Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Diría que es casi inevitable. Apenas pensar en la palabra “madrastra” la imagen es una: la villana de Cenicienta, o tal vez la de Blancanieves. Sin embargo, si nos detenemos a analizarlo unos pocos minutos, el espejo en el que se miraba la esposa del padre de Blancanieves puede cambiar de reflejo. Es que, en una sociedad donde es usual que los matrimonios se disuelvan y rearmen formando nuevas familias y ampliando los roles que se cumplen en esos núcleos multiplicados, las madrastras abundan. También los padrastros, los hermanastros y hermanastras. Si cada uno de esos vínculos fuera maléfico, la vida sería inviable.
Si bien es cierto que hay relaciones difíciles —y de seguro habrá algunas, no solo de madrastras o padrastros, sino también de madres y padres que sean la fiel fotografía de lo que muestran los cuentos—, hay muchos, muchísimos otros lazos de este tipo que se construyen con cariño, respeto, y se vuelven realmente estrechos.
Para saber si la imagen estigmatizada que Disney y sus películas, basadas en los cuentos de los hermanos Grimm, perpetuó es más injusta que justa para con quienes ejercen estos roles, le preguntamos a nuestra comunidad, vía Instagram, cómo se llevan con sus madrastras, padrastros, hermanastras y hermanastros (a quienes los tienen, claro).
Estas fueron algunas de las respuestas: “Al principio [tuve] celos, pero después de conocerlos me parecen repiolas y me gusta pasar tiempo con ellos”. “Antes de conocerla no me gustaba la idea porque me daba celos o miedo a que mi papá me dejara de querer, pero conforme fuimos creando vínculo nos confiamos un montón de cosas y tenemos la mejor onda. Hasta nos decimos ‘te amo’ y nos abrazamos siempre que nos vemos. No imagino mi familia sin ella”. “Nos llevamos rebien. Los hermanastros son hermanos. Al menos en casa se tratan por igual”. “Al principio la relación era malísima, hasta que entendí que el malo del cuento solo quería ayudar y dar amor”. “Me llevo rebien. Siempre me hizo sentir como hija suya y si fuese por él me daría su apellido, y el mundo”.
La mayoría de respuestas señalan que, aunque no siempre es fácil al comienzo, los vínculos con las nuevas personas que se suman al núcleo familiar, con menos o más desafíos, con menos o más armonía, fluyen.
Familias ensambladas: los tuyos, los míos, los nuestros
Violeta Vazquez es puericultora (especialista en lactancia) y terapeuta, dirige la Escuela de formación profesional en Puericultura y Familia Panza y Crianza, y es formadora del método Biodecodificación Rizoma. Pero también creció en una familia ensamblada y tiene un hijo y una hija de dos padres diferentes y una nueva pareja que tiene, a su vez, dos hijos de dos madres diferentes. Tan protagónico es el ensamble en su vida que sumó su experiencia personal a la investigación que le brindaron los años trabajando con familias en etapas de crianza, y lo volcó en un libro titulado Ensambladas. Todo tipo de familias.
“Me interesó particularmente abordar el tema porque aún no existía bibliografía específica, nacional, sobre esto. Y me atraviesa en lo personal porque soy hija de padres separados, mi papá tuvo hijos más grandes que yo, y siempre hemos convivido, desde que era muy pequeña, con esta dinámica de familia ensamblada y de poder compartir, incluso la esposa de mi papá con mi mamá y mi papá y, por supuesto, mis hermanos, tiempo juntos. Aunque yo conocí a mis hermanos a mis 9 años, siempre todo se dio muy naturalmente”.
Por eso, dice, “es muy importante comunicar que es posible un ensamble armonioso cuando se tienen en cuenta las necesidades de las niñas y los niños, y los adultos pueden asumir su rol de adultos y sanar sus heridas para apoyar las decisiones de las nuevas generaciones”.
