Energía asequible, segura, sostenible y moderna. Ello es lo que el objetivo número 7 de la Agenda de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas dice que debemos garantizar. Ello es a lo que los países, incluyendo la Argentina, se comprometieron a alcanzar para 2030. Aún estamos muy lejos de concretar esa meta.
Durante los últimos años se ha repetido constantemente que es necesario promover un cambio hacia fuentes de energía más amigables con el ambiente, pero ¿por qué todavía no estamos bien encaminados en ese propósito? ¿Por qué las renovables no lideran aún como fuentes de energía? ¿Qué hace que nos cueste tanto abandonar los combustibles fósiles?
En este 14 de febrero, Día Mundial de la Energía — que se llama así en la legislación nacional aunque no es reconocido oficialmente por Naciones Unidas—, compartimos una guía ágil y práctica sobre el estado actual de la matriz energética en Argentina, junto con las oportunidades y los desafíos que supone la necesaria y urgente transición.
Empecemos con el interrogante transversal.
¿Por qué hay que hacer cambios en la matriz energética?
Porque estamos en crisis climática y ecológica. Tenemos en RED/ACCIÓN toda una guía detallada sobre qué es el cambio climático, pero hagamos un resumen sobre el problema a modo de recordatorio.
Desde la Revolución Industrial, el ser humano se ha desarrollado con actividades basadas en la explotación de combustibles fósiles y otros modelos intensivos de producción, por ejemplo, en la agricultura y ganadería. Esas actividades generan emisiones de gases de efecto invernadero (GEIs). El aumento de esos gases en la atmósfera incrementa la temperatura del planeta. Ese calentamiento global viene siendo tal, especialmente en las últimas décadas, que genera cambios en el sistema del clima. Y… eh aquí el cambio climático.
Aún con el conocimiento científico sobre la mesa, la acción mundial realizada ante el cambio climático viene siendo insuficiente. Mientras, el cambio climático hace sentir sus efectos cada vez más dramáticos. Esa incongruencia entre el problema vigente y la inacción o acción insuficiente, nos ha puesto —o nosotros mismos nos hemos puesto— en una situación de crisis que requiere acción ambiciosa, sostenida y urgente.
¿Y qué tiene que ver la energía en todo esto? Observen el gráfico. El 73,2% de las emisiones globales de GEIs proceden de la energía. Dentro del sector, se pueden desglosar las distintas actividades responsables de esas emisiones, con la energía utilizada en la industria liderando (24,2%) la procedencia, seguida de la energía utilizada en los edificios (17,5%) y el transporte (16,2%).
¿Cuál es la situación en Argentina? El liderazgo de la energía como principal fuente de emisiones sigue la tendencia mundial. Según el más reciente Informe Bienal del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, el 51% de las emisiones de GEIs del país en 2018 procedieron de la energía, entendidas en el análisis local como las emisiones derivadas de la combustión y de la fuga por la fabricación de combustibles.
El 94% de esas emisiones del sector energético se producen debido a la quema de combustibles fósiles, cuyo desglose por actividades podemos observar en el siguiente gráfico. Uno de los elementos que más debemos considerar es ese “producción de electricidad y calor” dentro del principal 32% de industrias de la energía.
Entonces, si tenemos que reducir las emisiones de GEIs para alcanzar un escenario de efectos menos dramáticos del cambio climático, y si sabemos que la energía es la principal fuente de esas emisiones, es obvio que hay que realizar cambios en ese sector, ¿no? Bueno, la cosa no es tan simple como parece en un enunciado. Antes de analizar el por qué, profundicemos en el sector energético del país.
¿Cómo se compone la matriz energética argentina?
De todo lo que la energía incluye, en el siguiente análisis nos vamos a enfocar en lo que hace a la generación de energía eléctrica. Es decir, a la energía que se produce a partir de fuentes de energía que se extraen (gas natural o petróleo) o aprovechan (viento, sol) de la naturaleza para adaptarlos a los determinados requerimientos del consumo en cuestión.
Esa energía eléctrica se puede realizar a partir de fuentes no renovables y renovables. Dentro de las no renovables se encuentran el carbón mineral, el gas natural, la nuclear y los combustibles líquidos. Dentro de las renovables se encuentran la eólica, la solar, la biomasa y los pequeños proyectos hidroeléctricos.
