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Aunque suene absurdo, porque la humanidad lleva ya unos miles de años sobre la Tierra, parecería que hace poco comenzamos a entender la diversidad. Sorpresa. Todos somos diferentes y, sin embargo, las sociedades se construyen como si todos fuéramos iguales.
Hagamos todo igual para todos, es más fácil, habrá dicho alguien allá por el comienzo de la historia. ¿Y los que son diferentes? Bueno... tanto no se puede. Entendido: tráiganme un prototipo de mujer y de hombre estándar para saber a qué nos enfrentamos. Y así fue como se levantaron ciudades para mujeres y hombres que caminan, ven, oyen, hablan, crecen hasta cierta altura, cierto peso, no se embarazan, no se rompen una pierna, no llevan a sus bebés en cochecitos (no se embarazan), no envejecen (nunca), no tienen discapacidades (ninguna).
Todos ellos, las mujeres y los hombres estándar, pueden andar por la sociedad sin pensarlo siquiera, sin esfuerzo, sin cambiar las reglas que son para todos. Por eso los semáforos funcionan solo con luces; todos los mostradores tienen una altura similar; si hay que hacer un anuncio en un lugar grande, se hace por altoparlante; los nombres de las calles se escriben en un cartel. ¿De qué otro modo se puede hacer una sociedad? Y los que no entren en el molde, que se las arreglen. Todo no se puede.
Comenzamos a entender la diversidad hace poco, decía. No somos todos tan iguales y a la vez todos queremos hacer valer nuestros derechos. Saber cuándo cruzar la calle aunque no veamos las luces, saber cuándo nos llaman para un trámite aunque no escuchemos las voces. Así es como nace el concepto de Diseño Universal.
El Diseño Universal supone desarrollar productos, servicios, entornos y comunicación con acceso para todos, sin que haga falta adaptarlos o rediseñarlos cada vez según diferentes necesidades. El Diseño Universal proviene del diseño sin barreras, accesible y de la tecnología asistiva de apoyo, y busca abarcar a todas las personas, toda la diversidad.
Grupos de arquitectos, diseñadores de productos, ingenieros e investigadores han establecido estos principios de Diseño Universal. El siguiente listado proviene de Wikipedia: Igualdad de uso (debe ser adecuado para todas las personas); flexibilidad (debe poder adecuarse a un amplio rango habilidades individuales); simple e intuitivo (fácil de entender); información fácil de percibir (el diseño debe ser capaz de intercambiar información con el usuario); tolerante a errores (debe minimizar las acciones accidentales o fortuitas que puedan tener consecuencias fatales o no deseadas); escaso esfuerzo físico (debe poder ser usado eficazmente y con el mínimo esfuerzo); dimensiones apropiadas (para el alcance, manipulación y uso por parte del usuario).
Ejemplos de Diseño Universal son las rampas de acceso, el subtitulado en tiempo real en la TV, los baños adaptados, los suelos con texturas o podotáctiles, el uso combinado de aviso audible y letreros.
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No hace falta salir a la calle para entender que aún no existen ciudades diseñadas según los principios del Diseño Universal. Y realizar un relevamiento de lo que hay, lo que falta y lo que hay que cambiar en una gran ciudad es una tarea que excede este espacio y a esta periodista.
¿Y si buscáramos, en cambio, un micromundo? ¿Un entorno cerrado, conocido, transitado durante años, para mostrar de qué estamos hablando?
He contado en diversos artículos que soy una persona con hipoacusia severa a profunda. Con el uso de un único audífono en mi oído viable aprovecho enormemente un pequeño resto auditivo. Llevo toda una vida de práctica. Sin audífono, no escucho. También soy escritora y por lo tanto me siento parte de la fauna que cada año siente propia la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FIL). Y ya que estamos buscando un micromundo en donde contar cómo podría aplicarse el Diseño Universal, ¿qué mejor que la Feria del Libro?