Vazquez explica que las dificultades que tiene la familia ensamblada son, más que nada, de carácter doméstico: “Tienen que ver con cómo nombrarnos, cómo organizarnos, cómo organizar la semana, tratar de que me coincida el tener a mis dos hijos juntos, lo que implica organizar con otras familias porque los papás ya tienen otros hijos y otras familias también”.
Su situación personal fue el puntapié de Ensambladas, que recopila además “testimonios diversos donde cada persona vive ser parte de una familia ensamblada de diferentes maneras: dentro del libro está la mirada de quien tuvo una familia ensamblada de origen, y quien creó y sacó adelante una familia ensamblada”.
La publicación aborda diversos tipos de familias y cómo se vive la diversidad al interior de ellas. La clásica familia ensamblada luego de un divorcio, las familias monoparentales, las homoparentales, las que tienen un hijo o una hija única, las adoptivas, las que se forman o disuelven en el exterior. “Todos los tipos de familias por fuera de la familia tipo (y seguramente existan muchos más de las que pude llegar a abordar), fueron tenidas en cuenta”, dice.
La terapeuta y puericultora también contó su historia familiar en Instagram e invitó a personas con este tipo de experiencias a contar las suyas. De esa convocatoria le llegaron muchísimos relatos, en los que el tabú respecto a la familia ensamblada sigue muy presente. “Sobre todo en lo que es la familia de origen, porque no estaba bien visto hace 30, 40 años, y cuanto más retrocedemos en el tiempo, peor. Ahí están los secretos, lo que todavía no nos contaron nuestros padres y abuelos”.
Aun así, está convencida de que hemos avanzado y de que el futuro vaticina un panorama diferente: “Hoy por hoy hay una mayor apertura, no en todos los lugares del país, no en todos los países, pero me parece que de a poco nos vamos permitiendo preguntarnos cuál es nuestro deseo, nos vamos permitiendo alejarnos de relaciones en las cuales no nos sentimos cómodas y cómodos, y eso también nos va abriendo camino a transitar y elegir otras formas de relacionarnos, por lo tanto la familia se va ampliando y se va naturalizando. Yo creo que se viene un futuro en el cual la composición de familia ni siquiera va a ser algo a explicar, sino que la familia va a ser la elegida, donde circula el afecto, y donde uno también decide quedarse y armarse”.
“Soy madrastra y no piloteo escoba”
Las españolas Aina Buforn —comunicadora, estudiante de Psicología, orientadora especializada en familias enlazadas, hijastra, madrastra y madre— y Berta Capdevila —coach especializada en atención a familias enlazadas, hijastra, madrastra, hermanastra y madre—, se conocieron mientras cada una armaba su propio blog para volcar sus desafíos y experiencias respecto a la madrastridad, y decidieron crear un proyecto en común para ayudar a las madrastras a asumir los desafíos que su rol les presenta. Así fundaron el sitio Ser madrasta: “Un proyecto de divulgación y asistencia donde se brindan talleres, grupos en los que las chicas pueden verbalizar lo que les sucede, herramientas didácticas, un foro en el que contamos con profesionales de otros ámbitos para ampliar cuando hablamos de duelo, de sentimientos y otros temas”, cuenta Aina.
“Con la experiencia que la vida nos había ofrecido, —continúa— quisimos dar voz a las realidades de las familias enlazadas: esa necesidad de poner nombre y palabras a lo que estábamos viviendo”. Así es que luego de Ser madrastras también fundaron la Asociación española de familias enlazadas, Afín, con el objetivo de ayudar a que comprendan “sus propias dinámicas, tener herramientas para gestionarlas y así superar los retos que plantean estos modelos de familia”, según explican en su sitio web.
