente ha decidido renunciar del todo a seguir las noticias.

Pero el periodismo noticioso no es un lujo prescindible, sino un bien público esencial que permite a los ciudadanos tomar decisiones informadas y ayuda a que rindan cuentas quienes ya están en el poder. Puede cumplir esa función únicamente si es un producto de calidad, y la gente lo sabe. Sin embargo, crear un producto así no es tan fácil.

El primer problema es que no existe una definición de lo que constituye un periodismo de calidad, lo que plantea el riesgo de que el estándar de “calidad” se convierta en una herramienta de censura. Cuando Adolf Hitler quería que se quemara un libro, le bastaba decir que no cumplía los “estándares” de la ideología nazi. De manera similar, hoy un gobierno podía aducir problemas de calidad para atacar la credibilidad de sus críticos o justificar no darles credenciales periodísticas.

Algunas organizaciones preocupadas del futuro de los medios tratan de sortear este riesgo mediante el desarrollo de indicadores de confianza. El más notable es la Iniciativa de Confianza del Periodismo (Journalism Trust Initiative), impulsada por Reporteros sin Fronteras, consistente en pautas voluntarias y un marco de mejores prácticas que llevará a un proceso de certificación voluntario. Otras organizaciones son partidarias del uso de indicadores tipo semáforo, como las que se usan en el etiquetado de alimentos, mientras otras proponen un sistema ISO 9000, reminiscente de la gestión de la calidad industrial.

Pero, ¿qué certificarían esos sistemas exactamente? La respuesta más lógica sería dar la seguridad de que son medios de comunicación. Pero hasta los medios informativos de primera producen multitud de contenidos de segunda clase, debido a factores que van desde la falta de fuentes fiables a un simple error humano. Esto implica que no se puede confiar por igual en todo el contenido que produzca una organización determinada.

Por supuesto, algunos medios tienen un historial probado de seguir ciertos procedimientos que reduzcan los errores y permitan dar respuesta a aquellos que se produzcan. Pero es probable que estas sean las mismas organizaciones que ya disfrutan de una confianza pública importante. Cualquiera sea la confianza que hayan perdido en los últimos años, es improbable que se compense con una nueva etiqueta que afirme su calidad.

En cuanto a las publicaciones que se beneficiarían con un etiquetado de este tipo, lo más probable es que sean más pequeñas y recientes, y poco equipadas para tratar con la capa adicional de burocracia que implicaría un procedimiento de certificación. Así, las certificaciones de calidad para organizaciones afectarían a aquellas que entran al ruedo, y ayudarían a las que ya están en él.

La alternativa a esto sería centrarse en piezas de contenido individuales. Pero sería una tarea hercúlea en términos de volumen; peor todavía, crearía incentivos perversos para que los periodistas persigan certificaciones del mismo modo como hoy persiguen reconocimientos, algunas veces en desmedro de su trabajo. El reportero alemán Claas Relotius ganó muchos premios por su brillante narrativa antes de que se revelara que las historias que contaba no eran ciertas.

En cualquier caso, sigue en pie la pregunta de qué constituye la calidad de una pieza de contenido. ¿Tiene que basarse simplemente en hechos? ¿Se aplica únicamente a noticias políticas y de negocios serias, o incluye también historias de interés humano, estilo de vida y entretenimiento? El ecosistema digital ha complicado más el tema: algunas publicaciones de blog pueden considerarse periodismo, pero ciertamente no todas ellas.

El periodismo nunca será como, digamos, el sector aeronáutico, donde se aplican estrictos estándares y procedimientos a cada acción y producto. Pero hasta hace poco no había necesidad: los periodistas adherían a códigos de conducta profesionales y éticos, y eran supervisados por entidades que tomaban medidas en caso de infracción. Hacerlo correctamente era la opción predeterminada, incluso si el concepto de “lo correcto” estaba siempre abierto a interpretaciones.

Así es como funcionan las sociedades. Una persona no necesita una “certificación de confianza” para participar en una familia o comunidad (aunque el gobierno de China quisiera cambiar eso). El contrato social establece ciertas normas conductuales que las personas cumplen por lo general; solo se necesitan etiquetas cuando se rompe la confianza.

Este es el statu quo al que debe volver el periodismo. Primero que todo, las organizaciones individuales deben asumir la responsabilidad por la calidad de su contenido y adherir a un conjunto de normas para lograrla, incluidas la supervisión y la edición. Si esto no se puede lograr dentro de la organización misma (por ejemplo, cuando un periodista ciudadano opera en un ambiente antidemocrático), entidades externas podrían hacer esas tareas.

Al establecer esos sistemas, se podrían aprender lecciones de proyectos de periodismo colaborativo como el que cubrió los Papeles de Panamá, en que los investigadores disfrutaron de libertad individual –lo que aseguró una pluralidad de voces y una sana competencia- pero tenían que cumplir ciertos estándares. En cuanto a los avances tecnológicos, se podría introducir la comprobación de hechos automática, especialmente en medios informativos con menos recursos.

En una era de acceso sin precedentes a la información, sea esta verdadera o no verdadera, las personas de todas las edades deben mejorar su alfabetismo mediático, pero eso no quita la responsabilidad a las organizaciones noticiosas. Como lo han hecho en el pasado, deben monitorizarse a sí mismas y entre ellas, con la ayuda de un público consciente y crítico.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Alexandra Borchardt es Directora de los Programas de Liderazgo del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo.

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