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El ingreso a la Feria del Libro es accesible. Las puertas permiten el paso de una silla de ruedas. Mostrando el CUD (Certificado Único de Discapacidad), el ingreso es gratuito. Hay baños adaptados y los stands que tienen un pequeño escalón cuentan con rampa. Dentro de los pabellones, que son varios, los pasillos son amplios. Eso sí: la única señalización que poseen, para saber en dónde se encuentra uno, es visual: cartelería.
No hay en la Feria ningún mapa, guía, revista o información en braille. ¿Lo hay en las ciudades? No hay suelos podotáctiles, o sea con textura (como existe en los subtes de la ciudad de Buenos Aires), que ofrezcan información a las personas con discapacidad visual y les permita movilizarse en forma independiente. Cada stand, por otra parte, posee un cartel que da al pasillo con el nombre de la editorial impreso, pero no existen carteles en braille y a la altura de la mano. Ni siquiera en el stand de "Diversidad Funcional y Discapacidad" que muestra, a sus lados, carteles que dicen, con letras impresas: "Diversidad. Inclusión".
Cuando visito la Feria, antes de su apertura al público, en el stand de la Biblioteca Argentina para Ciegos una mujer sin discapacidad visual explica, a sus colegas ciegos, qué hay en el lugar: los afiches que cubren las paredes, el tamaño que tienen, dónde hay una pizarra con el alfabeto en braille, cómo se distribuyen los espacios.
Javier Suñe, de la comisión directiva de la Biblioteca, interrumpe por un momento el recorrido para conversar conmigo. Cuenta Suñe que un espacio tan grande y desconocido como es el de la Feria es muy difícil de transitar para ellos. También cuenta que tuvieron que solicitar que los cambiaran de pabellón. Les habían otorgado un stand en el pabellón Ocre, muy transitado, en donde hay ruido, música y hasta danzas, y ellos precisan de un entorno más silencioso ya que su comunicación es puramente oral.
"No hay espacios para los ciegos", dice Suñe, "pero sabemos que una organización (por la de la Feria) tan grande no puede hacer todo".
¿No puede hacerlo todo? ¿Por qué?
Hace varios años me acerqué a la Fundación El Libro, la organizadora de la Feria, con un proyecto absolutamente sencillo: preguntar a las asociaciones que reúnen a personas con distintas discapacidades cuáles eran sus necesidades. La respuesta del entonces director de la Feria fue: "No es realista, no se puede crear expectativa".
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¿Qué significa "no se puede crear expectativa"? Significa que si se atienden las necesidades de un grupo se tendrá que atender, luego, las necesidades de otro. Diversos grupos podrían acercarse a la Fundación a pedir aquello que necesitan. Y eso cuesta dinero, por supuesto, trabajo, tiempo, intención.
Y hay algo más a tener en cuenta: no visitan la Feria una cantidad tal de personas con discapacidad que justifique la inversión en accesibilidad.
No visitan la Feria una cantidad tal de personas con discapacidad porque saben que no hay accesibilidad.
Es un círculo vicioso que sucede en todos lados, dentro y fuera de la Feria.
La organización de la FIL no respondió al correo que envié pidiendo una entrevista con quien estuviera a cargo de la accesibilidad. En la Feria me recibe, en cambio, Ayelén Lombardero, responsable de contenidos. Me informa que todo lo relacionado con discapacidad se trabajó junto a CILSA, una reconocida ONG que desde el año 1966 se ocupa de promover la inclusión plena de personas con discapacidad.
Daniela Rodríguez, a cargo de prensa y comunicación de CILSA, me informa: "Nuestra área de Concientización dará en la Feria tres talleres en la sala Cuenta cuentos, pero no los asesoramos sobre accesibilidad. Solo nos brindan el espacio".
¿Quién piensa, entonces, en la accesibilidad en la Feria del Libro?
Pregunto a los empleados de informes, a los que hacen búsqueda de libros, a quienes organizan el ingreso a las salas, a la gente de varios stands:
¿Recibieron capacitación para atender a personas con discapacidad? No.