¿Cómo se genera la energía eléctrica en Argentina? Según el informe anual de la Compañía Administradora del Mercado Mayorista Eléctrico (CAMMESA), en 2020 el 61,4% de la energía eléctrica se generó a partir de térmica convencional (gas natural, carbón mineral), un 21,7% de hidroeléctrica, un 9,5% de renovables y un 7.5% de nuclear.
¿Qué quiere decir esto en la línea de este análisis? Que hay un protagonismo de fuentes no renovables que, por ende, contribuyen al cambio climático. Allí, en ese 9,5% de renovables, es donde están las miradas sobre los cambios que es necesario hacer. Y sobre ese 9.5% de renovables están las miradas como el horizonte a seguir.
El “favorito”: el gas natural o ¿el recurso de la transición?
“Vaca Muerta es el corazón de la energía en Argentina”, dijo el presidente Alberto Fernández en octubre de 2020 desde las instalaciones, refiriéndose al yacimiento de hidrocarburos no convencionales que se explotan a partir de la técnica de fracking. Conforme el Gobierno nacional, es el segundo recurso no convencional de gas en el mundo y el cuarto recurso no convencional de petróleo a nivel mundial.
La apuesta que éste y los gobiernos anteriores han tenido por Vaca Muerta va en línea con que el gas natural es el combustible que lidera el consumo en Argentina. En 2020 tuvo una participación del 89,9%.
Dejando a un lado al petróleo, casi queriendo pasarlo desapercibido, el gas natural ha sido tomado por muchos gobiernos —no solo Argentina, también otros países del mundo— como el combustible fósil “más amigable” con la transición energética. Más precisamente, ha sido denominado una y otra vez por las autoridades locales como “el recurso de la transición”.
¿Cuál es el argumento detrás de esto? Que no se puede pasar a 100% de renovables de un día para otro —incluso algunos representantes del sector de combustibles sostienen que ello nunca sería posible—, que se tendrá que continuar explorando y explotando combustibles fósiles durante la transición y el gas natural es el “ideal” por ser el que menos emisiones genera de entre los combustibles fósiles.
Sí es cierto que la transición no puede ser de un día a otro, sí es cierto que necesitaremos combustibles fósiles en los próximos años para satisfacer la demanda energética, sí es cierto que el gas natural es el fósil que, comparativamente con los otros, genera menos emisiones. También es cierto que la crisis climática nos marca que estamos a contrarreloj, que la transición tendría que haber empezado no ayer, sino anteayer.
Con esto en mente y conforme las conversaciones con distintos expertos, el principal interrogante que se plantea en torno al “combustible favorito para la transición” es: ¿hasta cuándo será ese uso del gas natural? Para responder a esta pregunta es fundamental contar con un plan respecto de cómo va a ser la transición energética en el país. Es decir, disponer de una estratégica hoja de ruta a partir de la cual tenga coherencia y eficiencia el uso del gas natural, y la aprobación de nuevos proyectos de exploración y explotación (en tierra u offshore). A partir de la cual sí haya un horizonte para que la transición termine en destino y no sea eterna.
Ello tendría que ser complementado con un cómo se realizará la actividad. Aquí aparece, por ejemplo, el compromiso enunciativo al que se suscribió la Argentina durante la COP26 de reducir las emisiones de metano en un 30% para 2030 y a partir del cual se espera recibir apoyo en tecnología y conocimiento de tecnologías para tal propósito. La pregunta es: ¿reduzcamos las emisiones de metano mientras se trabaja en una transición energética real, o sigamos con Vaca Muerta, total vamos a tener la tecnología para reducir sus emisiones de metano?
Pero nos estamos olvidando de un interrogante transversal. Ok con necesitar gas natural durante un tiempo, ¿por qué mientras en la transición no estamos apostando más a las energías renovables?
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Las verdaderas favoritas: ¿cómo estamos en materia de energías renovables?
Por debajo del potencial que tenemos. Quizás muy por debajo. Según el reporte de CAMMESA, el 9,5% de la demanda total del mercado mayorista eléctrico se abasteció con energía renovable. Al momento de terminar de escribir esta nota, un 13,71% de la demanda estaba siendo cubierta por renovables. El último récord se alcanzó el 26 de septiembre de 2021, cuando las renovables cubrieron el 28,8% de la demanda.
¿Qué fuente renovable predomina? Sin lugar a dudas, la eólica. En 2020 tuvo una participación del 74%, seguida de la solar (11%), los pequeños proyectos hidroeléctricos (10%), la biomasa (3%) y el biogás (2%).
