El 7 de marzo de este año comenzaron a detectarse focos de incendios en la zona de la Comarca Andina, en el centro-oeste de la Patagonia. Pasaron varios días hasta que se extinguieron, pero para ese momento el fuego ya había quemado miles de hectáreas de vegetación y había afectado varias localidades, ciudades y parajes del noroeste de Chubut y del suroeste de Río Negro. En su camino arrasó con la biodiversidad fundamental de la zona, hogares y lugares de trabajo.
La pregunta que quedó en el aire una vez apagado el fuego es si se podría haber hecho algo para que la catástrofe no ocurriera. ¿Se podría haber evitado que el incendio alcanzara las proporciones que tuvo? ¿Qué acciones se podrían haber realizado? “Bueno, es complejo”, “no es tan sencillo como parece” son algunas de las respuestas con las que científicos y responsables de organismos públicos dan cuenta de que el asunto del manejo del fuego en el centro-oeste de la Patagonia no tiene una solución única e indiscutible, involucra a una gran diversidad de actores con criterios y visiones diferentes y no se resuelve en el corto plazo.
Sin embargo, la respuesta rápida y sencilla es que sí: hay acciones que se podrían implementar para disminuir el riesgo de incendio en la región. Los expertos aseguran que la información y los conocimientos están, pero se requiere del compromiso de todos para convertirlos en acciones.
La Argentina tiene la Ley 26.815 de Manejo del Fuego, promulgada en 2013, la cual creó diferentes organismos. El Servicio Nacional de Manejo del Fuego funciona en el ámbito del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación con el objetivo general de “establecer mecanismos para una eficiente intervención del Estado en las situaciones que involucren o demanden acciones de prevención, presupresión y combate de incendios que aseguren el adecuado manejo del fuego” y así proteger y preservar tanto el medioambiente como a las personas y sus bienes.
En concreto, el manejo del fuego incluye seis tipos de acciones: planificación, prevención, supresión, detección, extinción y evaluación. Las primeras tres abarcan todas las medidas que se pueden tomar antes de la generación de focos de incendio, mientras que las demás incluyen tareas, más costosas y complejas, que se deben realizar una vez que el incendio ya está activo. ¿A qué se le está dando mayor importancia actualmente?
“Las políticas de manejo del fuego actuales han basado toda la fuerza en una propuesta reactiva: mejorar los sistemas de extinción de incendios, comprar aviones, etc. Pero en cambio hay que pensar en propuestas proactivas de prevención”, asegura Guillermo Defossé, investigador del CONICET y director del Centro de Investigación Esquel de Montaña y Estepa Patagónica (CIEMEP), que depende del CONICET y la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Defossé estudia el fuego y su rol en los ecosistemas vegetales desde hace más de treinta años.
Prevenir, dice, “es menos costoso y más eficiente”. Varias investigaciones científicas ya demostraron que por cada peso que se invierte en actividades de prevención, se ahorran 50 en las de extinción.
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También lo asegura la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en un trabajo que coordinó y que dio como resultado una serie de directrices de carácter voluntario para el manejo del fuego: “La prevención de incendios puede ser el programa de mitigación más rentable y eficiente que puede llevar a cabo un organismo o una comunidad”.
Hacer un mayor hincapié en actividades de prevención implica en primer lugar tener claras dos cosas: cuáles son las causas de un incendio y cuáles son las variables que determinarán su comportamiento una vez iniciado.
Respecto de lo primero, según las Estadísticas de Incendios Forestales 2016 del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación se desconoce el origen de un gran porcentaje de los incendios ocurridos en el Bosque Andino-Patagónico. Pero de las causas que sí se identificaron, la más frecuente es la negligencia, en segundo lugar están las intencionales y en menor medida las naturales. Este panorama se repite año a año.
Respecto de lo segundo, los factores que determinan cómo se comportará un incendio una vez activo, cuál será su intensidad y severidad, son tres: las condiciones meteorológicas (los vientos, las temperaturas y las lluvias), la topografía o relieve del área y el tipo y cantidad de combustible (biomasa e infraestructura) que el fuego encuentre en su camino. “Sobre lo único que tenemos posibilidades de actuar es la biomasa. No podemos modificar el clima en el corto plazo, hacer que llueva en el verano en la Patagonia o controlar el viento y la humedad relativa, pero sí manejar la biomasa y disminuir el impacto de los incendios”, afirma el investigador Defossé.
Existen diferentes técnicas de reducción del combustible. Entre ellas, las quemas prescritas. “Se hacen bajo condiciones estrictamente controladas de temperatura, humedad relativa y otras variables para conseguir determinados objetivos. Uno fundamental es reducir la cantidad de biomasa para evitar que el día que venga un incendio se transforme en catastrófico. ¿Cómo se hacen? Paso a paso, en pocas hectáreas, viendo los resultados”, explica Defossé. Y agrega: “La quema prescrita es como el virus atenuado en la vacuna que te ponés para que no te agarre la enfermedad, que sería el gran incendio”. En la Comarca Andina de la Patagonia, por el momento solo se realizan de forma experimental y con fines de investigación, ya que aún no existe un consenso respecto del uso de esta herramienta que se viene utilizando desde hace años en países como, por ejemplo, los Estados Unidos.
En palabras de Defossé, las personas hemos perdido nuestra relación ancestral con el fuego y, en cambio, nuestra percepción actual es que es un enemigo a vencer. Sin embargo, “a veces la vegetación de un determinado ecosistema necesita del fuego para regenerarse”, dice en referencia a las quemas prescritas. El papel del fuego en la vegetación es ambivalente; en algunos ecosistemas, es esencial para mantener su dinámica, la biodiversidad y la productividad. La región centro-oeste de la Patagonia es uno de esos lugares. “Cuando el hombre define como política la exclusión del fuego en los ecosistemas, lo único que logra es que la biomasa se siga acumulando”, resume Defossé.