¿Hay material en braille? No que sepamos.
¿Hay intérprete de Lengua de Señas Argentina? En general no, excepto algunas excepciones de eventos privados, como en la entrega de premios de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA).
¿En las salas hay aro magnético para hipoacúsicos? No.
¿Las charlas contarán con subtítulos en tiempo real? No.
¿Se puede ingresar con silla de ruedas? Sí, claro, se corren algunas sillas.
Si hiciéramos esas preguntas en un hospital, en una comisaría, en una escuela, en un museo, en un centro cultural… ¿las respuestas serían distintas? Posiblemente, no.
En la sala infantil, a cargo de un par de maestras jardineras y una estudiante de secundario, las respuestas son similares.
En algún momento un empleado me dice que tendría que averiguar si la sala cuenta con algo de lo que nombro (aro magnético, subtítulos, etc.) en un lugar que queda del otro lado de la Feria. Le pregunto: ¿las personas con discapacidad tienen que movilizarse para consultar esto para luego volver acá? Es un recorrido largo. Sí.
Como escritora varias veces participé de charlas y de entrevistas y este es mi secreto: hablaba yo. No puedo disfrutar de conferencias, charlas, presentaciones de libros, narraciones ni de nada que no posea subtitulado en pantalla en tiempo real. Así que, simplemente, nunca fui a una charla en la Feria. Pasaron por aquí los escritores que más admiro; a ninguno fui a escucharlo.
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En el espacio de "Diversidad sexual y cultural" me recibe la coordinadora y poeta Dafne Pidemunt, también gestora cultural en transfeminismos y disidencias.
El lugar está preparado para dar charlas, no hay escalones, las sillas se pueden quitar si alguien lo necesita. No hay material en braille, no habrá intérprete de LSA. Eso está un poco más allá, me indica Pidemunt, a pocos pasos, en el espacio de "Diversidad funcional y discapacidad". Aquí son "Diversidad sexual".
Y así llegamos al quid de la cuestión.
En el Pabellón Ocre, en donde se encuentran los stands de las provincias, en donde Javier Suñe, de la Biblioteca Argentina para Ciegos, contó que hay música y danzas y charlas y ruido, se encuentra el stand dedicado a las actividades sobre discapacidad. Abierto al pasillo, sin aislamiento acústico, con las sillas ya ordenadas que no dejan espacio para nada más, con una mesa para los expositores al fondo.
Coincido en el stand con el ingeniero Mario Aguilar, investigador del INTI, que termina de conectar el aro magnético. Le pregunto a Aguilar si quiere que pruebe el funcionamiento del aro. Él se asombra, yo le explico que uso audífono, que mi aparato posee la función de bobina inductiva, quién mejor para hacer la prueba de calidad.
Aguilar activa el aro y de pronto, de la nada, escucho la música que no puedo escuchar de otro modo.
Este será el único lugar de la Feria que cuente con aro magnético, una tecnología de ayuda auditiva que transmite las señales de audio directamente a las prótesis auditivas (audífonos o implantes cocleares que tengan posición T o bobina telefónica) a través de un campo magnético, reduciendo el ruido de fondo, los sonidos competitivos, la reverberación y otras distorsiones acústicas.
El aro magnético existe desde la década del 40 del siglo pasado, sin embargo, el ingeniero Aguilar insiste con que pocos lo conocen y que por eso no se solicita. Hay aro magnético, sin embargo, en varios teatros y cines del país.
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Rosario García, contadora, hipoacúsica que usa implante coclear y encargada, entre otros, del grupo “Juntos por los subtítulos”, que trabaja porque todos los medios de comunicación visual cuenten con sistema de subtitulado en tiempo real o closed caption, comparte su experiencia sobre la accesibilidad en la Feria del Libro: "En épocas sin pandemia recorrer la Feria era un paseo casi obligado. Hasta que una vez quise participar de la charla de un autor y ahí se me vino el mundo abajo, me sentí totalmente excluida, no nos estaba permitido (a las personas sordas) saber qué decía ese autor argentino que tanto admiraba. No sé si volveré alguna vez a la Feria".