Las energías renovables no se basan en recursos limitados sino en aquellos que tienen capacidad de renovarse ilimitadamente. Tienen un notable menor impacto ambiental en comparación con los fósiles. Son la alternativa más compatible con la acción que se requiere ante el cambio climático. Pero no son perfectas y también despiertan ciertos interrogantes a la hora de analizar cómo haremos la transición. Veamos algunos puntos críticos entre los cuales coincidieron los expertos consultados:
- Son fuentes intermitentes. Es decir, no están disponibles en forma permanente para su conversión en electricidad. Ello abre el interrogante de cómo complementar la demanda allí cuando no contamos con ellas y/o cómo aprovechamos baterías para almacenamiento.
- Necesitan minerales. Las turbinas, los paneles solares, las baterías contienen litio, níquel, cobalto y grafito. A mayor demanda de renovables, mayor será la demanda también de esos minerales. ¿Cómo los explotaremos? ¿Cómo tendremos en cuenta la voz de, por ejemplo, las comunidades originarias en el norte argentino, que se resisten a la explotación del litio? ¿Impulsaremos políticas de reutilización de minerales para poder abastecer parte de esa demanda?
- Y lo que sigue...
¿Por qué cuesta tanto pasar a renovables?
Además de los puntos e interrogantes anteriores, hay dos desafíos puntuales en Argentina para una mayor apuesta a las renovables.
Por un lado, la tradición energética. Somos un país con trayectoria de hidrocarburos. Hemos dedicado tecnología, desarrollo, capacitación a eso durante las últimas décadas. Hay una industria que está hace años abocada con todas sus herramientas a ello. Las renovables parecen así como algo nuevo sobre lo cual hay que rearmarse y actualizarse. ¿Es esto excusa para no apostar a las renovables? No. Pero sí es una de las mayores dificultades en términos de las mentes y las apuestas del sector público y privado.
Si bien hay compañías de combustibles fósiles que empiezan a apostar por las renovables, lo hacen como una sección de su programa de operaciones, no como aquella que será protagonista de sus actividades.
Por otro lado, el aspecto económico. En 2020 los costos de generación por fuente siguieron siendo más favorables para la térmica que para la eólica y la solar. Es decir, hoy económicamente es más barato producir gas que renovables. Y eso, en un país en constante crisis económica como Argentina, es poco atractivo para la inversión en renovables.
Entonces, la necesaria hoja de ruta de cómo sería la transición debiera incluir también una planificación estratégica respecto a cómo diagramar la matriz energética y cómo generar incentivos favorables para el desarrollo de las fuentes renovables. Mientras no se produzcan estos avances en tecnología, capacidad e inversión en renovables, la térmica seguirá respirando tranquila por muchos años más.
Las fuentes en la mira: carbón y nuclear
Afortunadamente y a diferencia de otros países, la Argentina no tiene mayor dependencia al carbón, el fósil más emisor. Pero sí tiene su porcentaje que debiera de reducir a cero. La permanencia en actividad del Yacimiento Carbonífero de Río Turbio, por ejemplo, parece ir en contra de lo que la transición energética demanda. Porque, como quedó claro en Glasgow, el mundo está marcando el inicio del fin del carbón.
En Argentina hay tres centrales nucleares en funcionamiento. El reciente anuncio de un acuerdo con China para la construcción de una cuarta central nuclear volvió a despertar el debate sobre la inclusión o no de este tipo de fuente en la transición energética. La generación baja de emisiones la ubica altamente más competitiva que el carbón y es el argumento a su favor que muchos suelen sostener. Pero no es la única variable a tener en cuenta. Los tiempos de construcción, los minerales que requiere, los rendimientos económicos, los residuos producidos y los posibles accidentes son los ejes críticos. En esta edición de PLANETA profundizamos en ese análisis.
Más allá de las fuentes, ¿qué otros elementos clave no podemos dejar de lado?
Siguiendo con gas natural por cierto tiempo, potenciando la eólica y la solar, hay tres cuestiones que se deben contemplar en la transición energética. Aplican para Argentina, pero también para cualquier otro país. Veamos cuáles son.
- La pobreza energética. Este tema lo acercó una miembro de RED/ACCIÓN cuando anticipamos que estábamos trabajando en una nota sobre esta temática. Eugenia Castelao es investigadora del CONICET y ha trabajado en temas de pobreza energética. ¿Qué se entiende por pobreza energética? Si bien es un término nuevo sobre el cual no hay una definición establecida en común, Damila Ogunbiyi, representante especial del Secretario General de Naciones Unidas para el programa Energía Sostenible para Todos, explica que “la pobreza energética es no tener suficiente energía para mejorar tu vida, o no tener energía en absoluto”.