“Mi familia enlazada se constituyó hace ya seis años —cuenta Aina—, me considero una madrastra veterana. Mi pareja se separó y tenía dos bebés. Entonces tuve que hacer un curso rápido para saber qué era eso de los bebés, esas cosas que gritan, y hacen caca y comen purés —cuenta divertida— pero no desde la perspectiva de madre si no de la de madrastra. No todo ha sido un camino de rosas, hemos tenido altibajos, seguimos teniendo conflictos y discordancias con el otro núcleo familiar, con la expareja de mi marido, pero esos son gajes de la madrastridad, estarán ahí al menos hasta que los chicos sean mayores, porque el objetivo de todo esto es poder ser corresponsables en la crianza y en la vida de estas personas”, asegura.
Para Aina, lo que hace falta para romper los estigmas de este tipo de roles y familias “es tiempo y ejemplo. Es empezar a dar visibilidad a lo que es una realidad en nuestra sociedad”. “Hay que empezar a crear modelos positivos, modelos en series, en películas, en libros, en cuentos. Es empezar a reivindicar nuestros espacios. A decir ‘Yo como madrastra tengo mis derechos y mis obligaciones también en esta familia’. Empezar a ponernos nombre. Porque si al final siempre somos ‘la novia de’ o ‘la mujer de papá’, nunca somos nosotras mismas. Es empezar a desterrar esas falsas creencias que nos han acompañado”.
La comunicadora enfatiza la importancia, para quienes son madrastras, de animarse a hablar, a asumir que el camino a recorrer puede no ser idílico, ni siquiera sencillo, pero que poder hablar de ello, sin sentirse fuera de lugar o que por eso van a ser juzgadas, es lo que va a propiciar el cambio de los estigmas.
“En la madrastridad, si te quejas, reafirmas que eres la villana del cuento. Si dices: ‘Pues esto no está siendo tan fácil’ o ‘en realidad me está costando mucho crear un vínculo con mis hijastros’, que al final es lo normal porque los vínculos requieren tiempo y una predisposición por ambas partes, pasamos al rincón de la madrastra malvada. Pero en el momento en que tienes un espacio seguro en el que poder compartir, se va generando un cambio de chip. Ahí tu entorno empieza a ser sensible a lo que estás viviendo, a ver que ser madrastra no es echarle agua a la leche o no querer a tus hijastros, ser madrastra es otra cosa y es lo que cada una descubre, porque es un viaje personal, único, de quien lo vive. Creo que es un hecho de justicia el tener que decir: ‘Yo soy madrastra y resulta que no piloteo escoba’. Entonces debemos obligar a que haya un cambio de mentalidad”.
Inspirada en el sitio Ser madrastra, de Aina y Berta, una madrastra argentina que prefiere resguardar su identidad creó el sitio Madrastrando, un espacio aún en construcción que tiene el objetivo de brindar un lugar para que las madrastras puedan hablar libremente de lo que les sucede e intercambiar pensamientos que, según dice su creadora, a veces no se permiten ni siquiera hablar con una amiga.
“El objetivo, si pudiera —cuenta—, es crear una ‘red de madrastras’ para brindarnos apoyo mutuo y compartir puntos de vista sin juzgar ni ser juzgadas. A veces lo que a una le parece que es lo peor que puede pasarle, resulta que otra pudo resolverlo de cierta manera y el intercambio enriquece”.
Muy similar a la web española, el sitio argentino comenzó con un perfil de Instagram creado por la necesidad de la autora de volcar sentimientos y experiencias respecto a su rol de madrastra, a su vínculo con su pareja y sus hijastros. Encontrar el sitio Ser madrastra, de Aina y Berta, la hizo sentir acompañada. Entendió que lo que le sucedía le pasaba “a la mayoría de las madrastras”. Y se lanzó a intentar una versión nacional de ese espacio.
“Dije: voy a hacerme un Instagram sobre esto que me pasa pero no solo desde los problemas o la queja sino desde el humor. Yo digo que escribo desde la clandestinidad y me responden desde la clandestinidad también. Entonces juego con eso de decir lo que realmente piensa en cierto momento una madrastra en colapso y no puede decir. Lo que me parece superimportante y recalco siempre es que yo no tengo claro nada, no asesoro sino que doy y recibo opiniones desde la buena intención. Ser madrastra es estar insegura todo el tiempo, pero de lo que sí estoy segura es que nada mejora en una misma si no se habla y se comparte”.