Serán varias las personas con discapacidad que me digan que no van a la Feria porque no es accesible. El círculo vicioso, decíamos, como en el resto del mundo.
En 2019 Rosario García junto a otras personas sordas e hipoacúsicas realizó una queja formal en la FIL porque las charlas en el Espacio de diversidad funcional y discapacidad no contaba entonces con aro magnético ni subtitulado ni intérprete de LSA.
Ahora, 2022, cuenta con aro magnético, hay que decirlo.
Y como cuenta con aro magnético yo podría, perfectamente, participar de las charlas que tienen que ver, todas, con la temática de la discapacidad y sobre ninguna otra cosa, porque las adaptaciones necesarias para las personas con discapacidad se realizan en los espacios para las personas con discapacidad. A dónde más se me ocurriría ir.
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Recorro la Feria el último jueves de abril, horas antes de su inauguración. En el stand de la ciudad de Buenos Aires no habrá intérpretes de LSA ni subtitulado ni material en braille ni información en lectura fácil.
En el espacio Cultura, educación, ciencia y tecnología de Argentina presidencia no están al tanto de si habrá accesibilidad cuando la Feria abra al público esa misma tarde, lo tienen que consultar.
En el stand de la Biblioteca del Congreso, que en verdad es un micro ubicado en el exterior del pabellón Ocre, hay un cordón imposible de traspasar con dificultades motrices, luego piedras como virutas de madera, luego escaleras. Y al costado hay una rampa que parece una pista de skate, sin barandas.
En los pabellones más grandes no hay, en los pasillos, sillas suficientes en donde descansar un rato.
¿Las personas con discapacidad somos invisibles? Las personas que asesoran sobre accesibilidad a la FIL, ¿saben de discapacidad? ¿Viven con una discapacidad?
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La FIL es un pequeño micromundo pero no es el único, por lo tanto vale la pena hacerse la pregunta: ¿es posible la accesibilidad plena? ¿O quedará en el amplio campo de las utopías, como “La ciudad de los niños” que planteaba el psicopedagogo Francesco Tonucci?
Es posible. Hay eventos, teatros y actividades que ya están recorriendo ese camino. El Museo Moderno de la ciudad de Buenos Aires “diseña programas accesibles con actividades inclusivas para que todos los visitantes puedan disfrutar de nuestra colección y nuestras exhibiciones”.
El Complejo Teatral de Buenos Aires también ofrece funciones accesibles, mientras que los teatros de la universidad de Córdoba y el Teatro del Bicentenario de San Juan instalaron aros magnéticos para la comunidad hipoacúsica.
Otro ejemplo que vale la pena nombrar es el del Teatro Cervantes, que incorporó recursos técnicos y humanos para que las personas con discapacidad sensorial (visual, auditiva y la comunidad sorda) puedan disfrutar las obras en igualdad de condiciones según sus necesidades.
En el resto del mundo cada vez más museos, muestras, teatros y eventos incorporan la plena accesibilidad. Algunos lo hacen separando los grupos: las actividades para personas con discapacidad tienen día y horario, por ejemplo, pero cada vez más se entiende que esa distinción entre ellos y nosotros no es correcta, no es el camino a seguir.
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Este es mi experimento sobre Diseño Universal en el micromundo que es la FIL, la que recorro cada año desde siempre, desde cuando se realizaba en el Centro Municipal de Exposiciones, cuando ni siquiera existía el concepto de accesibilidad; la que me faltó durante la pandemia.
Ahora extrapolemos estos datos, vivencias y observaciones a la ciudad. Falta un mundo por hacer.
Amo la Feria del Libro. Ojalá algún día pueda ir a escuchar al autor que admiro. Ojalá sigamos entendiendo y aprendiendo sobre diversidad hasta que la diversidad sea lo único que haya, y entonces ya no hará falta hablar sobre ella.
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