Nuestras ciudades no serán las mismas después de la COVID-19, tampoco debieran serlo. En Italia, como en otros lugares, la crisis de salud pública nos ha puesto a la defensiva. Nuestros hospitales han sido inadecuados y nuestras ciudades, planificadas para satisfacer las necesidades en un momento particular muy diferente al actual, favorecieron el contagio.
La consecuencia es que el coronavirus está apagando el motor de ideas e interacciones que impulsa el dinamismo social y el crecimiento económico: el centro urbano. Y, debido a que el contagio puede convertirse en una amenaza de largo plazo o crónica, adaptar el diseño y la gestión urbanos para combatirlo se ha convertido en una cuestión notable para los arquitectos.
Planear correctamente implica diseñar un sistema en desarrollo con límites y una clara visión de los riesgos. La falta de hospitales llevó a una frenética y costosa carrera para construirlos en sitios que no fueron diseñados pensando en la salud. En Italia, el gobierno ya ha considerado la construcción de nodos en el centro y el sur del país, donde la infraestructura sanitaria es débil. Sin embargo, más del 75 % de los casos de COVID-19 en el país tuvieron lugar al norte de la Toscana, donde, incluso con la infraestructura sanitaria más sofisticada del país, la región se vio superada por la necesidad de atención de urgencia.
En Milán, el salón de exposiciones Fiera Milano City fue convertido en un centro de 25.000 metros cuadrados para la atención sanitaria de emergencia con cuidados intensivos. ¿Pero qué hubiera ocurrido si su diseño inicial hubiese contemplado no solo su objetivo principal, sino también la respuesta a una posible crisis?
Queda claro que no podemos construir espacios urbanos con una funcionalidad única si queremos que sean útiles durante las emergencias. Lo «impensable» debe ser parte de las buenas prácticas del diseño urbano a partir de ahora. Después de todo, más de la mitad de la población mundial habita en ciudades, que no son tierra menos fértil para los virus que para los terroristas.
Por eso, las áreas urbanas deben considerar la prevención, además de su «preparación para las crisis». Como sostuvieron recientemente Robert Muggah y Rebecca Katz, las ciudades necesitan un mapa de preparación para las pandemias. Después de todo, como estamos viendo, el diseño de las ciudades y la forma en que se las habita suelen exacerbar el problema de las enfermedades infecciosas.
Hay una urgente necesidad de superar las brechas técnicas y normativas en la planificación urbana. Los esfuerzos de colaboración entre diseñadores, especialistas en logística y expertos en seguridad deben establecer lineamientos y definir las mejores prácticas. Los arquitectos y planificadores deben repensar los espacios compartidos (públicos o privados) para que sean más controlables, manejables y permitan su refuncionalización inmediata ante una emergencia.
También tenemos que ocuparnos de los problemas en la infraestructura digital. Se ha vuelto aún más evidente la importancia de los datos que producimos para que los gobiernos puedan evaluar y predecir la difusión del virus y mitigar su impacto. Habitualmente entregamos nuestros datos a empresas privadas que los usan con fines comerciales, pero consideramos que el uso gubernamental de esos mismos datos es una invasión a nuestra privacidad, incluso cuando nuestros gobiernos están obligados a defendernos de amenazas contra nuestra seguridad, salud y bienestar.
Un enfoque poscoronavirus para el diseño urbano debiera integrar los datos que producimos con nuestros dispositivos electrónicos al sistema de información territorial, pero para eso hay que digitalizar los países en los que están ubicados. Italia está pagando un alto precio por su crónica demora para cultivar una cultura digital.
La COVID-19 exacerba la brecha socioeconómica entre quienes, —por disponer de los medios financieros y la educación digital necesarios— tienen acceso a Internet y otras herramientas electrónicas y quienes no. El resultado predecible es la discriminación, la marginación y una creciente desconfianza hacia el gobierno y otras instituciones.
Además, la infraestructura digital italiana es antigua. Una red que ofrece acceso a sitios de comercio electrónico o reproducción de video en tiempo real ya no alcanza. Mientras hay países en todo el mundo que evalúan el control remoto de los pacientes o los controles autónomos de salud, a Italia todavía le cuesta digitalizar sus organismos públicos.
Necesitamos una red capaz de poner a Italia al mismo nivel de digitalización que cualquier otro país europeo. Y la propia Unión Europea debiera promover la estandarización, como lo hizo para crear un sistema de seguridad alimentaria internacionalmente reconocido. Esto facilitaría la digitalización dispersa, compartir información, y crear tecnologías avanzadas y herramientas que fomenten el bien público.
Para muchos, la ausencia de una respuesta bien coordinada, multinivel y a escala continental de la UE ha puesto en relieve sus limitaciones como guardiana del bienestar de los europeos. Pero lo cierto es que las respuestas de emergencia habituales ya no son sostenibles.
Una de las lecciones más importantes que nos deja la pandemia es que tenemos que superar el enfoque tradicional «de proyectos» y aprender a planificar de manera compleja, colaborativa e interdisciplinaria, considerando la evolución de nuestra percepción del riesgo.
Los italianos hemos aprendido de la crisis que la ciudades pueden pensar y sentir colectivamente. En estos largos días en casa nos hemos dado cuenta —algunos de los jóvenes, tal vez por primera vez— de que la ciudadanía implica obligaciones además de derechos. Y hoy, en medio de una tragedia histórica, la obligación más fundamental de todos es la de repensar nuestro futuro.
Patricia Viel es arquitecta y cofundadora del estudio internacional de arquitectura y diseño Antonio Citterio Patricia Viel.
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