Castelao traslada esa definición a la región latinoamericana: “Pobreza energética es la dificultad de acceder a la energía en sus distintas formas para satisfacer las necesidades, no solo las de supervivencia, sino también las definidas socialmente”.
Casi 800 millones de personas en todo el mundo no tienen electricidad y 1/3 de la población mundial no tiene acceso a combustibles limpios para cocinar. En Argentina, si bien el 97,7 % de las viviendas se encuentran conectadas a la red eléctrica, solo el 56% de los hogares utiliza gas de red en la vivienda como principal combustible para cocinar. El resto usa gas a granel, en tubo o garrafa y a leña o carbón. Ello ocurre especialmente en áreas rurales.
¿Qué significa ello? Hay personas que para poder satisfacer sus necesidades energéticas tienen el doble de esfuerzo en términos de tiempo y de fuerza física, incluso de impacto en su salud (las fuentes de energía para cocinar pueden generar contaminación interior). Esas son variables que hoy no tenemos en cuenta, salvo cuando, claro, se nos corta la luz.
Las energías renovables pueden ser una oportunidad de llegar allí donde no llega la electricidad. Para Castelao el desafío es complejo: “Cuando se plantea la transición energética se lo hace desde la matriz, no desde el consumidor. ¿Cómo aseguramos que estas personas en pobreza energética accedan a energía de calidad sin que ello vaya en contra de la acción climática necesaria? No sé está pensando cómo compatibilizar ambas cuestiones”.
- La eficiencia energética. Podemos estar abastecidos en un 100% de fuentes renovables, pero si no usamos eficientemente la energía, estaríamos a mitad de camino. Toda política de diversificación y planificación de la matriz energética debe ir acompañada de políticas de eficiencia energética en industrias, en viviendas y en sectores clave como, por ejemplo, la construcción. Es decir, ¿estamos construyendo edificios que sean eficientes en términos del uso de la energía? Creo que ustedes saben la respuesta mejor que yo. Como nos dice Castelao: “Tenemos que dejar de consumir y pasar a aprender a consumir mejor”.
- La adaptación a los efectos del cambio climático. Cuando hablamos del sector energético solemos solo centrarnos en la necesidad de que tenga los cambios necesarios para reducir sus emisiones. Pero no hay que olvidarse que el sector, en sus diversas fuentes, debe también tener políticas de adaptación a los efectos ya presentes del cambio climático.
El mejor ejemplo es cómo el sector responde a un aumento de la demanda de energía ante olas de calor que son cada vez más frecuentes e intensas en la mayor parte del país. O cómo está preparada su infraestructura ante precipitaciones más intensas que pueden poner el riesgo su funcionamiento. Mitigación y adaptación tienen que ir de la mano en la acción climática, también en el sector energético.
Por último y no menos importante, ¿qué podemos hacer nosotros?
Mucho. No vamos a ser ingenuos en decir que si cambiamos las lámparas a LED en nuestros hogares vamos a resolver toda la cuestión de la matriz energética. Siempre podemos involucrarnos de alguna manera. Veamos cómo.
- Hacer los cambios posibles. Partiendo de la base de que se necesitan los cambios sistémicos que analizamos en esta guía, si contamos con los recursos (económicos) y condiciones (de locación), podemos optar por alternativas renovables para el hogar, como paneles y/o colectores solares. Recuerden que ello puede complementarse en el sistema de generación distribuida y, así, contar con beneficios no solo para el ambiente, sino también para el bolsillo. El plus: siempre ser eficientes en el uso de la energía. Con procedencia de fósiles o de renovables es fundamental que hagamos un uso racional y eficiente de la energía en nuestros hogares y espacios de trabajo.
- Informarse es poder. Leer esta guía es un primer paso. Conocer las características de la matriz energética y de los compromisos asumidos por país, y comprender la situación de crisis climática, contribuye a que podamos exigirles a los representantes con poder de decisión realizar los cambios drásticos necesarios. Ello se puede hacer a través de las redes sociales o sumándose a organizaciones e iniciativas locales.
- Ser consumidor, pero, por sobre todo, ciudadano consciente y responsable. A partir de y con todo lo anterior, debemos aprovechar la instancia del voto: preguntándonos y preguntándoles a los candidatos presidenciales, provinciales, legislativos sobre sus propuestas de acción climática, en general, y de transición energética, en particular. Y, después, exigirles que cumplan con eso prometido.