Madrastra, mamastra, mamu, madre afín: la importancia de encontrar un término que dé identidad
En Argentina, la terapeuta familiar Dora Davison promovió hace varios años el término “familias ensambladas”, frente a otros que tenían una carga negativa como “familia recompuesta”. En sus reflexiones se inspiró un proyecto en Cataluña que se llama “Va de Papus”, que, además de ofrecer recursos para este tipo de familias, propone cambiar los términos “madrastra” y “padrastro” por otros más amables como “mamu” y “papu”, con la premisa de que para acabar con el estigma es necesario cambiar la forma en la que se los llama.
Al preguntarle a nuestra comunidad en Instagram qué piensan sobre estos términos y cómo llaman a sus madrastras, padrastros y hermanastros, algunos respondieron que por el nombre de pila, otros que les llaman “segunda mamá” o “papá dos”, otros que sus hermanastros eran hermanos. Muchos estuvieron de acuerdo en que el término “madrastra” o “padrastro”, tenía inevitablemente una carga negativa por la imagen que Disney nos legó. Y algunos pensaron que cambiarlos sería una buena opción.
Violeta Vazquez también coincide, pero asegura que a ella le gusta usar el término “madrastra” para resignificarlo: “También me gusta usar “mamastra” o “papastro”. En la jerga legal se usa “madre afín” o “padre afín”, que incluso tiene deberes y derechos sobre sus hijastros, pero es agregarle una palabra más a la palabra mamá o papá, que me parece que está muy bien que quede reservada solo para la mamá y el papá que nos criaron. Pero las palabras madrastra y padrastro es interesante resignificarlas, porque una madrastra y un padrastro, en muchos casos, son como una mamá y un papá, que no reemplazan a mamá y a papá pero que durante un tiempo, si los niños son pequeños, ejercen cuidados maternantes y paternantes. Acá, lo interesante es reivindicar a las madrastras y los padrastros que muchas veces estamos invisibilizados, ocultos, y llevamos una labor muy grande de crianza”.
La creadora de “Madrastrando” y Aina Buforn, también creen que es necesario resignificar los terminos usados actualmente. La argentina asegura que “lo peyorativo viene de los cuentos, pero está en nosotros darle otro sentido”. “No creo que haya que cambiar de términos. De hecho el llamarnos a nosotras mismas ‘madrastras’ encierra la intención (de mi parte al menos) de resignificarlo. Porque lo que menos queremos las madrastras es apropiarnos de ese sistema familiar, tratamos de construir vínculos nuevos y sanos”.
Aina también se asume “firme defensora de que utilicemos los términos que tenemos”. “Realmente me he abanderado del uso de la palabra ‘madrastra’ porque creo que hay que cambiar toda la connotación negativa que tiene. El problema de esos términos no es en sí mismo las definiciones que puedan existir, por ejemplo, en la RAE o en los diccionarios, que muchas veces no evoluciona a la misma velocidad que la sociedad. El problema es que la cultura, los cuentos, las películas, siempre les han dado unas connotaciones peyorativas, y negativas”, dice.
Y concluye: “Como sociedad tenemos que hacer clic y empezar a usar los términos para que se modernicen con nosotros y obliguemos también a los diccionarios a que esto cambie. Debemos animar a que quien quiera utilizarlo lo utilice y si hay personas que se sienten incómodas, por supuesto, que encuentren sus términos. Tenemos un montón de chicas que nos aportaron sus ideas: hay quien era un hada, hay quien era una madrina. Está genial, porque es una forma fantástica de dar nombre a esas nuevas personas que se introducen en nuestra dinámica familiar que al final es un núcleo nuevo que se está creando”.