Javier Grosfeld, actual director de Conservación de la Administración de Parques Nacionales en la región Patagonia Norte, doctor en Biología y antiguo subsecretario de Recursos Forestales de la provincia de Río Negro, hace una salvedad respecto de las actividades preventivas: “Es importante aclarar que si se dan las condiciones óptimas, no hay nada que pare el fuego, no hay ningún sistema de prevención que alcance. No existe el riesgo cero. Aunque hayas hecho toda la prevención posible, si las condiciones óptimas se dan, no vas a poder detener el incendio”.
Al pasar de la investigación a la gestión, Grosfeld sumó puntos de vista a los que ya tenía respecto del manejo del fuego. La cuestión se volvió más compleja: pasar de las ideas a la práctica concreta tenía sus dificultades. Pero coincide en que el actual manejo del fuego está más enfocado en la emergencia, literalmente en apagar el incendio, que en actividades de prevención. “Hay que cambiar la lógica”, dice.
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En el encuentro virtual “Incendios forestales: prevención y recuperación”, organizado por el Centro Científico Tecnológico Patagonia Norte del Conicet, del que participaron diversos actores del sistema científico-tecnológico y la comunidad, el director Grosfeld mencionó algunas de las razones por las que resulta difícil pasar del conocimiento a la acción. Por un lado, los costos que supone el manejo preventivo, las dificultades que tiene la gestión y la discusión de prioridades y, por el otro, la acotada cultura forestal de los pobladores y la falta de conciencia de muchos habitantes urbano-rurales acerca de de la situación de riesgo que implica vivir cerca del bosque, sumado a que los investigadores pocas veces consideran a los vecinos de la zona como interlocutores válidos.
El papel de la comunidad
Melisa Blackhall y Jorgelina Franzese son investigadoras del CONICET en el Laboratorio Ecotono del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA), una institución de bipertenencia entre el CONICET y la Universidad Nacional del Comahue (UNCo). El barrio en el que ambas viven es lo que se conoce como una interfaz urbano-rural, un área de transición entre tierras con vegetación que están desocupadas y tierras con desarrollo urbano.
¿Qué relación hay entre estas áreas y los incendios? Sucede que ahí el riesgo de incendio es más alto y subirá en las próximas décadas, debido a la realidad actual de aumento de temperatura global.
“En las ciudades que crecen entrelazándose con ambientes naturales tiene que haber un mayor compromiso”, dice Blackhall. “Las personas que vivimos en la interfaz tenemos que asumir el compromiso de informarnos sobre las medidas que debemos tomar para conservar de la mejor manera el ambiente donde estamos y de la forma más segura, teniendo en cuenta los desastres naturales que están ocurriendo”, agrega Franzese.
Dicho de otro modo: las personas tienen que saber que viven en una zona que implica riesgos y, por ende, demanda mayores responsabilidades. En concreto, ¿qué pueden hacer los vecinos de estas áreas para disminuir las probabilidades de que un incendio se propague y termine afectando sus viviendas?
En una charla virtual, realizada en el marco de la Semana del Ambiente, Blackhall y Franzese mencionaron varias acciones importantes para mantener en condiciones lo que se conoce como “espacio defendible” ―que es aquel que se encuentra en un área de al menos 10 metros alrededor de una edificación― y disminuir el peligro de incendio:
- Plantar especies adaptadas al clima del lugar, que no impliquen un riego extra, en lugar de especies exóticas como los pinos.
- Considerar especies que no acumulen naturalmente material seco.
- Mantener el césped corto y húmedo.
- Podar las ramas bajas de los árboles para evitar la “continuidad vertical” que permite subir el fuego hasta la copa.
- Considerar plantas que tengan un valor de conservación y de biodiversidad.
- Evitar especies tóxicas o que pueden provocar alergias.
Blachall y Franzese aclaran que, aun con todos los cuidados, el riesgo de incendio disminuye, pero no se elimina. Sin embargo, algo es seguro: “Estar mejor preparados nos va a ayudar a que cuando esté sucediendo un incendio no llegue a tener una magnitud catastrófica en cuanto a las pérdidas materiales o humanas”.
Por otra parte, si bien el compromiso y la responsabilidad de cada vecino y de la comunidad en conjunto es fundamental, el papel de las instituciones es irreemplazable. “Tienen que distribuir la información de forma masiva, incentivar a la gente a conocer estas temáticas y a comprometerse en mantener todo lo que va del límite de la casa para afuera. Es un compromiso entre todas las partes”, plantea Franzese. Y suma: “Existen distintos tipos de soluciones según la escala desde la cual se quiera abordar el problema. Pero independientemente de esto, lo importante es incluir a todos los actores involucrados”.
El gran desafío en la gestión del riesgo ―y en esto coinciden prácticamente todos los expertos― es cómo comunicarlo sin generar miedo, sino mayor conciencia. “Hay que tender puentes ―propone Grosfeld― entre los sistemas de ciencia y técnica, y los tomadores de decisiones, las juntas vecinales, los municipios. Tenemos que poder llegar a cada actor involucrado y entender que entre todos construimos el conocimiento sobre incendios forestales”.
El investigador Defossé coincide y reconoce: “Nosotros, los científicos y técnicos estamos todos de acuerdo en cuanto a cómo funciona la naturaleza, pero lo que necesitamos es hablarle y explicarle al resto de la sociedad. Falta ese nexo, esa comunicación con la comunidad”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 5 de julio de 2021.
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